20 IV ETAPA

Voluntariado y cambio social: una llamada a la acción

El voluntariado ha pasado de ser una respuesta espontánea a un fenómeno más profesionalizado y adaptado a las exigencias del Tercer Sector. Frente a una sociedad diversa, digitalizada y marcada por la incertidumbre, el voluntariado debe mantenerse fiel a los valores de solidaridad, justicia y participación. Además, se plantea la necesidad de que las acciones voluntarias se arraiguen en la transformación social, actuando como brújula moral en un mundo incierto. El voluntariado, cercano a la realidad de las personas más vulnerables, sigue siendo un claro indicador de la salud democrática y un motor para construir una sociedad más inclusiva y equitativa. En definitiva, el presente número nos invita a reflexionar sobre cómo el voluntariado puede ser una luz y guía en estos tiempos de cambio.

Editorial

La nueva hora del voluntariado

El voluntariado ha pasado de ser una respuesta espontánea a un fenómeno más profesionalizado y adaptado a las exigencias del Tercer Sector. Frente a una sociedad diversa, digitalizada y marcada por la incertidumbre, el voluntariado debe mantenerse fiel a los valores de solidaridad, justicia y participación. Además, se plantea la necesidad de que las acciones voluntarias se arraiguen en la transformación social, actuando como brújula moral en un mundo incierto. El voluntariado, cercano a la realidad de las personas más vulnerables, sigue siendo un claro indicador de la salud democrática y un motor para construir una sociedad más inclusiva y equitativa. En definitiva, el presente número nos invita a reflexionar sobre cómo el voluntariado puede ser una luz y guía en estos tiempos de cambio.

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Acción social

Las bibliotecas públicas: agentes comunitarios de transformación social

Las bibliotecas públicas han dejado de ser simples repositorios de conocimiento y se han convertido en agentes clave de transformación social, promoviendo la inclusión, la cohesión y el desarrollo comunitario. A través de su accesibilidad, su enfoque democrático y sus alianzas con los agentes comunitarios, fomentan la interacción, la participación ciudadana y la cooperación.
Por Elena Cotarelo y Rafael Ramos

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Ciencia social

Viviendas sin hogar

El acceso a una vivienda digna se ha convertido en un reto cada vez más inalcanzable, especialmente para aquellas personas con menos recursos. En este contexto, vivir en una habitación en un piso compartido ya no es una elección, sino la única alternativa antes de vivir en la calle. Esta modalidad de exclusión residencial invisibilizada y desprotegida expone a un elevado número de personas —incluidas familias con menores— a condiciones de vida indignas, vulneraciones de derechos y un ciclo de precariedad difícil de romper.
Por Guillermo Oteros

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Con voz propia

Redescubrir el valor del encuentro: la piedra angular del voluntariado

El voluntariado debe adaptarse a un momento de cambio de época, enfrentando la pérdida de sentido, el protagonismo del mercado y la crisis ambiental. Se propone potenciar el encuentro genuino con otros, promoviendo solidaridad auténtica y relatos compartidos que inspiren cambios sociales y ecológicos. Inspirado por la fraternidad y la transformación recíproca, el voluntariado puede contribuir a reconstruir el tejido comunitario y ofrecer respuestas integrales. Su verdadera esencia radica en compartir, dialogar y actuar desde la empatía, construyendo un futuro solidario y sostenible.
Por Luis Miguel Rojo Septién

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Conversamos

Consumir como acción ciudadana

Conversamos con Luis Enrique Alonso, catedrático del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Con él, reflexionamos sobre la relación entre consumo y desigualdad social. El consumo ocupa un lugar central en nuestra identidad, al punto de que muchas veces actuamos más como consumidores que como ciudadanos. Nuestra forma de consumir impacta la cultura, la política y las estructuras sociales, y puede también convertirse en una vía de transformación. No solo podemos adoptar prácticas individuales de consumo sostenibles y solidarias, sino que es fundamental transformar el modelo actual y construir una sociedad donde el consumo ayude a reducir, y no a aumentar, las desigualdades.

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En marcha

Empadronamiento: obligación legal incumplida y difícil de exigir

Empadronarse es un derecho y una obligación para quienes habiten en un municipio en España. Aunque para muchos es un trámite sencillo, para otros se convierte en un obstáculo. La ley obliga tanto a la ciudadanía a inscribirse como a los ayuntamientos a mantener actualizado el padrón, pero en la práctica esto no siempre se cumple. Barreras administrativas, requisitos indebidos y lecturas restrictivas dificultan el empadronamiento, sobre todo a personas vulnerables. Esta omisión distorsiona estadísticas, limita servicios y agrava desigualdades. El reto no es cambiar la ley, sino aplicarla de forma homogénea y garantista en todo el territorio.
Por Virginia Pastrana

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A fondo

Retos y oportunidades del voluntariado en un cambio de época

Por Ana Sofi Telletxea y María Silvestre

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A fondo

Voluntariado en tiempos de incertidumbre: sostener, imaginar y transformar el Tercer Sector

Mabel Cenizo. Trabajadora social. Responsable de voluntariado de Caritas Gipuzkoa Marivi Roldán. Grado en educación. Coordinadora Estatal de Voluntariado y Participación   El artículo propone una lectura crítica y transformadora del voluntariado en el Tercer Sector de Acción Social, en un contexto marcado por crisis múltiples. Desde un enfoque ecosocial, feminista y comunitario, plantea claves...

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A fondo

Mirar lo que viene y construir futuro desde la acción voluntaria

Por Clara Sánchez y José Luis Graus

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Del dato a la acción

El comercio justo, una herramienta poderosa contra la guerra económica

El informe 2023 de Comercio Justo en España revela un aumento de la facturación en 156 millones de euros, un 7%. Cáritas celebra este crecimiento, que refleja la recuperación tras la pandemia, y destaca que su modelo prioriza la acción, la sensibilización y la justicia social, no solo las ventas. Si bien existen amenazas como la guerra económica, confían en la educación y la sensibilización para potenciar el sector y duplicar los resultados en 2025-2026.
Por Ana Sancho

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Documentación

Muerte de un viajero. Una contrainvestigación

Un hombre perteneciente a una minoría es abatido por agentes de una unidad de élite de la Gendarmería Nacional francesa mientras estaba con su familia. Una reconstrucción de los hechos que contribuye a devolver a estas minorías un poco de lo que la sociedad les priva: la respetabilidad.
Por Israel Gómez

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Palabras clave:

Editorial

La nueva hora del voluntariado

Esto es lo que tratamos de reflexionar en este número de Documentación Social. Hemos querido poner el foco en la realidad del voluntariado. Realidad que como cualquier otra merece de la atención y el cuidado necesario para poder seguir avanzando en el momento social que nos ocupa.

Buscamos pensar el voluntariado, después de un largo periodo de inacción en esta dirección. Hemos podido constatar cómo las últimas reflexiones realizadas al respecto provienen de los primeros dos mil. De aquel entonces ahora, la situación ha variado mucho en muchos sentidos y consideramos que es importante ver de qué manera todo lo acontecido ha impactado en la realidad del voluntariado y la acción que realiza.

El voluntariado ha sido, tradicionalmente, una respuesta de la ciudadanía a la realidad social que, de un modo u otro, ha generado situaciones de fragilidad y vulnerabilidad que ha afectado y afecta a la vida de muchas personas y familias. Esa respuesta se ha ido configurando de maneras diversas a lo largo de los años y nos parece importante acercarnos a ellas para poder evaluar si dichas respuestas se acomodan al fin, a la misión del voluntariado.

El voluntariado se encuentra, hoy, en un hábitat muy diferente al de hace 20 años. Un tercer sector cada vez más profesionalizado, especializado y por qué no, empresarializado (aunque sea sin ánimo de lucro), plantean la necesidad de reflexionar sobre el lugar y el papel que el voluntariado deben ocupar en este contexto.

No podemos olvidar que este hábitat está condicionado, también, por toda una realidad digital, que hace dos décadas, era difícilmente imaginable. Lo digital forma parte de la realidad, ocupa un espacio importante en la vida de las personas y en la vida de la sociedad y por tanto en el voluntariado. En aras de lo relacional y presencial, no debemos eludir este debate y esta reflexión que se nos propone con lo digital.

Por otro lado, nuestra sociedad es cada vez más diversa; en lo cultural, en lo generacional, en lo conceptual. Esta diversidad puede ser vivida como una amenaza para quienes tienen más resistencia a los cambios de cualquier tipo, pero sin duda, también es una oportunidad de enriquecimiento, de aprendizaje, de mestizajes varios. Esta diversidad que ya se encuentra presente en nuestra sociedad, precisa de espacios en los que poder desplegar todo su potencial y reclama del voluntariado una flexibilidad que genere la posibilidad de acoger nuevas opciones.

Está por ver de qué manera implementa y enriquece el voluntariado la realidad de las personas migrantes que llegan a nuestro país. Ellas traen experiencias, saberes e ideas que, sin duda, van a ser una oportunidad de mejora de la propuesta de la acción voluntaria.

No podemos desvincular el voluntariado y su acción de la transformación social, tan necesaria. Si algo va quedando claro en estos últimos años, es que la incertidumbre va ganando terreno a las certezas que nos han traído hasta aquí. En contextos de incertidumbre el riesgo de dejarnos llevar donde la marea quiera es alto. Por eso si el voluntariado tiene bien fijado el horizonte de la transformación y de la ciudadanía, podrá salvar la incertidumbre reinante. Transformación y ciudadanía siguen formando parte de la familia semántica del voluntariado. Es más, se convierten en dos criterios que nos ayudan a revisar en cada momento histórico el quehacer del voluntariado.

Ante la posibilidad de que el voluntariado se convierta básicamente en acción, más puntual o más estable, pero en acción, en definitiva, debemos actualizar la necesidad de vincular permanentemente dicha acción a los valores que la sostienen y le dan sentido. Necesitamos seguir arraigándonos en la solidaridad que mejora a los pueblos, en la justicia que mejora las oportunidades de personas y pueblos, en la participación que nos ayuda a ser más y mejores personas y ciudadanas, en la generosidad que nos permite salir de nuestra pequeña realidad para religarnos a la realidad de otras y de la sociedad en su conjunto.

Es necesario no perder de vista el mundo de los valores, sin duda, ellos son la brújula que nos orienta en la incierta realidad que nos ocupa y que antes mencionábamos.

El voluntariado es un síntoma de buena salud democrática. Cuando nuestra comprensión de “lo político”, excede a los partidos, al sistema parlamentario y a las instituciones que lo sostienen, constatamos que la cultura democrática se enriquece y cualifica con las diversas acciones que los miembros de una sociedad realizan.

El voluntariado, sin duda, es una de esos modos de fortalecer la democracia. Asume que la persona en su integridad es el valor supremo que debe imperar en la sociedad y trabaja para que así sea. Postula la justicia social y la solidaridad como medios necesarios para llegar al fin de conseguir la transformación de una sociedad en el que todas las personas tengan un lugar en dignidad e igualdad de oportunidades.

Y esto, lo realiza en múltiples ámbitos, tantos como personas en situación de fragilidad pueda haber. De este modo el voluntariado es indicador social claro de los lugares a los que mayor atención debemos prestar.

Y esto, lo realiza de un modo que, por evidente, no deja de ser significativo. Lo realiza desde la proximidad, o mejor, desde la projimidad. El voluntariado está tan pegado a la realidad que en ocasiones corre el riesgo de confundirse con ella. Instituciones y servicios (públicos o privados), por su propia naturaleza no pueden estar tan cerca de la realidad como lo está el voluntariado. Por eso puede convertirse en portavoz, incómodo en ocasiones, de una realidad que es mejorable para las personas que la sufren.

Estamos en un momento de cambio y de oportunidad, y en este momento, el voluntariado puede ser luz, puede orientar la acción de toda una sociedad, que aún a riesgo de perderse, busca que todas las personas que la conforman puedan vivir una realidad justa y digna.

 

Número 20, 2025
Acción social

Las bibliotecas públicas: agentes comunitarios de transformación social

Elena Cotarelo Álvarez. Directora de la Biblioteca Municipal de La Laguna

Rafael Ramos Claudio. Ayudante de Bibliotecas del Ayuntamiento de Madrid

 

1. Introducción

En la actualidad, las bibliotecas públicas han trascendido su función tradicional de ser meros repositorios de conocimiento para consolidarse como un actor clave en la transformación social. Estas infraestructuras sociales de libre acceso desempeñan un papel de especial impacto en la reducción de desigualdades, la promoción de la inclusión social y el fortalecimiento del tejido comunitario, convirtiéndose en espacios de aprendizaje continuo, participación ciudadana y desarrollo cultural.

Eric Klinenberg (2021), sociólogo y autor del libro Palacios del pueblo, define la infraestructura social como el conjunto de instalaciones físicas que permiten la conexión y el encuentro entre personas, promoviendo la interacción social y la creación de relaciones significativas.

Dentro de estas infraestructuras, las bibliotecas públicas ocupan un lugar destacado, ya que ofrecen un entorno seguro, inclusivo y accesible donde las personas pueden reunirse, aprender y colaborar, sin la necesidad de consumir ni producir, características que permiten fortalecer el engranaje social y comunitario. Para maximizar su impacto, las bibliotecas necesitan una planificación estratégica que anticipe las necesidades del contexto local y fomente sinergias con otros agentes culturales, educativos y sociales del territorio. El poder democratizador que tienen las bibliotecas públicas garantiza el acceso equitativo al conocimiento, creando puentes entre diversos sectores de la comunidad.

 

2. Un poco de contexto

Desde sus inicios, las bibliotecas se han distinguido por su carácter cooperativo. La implementación de estándares internacionales y catálogos colectivos ha facilitado su adaptación a los avances tecnológicos. Las directrices de la IFLA/UNESCO han promovido, desde el año 1994, las pautas que deben seguir las bibliotecas públicas. En el manifiesto de la UNESCO, revisado y actualizado en el año 2022, se hace una referencia más notoria a la participación ciudadana y al trabajo hacia la comunidad que realizan las bibliotecas públicas: Las bibliotecas crean comunidades, actuando proactivamente para llegar a nuevos usuarios y apelando a la escucha eficaz para promover el diseño de servicios que satisfagan las necesidades locales y contribuyan a mejorar la calidad de vida.

El espacio de las bibliotecas públicas se ha convertido en un lugar esencial en el marco de sus funciones de socialización y de sociabilidad, promueve tanto la interacción como la integración social. El quehacer de la biblioteca pública se asocia con el interés constitutivo de un conocimiento liberador que apueste por la convivencia y la participación; que, además, brinde los estímulos necesarios para que los sujetos sean responsables de sus procesos de formación y transformación. Dichos procesos implican un giro conceptual, tanto en los paradigmas de acceso a la información y al conocimiento como en la identificación de las prácticas ciudadanas que aportan a las transformaciones sociales desde la biblioteca pública (Jaramillo, 2012). El énfasis del sistema actual de aplicar soluciones individualistas a las problemáticas sociales, como el acceso a información a través de la tecnología personal, tiende a eclipsar el valor colectivo de instituciones como las bibliotecas.

La existencia y el uso activo de estos espacios públicos son fundamentales para el desarrollo de normas sociales que promueven el respeto mutuo y la cooperación entre los miembros de la comunidad, facilitando, a través de la interacción, la creación de códigos de conducta implícitos que mejoran la convivencia. Una de las principales funciones del personal bibliotecario es conocer a las personas que acuden al espacio, conversar con ellas, confluir y establecer vínculos a través de la cotidianidad. Esa cercanía en las relaciones humanas ha permitido que las profesionales bibliotecarias sean consideradas como una de las profesiones mejor valoradas de atención y servicio público, siendo capaz de mitigar las desigualdades en cuanto al capital social y cultural simplemente por el hecho de existir.

 

3. La habitabilidad del tercer lugar

El concepto del tercer lugar, propuesto por Ray Oldenburg (1989) en The Great Good Place, describe los espacios comunitarios que no son ni el hogar (primer lugar) ni el trabajo ni la escuela (segundo lugar), pero que son fundamentales para la vida social, el sentido de comunidad y la democracia participativa. Estos espacios fomentan la interacción, el descanso, el entretenimiento y el aprendizaje, todo en un ambiente que es neutral, accesible e inclusivo. Las bibliotecas públicas también se presentan como centros de conocimiento, innovación y cohesión social, es por todo ello que los vínculos que se generan dentro de ellas cobran un carácter particular. El público que acude a estos espacios de libre acceso es diverso y accede motivado por diferentes intereses o necesidades. Cobra una gran relevancia el horario tan amplio de apertura semanal de las bibliotecas, que fomenta la pluralidad en el público que acude y que a su vez se convierte en rutina en la vida de muchas personas. Servicios tan básicos como el suministro de prensa diaria y los equipos con acceso a internet, favorecen la presencia diaria de un público fiel, arraigado y con un fuerte sentimiento de pertenencia al espacio. En muchos casos, las bibliotecas se convierten en un lugar de acogida y de refugio para muchas personas que se encuentran en situaciones vulnerables, ya que proporcionan recursos fundamentales y son un espacio seguro que invita al descanso, la interacción social, la participación y el aprendizaje. De este modo podemos afirmar que las bibliotecas son lugares de refugio en todos los sentidos posibles, espacios en donde radica la riqueza literalmente humana.

 

4. Todo pasa por lo colectivo

Las bibliotecas públicas confluyen como laboratorios de vinculación entre personas que reducen el aislamiento social y la soledad no deseada, que funcionan como elementos que favorecen el aumento del bienestar de las personas, contribuyendo a mejoras en la salud pública, a través de la creación de alianzas estratégicas comunitarias. La raigambre social en las bibliotecas públicas hace referencia al profundo vínculo que estas instituciones tienen con sus comunidades. Los agentes que movilizan dinamizan y atraen a un público particular, también logran establecer sinergias entre ellos, nutriendo y ampliando la mirada en el enfoque de las aportaciones que vierten en la biblioteca.

Según mantiene Beirak (2022) en su libro Cultura ingobernable, la cultura no es una excepción ni algo extraordinario, es una herramienta de uso corriente para articular la vida común. El resultado de diseñar los proyectos y actividades de forma colectiva, poniendo el foco en los procesos y la atención en las demandas que permiten las mejoras en el desarrollo del servicio dirigido a las personas, enriquece la participación plural y el intercambio de ideas en el público diverso que habita la biblioteca. La filósofa Nancy Fraser (Fraser y Honneth, 2006) asegura que el sentimiento de pertenencia emerge cuando las personas se ven reflejadas en las normas culturales, en las políticas públicas y en la narrativa colectiva de la sociedad. Fraser relaciona el sentimiento de pertenencia con el reconocimiento y la representación, entendiendo que las comunidades justas sólo pueden construirse cuando las personas dejan de ser pasivas y se convierten en agentes activos.

 

5. Agentes comunitarios de transformación social

La actividad global que se desarrolla en las bibliotecas públicas debe ser pensada con un doble objetivo: satisfacer las necesidades del público fiel y atraer a la población que, a priori, no es usuaria habitual. Como hemos mencionado anteriormente, son claves las alianzas con los agentes que participan del entorno y el trabajo comunitario en el desarrollo de los proyectos.

Las experiencias personales que suceden en una biblioteca son múltiples y, en la mayoría de los casos, existe una relación con el espacio que evoluciona a lo largo del tiempo.

Un ejemplo puede ser cuando la biblioteca pública colabora con una entidad dedicada a dar respuesta a las necesidades personales, sociales y comunitarias de las personas con problemas de salud mental. Los proyectos para atender a este colectivo desde la biblioteca pueden ser diseñados de manera conjunta con la entidad, facilitando recursos y apostando por la eliminación de los prejuicios que hay en torno a las personas con malestar psíquico. Desde un enfoque social y comunitario, en este caso, la biblioteca colabora favoreciendo el vínculo con el espacio, fortaleciendo el sentimiento de pertenencia y, por ende, humanizando y ampliando los lazos con la comunidad.

Si nos situamos en el momento vital de las infancias, un perfil de usuario muy presente, las vivencias en torno a la biblioteca son dispares. Por ejemplo, un niño o una niña puede ser una lectora habitual de la biblioteca, siendo esta una actividad que forma parte de su rutina, de su desarrollo y de su aprendizaje. En este caso, es importante poner la atención en el capital cultural desde el que se parte. Es una realidad que no todas las infancias pueden acceder en igualdad de condiciones a los recursos que ofrece una biblioteca pública. Por ello, es importante el trabajo de cooperación que se establece con la comunidad educativa, que permite la elaboración de proyectos que se desarrollan en la biblioteca en horario lectivo permitiendo dar acceso a la cultura y al conocimiento a todas las infancias en igualdad de condiciones, favoreciendo que estas personas sean sujetos activos en tiempo presente y de cara al futuro.

Las estrategias comunitarias son el motor que permite impulsar esa transformación social que se traduce en un aumento del impacto en las conexiones humanas, en la inclusión social, el conocimiento, la salud pública, la diversión, la creatividad y la responsabilidad social.

 

6. Conclusiones

En este artículo se presenta a las bibliotecas públicas como agentes que intervienen socialmente en las comunidades, gracias a la propia esencia que las constituyen. Su carácter accesible, gratuito, plural, inclusivo y democratizador posibilita la armonización de los lugares donde se emplazan. El espacio de las bibliotecas es el lugar que permite la interacción, la cohesión social, el desarrollo cultural y comunitario.

Con el objeto de que todas las relaciones y conexiones humanas que se dan en la biblioteca puedan suceder con una mayor naturalidad, las infraestructuras físicas deben ser revisadas para poder satisfacer las necesidades comunitarias actuales. Por otro lado, debido al planteamiento actual de la gestión de la información, las infraestructuras tecnológicas y las Redes Sociales de las bibliotecas, deben estar encaminadas a la comunicación y a la creación de comunidades virtuales.

Es importante mencionar que durante muchos años las bibliotecas se han dedicado a invertir en formación dedicada a construir perfiles técnicos que permitieran reforzar una infraestructura tecnológica que hoy en día favorece el intercambio de información y facilita las labores bibliotecarias en el desarrollo de las colecciones. Actualmente, sería interesante plantear que la formación continua que recibe el personal de las bibliotecas públicas se enfoque en el desarrollo de estrategias comunitarias. Para ello se propone que los perfiles profesionales sean cualificados y estén también orientados al desarrollo comunitario, la educación social y la gestión cultural, para poder responder de una manera más eficaz a la demanda y visión actual de las bibliotecas públicas.

Es importante mencionar la falta de recursos que en muchos casos impiden fortalecer todo el potencial que tienen estas infraestructuras sociales. Actualmente las bibliotecas están pendientes de ocupar un lugar de referencia dentro de las administraciones a las que pertenecen. El carácter comunitario que las caracteriza es obviado en muchas ocasiones por las instituciones, siendo una tarea pendiente que se las reconozca como agentes imprescindibles con los que trabajar transversalmente en la planificación global de los territorios. Una evolución en la función cooperativa de las bibliotecas públicas hacia el intercambio de estrategias comunitarias y de buenas prácticas, podría favorecer las interacciones con el entorno de los territorios en los que prestan sus servicios, llegando a convertirse en agentes comunitarios claves de transformación social.

 

Bibliografía

Beirak, J. Cultura ingobernable. Barcelona: Ensayo Ariel, 2022

Fraser, N.; Honneth, A. ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate político-filosófico. Ediciones Morata, 2006.

Jaramillo, O. “La formación ciudadana, dinamizadora de procesos de transformación social desde la biblioteca pública”. Revista Interamericana de Bibliotecología. 2012, n° 1, vol. 35, 2012, pp. 73-82.

Oldenburg, R. The Great Good Place.  Paragon House, 1989.

Klinenberg, E.; Zumalacárregui Martínez, P. Palacios Del Pueblo: Políticas Para Una Sociedad Más Igualitaria. Capitán Swing, 2021.

Manifiesto IFLA-UNESCO sobre Bibliotecas Públicas 2022 en línea: https://repository.ifla.org/server/api/core/bitstreams/2c0a8fe5-72c9-4a0f-81e1-0692e6feb1c2/content

 

Número 20, 2025
Ciencia social

Viviendas sin hogar

Guillermo Oteros. Técnico del Departamento de Análisis Social y Observatorio de la Realidad de Cáritas Diocesana de Barcelona

 

Un mercado de la vivienda que expulsa

Las dificultades para acceder a una vivienda digna afectan a una parte creciente de la población, y más intensamente a todas aquellas personas con pocos recursos y en situación de exclusión social. Estas personas acumulan una serie de dificultades en ciertos ámbitos de la vida que las hacen especialmente vulnerables y víctimas de las deficiencias estructurales del mercado de la vivienda.

El aumento sostenido de los precios de alquiler y compra de viviendas[i], el desajuste entre la oferta y la demanda[ii], la escasez de vivienda pública de alquiler[iii] y la insuficiencia de políticas públicas dirigidas a asegurar el acceso y mantenimiento de una vivienda digna provocan un encarecimiento generalizado del acceso a la vivienda, situando las personas con menos recursos en una posición de mayor vulnerabilidad. Unas dinámicas complejas y arraigadas en nuestra estructura social y económica, que tienden a marginar a la población con menos recursos en mercados de la vivienda informales y precarios.

La precariedad laboral, caracterizada principalmente por trabajos informales y de baja remuneración, imposibilita que muchas personas y familias no tengan la capacidad económica suficiente para hacer frente al alquiler de una vivienda completa, viéndose obligadas a explorar alternativas cómo el arrendamiento y subarrendamiento de habitaciones.

 

 

Una habitación como última puerta abierta en un mercado cerrado

La realidad a la que nos referimos difiere de otras realidades aparentemente parecidas, como podría ser la de estudiantes que comparten piso en la ciudad en la que cursan sus estudios temporalmente, o la realidad de un grupo de amigos que por voluntad propia deciden compartir piso.

La realidad a la que nos referimos, que es la que acompañamos desde entidades sociales cómo Cáritas, está caracterizada por la precariedad, la incertidumbre y la vulneración de derechos. Personas y familias que viven diversas situaciones de exclusión social y que se ven obligadas a vivir en una habitación en un piso compartido con desconocidos, porque no tienen ninguna otra alternativa para vivir. En estos casos, vivir en una habitación no es una elección libre, sino que es la última opción antes de vivir en la calle.

Una tipología de exclusión residencial con ciertas características que nos permiten hablar en términos de vivienda insegura y/o vivienda inadecuada, categorías aportadas por la fundación FEANTSA[iv]  en la clasificación ETHOS (European Typology of Homelessness and Housing Exclusion)[v].

En términos de derecho interno, en España, según el artículo 3.1 de la Ley 12/2023, de 24 de mayo por el derecho a la vivienda, el contexto residencial descrito anteriormente se debería de interpretar como una modalidad de sinhogarismo.

 

Consecuencias de una vida compartida y fragmentada

Vivir en una habitación en un contexto de exclusión conlleva ciertos problemas que dificultan el proceso de integración de las personas en situación de exclusión social, además de dificultades que afectan la convivencia y la calidad de vida, pudiendo generar impactos negativos en el desarrollo personal y familiar, en las relaciones intrafamiliares y en las condiciones de crianza, así como en la salud física, mental y en el bienestar emocional de adultos y niños, niñas y adolescentes. Un conjunto de dificultades que generan unas condiciones de precariedad que perpetúan un ciclo de inestabilidad.

La primera consecuencia que conlleva vivir en una habitación en un contexto de exclusión es la inseguridad jurídica y la inestabilidad. Muchas de las personas que viven en este contexto no disponen de un contrato por escrito de arriendo o subarriendo. Pese a que el contrato verbal tiene validez, difícilmente se hace valer, ya que las personas tienen dificultades para poder demostrar que viven en ese domicilio, debido a la falta de recibos o comprobantes por pagar en efectivo. Esta situación conlleva inseguridad e incertidumbre por no saber si se podrá seguir residiendo en el mismo domicilio a corto, medio o largo plazo. Al no existir un contrato escrito, cualquier desacuerdo con la persona que alquila la habitación puede conllevar la expulsión directa de la vivienda o un incremento de la mensualidad, que obligará a la persona o familia en cuestión a abandonarla. La posibilidad de perder el techo en el que se vive provoca un constante estado de estés y alarma.

La siguiente dificultad es el proceso de empadronamiento. Para acceder a derechos como la educación, la sanidad o los servicios sociales especializados es obligatorio que la persona esté empadronada en el municipio en el que reside habitualmente. La obligación de empadronar recae en los ayuntamientos, pero la realidad con la que se encuentran las personas que viven en esta situación es que las persona que les alquila la habitación les dificulta o les niega la opción a hacerlo, ya que es necesaria la autorización del propietario de la vivienda. En los casos de subarriendo en los que el propietario no es ni tan solo consciente de que se están subarrendando sus habitaciones, es por definición imposible conseguir su autorización. Las personas que viven arrendando o subarrendando una habitación y se encuentran ante esta situación acaban optando por desistir del proceso de empadronamiento por miedo a las posibles represalias que puedan tener.

En términos de convivencia, una de las principales consecuencias es la falta de intimidad y de espacio personal. Vivir en una habitación puede vulnerar el derecho fundamental a la intimidad personal y familiar. Compartir el espacio con personas ajenas al núcleo familiar y tener que vivir en una habitación con un espacio muy reducido puede generar un sentimiento de incomodidad que impide a las personas desarrollar sus vidas con plenitud y estar a gusto consigo mismas y con su hogar. La ausencia de espacio personal dificulta el desarrollo de actividades tan cotidianas como cambiarse de ropa sin que nadie te vea. Al no disponer de espacio suficiente, las personas tienen dificultades para organizar sus pertenencias personales, viéndose obligadas a guardarlas todas dentro de la misma habitación, incluyendo, en algunos casos, los elementos de higiene personal necesarios o incluso utensilios de cocina. Al tener que guardar todas las pertenencias y objetos de valor en la misma habitación, se teme por su seguridad a la hora de tener que salir de esta, situación que en muchos casos se soluciona poniendo un candado en la propia puerta.

A la falta de espacio personal se suman restricciones en el uso de espacios compartidos como el baño, la cocina o el salón e incluso en el uso de ciertos equipamientos de la vivienda, como la conexión a internet o la lavadora. La persona que alquila la habitación establece normas y horarios para organizar la convivencia y establecer un orden, pero en la mayoría de los casos acaban derivando en relaciones de poder que juegan en contra de la persona arrendataria o subarrendataria de la habitación, dificultando aún más su día a día. Casos en los que se prohíbe ocupar el salón, en los que únicamente se permite utilizar la cocina en determinados horarios y durante un tiempo estipulado, o en los que no se permite ocupar el lavabo más del tiempo que se considera oportuno para no generar un mayor gasto. Estas limitaciones y restricciones dificultan la convivencia y obligan a las personas a adaptarse forzosamente a condiciones denigrantes, como, por ejemplo, tener que obligar a tus hijos a orinar en botellas, almacenarlas y descargarlas en el cuarto de baño al final del día. Estas condiciones generan tensiones entre las personas que comparten el domicilio y también pueden acabar influyendo en las propias relaciones intrafamiliares, provocando que constantemente se esté en búsqueda de un nuevo domicilio en el que lograr vivir con un mínimo de dignidad.

También es muy común la prohibición de recibir visitas externas al núcleo familiar, ya sean de familiares o amigos. Este aspecto resulta crucial en términos relacionales y comunitarios. La imposibilidad de recibir visitas y la ausencia de un espacio en el hogar que se pueda dedicar a la socialización con personas externas acentúa el aislamiento y debilita las redes de soporte emocional, favoreciendo la soledad y dificultando el desarrollo social. Los familiares y amigos son un pilar fundamental para el apoyo emocional, mental y psicológico de todas las personas, y especialmente de aquellas en situación de exclusión.

En los casos en los que se comparte el domicilio con el propietario, estas restricciones son aún más estrictas, provocando que las personas opten por pasar el menor tiempo posible en el domicilio, viéndose obligadas a pasar prácticamente desapercibidas con el objetivo de no incomodar a la persona que les alquila la habitación y generar problemas que conlleven su expulsión.

En conjunto, estas limitaciones y restricciones causan un mayor impacto en las familias con niños, niñas y adolescentes. La falta de intimidad y de espacio personal se sufre más intensamente en estos casos, ya que se deben de compaginar las necesidades de padres e hijos con las limitaciones de una habitación pequeña como único espacio, las normas y restricciones de la vivienda compartida y de una convivencia con personas ajenas al núcleo familiar. La falta de un entorno seguro para descansar o estar en la intimidad, la falta de un espacio propio en el que poder jugar o estudiar puede dificultar su bienestar y desarrollo. En los casos en los que crecen en condiciones de hacinamiento y falta de privacidad pueden llegar a experimentar problemas de conducta, dificultades en el rendimiento escolar y problemas relacionales. Se acostumbran a vivir y a desarrollarse en un entorno limitado y silenciado en el que la mayoría de las cosas cotidianas de la infancia (correr, gritar, llorar, descubrir, etc.) quedan prohibidas e incluso pueden conllevar consecuencias.

Las dificultades asociadas a la crianza también dificultan las propias relaciones intrafamiliares, generando una constante tensión donde los conflictos son más probables y difíciles de resolver, ya sea entre padres e hijos o entre los propios progenitores. Además, la constante presencia de personas ajenas al núcleo familiar junto con los horarios y restricciones establecidos pueden limitar la capacidad de los padres para establecer rutinas y disciplina, aspecto fundamental para el desarrollo infantil.

Dificultades que se acentúan aún más en el caso de los hogares monoparentales que, en su mayor medida, están sustentados por una mujer. En estos casos, las madres se ven obligadas a cargar con la responsabilidad de gestionar y proteger su bienestar físico y emocional a la vez que gestionan el de sus hijos, en un contexto de inestabilidad e inseguridad.

Estas dificultades generan impactos negativos en la salud mental y emocional. La incertidumbre residencial, el miedo asociado a compartir vivienda con personas desconocidas, las experiencias negativas que se viven en el día a día, los problemas derivados de la convivencia, las dificultades asociadas a la crianza o la mera frustración y preocupación sobre la situación que se está viviendo genera un desgaste emocional continuo que puede derivar en otros problemas como estrés, ansiedad y malestar emocional. Situaciones que, si se prolongan en el tiempo pueden llegar a convertirse en insostenibles, generando situaciones límite a las que nadie debería de enfrentarse y, que, a su vez, dificultan aún más el proceso de integración social.

Las personas que acompañamos y que viven esta realidad afrontan cotidianamente la angustia, la inseguridad y la falta de garantías básicas. Unas condiciones de vida marcadas por la precariedad, que dificultan su proceso de integración social en la sociedad de la que forman parte.

 

[i] Consultar Índice de Precios de Vivienda (IPV) del Instituto Nacional de Estadística

[ii] Consultar Informe Anual 2023 del Banco de España. Capítulo 4. El mercado de la vivienda en España: evolución reciente, riesgos y problemas de accesibilidad.

[iii] Consultar el informe de la OCDE – PH4.2. Social Rental housing stock y el Boletín especial de Vivienda Social publicado por el Observatorio de Vivienda y Suelo del Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana del Gobierno de España.

[iv] European Federation of National Organisations Working with the Homeless.

[v] Consultar clasificación de las categorías ETHOS. Disponible en: en-16822651433655843804.pdf

 

Número 20, 2025
Con voz propia

Redescubrir el valor del encuentro: la piedra angular del voluntariado

Voiced by Amazon Polly

Luis Miguel Rojo Septién, delegado episcopal de Cáritas Española

Son varias las voces que, desde hace tiempo, reclaman la necesidad de un cambio en el modelo de voluntariado actual. Esta exigencia se hace más urgente en un momento histórico que muchos han definido como un verdadero cambio de época.

Uno de los rasgos de este tiempo es la pérdida de sentido del ser humano, adormecido en su capacidad de hacerse preguntas trascendentales. La acción voluntaria debería surgir como respuesta a estas cuestiones esenciales. Otro aspecto determinante del presente es el enorme protagonismo del mercado en la sociedad, que ha dejado escaso espacio para las auténticas relaciones personales. El economista indio Raghuram Rajan aboga por reforzar el pilar de la comunidad para equilibrarlo con el mercado y, en menor medida, con el Estado. El voluntariado debería contribuir activamente a reconstruir ese tejido comunitario debilitado. También destaca hoy la urgente relación con la naturaleza. Ante la crisis ambiental global y los desafíos que plantea, el voluntariado debe posicionarse con claridad, ofreciendo respuestas integrales tanto en lo social como en lo ecológico. Como señala Leonardo Boff: No podemos salvar a la humanidad sin salvar a la Tierra, y no podemos salvar a la Tierra sin un profundo cambio de mentalidad, que incluye la acción solidaria y responsable de cada ciudadano (Boff, 2003, p. 21).

Frente a este cambio de época, el voluntariado tiene el desafío de delinear el sueño del futuro compartido que queremos construir. Esto toca directamente uno de los rasgos fundamentales del ser humano: su capacidad de abrirse al otro. A continuación, ofrecemos algunas pistas que pueden favorecer este nuevo enfoque del voluntariado.

En la base del voluntariado está el encuentro. Esta es la primera pista: potenciar, en cada acción, el encuentro que se da cuando una persona decide salir de sí misma para acercarse como voluntario a una realidad distinta a la suya. Generalmente, se trata de un encuentro interpersonal directo; sin embargo, también puede ser mediado —por ejemplo, al colaborar desde una oficina o limpiando una playa—. Lo importante es llegar a los rostros concretos de quienes están detrás de cada acción: el vecino afectado por la contaminación de su entorno, o la familia beneficiada por una ayuda económica gestionada desde una plataforma contable. Esta dimensión del encuentro es esencial si se quiere ir más allá de la mera ejecución de tareas, y abrirse a un nuevo sentido que ilumine el corazón de la acción voluntaria.

Del encuentro nace la solidaridad verdadera. Con frecuencia, el voluntariado se desarrolla dentro de estructuras rígidas, donde se cumplen instrucciones o se ejecutan programas diseñados previamente. Pero la vida humana está llena de novedad e impredecibles; por eso, es necesario actuar desde dinámicas solidarias que surjan de encuentros reales. El voluntariado debe fomentar esta solidaridad genuina y generar dinámicas propias que broten de la experiencia vivida con otros. Para ello, se necesita una autonomía creativa dentro de sistemas organizados, como subraya Paulo Freire: La solidaridad […] se realiza cuando los sujetos históricos construyen juntos su libertad (Freire, 1970, p. 67).

Asimismo, es fundamental compartir un relato que haga realidad los sueños e ideales de quienes participan. Los ideales que mueven a los voluntarios, así como los deseos de cambio de quienes atraviesan dificultades, tienen el poder de anticipar un futuro deseado. Al articular estos sueños en un relato compartido, se abren múltiples caminos para alcanzarlos. La participación, la incidencia política o la promoción social son formas válidas de construir ese futuro. Así, la acción voluntaria se inscribe dentro de un sistema complejo y contribuye a su transformación.

En resumen, estas pistas quieren invitarnos a reconocer la importancia del encuentro como piedra angular de un nuevo relato del voluntariado. El papa Francisco ha señalado que la fraternidad debe ser entendida no solo como una categoría espiritual, sino también política, con capacidad de transformar realidades. Esta fraternidad se encarna en el voluntario, que se estremece ante el dolor ajeno, se deja afectar por las relaciones de amistad que revelan las capacidades del otro, y hace del diálogo un estilo de acción.

El voluntariado auténtico nace del encuentro con el otro y se convierte en un acto de transformación recíproca. No se trata solo de dar, sino de compartir una parte del propio ser (Bruni, 2015, p. 89).

Compartir el viaje como hermanos: ese es, quizás, el mayor reto del voluntariado en nuestro tiempo.

 

Referencias bibliográficas

  • Boff, L. (2003). El cuidado esencial: Ética de lo humano, compasión por la Tierra. Madrid: Editorial Trotta.
  • Bruni, L. (2015). La economía del bien común. Madrid: Ciudad Nueva.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
  • Rajan, R. (2019). The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind, Londres: Penguin.
  • Francisco, Papa (2020). Fratelli Tutti. Vaticano: Librería Editrice Vaticana.

 

Número 20, 2025
Conversamos

Consumir como acción ciudadana

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Número 20, 2025
A fondo

Retos y oportunidades del voluntariado en un cambio de época

Ana Sofi Telletxea Bustinza. Responsable de análisis y desarrollo en Cáritas Bizkaia

María Silvestre Cabrera. Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto. IP Equipo Deusto Valores Sociales

 

Análisis de la evolución del voluntariado en España centrado en el cambio de modelo social. Definición de las oportunidades para el voluntariado que surgen de la fragilidad emocional, precariedad, soledad no deseada y falta de sentido de las sociedades actuales y su influencia en el desarrollo de la comunidad.

 

Introducción

El voluntariado ha adquirido una creciente relevancia en las sociedades contemporáneas. Su institucionalización progresiva, especialmente desde finales del siglo XX, refleja el reconocimiento de su papel estratégico en la promoción del bien común, la cohesión social y la participación ciudadana. A través de marcos normativos, investigaciones especializadas y diversas prácticas sociales, el voluntariado se ha consolidado como un fenómeno complejo y dinámico, que articula dimensiones individuales y colectivas, asistenciales y transformadoras. En este artículo centramos la reflexión en las tensiones y retos que debe afrontar el voluntariado en la modernidad tardía desde una lectura positiva de las virtualidades que el voluntariado puede aportar. Consideramos que existe potencialidad para generar ámbitos de convivencia que favorezcan nuevos marcos relacionales desde los que construir comunidad y visibilizar y actuar ante las situaciones de vulnerabilidad social.

 

1. Voluntariado, solidaridad y modernidad

Serge Paugam (2012)[i] sostiene que la cohesión social depende de la calidad de los vínculos sociales, estructurados en torno a dos dimensiones esenciales: la protección, entendida como el conjunto de apoyos frente a las adversidades, y el reconocimiento, que valida socialmente al individuo. A través del análisis de distintos tipos de vínculos, el autor destaca que los cambios en las sociedades modernas han transformado las formas de soporte sin eliminar la necesidad de protección y reconocimiento. La pérdida de ambos constituye un factor central en los procesos de exclusión, por lo que resulta clave analizar la diversidad e interdependencia de los vínculos sociales para comprender las dinámicas actuales de integración y exclusión.

Esa cuestión es clave porque nos permite visibilizar que existe la exclusión relacional y definir la escasez de relaciones primarias como un problema social que necesita de respuestas sociales e institucionales. En este sentido, Fantova (2024)[ii] propone el concepto de conexión comunitaria como bien social que podría ser también un bien público, un objeto político o un derecho social que el Estado de bienestar aspirase a proteger, promover y, en definitiva, garantizar a toda la población (Fantonva, 2024), y del que, sin duda, el ejercicio del voluntariado no podría ser ajeno ya que, en tiempos de incertidumbre necesitamos más y mejor conexión comunitaria (Carcavilla, 2025)[iii].

En las sociedades contemporáneas, el voluntariado se presenta como una práctica que articula solidaridad, responsabilidad y acción social en un contexto atravesado por la complejidad, la fragmentación y la redefinición de los vínculos humanos. El voluntariado en sociedades modernas podría ser una reafirmación del lazo social en contextos de individualismo y diferenciación y un mecanismo para reconstruir vínculos cuando la cohesión social se debilita.

El voluntariado puede entenderse como una manifestación de solidaridad orgánica, donde el individuo, lejos de actuar por presión colectiva, asume un rol dentro de una estructura social compleja y funcionalmente diferenciada. Atendiendo al proceso de individualización (Beck y Beck-Gernsheim, 2003)[iv], esa asunción se hace desde la elección personal ya que, en las sociedades modernas, las estructuras tradicionales han perdido su capacidad de guiar la vida de las personas y cada individuo debe tomar decisiones por sí mismo, asumir riesgos y construir su biografía reflexiva. Así, el voluntariado sería una manera que tienen las personas de expresar su ética personal y su sentido de responsabilidad; un proyecto biográfico ético que da sentido a la existencia, en el que la persona se compromete con causas sociales no por imposición externa, sino como parte de su identidad y visión del mundo. La biografía se convierte en una tarea que debe realizar el propio individuo (Beck & Beck-Gernsheim, 2003) y el compromiso voluntario es una forma en que muchos sujetos contemporáneos responden a esta tarea con responsabilidad social. Sin embargo, esta lógica también puede producir tensiones: al depender de la elección individual, el voluntariado corre el riesgo de ser discontinuo, personalista o instrumentalizado, más cercano a un proyecto de vida que a una ética del cuidado sostenido.

El voluntariado actual combina diferentes formas de solidaridad en un tejido social que no es ajeno a la modernidad líquida descrita por Bauman[v] caracterizada por la fragilidad de los vínculos, por el consumo de experiencias rápidas frente a compromisos duraderos y donde todo es más flexible, pero también más inestable. Las relaciones humanas se tornan superficiales y efímeras, las identidades son cambiantes, y la comunidad parece disolverse en un mar de experiencias individuales. En este escenario, el voluntariado puede ser leído de manera ambivalente. Por un lado, representa un esfuerzo por reconstruir comunidad, por establecer relaciones éticas en medio del individualismo reinante. Por otro, corre el riesgo de convertirse en una experiencia líquida más, susceptible de ser consumida por el individuo en busca de realización personal o visibilidad social. Si el voluntariado no se sostiene en una ética profunda, puede reducirse a una práctica efímera, estéticamente valiosa pero socialmente inestable. Sin embargo, incluso en su forma más superficial, el voluntariado pone de manifiesto una necesidad de vinculación y de sentido que persiste en las sociedades líquidas. La búsqueda de comunidad, aunque frágil, sigue siendo un motor fundamental en la acción solidaria.

 

2. Conceptualización del voluntariado

Desde finales del siglo XX, en Europa se han impulsado marcos de reconocimiento, protección y promoción del voluntariado, avances que han contribuido decisivamente a su institucionalización. La celebración del Año Internacional del Voluntariado en 2001 supuso un hito fundamental, marcando el inicio de una etapa de desarrollo legislativo y estratégico en los niveles estatal, autonómico y local, orientada a reconocer la responsabilidad pública en el fomento del voluntariado como expresión de participación social organizada, vinculada a la cohesión social y al bien común. Posteriormente, el Año Europeo del Voluntariado, celebrado en 2011, subrayó la importancia de la acción voluntaria y visibilizó la heterogeneidad que caracteriza a este fenómeno.

En el ámbito jurídico español, la Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado, define el voluntariado como el conjunto de actividades de interés general desarrolladas por personas físicas que cumplen los siguientes requisitos: a) carácter solidario; b) realización libre, sin obligación personal o deber jurídico, asumida voluntariamente; c) ausencia de contraprestación económica o material, permitiéndose únicamente el reembolso de los gastos ocasionados; d) desarrollo a través de entidades de voluntariado con programas concretos, dentro o fuera del territorio español (Ley 45/2015, art. 3). La misma norma establece que las actividades de interés general comprenden aquellas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas y de la sociedad en su conjunto, así como las destinadas a proteger y conservar el entorno.

Más allá de su dimensión normativa, el voluntariado se ha analizado como un mecanismo estructural para la construcción de comunidades cohesionadas. Una investigación realizada por el SIIS (Carcavilla, 2025), basada en la clasificación de Jopling (2020)[vi], identifica los facilitadores estructurales como las acciones orientadas a generar entornos sociales adecuados, donde la promoción del voluntariado y la creación de entornos amigables destacan como elementos esenciales (Carcavilla, 2025; Jopling, 2020). En este marco, el voluntariado se concibe como un instrumento fundamental para la articulación social y la promoción de relaciones significativas.

Desde un enfoque funcional, Carcavilla (2025: 100) define el voluntariado como un trabajo no remunerado, consciente y autoimpuesto en beneficio de otras personas, una sociedad o una organización (Elche y Cervigón, 2022)[vii]. Esta práctica puede adoptar diversas modalidades, entre las que se incluyen iniciativas de apoyo directo entre personas —grupos de autoayuda, intervenciones de pares, tutoría o padrinazgo—, actividades basadas en competencias especializadas o sistemas de intercambio de servicios como los bancos del tiempo (SIIS, 2017)[viii]. Más allá de su impacto comunitario, el voluntariado aporta beneficios individuales, como la prevención de la soledad, al facilitar el mantenimiento de conexiones sociales (Locke y Grotz, 2022)[ix]. Así, se configura como un agente fundamental en la provisión de intervenciones efectivas para la promoción de las relaciones y las conexiones sociales (Carcavilla, 2025: 100).

Los elementos clave que definen el voluntariado son la solidaridad, la libre elección, la ausencia de lucro, el compromiso en contextos organizacionales y el desarrollo de actividades orientadas a la mejora de la calidad de vida y la protección del entorno. Sin embargo, a pesar de esta sintonía en los principios generales, la práctica del voluntariado muestra una diversidad de enfoques que le confieren un carácter plural e incluso contradictorio, generando tensiones internas.

Una primera diferenciación se observa en la orientación de la acción voluntaria: asistencialismo o transformación social. El enfoque asistencialista concibe el voluntariado como una respuesta altruista a necesidades inmediatas, sin cuestionar las causas estructurales que generan dichas situaciones. En cambio, la perspectiva orientada a la transformación social entiende el voluntariado como una forma de participación política activa, capaz de fomentar el diálogo público, fortalecer la democracia y promover el cambio social, contribuyendo a la construcción de sujetos políticos y morales (Etxeberria, Ferrán y Guinot, 2021)[x].

Otra distinción relevante radica en el tipo de vinculación: individualista o comunitaria. El enfoque individualista destaca la función del voluntariado como estrategia de desarrollo personal, donde los individuos buscan satisfacer necesidades propias, como el deseo de ayudar, adquirir nuevas habilidades o mejorar su trayectoria profesional. Esta modalidad suele generar vínculos más volátiles y una menor implicación con estructuras colectivas. Por el contrario, el enfoque comunitario entiende el voluntariado como una práctica colectiva surgida de la participación ciudadana activa, orientada a fortalecer la cohesión social y a crear redes de apoyo y pertenencia. En este modelo, el voluntariado se vincula estrechamente a las comunidades y entidades en las que se desarrolla, promoviendo relaciones estables y un compromiso sostenido más allá de acciones puntuales.

Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran pilares fundamentales de las sociedades democráticas, pues generan capacidad de compromiso individual y colectivo en torno al bien común, y favorecen un estilo de gobernanza más inclusivo, basado en la incidencia ciudadana en los asuntos públicos (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021)[xi].

Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran importantes fuerzas transformadoras, que ejercen la incidencia social y política para promover mejoras en la sociedad. Alimentan la existencia de una comunidad activa y crítica y promueven la conciencia colectiva. Desde esta perspectiva voluntariado y activismo social están estrechamente relacionados (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021).

En España, tanto la legislación como la planificación estratégica reconocen esta dualidad, combinando las perspectivas individualista y comunitaria. La Ley 45/2015[xii] apuesta por un voluntariado abierto, participativo e intergeneracional, que integra las dimensiones de ayuda y participación con una aspiración explícita de transformación social (Preámbulo), contribuyendo así al fortalecimiento de la cohesión social y al bien común.

Desde la perspectiva de la acción social, los mecanismos que producen las situaciones de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social trascienden a las personas concretas que las sufren. Además de las circunstancias personales, los contextos comunitarios y culturales y las dinámicas estructurales de la sociedad (modelo económico, política, valores…) generan pobreza, vulnerabilidad y exclusión social a la vez que construyen las oportunidades para superarlas. La exclusión social es un fenómeno dinámico y complejo generado por vulneraciones de derechos en distintos ámbitos de la vida de las personas, combinado con el debilitamiento de los vínculos sociales y relacionales que pueden llegar hasta el aislamiento y el rechazo social (Cáritas Bizkaia, 2022)[xiii].

La acción del voluntariado en este contexto requiere de una visión amplia de esta realidad que, asumiendo su complejidad, se oriente al cambio social. El Tercer Sector de Acción Social, con 1.472.627 personas voluntarias vinculadas a las entidades que conforman el sector, es el principal espacio de participación del voluntariado social. La Ley 43/2015, del Tercer Sector de Acción Social, no define qué es el voluntariado, pero sí define a estas entidades como organizaciones que responden a criterios de solidaridad y de participación social, con fines de interés general y ausencia de ánimo de lucro, que impulsan el reconocimiento y el ejercicio de los derechos civiles, así como de los derechos económicos, sociales o culturales de las personas y grupos que sufren condiciones de vulnerabilidad o que se encuentran en riesgo de exclusión social (Art.2).

En suma, el enfoque del tercer sector de acción social sobre el voluntariado (y el de muchas de sus entidades, por ejemplo, Cáritas) incorpora una visión transformadora y comunitaria, superando los modelos más asistencialistas e individualistas.

 

3. Diagnóstico de situación y tendencias

Según datos de la Plataforma del Voluntariado en España, el 10,1% de la población, equivalente a más de 4,2 millones de personas, participa en actividades voluntarias. El perfil predominante es el de una mujer de entre 45 y 54 años, con empleo, nivel de renta medio-alto y residente en ciudades de más de 500.000 habitantes. Este perfil lleva más de cinco años colaborando en causas sociales, lo que refleja una tendencia de mayor implicación femenina en el voluntariado, especialmente entre los 30 y 64 años.

La población voluntaria se caracteriza por un alto nivel formativo: el 40% posee estudios universitarios y el 57% estudios secundarios. La actividad laboral no constituye un impedimento, dado que la mitad de las personas voluntarias está empleada. Por otro lado, el voluntariado es más frecuente entre pensionistas (27%) que entre estudiantes (10%). Un 7% de quienes colaboran se encuentra en situación de desempleo, y el 6% se dedica a tareas del hogar.

El ámbito más habitual del voluntariado es el social (46,85%), seguido por el socio-sanitario (17,3%), el cultural (11,9%), el educativo (10,8%) y el comunitario (10,6%). Las áreas como el ocio y tiempo libre, el deporte, el medio ambiente, la cooperación internacional y la protección civil presentan menores niveles de participación.

En cuanto al género, el estudio constata una reproducción de los roles tradicionales. Si bien la participación femenina es mayoritaria, en sectores como el ocio y la cooperación predominan las mujeres, mientras que en el deporte y la protección civil se registra una mayoría masculina.

Finalmente, un 20% de la población no voluntaria participa en actividades de solidaridad informal, lo que representa unos 8 millones de personas. Este tipo de participación es más común en áreas rurales, entre pensionistas (21,7%), personas dedicadas al hogar (19,6%) y en el grupo de edad de 45 a 54 años (21,4%). Estas prácticas, según el Observatorio del Voluntariado (2024)[xiv], fortalecen los vínculos comunitarios y pueden facilitar la transición hacia formas estructuradas de voluntariado.

En el contexto actual, el voluntariado se caracteriza por transformaciones que superan su tradicional análisis cuantitativo, revelando nuevas formas de acción detectadas por las propias organizaciones. Una de las principales tendencias es la instrumentalización del voluntariado como herramienta para la construcción de currículum personal u organizacional, visible en fenómenos como el voluntariado corporativo o las experiencias formativas. Aunque estas prácticas pueden abrir la puerta a un compromiso más profundo, también corren el riesgo de quedarse en niveles asistencialistas y superficiales, dificultando la conexión con un enfoque transformador y comunitario de la acción social.

Asimismo, se constata una vinculación esporádica y puntual de las personas voluntarias con las organizaciones, lo cual limita la posibilidad de generar sentido colectivo y pertenencia. A pesar de un incremento general de la participación voluntaria, algunas áreas muestran una disminución, particularmente entre la juventud.

Paralelamente, emergen nuevas formas de compromiso social impulsadas por jóvenes, basadas en vínculos relacionales, sensibilidad eco-social, centralidad de los cuidados, estilos de vida sostenibles y alternativas al modelo socioeconómico dominante. Estas expresiones, junto con el aumento de la diversidad en el voluntariado, abren nuevas oportunidades para renovar la acción voluntaria bajo el paradigma del cuidado (Aranguren, 2024)[xv]. Esto plantea a las organizaciones el desafío de superar una lógica centrada en la gestión de actividades, hacia modelos más coherentes con su dimensión relacional y transformadora. Sin olvidar la necesidad de reflexionar sobre cuál es el papel y la función del voluntariado en un espacio en el que la acción social se institucionaliza, la prestación de servicios se convierte en publica (o concertada con entidades del tercer sector), se profesionaliza y se regula.

 

4. Reflexiones finales: retos del voluntariado

El voluntariado debe ser una manera de dar sentido a nuestras acciones sociales y, a la vez, de responder a carencias y vacíos relacionales en nuestros entornos, siendo también fundamental en la toma de conciencia de las situaciones de mayor vulnerabilidad y respondiendo, socialmente, ante ellas. Si queremos que el voluntariado asuma este rol social clave, deberemos ser capaces de afrontar algunos de los desafíos que están limitando su expresión o crecimiento.

Cáritas Bizkaia (2023)[xvi] ha reflexionado sobre los retos a los que se enfrenta la entidad y que puede hacerse extensible a todas aquellas organizaciones que cuentan con una importante y valiosa aportación de personas voluntarias. El documento identifica diversas cuestiones de carácter estructural y adaptativo que requieren atención prioritaria. La progresiva elevación de la media de edad del voluntariado pone de manifiesto la dificultad para convertirse en alternativa de participación para las personas jóvenes, lo que exige repensar las estrategias de atracción y establecer vínculos más sólidos con espacios no tradicionales e intergeneracionales.

Asimismo, la creciente diversidad y la flexibilización en las formas de compromiso voluntario plantean a las organizaciones el desafío de adaptarse a nuevas dinámicas sin renunciar a su identidad fundacional. El voluntariado actual se configura de manera más plural, con motivaciones diversas y una preferencia por formas de participación menos permanentes. En este sentido, resulta imprescindible diseñar propuestas que contemplen distintos niveles de implicación y favorezcan experiencias iniciales de acercamiento, así como gestionar adecuadamente la heterogeneidad de perspectivas, valores y expectativas.

Otro eje fundamental es el relativo al acompañamiento y la formación del voluntariado. Garantizar un itinerario formativo adecuado, que combine competencias técnicas con una profundización en los valores e identidad institucional, es esencial para fortalecer el compromiso y la eficacia de la acción voluntaria. Ello exige también clarificar los límites entre las funciones del voluntariado y las responsabilidades del personal profesional, evitando tanto la confusión de roles como la tendencia hacia una profesionalización impropia del voluntariado. En consecuencia, simplificar procedimientos, clarificar funciones y distinguir adecuadamente entre tareas voluntarias y profesionales se revela como una estrategia clave para revitalizar el compromiso.

Finalmente, el contexto social contemporáneo, marcado por cambios profundos en los vínculos comunitarios y por la multiplicación de iniciativas solidarias de diversa índole, interpela a las organizaciones a redefinir su papel y a promover sinergias con otras entidades del tercer sector, así como con instituciones públicas y privadas. Esta apertura a la colaboración interinstitucional puede convertirse en una vía privilegiada para incrementar el impacto social y favorecer una mayor sostenibilidad de la acción voluntaria.

En definitiva, lejos de ser un fenómeno marginal, el voluntariado se ha convertido en un síntoma y un reflejo de las tensiones de la modernidad: entre comunidad e individualismo, entre responsabilidad y consumo, entre solidaridad profunda y gestos pasajeros. Más que una contradicción, esta ambivalencia puede ser vista como una oportunidad: el voluntariado tiene el potencial de articular nuevas formas de vínculo social, capaces de responder a los desafíos éticos y sociales de nuestro tiempo. Más que un simple acto de ayuda, el voluntariado constituye un espacio de articulación entre el yo y el otro, entre lo individual y lo colectivo, entre la fragilidad y la esperanza. Su ambivalencia no debe ser motivo de desconfianza, sino una invitación a fortalecer su potencial de transformación social. Para ello es clave el papel que puede desempeñar el voluntariado en la construcción de marcos relacionales que favorezcan las dinámicas solidarias y la construcción de comunidad en una modernidad tardía caracterizada por las incertidumbres y por el riesgo de que se imponga el individualismo y el aislamiento social.

 

Bibliografía

[i] Paugam, S., 2012, “Protección y reconocimiento. Por una sociología de los vínculos sociales”, en Papeles del CEIC, vol. 2012/2, nº 82, CEIC (Centro sobre la Identidad Colectiva), http://www.identidadcolectiva.es/pdf/82.pdf Universidad del País Vasco

[ii] Fantova, Fernando (2024). Las políticas sobre soledad y su relación con el bienestar emocional, la conexión comunitaria y la inclusión social. https://www.fantova.net/2024/02/19/las-politicas-sobre-soledad-y-su-relacion-con-el-bienestar-emocional-la-conexion-comunitaria-y-la-inclusion-social/

[iii] Carcavilla, Ainhoa (2025). Experiencias y buenas prácticas para una sociedad cohesionada, Zerbitzuan 84, pp. 85-103

[iv] Beck, U., & Beck-Gernsheim, E. (2003). La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós.

[v] Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Bauman, Z. (2003). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI Editores.

[vi] Jopling, Kate (2020). Promising approaches revisited: effective action on loneliness in later life, s.l., Campaign to End Loneliness. https://www.campaigntoendloneliness.org/wp-content/uploads/Promising_Approaches_Revisited_FULL_REPORT.pdf

[vii] Elche, María Dionisia y Cervigón, Raquel (coord.) (2022): El voluntariado como medio para mejorar la calidad de vida de los mayores. Guía innovadora para formadores, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, https://ruidera.uclm.es/items/cc1bb594-b240-43c5-ae92-d343e9a1c5b7

[viii] SIIS. Centro de Documentación y Estudios (2017). Activación comunitaria y solidaridad vecinal. Tendencias y buenas prácticas. San Sebastián. Diputación Foral de Gipuzkoa. https://www.siis.net/es/investigacion/ver-estudio/532/

[ix] Locke, M. y Grotz, J. (eds) (2022). Volunteering, research and the test of experience: A critical celebration for the 25th anniversary of the Institut for Volunteering Research, s.l., UEA, Publishing Project.

[x] Etxeberria, Bakarne; Ferrán, Ane y Guinot, Cinta (2021).  Ciudadanía vasca feliz: bienestar personal y participación ciudadana en la CAE, en: María Silvestre Cabrera (coord..). Valores para una pandemia: la fuerza de los vínculos, Síntesis.

[xi] Consejo Vasco del Voluntariado (2021).  Estrategia Vasca de Voluntariado 2021-2024. Gobierno vasco. https://www.euskadi.eus/estrategia-vasca-del-voluntariado-ano-2021-2024/web01-ejeduki/es/

[xii] Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado.

[xiii] Caritas Bizkaia (2023). Reflexión sobre el papel del voluntariado y del profesional en el Modelo de Acompañamiento Integra (MAI) en Caritas Bizkaia. Coordinación de la intervención. Documento de trabajo.

[xiv] Observatorio del voluntariado. Plataforma del voluntariado en España (2024). Barómetro del voluntariado. La acción voluntaria en España en 2024.

[xv] Aranguren, Luis (2024). La nueva hora del voluntariado, Corintios XIII, 192.

[xvi] Caritas Bizkaia (2023). Definiendo una estrategia de voluntariado para Cáritas Bizkaia, Consejo Diocesano de Cáritas Bizkaia, 2023. Documento de trabajo.

 

Número 20, 2025
A fondo

Voluntariado en tiempos de incertidumbre: sostener, imaginar y transformar el Tercer Sector

Mabel Cenizo. Trabajadora social. Responsable de voluntariado de Caritas Gipuzkoa

Marivi Roldán. Grado en educación. Coordinadora Estatal de Voluntariado y Participación

 

El artículo propone una lectura crítica y transformadora del voluntariado en el Tercer Sector de Acción Social, en un contexto marcado por crisis múltiples. Desde un enfoque ecosocial, feminista y comunitario, plantea claves estratégicas para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria como práctica política y solidaria.

 

Introducción

No resulta fácil caracterizar el actual contexto social en nuestro país. Sin pretensión de exhaustividad ni de orden, podríamos identificar tendencias como el cambio climático, la digitalización de la vida, el envejecimiento de la población, la crisis de los cuidados, la emergencia de la soledad como problema social o el crecimiento de las fuerzas políticas ultraderechistas. Estos fenómenos, sin duda, afectan y representan un desafío para nuestro Tercer Sector de Acción Social (TSAS).

Si bien este sector, en nuestro país se ha posicionado en gran medida como prestador de servicios sociales estandarizados de financiación pública, nunca ha abandonado otras facetas que también le son propias como pueden ser las que tienen que ver con la acción voluntaria, la canalización de iniciativas solidarias, la promoción de la participación ciudadana o el trabajo por la transformación social. Y, seguramente, estas otras facetas se vuelven más necesarias cuanto más arrecian desafíos sociales como los que hemos mencionado.

Por ello, queremos contribuir a la reflexión profunda y al debate abierto que creemos imprescindible para que nuestras entidades y redes del tercer sector tracen las estrategias más adecuadas en este momento histórico, y que puedan contribuir significativamente, junto con otros agentes de la sociedad, a la construcción de un futuro solidario, participativo, sostenible e inclusivo.

El artículo tendrá, por lo tanto, tres partes. En el primer bloque, identificaremos brevemente algunas de las crisis que atravesamos. En el segundo bloque, analizaremos las tensiones que esa nueva solidaridad puede estar demandando al tercer sector. Finalmente, en la tercera parte, abriremos una reflexión sobre claves y horizontes posibles que comienzan a vislumbrarse como necesarias en la reconstrucción de la solidaridad y la acción voluntaria y que puedan contribuir a canalizar la solidaridad que necesitamos ante los riesgos e incertidumbres del tiempo que vivimos.

Se trata de un diálogo que, desde nuestro punto de vista, puede —y debiera— renovar, enriquecer y fortalecer la acción solidaria y voluntaria como práctica socialmente comprometida, arraigada en vínculos comunitarios y orientada a la transformación estructural.

 

1. Más de una crisis a la vez y el presente del tercer sector por construir

Vivimos una era en crisis múltiples, que avanzan a diferentes ritmos e intensidades y definen nuestro presente. La crisis climática se acelera, mientras que la crisis social crece con el rechazo a la gentrificación y el auge de los movimientos populistas (Turiel, 2024). Así comienza la sinopsis del libro El futuro de Europa, escrito por Turiel —doctor en Física Teórica, licenciado en Matemáticas e investigador en el CSIC—, donde analiza los límites materiales y políticos del modelo social actual y plantea escenarios de transición profunda.

En una línea convergente, Fantova subraya que vivimos una época en la que, en no pocos lugares de nuestro entorno, el deterioro y descrédito de los bienes, espacios, políticas y servicios públicos universales (…) catalizados por el aumento de la desigualdad, segregación y fragmentación social, y potenciados interesadamente por voces poderosas en la conversación pública, alimentan en la población los discursos, sentimientos y comportamientos reaccionarios contra las políticas distributivas y el Estado de bienestar (Fantova, 2022).

Estas crisis no actúan por separado. La degradación ecológica y la erosión de los sistemas públicos de bienestar se retroalimentan, configurando un presente frágil y tensionado. Se trata de un fenómeno sindémico (Tangente, 2022: 4), en el que las crisis ecológica, social y política se agravan mutuamente bajo dinámicas estructurales de desigualdad. Tal como advierte Herrero, no es posible hacer una buena lectura de lo que está pasando en el mundo si no nos damos cuenta de que la crisis económica está en el corazón de la crisis ecológica (Herrero, 2018), una interrelación que impacta de manera directa en las instituciones sociales y políticas.

En este mismo sentido, tanto Pérez Orozco como el papa Francisco coinciden en señalar que no estamos ante una suma de crisis aisladas, sino ante una crisis multidimensional y acumulada, que puede calificarse incluso como crisis civilizatoria, en un contexto de emergencia planetaria (Pérez Orozco, 2012: 32). Una mirada compartida por el papa Francisco cuando afirma que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental (Francisco, 2015: n.º 139). Comprender esta raíz común es esencial para abordar de manera integral el deterioro ecológico, la injusticia social y el debilitamiento de las instituciones.

Añade Garcés que vivimos en un tiempo histórico dominado por los escenarios de no futuro, donde el presente no se compromete con el futuro y sus posibilidades, sino que anuncia los modos de su final, en un contexto social que fortalece y reproduce su orden desde la lógica de la emergencia y de la excepción (Garcés, 2023: 52).

Estas voces expertas, desde perspectivas diversas pero complementarias, nos sitúan ante un escenario socialmente reconocible: crisis climática, fractura social, deterioro democrático y una emoción colectiva dominada por el miedo. Un miedo que no solo socava la confianza y la cohesión social, sino que también amenaza el funcionamiento de la democracia, cerrando el círculo de regresión y reforzando dinámicas de exclusión, precarización de la vida y desconfianza hacia el futuro. Como advierte Nussbaum, estos procesos tienden a proyectar la incertidumbre y el malestar sobre un “otro” percibido como amenazante —personas inmigrantes, minorías étnicas y religiosas, mujeres o personas LGTBI—, alimentando así discursos de odio y retrocesos en derechos (Nussbaum, 2019: 51–53).

 

2.Tercer Sector en riesgo o el fortalecimiento de la participación ciudadana

Las crisis actuales —económica, social, ecológica y política— afectan al conjunto de la sociedad y de sus instituciones. También impactan, de forma especialmente significativa, en el Tercer Sector de Acción Social cuya función social está vinculada al impulso de la justicia social, la igualdad, el cuidado del planeta, y que atiende a buena parte de las personas o colectivos más vulnerables ante estas crisis. Crisis que, lejos de remitir, continúan aumentando en intensidad y frecuencia, como venimos observando desde 2008 en nuestro país (FOESSA, 2024).

Por ello, proponemos identificar algunas de las tensiones más relevantes que atraviesan hoy al sector, con el fin de contribuir al diálogo imprescindible en la (re)construcción de una solidaridad organizada, que es —y seguirá siendo— necesaria para afrontar desafíos como el aumento de la desigualdad, la crisis climática, la polarización política, la sensación de falta de futuro y el miedo.

Podemos definir al Tercer Sector como un actor que existe en la proximidad con las personas (Renes, 2024: 48) y cuya existencia depende, en gran medida, de su papel como espacio privilegiado —aunque no exclusivo— de acción voluntaria organizada (Zubero, 1996: 44). Esta identidad relacional y participativa son claves para entender tanto sus potencialidades de futuro como sus limitaciones actuales.

Los riesgos sociales no son abstractos: se hacen visibles en ejemplos concretos y cercanos. Desde la crisis financiera de 2008, pasando por la pandemia de la COVID-19 hasta la reciente catástrofe climática vivida en octubre de 2024 (DANA), se han evidenciado algunas limitaciones estructurales del tercer sector para canalizar de manera sostenida y estructural la solidaridad ciudadana que emerge con fuerza en momentos de crisis.

Durante la crisis financiera, mientras las entidades del Tercer Sector se centraban en sostener servicios básicos en un contexto de recortes, fueron los movimientos sociales —como el 15M— quienes canalizaron las demandas de transformación estructural. De forma similar, durante la pandemia, redes vecinales y plataformas ciudadanas, esta vez en un contexto de expansión del gasto social, reactivaron la acción comunitaria con gran capacidad de improvisación, resiliencia y movilización, superando en muchos casos al tercer sector organizado. Esta respuesta ágil contrastó con la rigidez institucional y desbordó los marcos organizativos tradicionales del TSAS.

Entre los aspectos críticos que parecen afectar de forma significativa destacan, por un lado, el debilitamiento de la capacidad reivindicativa y la defensa de los derechos sociales, lo que implica una pérdida de la dimensión política del TSAS. Por otro, se suma la reducción progresiva de su base social junto con su dificultad para crear tejido social que están erosionando su dimensión comunitaria y relacional (POAS, 2016: 10).

Estas desconexiones han podido dificultar la canalización de formas significativas de participación ciudadana frente a las crisis, y han podido contribuir a que una parte de la ciudadanía no reconozca en las entidades solidarias un espacio apropiado para expresar su compromiso colectivo.

En este contexto, surge una disyuntiva incómoda: ¿está el tercer sector promoviendo una ciudadanía activa y transformadora o, por el contrario, limitándose a gestionar circuitos de implicación simbólica? El gran aporte del tercer sector en relación con la ciudadanía es la participación a través del voluntariado que es el elemento que le da singularidad. (Poyato, 2022: 13). Participar significa estar presente en, ser parte de, ser tomado en cuenta por, para, involucrarse, intervenir. Participar es incidir, influir, responsabilizarse. (Giménez, 2002: 45). Desde esta mirada, el voluntariado no puede limitarse a acciones puntuales o delegadas: debe ser una forma activa de construir comunidad y democracia.

Por eso, cuando el tercer sector promueve una participación simbólica o superficial, no solo debilita su misión, sino que desaprovecha una de sus herramientas más valiosas de transformación social. Como ha afirmado Villarino, directora del CERMI, el voluntariado es lo que realmente define al tercer sector, lo que diferencia al tercer sector. (Villarino en Servimedia, 2025)

No obstante, el sector enfrenta no solo dificultades para captar y retener el talento, la espontaneidad y la gran energía de quienes desean canalizar su activismo (Turienzo, 2022: 176) sino también retos como espacio formativo para la vida democrática. Se cuestiona, también, su capacidad para contribuir a la organización comunitaria y ofrecer respuestas tempranas, ágiles y adaptadas frente a las situaciones de crisis. (Fresno, 2014: 29)

El verdadero reto del TSAS es que su acción no acabe focalizada y reducida a la urgencia de lo inmediato perdiendo su perspectiva política, relacional, comunitaria, en definitiva, transformadora (Renes, 2024:63). Es urgente, por lo tanto, fortalecer los procesos estratégicos y de gestión de la participación y del voluntariado (Poyato, 2022: 13) para evitar que quede atrapado entre la lógica prestacional, la institucionalización y la respuesta asistencial.

El voluntariado puede y debe ser entendido como un movimiento ético y cultural que actúe al tiempo que denuncia, proponga cambios y contribuya a remover las condiciones que sostienen la desigualdad (Fouce, 2009). En esta misma línea, Mounier (1961: 123) nos recuerda que quien no hace política, hace pasivamente la política del poder establecido, lo que interpela directamente al voluntariado como práctica social con vocación de justicia.

Reforzar su dimensión política —no partidista, sino transformadora— es una condición necesaria para que el tercer sector no se limite a gestionar urgencias, sino que contribuya activamente a redefinir lo común. Como se ha ido señalando: lo que está en juego son los procesos que modifican, cambian y transforman las condiciones (estructurales, coyunturales, socio-ambientales, personales …) que pueden hacer posible/ imposible el pleno ejercicio de los derechos sociales como base inalienable de la plena integración social. (Renes, 2024: 63).

En este contexto, el TSAS se juega su propia sostenibilidad social e institucional que no tiene que ver solo con la financiación sino con su propio ser, su sentido y significado, su tarea y su función.  (Rodríguez Cabrero, 2016: 92–93)

 

3. Despertar futuros: el valor de imaginar y actuar en comunidad

Como venimos argumentando, la crisis climática ya no puede considerarse un riesgo a futuro, sino una realidad presente. Así lo advirtió Guterres, secretario general de la ONU, en la COP28 de Dubái (2023), subrayando que hemos abierto las puertas del infierno climático. Esta constatación interpela de manera directa al Tercer Sector de Acción Social, que debiera asumir un lugar más proactivo en la construcción de nuevas formas de vida colectiva más sostenibles, cooperativas y equitativas.

Este lugar activo requiere recuperar con decisión la dimensión política y comunitaria de su acción. Significa también reforzar su vinculación directa con la ciudadanía, a través del voluntariado y de otras formas de participación social transformadora.

Una pregunta estratégica de partida podría ser esta: ¿el TSAS se ve —y actúa— como un agente de transformación social o permanece, fundamentalmente, anclado en un modelo de prestación de servicios? Recuperar el voluntariado como expresión de ciudadanía activa, comprometida y corresponsable puede ser una de las claves para renovar el horizonte ético, político y comunitario del Tercer Sector.

Aun así, el voluntariado sigue siendo en la actualidad un espacio social privilegiado para la construcción de alternativas emancipatorias (Zubero, 1996: 39) que requiere de una gran inversión de tiempo y energía. (Correa Casanova, 2011: 51). Esa capacidad transformadora se despliega cuando el voluntariado se entiende como un proceso educativo orientado al cambio personal y social, que complemente —y no se limite a— la visión tradicional e instrumental centrada en la realización de tareas. (Turienzo, 2022: 171)

Proponemos cuatro estrategias para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria, orientadas a fortalecer la capacidad del Tercer Sector ante los riesgos sociales mediante la activación de la participación ciudadana y la recuperación de su dimensión política y relacional: anticipar, crear capacidades, abrir alianzas e imaginar horizontes.

 

3.1. Anticiparse. Salir a los caminos

En un futuro próximo, donde lo extraordinario tenderá a convertirse en habitual, resulta imprescindible generar un conocimiento que nos ayude a anticiparnos, con criterios de inclusión y solidaridad, a las nuevas situaciones de excepcionalidad que nos esperan a la vuelta de la esquina (Tangente, 2022).

En palabras de Yayo Herrero, la valentía en tiempos de colapso tiene que ver con mirar la realidad cara a cara y esforzarse para que otras también la miren (Herrero, 2023). Cuando hablamos de eventos climáticos extremos (…), quienes pierden las casas, quienes se quedan fuera del sistema y quienes pierden la vida, son las personas que tienen peores condiciones de vida (Herrero, 2018).

Partiendo de esta premisa, el voluntariado social no puede desconectarse de las condiciones materiales, sociales y vitales que configuran nuestras sociedades: la precariedad de la vida, la fragmentación de los vínculos, la erosión de lo común o la crisis ecológica. Estas realidades no son simples escenarios: son el terreno mismo sobre el que se construye —o se vacía— el sentido de la acción voluntaria.

Según Cortina, el voluntariado tiene que unir dos virtudes fundamentales: la lucidez y la compasión (Cortina, 2020). Solo desde esta doble mirada —crítica y afectiva— es posible construir un voluntariado que no se limite a mitigar los síntomas, sino que se implique en transformar las estructuras que generan exclusión y sufrimiento.

Deberá promover, por lo tanto, una capacidad de innovación orientada a detectar necesidades que aún no han sido formuladas, pero que ya reclaman ser atendidas. Esa labor implica ir por delante: mostrar dónde hay personas desprotegidas o excluidas, y en qué sentido lo están. Se trata, en definitiva, de una acción voluntaria que abre sendas nuevas desde una ética de la anticipación, la escucha y la denuncia. (Cortina, 2020).

Esta agenda de innovación social deberá poder construirse, compartirse y desarrollarse en distintos niveles:

  • En lo micro, desde la proximidad a las situaciones de exclusión y la resiliencia comunitaria.
  • En lo meso, desde la capacidad organizativa, metodológica y de gestión del voluntariado.
  • En lo macro, desde un discurso con impacto ético y político capaz de influir en las prioridades sociales y en las políticas públicas. (Fantova, 2015: 18)

Cambiar el foco de la acción del Tercer Sector de acuerdo con las nuevas tendencias y necesidades sociales supone actuar hoy en un entorno crecientemente conflictivo, desestructurado y desigual. Y hacerlo, además, con la voluntad de anticiparse: salir a los caminos antes de que las crisis se intensifiquen.

 

3.2 Crear capacidades, comunidad, sociedad

Anticiparse e innovar supone construir capacidades colectivas que amplíen las condiciones de justicia social y de cuidados comunitarios en nuestras sociedades. Como subraya Nussbaum (2012), la solidaridad verdadera surge del cultivo de una justicia compasiva, que no solo responde al sufrimiento inmediato, sino que busca promover capacidades humanas a largo plazo. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.

Para que el voluntariado contribuya efectivamente a la construcción de ciudadanía, es necesario favorecer cambios profundos en creencias, valores y actitudes (Turienzo, 2022: 172). Esto requiere activar procesos de aprendizaje reflexivo, que sean transformadores tanto a nivel individual como colectivo. Crear capacidades con y para el voluntariado supone una actualización de las formas de hacer, que promueva mayor apertura, transparencia y democratización de estructuras y procesos. Este es un reto clave si se quiere garantizar que toda persona pueda participar en la construcción de comunidades resilientes (Turienzo, 2022: 169).

Este impulso renovador también exige proyectar modelos de participación social más flexibles, con estructuras ágiles de gestión que permitan tanto cubrir necesidades como acompañar a las personas (Turienzo, 2022: 170). La participación social no surge del vacío: nace de una conciencia de pertenencia comunitaria, del reconocimiento del derecho y la responsabilidad de intervenir en el desarrollo social (Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco & Consejo Vasco de Voluntariado, 2023, p. 9).

En este sentido, el barrio, el pueblo, la ciudad pueden ser espacios de referencia privilegiado para articular respuestas ciudadanas, satisfacer necesidades de proximidad y cultivar vínculos significativos (Tangente, 2022: 31).

Algunas estructuras de solidaridad han demostrado, durante las crisis, una gran capacidad de organización, resiliencia y creatividad. No se trata solo de responder a la urgencia, sino de inspirar dinámicas alternativas perdurables en el tiempo. Esto implica una politización de la vida cotidiana más anclada en las soluciones concretas, en lo vecinal, físico y cercano. Es en estos espacios donde se hace tangible el deseo de sentirse parte de una comunidad solidaria y política, de formar parte de una red de apoyo que dé respuesta a las necesidades sociales desde la proximidad, la horizontalidad y la corresponsabilidad (Tangente, 2022: 31).

 

3.3. Abrir diálogos y tejer alianzas

Anticiparse, innovar y crear capacidades es abrirse al diálogo y a las alianzas. En el TSAS, los problemas no pueden resolverse al nivel que vienen planteados (Renes, 2024: 65). En el actual contexto de crisis interconectadas, el tercer sector no puede afrontar en soledad los desafíos que emergen. Desde la sociedad civil organizada, necesitamos abrir espacios de diálogo, escucha activa y co-construcción con movimientos sociales, redes comunitarias y personas expertas que, desde hace años, ensayan formas de vivir, cuidar y resistir de manera sostenible en medio de las crisis.

Incorporar estas prácticas y saberes es fundamental para reorientar la acción voluntaria hacia modelos más resilientes, críticos y transformadores. No se trata solo de reforzar lo que ya existe, sino de dejarse interpelar y aprender de quienes construyen solidaridad cotidiana desde los márgenes como hemos visto en las últimas crisis. Se trata de contemplar una visión menos fragmentada, más integral, más holística que implica ya intuir un nuevo paradigma (Renes, 2024: 66). El reto es alinear las fuerzas del voluntariado como comunidad cuidadora, relacional y política, recuperando la misión central para la que nacieron las entidades solidarias: los derechos y la justicia, los cuidados y la comunidad
(Cenizo, 2022: 96).

 

3.3.1. Una alianza ineludible: la transición ecosocial

Una primera línea de alianza estratégica debe articularse con los movimientos ecologistas, climáticos y de transición ecosocial. Estas voces nos convocan a desarrollar una identidad eco-dependiente, reconociendo que lo que enfrentamos no son crisis separadas, sino una única crisis civilizatoria de raíz ecológica, social y económica.

El hecho de que tengamos que vivir en armonía con los límites del planeta implica una actitud mucho más cuidadosa en cuanto a la relación entre los seres humanos y el resto de los seres vivos (Turiel, 2023). No podemos seguir construyendo estrategias sociales basadas en modelos de crecimiento y consumo ilimitados: necesitamos centrar la acción voluntaria en prácticas de cuidado ecosocial, resiliencia comunitaria y protección de la vida en todas sus formas.

Esta visión más holística implica transitar hacia un nuevo paradigma donde el voluntariado y el tercer sector se conviertan en actores activos de la transición ecosocial, promoviendo la incidencia política necesaria, poniendo en práctica formas de vida más sostenibles y articulando alianzas que integren justicia social, climática y económica como pilares inseparables de su acción transformadora.

 

 3.3.2. Repolitizar la sostenibilidad de la vida desde los feminismos y los cuidados

El diálogo debe construirse, también, con los feminismos y el mundo de los cuidados, que colocan la sostenibilidad de la vida en el centro. Estas alianzas pueden repolitizar el compromiso del sector en torno a la centralidad de la vida, los cuidados y los entornos comunitarios, ampliando su impacto más allá de una acción asistencial, institucionalizada y cada vez más residual.

Conectarse con quienes defienden los cuidados como una dimensión política permite al tercer sector nutrirse de energías sociales capaces de tejer redes, sostener vínculos y construir comunidad. Este diálogo transforma las formas de intervenir y ensancha los horizontes de sentido de la acción voluntaria.

Será relativamente fácil incorporar al voluntariado en relaciones cercanas y entornos comunitarios donde ya convive, facilitando su reconocimiento como un agente más de apoyo mutuo. Pero ello exige transformar la lógica de ayuda asimétrica por una relación de reciprocidad en el marco del cuidado comunitario, donde las tareas de cuidado —que todas necesitamos— pueden facilitar ese tránsito hacia una solidaridad más circular (Cenizo & Fantova, 2023: 93).

En este marco, el cuidado debe formar parte integral de la experiencia voluntaria. El Barómetro del Tercer Sector 2024 advierte de una paradoja persistente: muchas entidades cuidan hacia fuera, pero descuidan a quienes colaboran dentro, especialmente a voluntariado y juventud (Barómetro TSAS, 2024: 57). Sostener el voluntariado hoy implica asumir los entornos comunitarios y los cuidados como una práctica interna, relacional y política, que se manifiesta cotidianamente en los vínculos, la escucha y la participación que sostienen la vida compartida.

 

3.3.3. Redes vecinales y gobernanza democrática: hacia una solidaridad transformadora

Las redes vecinales y comunitarias, surgidas con fuerza en los momentos más duros de las recientes crisis, han demostrado una alta legitimidad social. Estas experiencias nacen de una gobernanza abierta, con dinámicas bottom-up, una amplia base social y una fuerte dimensión política (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). Según Moulaert et al. (2005, citados en Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021), además, promueven el empoderamiento de las personas afectadas, valoran el apoyo entre pares y tienden a romper el gap entre profesionales y participantes.

Sus cualidades —agilidad, confianza, solidaridad, horizontalidad, apoyo mutuo, espontaneidad, independencia— contrastan con un TSAS que a menudo aparece burocratizado, profesionalizado y dependiente de los programas públicos (Buj y Caso, 2021). Su presencia cotidiana en los territorios, más allá de las emergencias, es clave para configurar vínculos sólidos. La articulación con estas redes requiere un cambio en las formas de gobernanza del TSAS: más abiertas, más distribuidas, más participativas.

Uno de los objetivos fundamentales del TSAS es fomentar la participación de quienes habitualmente quedan excluidos de los espacios sociales, económicos, políticos y culturales, su arraigo territorial y su apertura a nuevas alianzas serán definitivos.

Esto implica repensar las formas de relación con comunidades, personas usuarias, voluntariado, donantes, empresas y administraciones, para construir verdaderas estructuras de solidaridad transformadora. (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). De esta capacidad para abrirse a alianzas estratégicas —desde lo eco a lo comunitario— dependerá también su legitimidad, su impacto y su sostenibilidad futura.

 

3.4. Imaginar horizontes posibles

Anticiparse, innovar, crear capacidades y abrirse al diálogo y a las alianzas es imaginar horizontes posibles. Nos preguntamos —con Marina Garcés (2020)— por ese mundo común como invitación a pensar y a imaginar lo que nos vincula: un horizonte compartido que nos interpela, nos compromete y nos permite proyectar colectivamente respuestas transformadoras, sostenibles y justas.

La crisis de las promesas colectivas —el debilitamiento de las expectativas comunes de un futuro mejor— es uno de los desafíos más profundos de nuestro tiempo. Hoy más que nunca necesitamos estimular formas de racionalidad basadas en la cooperación, la reciprocidad y la democracia radical, capaces de generar imágenes motivadoras de un mundo más justo, sostenible y habitable. (Herrero, 2022) Necesitamos un fin, una imagen motivadora de un mundo mejor. (Armstrong et al., 2021)

Más bien, implica anticipar el cumplimiento de ese futuro operando sobre las potencialidades del presente. Como señala Ernst Bloch, la esperanza es un movimiento hacia el bien, no simplemente un deseo de él (Silvestre & Zubero, 2019, p. 399).

Es necesario repensar la solidaridad como un proceso colectivo, organizado y políticamente situado, desde los cuidados, la ayuda mutua, la reciprocidad y la universalidad. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.

La esperanza no depende de los datos de realidad; es la realidad la que depende de nuestra esperanza. Solo esta esperanza merece ser calificada de «realista» porque solo ella se toma en serio las posibilidades que atraviesan todo lo real (Vitoria, 2024: 25).

Nos sumamos, por tanto, a quienes proponen aportar su granito de arena en el esfuerzo de extraer pautas y patrones organizativos de éxito, identificar prototipos replicables, reconocer obstáculos y fragilidades, definir claves que aumentan la potencialidad de los colectivos y diseñar formas de articulación capaces de acoger a una diversidad de perfiles poblacionales (Tangente, 2022: 7).

 

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Número 20, 2025
A fondo

Mirar lo que viene y construir futuro desde la acción voluntaria

Clara Sánchez Canas y José Luis Graus Pina. Equipo Desarrollo Organizativo Cáritas Española.

 

El texto destaca la necesidad de repensar la acción voluntaria en un contexto de cambio e incertidumbre. Aboga por no caer en visiones pesimistas ni aferrarse a viejos esquemas, sino abrirse a nuevos paradigmas que reconozcan la complejidad y la diversidad. Propone cuestionar la práctica voluntaria, adaptándola a nuevas realidades y desafíos, y subraya que el voluntariado debe centrarse en la transformación social. Llama a construir redes solidarias y ciudadanía activa, promoviendo la participación y la cooperación para afrontar los retos actuales.

 

Estamos en un cambio de época, así de radical se muestra Luis Aranguren en su libro Fraternidades a la intemperie[i]. Esto que, efectivamente, parecen palabras mayores, la realidad se está empeñando en ayudarnos a entenderlo de mil maneras posibles. Muchos son los acontecimientos que nos invitan a movernos de nuestra baldosa, a salir de nuestras zonas de confort, de seguridad y a mirar con atención lo que viene.

La primera tentación es hacer una lectura fatalista o pesimista de lo que ahora nos va aconteciendo. Nos resulta más fácil imaginar el colapso que la utopía. Lo primero lo vemos como inevitable y lo segundo como imposible. Parte de esto tiene que ver con el miedo que nos genera la incertidumbre, y mucho de lo que sucede ahora tiene que ver con la incertidumbre, con el no saber, con no tener toda la información necesaria o tener una información imprecisa para dar el siguiente paso.

La segunda tentación es recurrir a lo que sabemos, a lo que conocemos, a lo que nos da confianza para responder a los retos que este momento histórico nos va presentando. Y, si algo estamos comprobando, es que lo que nos va aconteciendo cada vez entra con más dificultad en los parámetros establecidos que hemos adquirido de momentos históricos anteriores.

Y la tercera tentación es pensar que un único relato, que un único discurso, va a explicar y dar respuesta a la realidad que día a día no deja de sorprendernos. En la actualidad, muchos son los relatos que tratan de explicar la realidad desde diferentes lugares, por lo que quedarnos con una única mirada no nos va a ayudar. En un mundo complejo como el que nos ocupa, debe promoverse una mirada habituada a la complejidad.

 

Ponernos en cuestión…

Para afrontar este momento sin permitir que las tentaciones citadas nos marquen el camino a seguir es importante que podamos avanzar por procesos y por paradigmas poco transitados hasta ahora y que nos hagamos algunas preguntas, entre otras: ¿Qué papel puede jugar el voluntariado en esta nueva realidad? ¿Están preparadas las entidades del tercer sector para afrontar este nuevo momento? ¿El voluntariado puede aportar valor a una configuración de ciudadanía responsable?

Así, la primera invitación es atrevernos a ponernos en cuestión a nosotras mismas y a las entidades en las que participamos de un modo u otro. En este camino propositivo no se trata de dejarnos permear por los discursos negativos, por ofrecer lo nuestro como lo único válido, cuando no, como lo único bueno. Se trata más bien de mirar al futuro desde una perspectiva esperanzada que puede reconocer lo que emerge, aunque sea pequeño; de dialogar con el diferente, con lo distinto, con la diversidad, en busca de ese camino hacia lo común.

Ponernos en cuestión es aceptar con gratitud lo que nos ha traído hasta aquí: tiempos de compromiso sólido, de militancias a pesar de casi todo, de barricadas, de conquista de la democracia, al tiempo que reconocemos que todo eso ya no nos puede acompañar en el futuro que se va dibujando.

Esto implica poner en cuestión la realidad del voluntariado como la hemos ido conociendo hasta ahora y tratar de aventurar una mirada más allá.

Ponernos en cuestión implica tomar conciencia de que el voluntariado está en lugares en los que quizás no pueda, no quiera o no deba estar. No podemos ignorar que nos encontramos ante un tercer sector cada vez más empresarializado y profesionalizado en el que el voluntariado ocupa un lugar muy determinado, generalmente vinculado al mundo de la tarea y de la práctica concreta.

Ponernos en cuestión implica tener la disposición de ensanchar los horizontes y los límites que nos han traído hasta aquí. La globalización es un fenómeno paradójico: por un lado, nos ha mostrado que hay realidad más allá del alcance de nuestra mirada, pero, por otro, nos ha puesto el mundo demasiado cerca y nos ha hecho pensar que podemos conocerlo todo, que todo está a golpe de clic. Estamos en un mundo inabarcable, inaprensible. Solo podemos acceder a una parte del mismo, aunque es cierto que nuestra conciencia puede ganar cada vez en más globalidad.

Por tanto, a la hora de construir el futuro es necesario que los epicentros cambien. No tanto nuestras convicciones, nuestras reflexiones, cuanto una realidad nueva que está emergiendo y a la que tenemos que prestar mucha atención. Ahí el voluntariado puede tener un juego propicio para imaginar nuevas realidades, nuevos vínculos, nuevos espacios que surjan, pero también propicien el encuentro y una nueva relacionalidad, una nueva ciudadanía basada en la cooperación y la transformación.

 

Palabras que nos explican

Partimos de la convicción de que el voluntariado es un medio, un instrumento. No es un fin en ningún momento. No podemos olvidar que el fin tiene que ver con la mejora de las situaciones de tantas personas vulneradas que no pueden tener un lugar digno en nuestra sociedad. Por tanto, es necesario acudir a aquello a lo que el voluntariado apunta y desde ahí tratar de releer, de redefinir, de actualizar el nuevo momento que enfrenta este medio.

El voluntariado y su acción tienen como finalidad la transformación de la sociedad y de la realidad en la que se mueven. Esta transformación se produce porque existe una situación deficitaria que influye directamente sobre personas y comunidades. Muchos informes y muchas entidades nos explican la realidad, nos indican lo que no funciona de la misma y, ante eso, se nos reclama la respuesta. Es necesario el cambio, la transformación, para que la realidad de las personas más vulneradas pueda mejorar.

Dicha transformación está sostenida en una corriente de solidaridad que emerge desde diferentes afluentes:

  • el antropológico, pues sin duda la solidaridad reside en lo más profundo de las personas. Basta ver la reacción que tenemos personal y colectivamente ante cualquier tragedia, surge de forma cuasi espontanea ponerse en pie y hacer algo.
  • Existe también el afluente psicológico. La relación que las personas tenemos con la necesidad y las situaciones que ésta produce encuentran acomodo en nuestra psique. La relación con la necesidad y con las personas que no pueden satisfacerlas de modo natural nos lleva a querer ayudar, a poner algo de nuestra parte para que las cosas puedan cambiar. Podríamos decir que somos personas ayudadoras por naturaleza.
  • Existe también el afluente social, relacional, comunitario de la solidaridad. En este, la solidaridad se redimensiona, se reubica desde lo común. Las respuestas ante las situaciones adversas no se dan solo desde el yo, sino que sobre todo se dan desde el nosotros.
  • Por último, el afluente de la moral y la ética, del valor y del comportamiento. Tiene la solidaridad una dimensión profunda y otra más práctica y concreta en comportamientos que necesariamente se necesitan e interpelan: la solidaridad no solo radica en convicciones, sino que también lo hace en comportamientos y eso hace que el propio concepto quede enmarcado en un lugar determinado.

Los caminos asistenciales van quedando cada vez más enmarcados en contextos más amplios en los que la participación va dotando de sentido a la acción voluntaria. Estamos transitando, como sociedad en conjunto, desde sus diferentes estamentos, del hacer para al hacer con. Es un tránsito que reclama mucho de las personas, pues el hacer con incide plena y directamente en la transformación a la que antes aludíamos. La pedagogía de la participación aparece cada vez de un modo más esencial en la realidad del voluntariado, pone en crisis modelos de intervención en los que se subestiman el valor y la potencia de todas las personas y pone en crisis un modelo de ayuda pública y privada sustentado en la unidireccionalidad del que da y del que ayuda.

Esta participación sin duda construye ciudadanía y promueve cohesión social. La acción voluntaria como herramienta de transformación no acaba en sí misma, se despliega hacia una realidad mejor. Una ciudadanía más implicada, corresponsable, propositiva es elemento clave para construir nuevas sociedades y realidades políticas en las que la vulneración de derechos no sea un elemento significativo y significante de éstas.

Esto pasa por el compromiso real de personas concretas que de un modo generoso y altruista deciden poner su tiempo, competencias y saberes al servicio de la transformación social.

Estos son los términos que deberían estar presentes en la vertebración de la acción voluntaria y del voluntariado en los años que nos vienen, en el cambio de época en el que nos estamos ubicando cada vez de un modo más claro.

Ahora bien, ¿estos términos van a ser comprendidos y, por tanto, definidos de la misma manera en la que actualmente se comprenden y definen? Cuando hablamos de solidaridad, de compromiso, de ciudadanía, participación… ¿todas estamos hablando de lo mismo?

 

¿Palabras que nos explicarán?

Hace ya muchos años, Peter Drucker decía en su obra Management: Tasks, Responsibilities, Practices que “lo difícil e importante no es encontrar las respuestas correctas, sino encontrar la pregunta adecuada. Ya que hay pocas cosas tan inútiles, incluso peligrosas, como la respuesta correcta a la pregunta equivocada”.

Estamos viendo que en este mundo que cambia tan rápido los paradigmas que lo explican y lo aprehenden también cambian. Por eso, nuestro reto no es tanto preguntar al futuro, a lo que emerge, desde nuestro presente, sino desde una realidad en tránsito que también va emergiendo y cambiando. Intentaremos pues, hacer las preguntas adecuadas.

La rapidez con la que todo se va moviendo requiere de nosotras, personal y estructuralmente, una agilidad y una flexibilidad para la que no siempre tenemos preparación y herramientas.  Las construcciones sólidas que hasta ahora construíamos y nos configuraban nos reclaman un tiempo del que quizás no disponemos.

Durante muchos años, desde el voluntariado y las entidades del tercer sector, hemos tratado de responder al todo de lo que acontece y eso ha reclamado procesos largos de reflexión, de debate. Quizás sin perder la vocación de absoluto, podríamos centrarnos más en trabajar desde la parte. Intentaríamos, desde la parte, acceder a la mayor parte posible del todo.

El riesgo de este planteamiento tiene que ver con la fragmentación. No se trataría tanto de configurar o alimentar la fragmentación, sino de trabajar desde una parte que se sabe, reconoce y siente integrada en un todo.

Evolución, cambio, transformación. Hasta ahora la acción voluntaria ha tenido que ver sobre todo con la transformación social y el cambio personal. En este mundo que evoluciona rápidamente, ¿seguirá siendo así? Parecería que los procesos de aislamiento e individualización que se hacen muy presentes en las sociedades neoliberales pueden condicionar dicha acción reduciéndola al ámbito de la atención y el cuidado de personas vulneradas. Con la globalización y los procesos de carácter macroestructural, da la sensación de que la transformación social queda más alejada del alcance de nuestra acción.

Y aquí es curioso observar la distinción conceptual que comienza a emerger en algunos ámbitos: hablamos de voluntariado cuando lo que parece predominar es la atención a las personas y de activismo cuando se pone el acento en la incidencia política. ¿Es necesario hacer esta distinción?, ¿qué puede haber detrás de ella?

Observamos que entre los movimientos que se reconocen como activistas, el voluntariado aparece como algo blando, muy centrado en la atención a las personas, pero sin poner en cuestión el sistema. ¿Este es el camino en el que se debe circunscribir la acción voluntaria? La regulación establecida por medio de las diferentes leyes de voluntariado, tanto estatales, como autonómicas, parecen apuntar en esa dirección. La legislación, las normas y reglamentos, alimentan, sin duda, el orden, la claridad, la universalidad, pero, al mismo tiempo, también el riesgo de encorsetar, de controlar lo que sucede, es amplio.

Al menos reflexivamente deberíamos atrevernos a pensar y a transitar los límites de la realidad del voluntariado. Siendo necesario el marco legal, este no debería impedir que una realidad viva y dinámica como es la del voluntariado quedara incluida en unas lindes en las que el margen de maniobra y de innovación global quedara reducido a la mínima expresión.

Cuando acontecen fenómenos extraordinarios como los que nos visitan últimamente (covid, volcán de La Palma, Dana en Valencia) podemos constatar algunos elementos que nos interpelan:

  • La solidaridad se confirma como una realidad muy presente en nuestra sociedad y las personas que la conforman. Hay una reacción espontánea de querer ayudar, de querer ser útiles en contextos de dificultad.
  • Las entidades no estamos preparadas para acoger, ni en fondo ni en forma, estos movimientos con la agilidad que precisan tanto la realidad, como las personas.

Sin entrar a hacer juicios de valor, no es momento de moralizar, constatando meramente los acontecimientos, podríamos intentar hacernos preguntas acertadas y grandes que, en realidad, ya hemos ido lanzando, pero a las que cabría sumar otras:

  • ¿Esa capacidad de movilización personal y social solo se produce ante emergencias?
  • ¿Podemos trabajar de alguna manera para que esos torrentes de solidaridad puedan expresarse cotidianamente en situaciones tan graves como las producidas por estos fenómenos, pero más silenciosas en su expresión?
  • ¿Las entidades necesitamos revisar nuestros sistemas organizativos para ver qué posibilidades y mecanismos de adaptación tenemos?

Pero con esto solo abordamos un aspecto importante de la realidad, aquel que tiene que ver con lo sobrevenido, con lo extraordinario. ¿Qué sucede con la pobreza estructural que se construye en nuestras sociedades? ¿Qué ocurre con los niveles de precariedad crecientes en ámbitos esenciales tales como la vivienda, el empleo, los movimientos migratorios? ¿Qué ocurre con el dolor y el sufrimiento social que cada vez están más presentes?

Necesitamos respuestas emergentes. Necesitamos que el voluntariado pueda acercarse de un modo fresco y nuevo a estos aspectos para poder ser respuesta y propuesta hábil y eficaz.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo pequeño. Es una clave que quizá pueda ayudarnos a imaginar cosas distintas. El pensamiento local integrado e integrador debería impulsarnos a construir nuevas realidades. Reducir los espacios, los escalones entre los lugares de toma de decisiones y la realidad. Atrevernos a imaginarnos cosas pequeñas con aspiración de globalidad.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo relacional. Está claro que todo el tema de lo virtual, internet, redes sociales, tecnología, inteligencia artificial… está poniendo en cuestión nuestros modelos tradicionales de relación. Lo presencial se está viendo cuestionado, estresado, por otros modelos que, en mi opinión, no se contraponen, sino que pueden complementarse con un gran potencial de acción. Desde el voluntariado podemos buscar nuevos sistemas de relaciones que, sin perder la humanidad, puedan establecer nuevas redes, nuevas colaboraciones. El voluntariado puede favorecer la construcción de nuevos tejidos sociales que, estando cerca, muy cerca de la realidad, puedan imaginar futuros posibles y mejores.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde la ciudadanía. Un voluntariado desde lo pequeño, con un modelo de relaciones profundo y sano, sin duda puede ser generador de nueva ciudadanía y, por tanto, de políticas posibles, mejores, al servicio de lo común, con ánimo de responder los retos mejor que las que actualmente nos acompañan.

El voluntariado que podemos dibujar no empieza ni acaba en sí mismo. Empieza para los demás y acaba con ellos. Desde ahí se puede dibujar un voluntariado como correa de transmisión (no es la única) que puede movilizar los mecanismos sociales esenciales para provocar una nueva realidad.

 

Algunas claves para el futuro inmediato…

Corremos el riesgo de que lo dicho hasta ahora se quede en palabras, más o menos bonitas, más o menos acertadas, más o menos inspiradoras, pero palabras, a fin de cuentas. Intentamos ahora desgranar dos claves que puedan ayudarnos a construir el nuevo momento del voluntariado.

La primera es la de cambiar nuestros lugares de pensamiento. No podemos pensar desde los lugares físicos o conceptuales de siempre. Debemos aventurarnos a lugares diferentes. Cambiar nuestras atalayas de observación y análisis por los lugares en los que la realidad sucede. El criterio de discernimiento no somos nosotros, ni tan siquiera lo que hasta ahora nos ha sostenido. Piensa también con los pies, que decía Pedro Casaldáliga.

La segunda clave tiene que ver con los sujetos del pensamiento. En este momento no nos toca pensar solos. Nos toca pensar con otras personas, con otras entidades, con otras realidades. La construcción colectiva, el diálogo compartido, la reflexión común, sin duda podrán ofrecernos perspectivas que por nuestra cuenta no podemos acceder. La conciliación entre identidad y comunidad es fundamental. Para esto puede ayudarnos a contemplar cómo los grandes objetivos son compartidos por muchas personas.

 

[i] Aranguren Gonzalo, L. (2024). Fraternidades en la intemperie. Vínculos que cuidan. Zaragoza: Khaf (Edelvives).

 

Número 20, 2025
Del dato a la acción

El comercio justo, una herramienta poderosa contra la guerra económica

Ana Sancho Barrero. Técnica del Equipo de Economía Solidaria de Cáritas Española

 

Según el último informe anual El Comercio Justo en el Estado español 2023, publicado en febrero 2025 por la Coordinadora Estatal de Comercio Justo (CECJ) la facturación de productos de comercio justo en 2023 a nivel estatal ha alcanzado los 156 millones de euros. Esto supone un 7% de aumento en la facturación, una cifra alentadora para el sector que indica que se va recuperando el ritmo de crecimiento estancado durante la pandemia.

En Cáritas celebramos también este dato positivo para todas las organizaciones, especialmente sabiendo que esto significa más ingresos y más mercado para los grupos productores y artesanales de Asia, América del Sur y África. La palabra comercio siempre va ligado a ventas y beneficio, pero Cáritas lo enfoca desde la filosofía del no lucro y defiende que solo con vender más no se transforma un modelo de comercio basado en el beneficio económico sino, en la persona[1]. En ese sentido, podemos decir que nuestro modelo de comercio justo se basa más en la acción, la sensibilización y la incidencia que en los aspectos comerciales. Para ello contamos con personas aliadas y comprometidas: El voluntariado y la clientela: personas consumidoras y fieles.  Aunque nuestras ventas son discretas, los ingresos totales (ventas + subvenciones, donaciones, etc.) se pueden considerar positivos, considerando el daño que causó la pandemia durante los años 2020-2021 según se puede apreciar en el gráfico*[2].

Por otra parte, las acciones de sensibilización (eventos en la calle, formaciones en colegios, institutos, universidades, celebraciones de fecha clave, participación en campañas y mucho más) han remontado desde los años 20-21 cuando debido al confinamiento se suspendieron.

Nuevas amenazas

En 20 años de comercio justo en Cáritas hemos afrontado y superado crisis económicas, pandemia, brecha digital, y más. ¿Cómo vamos a superar la mayor crisis, la que más está afectando al comercio, en general?: La guerra económica de Trump, con sus amenazas y sus aranceles que hace tambalearse y encogerse a los mercados. ¿El comercio justo puede ser una herramienta poderosa para combatir los efectos de la nueva crisis económica, la subida de precios y el miedo de los consumidores, especialmente si se enfoca desde una perspectiva sostenible y de confianza.

 

¿Qué podemos hacer?

Nos vamos a centrar solo en las medidas indispensables: La educación y la sensibilización

En un mundo interconectado y desafiante, el comercio justo aporta una visión esperanzadora y transformadora. En ese sentido, el comercio justo no solo es una herramienta económica, sino también una herramienta educativa poderosa que despierta conciencia crítica, empatía global y responsabilidad ecológica. La educación para la ciudadanía global (ECG) puede tener un impacto directo y significativo en el aumento de las ventas de productos de comercio justo, porque transforma a los consumidores en ciudadanos críticos y responsables. La empatía se convierte en motor económico. Los consumidores no solo compran un producto, sino que apoyan una causa.

Conclusión: Tenemos tarea. Y confiamos que, con más apoyos públicos y leyes propicias, en 2025/ 2026 podamos duplicar los datos.

 

Bibliografía

[1]Documento Marco Cáritas y el Comercio Justo desde un modelo de economía solidaria Punto 5.1-1

Número 20, 2025
Documentación

Muerte de un viajero. Una contrainvestigación

Israel Gómez Rodilla, sociólogo. Director en ZIES Investigación y Consultoría

Puedes encontrar a Israel en Linkedin.

 

Muerte de un viajero. Una contrainvestigación

Didier Fassin

Traducción de Francisco Manuel Carballo Rodríguez

Editorial AKAL (2024). 168 páginas

 

Didier Fassin es una de las figuras intelectuales más influyentes del pensamiento crítico contemporáneo en Francia. Médico, antropólogo y sociólogo, su rigor científico se suma a un fuerte compromiso ético y político. Ha abordado temas como la salud pública, la justicia penal, las migraciones y las desigualdades sociales, siempre desde una mirada que cuestiona los mecanismos de poder.

En Muerte de un viajero. Una contrainvestigación propone una indagación sobre las circunstancias de la muerte de Angelo, un hombre de 37 años perteneciente a la comunidad de los gens du voyage[i], que en 2017 fue abatido por agentes de una unidad de élite de la Gendarmería Nacional francesa mientras estaba con su familia. Un hecho que conmocionó Francia por el empleo de una fuerza especializada en antiterrorismo para una detención rutinaria de un individuo no considerado peligroso.

El libro se estructura en una serie de testimonios de diversos actores: familiares, gendarmes, médicos y periodistas. Esta polifonía permite al lector confrontar las múltiples versiones de los hechos y cuestionar la construcción de la verdad judicial.

Con un tono de novela negra, Fassin adopta una postura deliberadamente distanciada, refiriéndose a sí mismo como el sociólogo, evitando el uso del yo y omitiendo notas al pie o bibliografía. Esta elección estilística subraya su intención de presentar una narrativa que desafíe las versiones oficiales sin imponer una verdad absoluta.

El sociólogo no busca simplemente reconstruir los hechos, sino cuestionar cómo se narran y quién tiene el poder de hacerlo. ¿Por qué se da mayor veracidad al testimonio de los agentes que al de los padres del fallecido presentes en el momento de su muerte? Su enfoque no ofrece respuestas definitivas, sino que abre un espacio para la duda y el cuestionamiento de las narrativas oficiales.

Más allá del caso específico de Angelo, Muerte de un viajero invita a reflexionar sobre las dinámicas de poder, el papel de las fuerzas del orden y las instituciones judiciales, la marginalización de comunidades y minorías y la perpetuación de desigualdades.

También es una poderosa reivindicación del papel público de la sociología como una forma de intervención crítica en la vida social. Frente a un relato institucional cerrado, su contrainvestigación revela los vacíos, los sesgos y las jerarquías que estructuran la versión oficial. De esta manera, nos muestra la sociología como una práctica comprometida que escucha las voces silenciadas (la de la familia de Angelo o la comunidad de viajeros), y las restituye al espacio público.

En este gesto, Fassin reafirma la función de las ciencias sociales como instrumentos de justicia simbólica, capaces de cuestionar las formas de violencia que se ejercen no sólo con armas, sino también con palabras, archivos y silencios.

Este es uno de los textos con los que la editorial AKAL inaugura su colección Ágora Teoría dirigida por el filósofo José Luis Moreno Pestaña. Pretende agrupar una serie de obras comprometidas con aclarar interrogantes urgentes desde la información rigurosa y el pensamiento crítico, pero de una manera accesible a un amplio conjunto de lectores.

Ciertamente, Muerte de un viajero es una buena manera de empezar esta andadura.

[i] 1 La noción de gens du voyage es un concepto administrativo creado en el derecho francés para designar a la comunidad de viajeros sin residencia fija, de ahí que se la denomine comunidad nómada.

 

Número 20, 2025