Esto es lo que tratamos de reflexionar en este número de Documentación Social. Hemos querido poner el foco en la realidad del voluntariado. Realidad que como cualquier otra merece de la atención y el cuidado necesario para poder seguir avanzando en el momento social que nos ocupa.
Buscamos pensar el voluntariado, después de un largo periodo de inacción en esta dirección. Hemos podido constatar cómo las últimas reflexiones realizadas al respecto provienen de los primeros dos mil. De aquel entonces ahora, la situación ha variado mucho en muchos sentidos y consideramos que es importante ver de qué manera todo lo acontecido ha impactado en la realidad del voluntariado y la acción que realiza.
El voluntariado ha sido, tradicionalmente, una respuesta de la ciudadanía a la realidad social que, de un modo u otro, ha generado situaciones de fragilidad y vulnerabilidad que ha afectado y afecta a la vida de muchas personas y familias. Esa respuesta se ha ido configurando de maneras diversas a lo largo de los años y nos parece importante acercarnos a ellas para poder evaluar si dichas respuestas se acomodan al fin, a la misión del voluntariado.
El voluntariado se encuentra, hoy, en un hábitat muy diferente al de hace 20 años. Un tercer sector cada vez más profesionalizado, especializado y por qué no, empresarializado (aunque sea sin ánimo de lucro), plantean la necesidad de reflexionar sobre el lugar y el papel que el voluntariado deben ocupar en este contexto.
No podemos olvidar que este hábitat está condicionado, también, por toda una realidad digital, que hace dos décadas, era difícilmente imaginable. Lo digital forma parte de la realidad, ocupa un espacio importante en la vida de las personas y en la vida de la sociedad y por tanto en el voluntariado. En aras de lo relacional y presencial, no debemos eludir este debate y esta reflexión que se nos propone con lo digital.
Por otro lado, nuestra sociedad es cada vez más diversa; en lo cultural, en lo generacional, en lo conceptual. Esta diversidad puede ser vivida como una amenaza para quienes tienen más resistencia a los cambios de cualquier tipo, pero sin duda, también es una oportunidad de enriquecimiento, de aprendizaje, de mestizajes varios. Esta diversidad que ya se encuentra presente en nuestra sociedad, precisa de espacios en los que poder desplegar todo su potencial y reclama del voluntariado una flexibilidad que genere la posibilidad de acoger nuevas opciones.
Está por ver de qué manera implementa y enriquece el voluntariado la realidad de las personas migrantes que llegan a nuestro país. Ellas traen experiencias, saberes e ideas que, sin duda, van a ser una oportunidad de mejora de la propuesta de la acción voluntaria.
No podemos desvincular el voluntariado y su acción de la transformación social, tan necesaria. Si algo va quedando claro en estos últimos años, es que la incertidumbre va ganando terreno a las certezas que nos han traído hasta aquí. En contextos de incertidumbre el riesgo de dejarnos llevar donde la marea quiera es alto. Por eso si el voluntariado tiene bien fijado el horizonte de la transformación y de la ciudadanía, podrá salvar la incertidumbre reinante. Transformación y ciudadanía siguen formando parte de la familia semántica del voluntariado. Es más, se convierten en dos criterios que nos ayudan a revisar en cada momento histórico el quehacer del voluntariado.
Ante la posibilidad de que el voluntariado se convierta básicamente en acción, más puntual o más estable, pero en acción, en definitiva, debemos actualizar la necesidad de vincular permanentemente dicha acción a los valores que la sostienen y le dan sentido. Necesitamos seguir arraigándonos en la solidaridad que mejora a los pueblos, en la justicia que mejora las oportunidades de personas y pueblos, en la participación que nos ayuda a ser más y mejores personas y ciudadanas, en la generosidad que nos permite salir de nuestra pequeña realidad para religarnos a la realidad de otras y de la sociedad en su conjunto.
Es necesario no perder de vista el mundo de los valores, sin duda, ellos son la brújula que nos orienta en la incierta realidad que nos ocupa y que antes mencionábamos.
El voluntariado es un síntoma de buena salud democrática. Cuando nuestra comprensión de “lo político”, excede a los partidos, al sistema parlamentario y a las instituciones que lo sostienen, constatamos que la cultura democrática se enriquece y cualifica con las diversas acciones que los miembros de una sociedad realizan.
El voluntariado, sin duda, es una de esos modos de fortalecer la democracia. Asume que la persona en su integridad es el valor supremo que debe imperar en la sociedad y trabaja para que así sea. Postula la justicia social y la solidaridad como medios necesarios para llegar al fin de conseguir la transformación de una sociedad en el que todas las personas tengan un lugar en dignidad e igualdad de oportunidades.
Y esto, lo realiza en múltiples ámbitos, tantos como personas en situación de fragilidad pueda haber. De este modo el voluntariado es indicador social claro de los lugares a los que mayor atención debemos prestar.
Y esto, lo realiza de un modo que, por evidente, no deja de ser significativo. Lo realiza desde la proximidad, o mejor, desde la projimidad. El voluntariado está tan pegado a la realidad que en ocasiones corre el riesgo de confundirse con ella. Instituciones y servicios (públicos o privados), por su propia naturaleza no pueden estar tan cerca de la realidad como lo está el voluntariado. Por eso puede convertirse en portavoz, incómodo en ocasiones, de una realidad que es mejorable para las personas que la sufren.
Estamos en un momento de cambio y de oportunidad, y en este momento, el voluntariado puede ser luz, puede orientar la acción de toda una sociedad, que aún a riesgo de perderse, busca que todas las personas que la conforman puedan vivir una realidad justa y digna.
Número 20, 2025