Roberto Jesús Hermida Lorenzo, doctor en biología, presidente de la Asociación galega de Custodia do Territorio
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El mundo rural enfrenta muchos retos y uno de ellos es encontrar formas de desarrollo compatibles con el cuidado de la naturaleza, especialmente en aquellas zonas dedicadas a la agricultura, la ganadería o el cultivo forestal, pero también en el entorno más doméstico. Un reto compartido con el medio urbano, pues ambos están estrechamente conectados.
El medio rural ha sido moldeado por una larga interacción entre las dinámicas naturales y las actividades humanas. Se contrapone, por un lado, al medio urbano, del cual la naturaleza ha sido desterrada y, por otro, a los espacios naturales, en los que la influencia humana ha sido menor. En España, el 84% del territorio se considera rural y ha estado habitado durante milenios, tanto por el ser humano como por otras muchas especies que se han adaptado a paisajes en los que la acción humana es la que mantiene la diversidad de hábitats y la que determina la disponibilidad de recursos. Muchos de los paisajes agrarios tradicionales que caracterizaron, hasta hace unas décadas, el medio rural español, eran paisajes de alto valor ecológico, capaces de acoger una gran biodiversidad.
El medio rural no es homogéneo y acoge realidades muy diferentes, desde dispersas poblaciones de montaña, valles y llanuras agrícolas o zonas de carácter más residencial en el entorno de pequeñas ciudades.
Es un medio que se ha transformado profundamente en las últimas décadas, hasta el punto que algunas de sus señas de identidad tradicionales se han desdibujado o perdido. Desde el punto de vista ambiental, esta transformación tiene principalmente tres causas conectadas entre sí: el abandono de los aprovechamientos tradicionales, la intensificación en la producción agraria y forestal y la implantación masiva de industrias energéticas.
Allí donde el medio rural posee grandes cualidades estéticas y una abundante biodiversidad, como es el caso de algunas zonas de montaña, el medio natural se ha erigido en el principal motor de la economía, pues atrae visitantes, fundamentalmente urbanos, que buscan diferentes formas de contacto con la naturaleza. La economía local se beneficia de esta afluencia de personas y los efectos de la despoblación, una tendencia común en el rural europeo, pueden verse amortiguados, al menos estacionalmente.
En muchas zonas, el abandono de los aprovechamientos tradicionales ha dado paso a una sucesión natural de la vegetación que ha renaturalizado amplias superficies, dando una oportunidad a la recuperación de las poblaciones de especies forestales, tanto animales como vegetales, muy reducidas tras un pasado de feroz deforestación en toda la península ibérica. También en estas zonas se abren nuevas posibilidades de desarrollo entorno a un medio natural en recuperación.
Sin embargo, la escala y la rapidez a la que sucede este abandono también está provocando la desaparición de la heterogeneidad de hábitats que resultaba, precisamente, de la acción humana, llevando a una homogenización del territorio y dejando a muchas especies sin recursos para mantener sus poblaciones. El esfuerzo que se está realizando desde administraciones y entidades conservacionistas para mantener algunos de estos antiguos hábitats agrarios es enorme y, aun así, la tendencia general es regresiva.
La desnaturalización del medio rural
Paralelamente al abandono, y muchas veces como causa o efecto del mismo, se ha producido una intensificación de la producción agraria y forestal. 23 millones de hectáreas en España (el 42% de la superficie) están dedicadas a la agricultura, casi la mitad del territorio nacional. Otro millón de hectáreas está dedicado a cultivos forestales de especies exóticas. Aunque esto representa una parte pequeña de la superficie forestal total, su reparto es muy desigual y solo en Galicia hay más de medio millón de hectáreas dedicadas al cultivo del eucalipto, muchas de ellas tomadas de antiguas tierras de cultivo o de hábitats de gran valor ambiental.
La producción agropecuaria actual ha puesto el foco en la competencia por precios en los mercados nacionales e internacionales, dejando en manos de las grandes corporaciones agroalimentarias el control de la producción agraria. El agricultor o el ganadero han perdido soberanía sobre su propio trabajo y son peones de la gran industria alimentaria. Se ha apostado por el aumento del tamaño de las explotaciones y de los rendimientos por superficie y ambos procesos han favorecido relaciones injustas entre productores y mercado, han contribuido a la despoblación rural y han perjudicado gravemente el medio natural, hasta el punto que, las labores agropecuarias, especialmente aquellas implicadas en la cría de ganado, se consideran el factor de mayor degradación de los hábitats naturales a escala planetaria.
La intensificación de la actividad agraria y forestal han llevado a una multiplicación de las superficies dedicadas al monocultivo. Además, para facilitar el laboreo, se elimina cualquier irregularidad, sea una sebe vegetal, un muro de piedra, pequeños rodales arbolados, viejos caminos, etc. El resultado es una remodelación del paisaje que desdibuja sus señas de identidad culturales y crea grandes superficies homogéneas en las que la vida silvestre apenas obtiene recursos para sobrevivir. A esto se añade el uso de biocidas (herbicidas, fungicidas, insecticidas) y fertilizantes que crean entornos tóxicos y contaminan la tierra y el agua, destruyendo las comunidades de pequeños seres vivos que constituyen la base del funcionamiento de los ecosistemas. Por supuesto, esto se refleja en nuestra dieta: en 2022 se vendieron en España alimentos con al menos 106 plaguicidas, de los que 59 eran disruptores endocrinos y 32 sustancias no autorizadas, según el informe ‘Directo a tus hormonas. Residuos de plaguicidas en los alimentos españoles’, que presentó este mismo año Ecologistas en Acción.
Las señales de alarma son cada vez más preocupantes. En algunas áreas protegidas de Europa se han constatado desplomes en las poblaciones de insectos del 76%, una verdadera catástrofe ambiental. Los insectos constituyen la mayor biomasa animal de los ecosistemas terrestres, cuyo buen funcionamiento depende de las múltiples tareas que éstos desarrollan: polinización, ciclos de nutrientes o el propio hecho de constituir la base de la alimentación para muchas especies de vertebrados. La intensificación agraria en el entorno de estas áreas protegidas se ha apuntado como el principal factor causante del desplome. En España, se ha observado una caída del 23% en las poblaciones de aves comunes que afecta especialmente a las aves de medios agrarios (hasta el 95% de descenso poblacional para algunas especies) y, de nuevo, la causa es la intensificación agraria.
El medio natural en las zonas agrícolas y ganaderas se degrada, pierde biodiversidad y, con ella, capacidad de autorregulación. Los servicios ecosistémicos, incluso aquellos que ofrece a la propia agricultura (fertilidad de la tierra, polinizadores, reservas de agua, control de plagas, diversidad genética), se ven gravemente afectados. La respuesta de la agricultura intensiva es una huida hacia delante, aumentando la dependencia de fertilizantes y fitosanitarios o de agua trasvasada desde otras regiones o extraída de acuíferos cada vez más agotados. Estos entornos empobrecidos y degradados tienen muchas menos herramientas para adaptarse a las nuevas condiciones que impone el cambio climático.
El acaparamiento de tierras para grandes explotaciones está siendo facilitado por la propia despoblación rural y el abandono de los usos tradicionales, que ha puesto en el mercado numerosas propiedades. En ocasiones, este acaparamiento se produce por agentes ajenos al medio rural, como fondos de inversión que buscan diversificar sus negocios invirtiendo en cultivos forestales de alto rendimiento, como el eucalipto, en macrogranjas o en el establecimiento de grandes superficies de cultivos de moda (frutos rojos, frutas tropicales). Un modelo de negocio que acapara territorio y recursos, resulta muy agresivo con el medio y contribuye a la expulsión de población del territorio.
En el caso de la ganadería, la intensificación depende en gran medida de la importación de maíz y soja desde Brasil, Argentina, EEUU o Ucrania. En Latinoamérica, la producción de soja para alimentar el ganado europeo ha sido denunciada como un factor de destrucción del bosque tropical y de desestabilización social. Los efectos negativos de la intensificación se extienden por toda su red de dependencias.
La Política Agraria Común (PAC) europea, de modo decepcionante, se ha venido enfocando más a los intereses de la industria alimentaria que a dar respuesta a los retos sociales y ambientales que necesitamos enfrentar en la producción de alimentos, y sigue dedicando la mayor partida presupuestaria de la UE a financiar un modelo agrario intensivo e insostenible.
La tierra, la base
A pesar de la gran superficie dedicada a la producción agraria y forestal, solo el 20% de la población rural está empleada en el sector primario. La mayor parte de la población rural ya no se gana la vida con el cultivo de la tierra o la cría de ganado. Sin embargo, también esta población influye en su entorno natural, sea como propietarios que alquilan sus tierras, con su participación en montes vecinales o comunales o con el manejo de los terrenos de uso doméstico, como huertas y jardines. Diferentes variantes de montes pro indiviso, por ejemplo, representan una importante superficie en el norte de España y el uso que se hace de ellos tiene una gran influencia sobre la conservación de la biodiversidad, hasta el punto que se han desarrollado proyectos LIFE enfocados, específicamente, a la gestión de terrenos comunales, como el Life in Commond Land.
Tampoco debe ser infravalorado el papel de las parcelas dedicadas a huerta o jardín en las viviendas rurales. En un contexto de intensificación agraria, otras superficies rurales dedicadas a usos no agrarios pueden actuar como refugios de biodiversidad. En Reino Unido se ha visto que, en algunas zonas agrarias, la diversidad y abundancia de polinizadores es mayor en los pequeños jardines que rodean las casas que en las grandes extensiones cultivadas. Pero con frecuencia, en estos terrenos, se libra también una auténtica guerra contra la naturaleza: césped, herbicidas, insecticidas, ahuyentadores, trampas, gatos y muerte inmediata de toda especie considerada tradicionalmente como “peligrosa”.
A los procesos de abandono e intensificación, se ha sumado más recientemente la instalación masiva de industrias eléctricas. La necesaria apuesta europea por las energías renovables se está resolviendo fundamentalmente en el medio rural, con la ocupación de tierras agrarias y montes para proyectos fotovoltaicos y eólicos. Entre los años 2012 y 2022 los parques fotovoltaicos han ocupado más de 21.000 hectáreas de tierras de cultivo, principalmente de secano. Al secuestro de tierras agrarias, y el consiguiente aumento en el precio de acceso a la tierra, se añade una falta de rigor en muchos de los estudios de impacto ambiental que impide evaluar de forma correcta su afección al medio, sobre todo cuando hablamos del efecto conjunto de los proyectos en una comarca. Además, la transformación del paisaje, la generación de ruido, la polución lumínica o el aumento del tráfico rodado en el campo asociados a estas industrias, son elementos que contribuyen a una desnaturalización del medio rural y erosiona su carácter esencial de interfaz entre lo humano y lo natural.
Todos somos actores para un cambio necesario
La desnaturalización del medio rural afecta principalmente a las zonas con mayor actividad agraria y forestal, con consecuencias negativas en la salud humana, en la salud de los ecosistemas y en la propia sostenibilidad de la actividad agraria y forestal. Una desnaturalización que, como hemos visto, tiene repercusiones negativas también en el medio urbano y en los espacios naturales.
Se impone la necesidad de un cambio. La necesaria relación fraternal entre el ser humano y la naturaleza de la que forma parte no puede seguir siendo pervertida por los intereses económicos. En lo que se refiere al medio rural y la producción de alimentos, no puede seguir condicionada por las exigencias de un mercado voraz y especulativo, insensible a sus repercusiones sobre nuestra casa común y sobre nuestra propia salud.
Es preciso que la reflexión sea transversal e implique a toda la sociedad, pues lo rural y lo urbano están estrechamente conectados y no se puede entender el uno sin el otro. La inmensa mayoría de los productos, tanto primarios como servicios, que ofrece el medio rural se destinan a los habitantes urbanos. El propio éxodo rural ha llevado a que, hoy en día, muchos propietarios de terrenos forestales o agrícolas vivan en el medio urbano, al tiempo que la población urbana se constituye en la necesaria cantera de la que podrá salir la futura población rural. La relación entre los productores rurales y los consumidores urbanos debe dejar de estar mediatizada por un mercado complejo, especulativo, y cuyo objetivo fundamental es el beneficio económico. Consumidores y productores deben ser capaces de establecer relaciones entre iguales basadas en el respeto de unos principios éticos compartidos, que incluyan el cuidado de la naturaleza, el respeto mutuo y la soberanía alimentaria.
El aumento en la producción ecológica de alimentos es una buena noticia. Pero la certificación ecológica aborda únicamente un aspecto de lo que significa nuestra relación con la naturaleza. Necesitamos una visión más integral, como la que ofrece la agroecología, que la FAO define como “una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social. Como ciencia, estudia cómo los diferentes componentes del agroecosistema interactúan. Como un conjunto de prácticas, busca sistemas agrícolas sostenibles que optimizan y estabilizan la producción. Como movimiento social, persigue papeles multifuncionales para la agricultura, promueve la justicia social, nutre la identidad y la cultura, y refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales”. ¿No es eso, justamente, lo que queremos para nuestro medio rural?
Una de las formas de cortocircuitar las dinámicas negativas que crea el sistema de mercado imperante es ejerciendo consciente y responsablemente nuestro papel como personas consumidoras. La apuesta por los productos de cercanía, con precios justos, con ciclos de comercialización cortos, cultivados de manera respetuosa con el entorno y con las personas, es una excelente manera de fomentar y ayudar a sostener sistemas de producción respetuosos.
Ya no vale acudir, sin más, a las ofertas del supermercado o a los productos de moda que apoyan modelos de producción intensivos, no respetan el entorno natural y expulsan a la población rural. Necesitamos un consumo consciente del poder transformador de elegir cada día alimentos cultivados y/o elaborados desde el respeto por el medio ambiente y por la salud de las personas, y dispuestos a pagar por ello un precio justo. Necesitamos consumir menos y consumir mejor.
También necesitamos que las personas productoras se sientan interpeladas por la situación actual y quieran ser parte activa del cambio agroecológico. Su acción no puede seguir marcada únicamente por las exigencias del mercado o los condicionantes de la PAC. También el agricultor, el ganadero o el propietario forestal debe tener el coraje de incorporar principios éticos a su trabajo.
El papel de las administraciones es fundamental en la transformación agroecológica. Aun siendo una minoría, son muchos (y cada vez más) los productores concienciados que apuestan por una producción respetuosa y responsable. Necesitan del apoyo de nuestras administraciones. No se puede pedir que sean supermujeres o superhombres quienes, luchando contra un sinfín de dificultades, representen la alternativa agroecológica. Es más, la agroecología debe dejar de ser una alternativa para ser la apuesta principal de las administraciones. La producción irresponsable e irrespetuosa de alimentos tiene que ser la excepción y no la regla.
La PAC se debe enfocar en hacer accesible a la población europea alimentos que cumplan con estos criterios, en vez de financiar una industria excedentaria, insostenible e injusta. El clamor por una PAC que favorezca el cambio agroecológico, ha cristalizado en España en el movimiento Por Otra PAC, una coalición formada por 50 organizaciones de ganaderos y ganaderas extensivas, representantes de la producción ecológica, ONG ambientales, de desarrollo rural, expertos en nutrición y consumo, entre otros. Solo una sociedad civil concienciada y organizada puede hacer frente a la gran industria alimentaria.
Las alianzas entre productores y el resto de la sociedad para caminar juntos bajo los principios éticos de la agroecología, se pueden concretar de muchas maneras, y muchas de ellas implican el establecimiento de redes de colaboración entre el medio rural y el urbano. Es importante insistir en la corresponsabilidad de la población urbana y rural para la consecución de un medio rural sostenible. Algunas de estas alianzas pueden ser:
- La participación en cooperativas, grupos y tiendas de consumo responsable.
- La revitalización de los mercados locales, donde los productores pueden vender sus productos directamente a los consumidores.
- Compra verde pública: la administración pública debe aplicar criterios éticos a sus compras.
- Acuerdos de custodia del territorio, entre entidades conservacionistas y productores, apoyándose mutuamente. El Foro de Redes y Entidades de Custodia del Territorio agrupa la mayor parte de las entidades que trabajan en custodia del territorio en España y la custodia agraria es una de las líneas de trabajo con mayor trayectoria.
En el huerto o jardín de casa puede ser una actividad fascinante descubrir la cantidad de seres vivos que pueden acoger y cómo las complejas relaciones que se establecen entre ellos favorecen dinámicas más estables, más resilientes y con mayor capacidad de autorregulación. Ahondar en el conocimiento de nuestro entorno nos hará disfrutar más de él y ser más sensibles a sus necesidades, en vez de estar en permanente guerra contra la naturaleza. Nos llevará a manejos de nuestro entorno más satisfactorios, menos trabajosos, más sanos. Podemos hacer este viaje acompañados, participando en colectivos agroecológicos (redes de intercambio de semillas, grupos de consumo, etc.), entidades naturalistas o estableciendo acuerdos de colaboración con entidades de custodia del territorio.
Las decisiones afectan a un todo (Los espacios protegidos como oportunidad)
En ocasiones, los valores ambientales de un territorio rural llevan a su inclusión en una figura de espacio natural protegido. Generalmente esto es fuente de conflictos y, de entrada, la población local suele oponerse. Es entendible: las administraciones, por lo general, explican poco, negocian menos y son muy torpes (cuando no, paradójicamente, abiertamente contrarias) a la hora de aplicar sus propias normativas ambientales y de entender el espíritu de las directivas europeas.
La Red Natura 2000 europea, la mayor iniciativa de conservación de la biodiversidad en Europa y de la que forman parte la mayor parte de los espacios naturales españoles, parte de una realidad conocida: la práctica totalidad de los espacios naturales europeos son fruto de una larga interacción entre las poblaciones locales y la naturaleza, no existiendo prácticamente espacios que pudiésemos llamar primigenios o prístinos. Y reconoce también que la conservación de muchos hábitats y especies depende del mantenimiento de las actividades tradicionales, por lo que anima a apoyar estas actividades, reconocerlas y darles el valor (también económico) que merecen.
La inclusión de un territorio en Red Natura 2000, debería ser visto, por tanto, como una estupenda oportunidad para afrontar, con un nuevo enfoque y con más medios, los retos que enfrenta, de por sí, cualquier territorio rural. La menguante población rural se gana la vida, cada vez más, con actividades relacionadas con la naturaleza, como el turismo rural, el ecoturismo o los deportes al aire libre. Un medio natural bien conservado es la base para la diversificación de la economía rural y, para conseguirlo, los distintos sectores productivos y las administraciones deben trabajar en complicidad bajo los mismos principios de sostenibilidad.
Sin embargo, el desarrollo de estas figuras con demasiada frecuencia se pervierte por falta de compromiso o de valentía política, y se acaba limitando a la implantación de normativas coercitivas, dejando de lado el necesario apoyo al impulso de iniciativas que encajen con los criterios de respeto y sostenibilidad. Así, las limitaciones que acompañan la declaración de un espacio protegido, sin el acompañamiento de medidas de apoyo (que, o llegan mucho después que la normativa, o no llegan nunca), son vistas por muchos agricultores y ganaderos como la gota que colma el vaso de las injusticias hacia el mundo rural y se genera un sentimiento de rechazo hacia las políticas de conservación.
Es necesario reconciliar a la población con las medidas de protección de la naturaleza y ello solo es posible si existe un compromiso sincero por parte de las administraciones con el desarrollo sostenible de los territorios incluidos en figuras de protección, y si el establecimiento de las mismas se realiza mediante procesos dialogados, didácticos, participativos, flexibles, mediados cuando sea necesario, y acompañados con dotaciones presupuestarias acordes con los retos que se asumen.
En definitiva, un medio rural que apuesta por un desarrollo compatible con el cuidado de su naturaleza es un medio rural vivo e ilusionante que necesita manos y que es capaz de establecer alianzas fortalecedoras, dentro de sí mismo y con el medio urbano. Un medio que, a pesar de otras muchas dificultades, ofrece un proyecto atractivo y con futuro, capaz de incorporar personas que quieren formar parte de él.
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Enlaces
Foro de Redes y entidades de Custodia del Territorio: https://www.frect.org/
Life en Conmmond Land: https://www.lifeincommonland.eu
Por Otra PAC: https://porotrapac.org/
Número 18, 2024