A fondo

Retos y oportunidades del voluntariado en un cambio de época

Ana Sofi Telletxea Bustinza. Responsable de análisis y desarrollo en Cáritas Bizkaia

María Silvestre Cabrera. Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto. IP Equipo Deusto Valores Sociales

 

Análisis de la evolución del voluntariado en España centrado en el cambio de modelo social. Definición de las oportunidades para el voluntariado que surgen de la fragilidad emocional, precariedad, soledad no deseada y falta de sentido de las sociedades actuales y su influencia en el desarrollo de la comunidad.

 

Introducción

El voluntariado ha adquirido una creciente relevancia en las sociedades contemporáneas. Su institucionalización progresiva, especialmente desde finales del siglo XX, refleja el reconocimiento de su papel estratégico en la promoción del bien común, la cohesión social y la participación ciudadana. A través de marcos normativos, investigaciones especializadas y diversas prácticas sociales, el voluntariado se ha consolidado como un fenómeno complejo y dinámico, que articula dimensiones individuales y colectivas, asistenciales y transformadoras. En este artículo centramos la reflexión en las tensiones y retos que debe afrontar el voluntariado en la modernidad tardía desde una lectura positiva de las virtualidades que el voluntariado puede aportar. Consideramos que existe potencialidad para generar ámbitos de convivencia que favorezcan nuevos marcos relacionales desde los que construir comunidad y visibilizar y actuar ante las situaciones de vulnerabilidad social.

 

1. Voluntariado, solidaridad y modernidad

Serge Paugam (2012)[i] sostiene que la cohesión social depende de la calidad de los vínculos sociales, estructurados en torno a dos dimensiones esenciales: la protección, entendida como el conjunto de apoyos frente a las adversidades, y el reconocimiento, que valida socialmente al individuo. A través del análisis de distintos tipos de vínculos, el autor destaca que los cambios en las sociedades modernas han transformado las formas de soporte sin eliminar la necesidad de protección y reconocimiento. La pérdida de ambos constituye un factor central en los procesos de exclusión, por lo que resulta clave analizar la diversidad e interdependencia de los vínculos sociales para comprender las dinámicas actuales de integración y exclusión.

Esa cuestión es clave porque nos permite visibilizar que existe la exclusión relacional y definir la escasez de relaciones primarias como un problema social que necesita de respuestas sociales e institucionales. En este sentido, Fantova (2024)[ii] propone el concepto de conexión comunitaria como bien social que podría ser también un bien público, un objeto político o un derecho social que el Estado de bienestar aspirase a proteger, promover y, en definitiva, garantizar a toda la población (Fantonva, 2024), y del que, sin duda, el ejercicio del voluntariado no podría ser ajeno ya que, en tiempos de incertidumbre necesitamos más y mejor conexión comunitaria (Carcavilla, 2025)[iii].

En las sociedades contemporáneas, el voluntariado se presenta como una práctica que articula solidaridad, responsabilidad y acción social en un contexto atravesado por la complejidad, la fragmentación y la redefinición de los vínculos humanos. El voluntariado en sociedades modernas podría ser una reafirmación del lazo social en contextos de individualismo y diferenciación y un mecanismo para reconstruir vínculos cuando la cohesión social se debilita.

El voluntariado puede entenderse como una manifestación de solidaridad orgánica, donde el individuo, lejos de actuar por presión colectiva, asume un rol dentro de una estructura social compleja y funcionalmente diferenciada. Atendiendo al proceso de individualización (Beck y Beck-Gernsheim, 2003)[iv], esa asunción se hace desde la elección personal ya que, en las sociedades modernas, las estructuras tradicionales han perdido su capacidad de guiar la vida de las personas y cada individuo debe tomar decisiones por sí mismo, asumir riesgos y construir su biografía reflexiva. Así, el voluntariado sería una manera que tienen las personas de expresar su ética personal y su sentido de responsabilidad; un proyecto biográfico ético que da sentido a la existencia, en el que la persona se compromete con causas sociales no por imposición externa, sino como parte de su identidad y visión del mundo. La biografía se convierte en una tarea que debe realizar el propio individuo (Beck & Beck-Gernsheim, 2003) y el compromiso voluntario es una forma en que muchos sujetos contemporáneos responden a esta tarea con responsabilidad social. Sin embargo, esta lógica también puede producir tensiones: al depender de la elección individual, el voluntariado corre el riesgo de ser discontinuo, personalista o instrumentalizado, más cercano a un proyecto de vida que a una ética del cuidado sostenido.

El voluntariado actual combina diferentes formas de solidaridad en un tejido social que no es ajeno a la modernidad líquida descrita por Bauman[v] caracterizada por la fragilidad de los vínculos, por el consumo de experiencias rápidas frente a compromisos duraderos y donde todo es más flexible, pero también más inestable. Las relaciones humanas se tornan superficiales y efímeras, las identidades son cambiantes, y la comunidad parece disolverse en un mar de experiencias individuales. En este escenario, el voluntariado puede ser leído de manera ambivalente. Por un lado, representa un esfuerzo por reconstruir comunidad, por establecer relaciones éticas en medio del individualismo reinante. Por otro, corre el riesgo de convertirse en una experiencia líquida más, susceptible de ser consumida por el individuo en busca de realización personal o visibilidad social. Si el voluntariado no se sostiene en una ética profunda, puede reducirse a una práctica efímera, estéticamente valiosa pero socialmente inestable. Sin embargo, incluso en su forma más superficial, el voluntariado pone de manifiesto una necesidad de vinculación y de sentido que persiste en las sociedades líquidas. La búsqueda de comunidad, aunque frágil, sigue siendo un motor fundamental en la acción solidaria.

 

2. Conceptualización del voluntariado

Desde finales del siglo XX, en Europa se han impulsado marcos de reconocimiento, protección y promoción del voluntariado, avances que han contribuido decisivamente a su institucionalización. La celebración del Año Internacional del Voluntariado en 2001 supuso un hito fundamental, marcando el inicio de una etapa de desarrollo legislativo y estratégico en los niveles estatal, autonómico y local, orientada a reconocer la responsabilidad pública en el fomento del voluntariado como expresión de participación social organizada, vinculada a la cohesión social y al bien común. Posteriormente, el Año Europeo del Voluntariado, celebrado en 2011, subrayó la importancia de la acción voluntaria y visibilizó la heterogeneidad que caracteriza a este fenómeno.

En el ámbito jurídico español, la Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado, define el voluntariado como el conjunto de actividades de interés general desarrolladas por personas físicas que cumplen los siguientes requisitos: a) carácter solidario; b) realización libre, sin obligación personal o deber jurídico, asumida voluntariamente; c) ausencia de contraprestación económica o material, permitiéndose únicamente el reembolso de los gastos ocasionados; d) desarrollo a través de entidades de voluntariado con programas concretos, dentro o fuera del territorio español (Ley 45/2015, art. 3). La misma norma establece que las actividades de interés general comprenden aquellas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas y de la sociedad en su conjunto, así como las destinadas a proteger y conservar el entorno.

Más allá de su dimensión normativa, el voluntariado se ha analizado como un mecanismo estructural para la construcción de comunidades cohesionadas. Una investigación realizada por el SIIS (Carcavilla, 2025), basada en la clasificación de Jopling (2020)[vi], identifica los facilitadores estructurales como las acciones orientadas a generar entornos sociales adecuados, donde la promoción del voluntariado y la creación de entornos amigables destacan como elementos esenciales (Carcavilla, 2025; Jopling, 2020). En este marco, el voluntariado se concibe como un instrumento fundamental para la articulación social y la promoción de relaciones significativas.

Desde un enfoque funcional, Carcavilla (2025: 100) define el voluntariado como un trabajo no remunerado, consciente y autoimpuesto en beneficio de otras personas, una sociedad o una organización (Elche y Cervigón, 2022)[vii]. Esta práctica puede adoptar diversas modalidades, entre las que se incluyen iniciativas de apoyo directo entre personas —grupos de autoayuda, intervenciones de pares, tutoría o padrinazgo—, actividades basadas en competencias especializadas o sistemas de intercambio de servicios como los bancos del tiempo (SIIS, 2017)[viii]. Más allá de su impacto comunitario, el voluntariado aporta beneficios individuales, como la prevención de la soledad, al facilitar el mantenimiento de conexiones sociales (Locke y Grotz, 2022)[ix]. Así, se configura como un agente fundamental en la provisión de intervenciones efectivas para la promoción de las relaciones y las conexiones sociales (Carcavilla, 2025: 100).

Los elementos clave que definen el voluntariado son la solidaridad, la libre elección, la ausencia de lucro, el compromiso en contextos organizacionales y el desarrollo de actividades orientadas a la mejora de la calidad de vida y la protección del entorno. Sin embargo, a pesar de esta sintonía en los principios generales, la práctica del voluntariado muestra una diversidad de enfoques que le confieren un carácter plural e incluso contradictorio, generando tensiones internas.

Una primera diferenciación se observa en la orientación de la acción voluntaria: asistencialismo o transformación social. El enfoque asistencialista concibe el voluntariado como una respuesta altruista a necesidades inmediatas, sin cuestionar las causas estructurales que generan dichas situaciones. En cambio, la perspectiva orientada a la transformación social entiende el voluntariado como una forma de participación política activa, capaz de fomentar el diálogo público, fortalecer la democracia y promover el cambio social, contribuyendo a la construcción de sujetos políticos y morales (Etxeberria, Ferrán y Guinot, 2021)[x].

Otra distinción relevante radica en el tipo de vinculación: individualista o comunitaria. El enfoque individualista destaca la función del voluntariado como estrategia de desarrollo personal, donde los individuos buscan satisfacer necesidades propias, como el deseo de ayudar, adquirir nuevas habilidades o mejorar su trayectoria profesional. Esta modalidad suele generar vínculos más volátiles y una menor implicación con estructuras colectivas. Por el contrario, el enfoque comunitario entiende el voluntariado como una práctica colectiva surgida de la participación ciudadana activa, orientada a fortalecer la cohesión social y a crear redes de apoyo y pertenencia. En este modelo, el voluntariado se vincula estrechamente a las comunidades y entidades en las que se desarrolla, promoviendo relaciones estables y un compromiso sostenido más allá de acciones puntuales.

Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran pilares fundamentales de las sociedades democráticas, pues generan capacidad de compromiso individual y colectivo en torno al bien común, y favorecen un estilo de gobernanza más inclusivo, basado en la incidencia ciudadana en los asuntos públicos (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021)[xi].

Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran importantes fuerzas transformadoras, que ejercen la incidencia social y política para promover mejoras en la sociedad. Alimentan la existencia de una comunidad activa y crítica y promueven la conciencia colectiva. Desde esta perspectiva voluntariado y activismo social están estrechamente relacionados (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021).

En España, tanto la legislación como la planificación estratégica reconocen esta dualidad, combinando las perspectivas individualista y comunitaria. La Ley 45/2015[xii] apuesta por un voluntariado abierto, participativo e intergeneracional, que integra las dimensiones de ayuda y participación con una aspiración explícita de transformación social (Preámbulo), contribuyendo así al fortalecimiento de la cohesión social y al bien común.

Desde la perspectiva de la acción social, los mecanismos que producen las situaciones de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social trascienden a las personas concretas que las sufren. Además de las circunstancias personales, los contextos comunitarios y culturales y las dinámicas estructurales de la sociedad (modelo económico, política, valores…) generan pobreza, vulnerabilidad y exclusión social a la vez que construyen las oportunidades para superarlas. La exclusión social es un fenómeno dinámico y complejo generado por vulneraciones de derechos en distintos ámbitos de la vida de las personas, combinado con el debilitamiento de los vínculos sociales y relacionales que pueden llegar hasta el aislamiento y el rechazo social (Cáritas Bizkaia, 2022)[xiii].

La acción del voluntariado en este contexto requiere de una visión amplia de esta realidad que, asumiendo su complejidad, se oriente al cambio social. El Tercer Sector de Acción Social, con 1.472.627 personas voluntarias vinculadas a las entidades que conforman el sector, es el principal espacio de participación del voluntariado social. La Ley 43/2015, del Tercer Sector de Acción Social, no define qué es el voluntariado, pero sí define a estas entidades como organizaciones que responden a criterios de solidaridad y de participación social, con fines de interés general y ausencia de ánimo de lucro, que impulsan el reconocimiento y el ejercicio de los derechos civiles, así como de los derechos económicos, sociales o culturales de las personas y grupos que sufren condiciones de vulnerabilidad o que se encuentran en riesgo de exclusión social (Art.2).

En suma, el enfoque del tercer sector de acción social sobre el voluntariado (y el de muchas de sus entidades, por ejemplo, Cáritas) incorpora una visión transformadora y comunitaria, superando los modelos más asistencialistas e individualistas.

 

3. Diagnóstico de situación y tendencias

Según datos de la Plataforma del Voluntariado en España, el 10,1% de la población, equivalente a más de 4,2 millones de personas, participa en actividades voluntarias. El perfil predominante es el de una mujer de entre 45 y 54 años, con empleo, nivel de renta medio-alto y residente en ciudades de más de 500.000 habitantes. Este perfil lleva más de cinco años colaborando en causas sociales, lo que refleja una tendencia de mayor implicación femenina en el voluntariado, especialmente entre los 30 y 64 años.

La población voluntaria se caracteriza por un alto nivel formativo: el 40% posee estudios universitarios y el 57% estudios secundarios. La actividad laboral no constituye un impedimento, dado que la mitad de las personas voluntarias está empleada. Por otro lado, el voluntariado es más frecuente entre pensionistas (27%) que entre estudiantes (10%). Un 7% de quienes colaboran se encuentra en situación de desempleo, y el 6% se dedica a tareas del hogar.

El ámbito más habitual del voluntariado es el social (46,85%), seguido por el socio-sanitario (17,3%), el cultural (11,9%), el educativo (10,8%) y el comunitario (10,6%). Las áreas como el ocio y tiempo libre, el deporte, el medio ambiente, la cooperación internacional y la protección civil presentan menores niveles de participación.

En cuanto al género, el estudio constata una reproducción de los roles tradicionales. Si bien la participación femenina es mayoritaria, en sectores como el ocio y la cooperación predominan las mujeres, mientras que en el deporte y la protección civil se registra una mayoría masculina.

Finalmente, un 20% de la población no voluntaria participa en actividades de solidaridad informal, lo que representa unos 8 millones de personas. Este tipo de participación es más común en áreas rurales, entre pensionistas (21,7%), personas dedicadas al hogar (19,6%) y en el grupo de edad de 45 a 54 años (21,4%). Estas prácticas, según el Observatorio del Voluntariado (2024)[xiv], fortalecen los vínculos comunitarios y pueden facilitar la transición hacia formas estructuradas de voluntariado.

En el contexto actual, el voluntariado se caracteriza por transformaciones que superan su tradicional análisis cuantitativo, revelando nuevas formas de acción detectadas por las propias organizaciones. Una de las principales tendencias es la instrumentalización del voluntariado como herramienta para la construcción de currículum personal u organizacional, visible en fenómenos como el voluntariado corporativo o las experiencias formativas. Aunque estas prácticas pueden abrir la puerta a un compromiso más profundo, también corren el riesgo de quedarse en niveles asistencialistas y superficiales, dificultando la conexión con un enfoque transformador y comunitario de la acción social.

Asimismo, se constata una vinculación esporádica y puntual de las personas voluntarias con las organizaciones, lo cual limita la posibilidad de generar sentido colectivo y pertenencia. A pesar de un incremento general de la participación voluntaria, algunas áreas muestran una disminución, particularmente entre la juventud.

Paralelamente, emergen nuevas formas de compromiso social impulsadas por jóvenes, basadas en vínculos relacionales, sensibilidad eco-social, centralidad de los cuidados, estilos de vida sostenibles y alternativas al modelo socioeconómico dominante. Estas expresiones, junto con el aumento de la diversidad en el voluntariado, abren nuevas oportunidades para renovar la acción voluntaria bajo el paradigma del cuidado (Aranguren, 2024)[xv]. Esto plantea a las organizaciones el desafío de superar una lógica centrada en la gestión de actividades, hacia modelos más coherentes con su dimensión relacional y transformadora. Sin olvidar la necesidad de reflexionar sobre cuál es el papel y la función del voluntariado en un espacio en el que la acción social se institucionaliza, la prestación de servicios se convierte en publica (o concertada con entidades del tercer sector), se profesionaliza y se regula.

 

4. Reflexiones finales: retos del voluntariado

El voluntariado debe ser una manera de dar sentido a nuestras acciones sociales y, a la vez, de responder a carencias y vacíos relacionales en nuestros entornos, siendo también fundamental en la toma de conciencia de las situaciones de mayor vulnerabilidad y respondiendo, socialmente, ante ellas. Si queremos que el voluntariado asuma este rol social clave, deberemos ser capaces de afrontar algunos de los desafíos que están limitando su expresión o crecimiento.

Cáritas Bizkaia (2023)[xvi] ha reflexionado sobre los retos a los que se enfrenta la entidad y que puede hacerse extensible a todas aquellas organizaciones que cuentan con una importante y valiosa aportación de personas voluntarias. El documento identifica diversas cuestiones de carácter estructural y adaptativo que requieren atención prioritaria. La progresiva elevación de la media de edad del voluntariado pone de manifiesto la dificultad para convertirse en alternativa de participación para las personas jóvenes, lo que exige repensar las estrategias de atracción y establecer vínculos más sólidos con espacios no tradicionales e intergeneracionales.

Asimismo, la creciente diversidad y la flexibilización en las formas de compromiso voluntario plantean a las organizaciones el desafío de adaptarse a nuevas dinámicas sin renunciar a su identidad fundacional. El voluntariado actual se configura de manera más plural, con motivaciones diversas y una preferencia por formas de participación menos permanentes. En este sentido, resulta imprescindible diseñar propuestas que contemplen distintos niveles de implicación y favorezcan experiencias iniciales de acercamiento, así como gestionar adecuadamente la heterogeneidad de perspectivas, valores y expectativas.

Otro eje fundamental es el relativo al acompañamiento y la formación del voluntariado. Garantizar un itinerario formativo adecuado, que combine competencias técnicas con una profundización en los valores e identidad institucional, es esencial para fortalecer el compromiso y la eficacia de la acción voluntaria. Ello exige también clarificar los límites entre las funciones del voluntariado y las responsabilidades del personal profesional, evitando tanto la confusión de roles como la tendencia hacia una profesionalización impropia del voluntariado. En consecuencia, simplificar procedimientos, clarificar funciones y distinguir adecuadamente entre tareas voluntarias y profesionales se revela como una estrategia clave para revitalizar el compromiso.

Finalmente, el contexto social contemporáneo, marcado por cambios profundos en los vínculos comunitarios y por la multiplicación de iniciativas solidarias de diversa índole, interpela a las organizaciones a redefinir su papel y a promover sinergias con otras entidades del tercer sector, así como con instituciones públicas y privadas. Esta apertura a la colaboración interinstitucional puede convertirse en una vía privilegiada para incrementar el impacto social y favorecer una mayor sostenibilidad de la acción voluntaria.

En definitiva, lejos de ser un fenómeno marginal, el voluntariado se ha convertido en un síntoma y un reflejo de las tensiones de la modernidad: entre comunidad e individualismo, entre responsabilidad y consumo, entre solidaridad profunda y gestos pasajeros. Más que una contradicción, esta ambivalencia puede ser vista como una oportunidad: el voluntariado tiene el potencial de articular nuevas formas de vínculo social, capaces de responder a los desafíos éticos y sociales de nuestro tiempo. Más que un simple acto de ayuda, el voluntariado constituye un espacio de articulación entre el yo y el otro, entre lo individual y lo colectivo, entre la fragilidad y la esperanza. Su ambivalencia no debe ser motivo de desconfianza, sino una invitación a fortalecer su potencial de transformación social. Para ello es clave el papel que puede desempeñar el voluntariado en la construcción de marcos relacionales que favorezcan las dinámicas solidarias y la construcción de comunidad en una modernidad tardía caracterizada por las incertidumbres y por el riesgo de que se imponga el individualismo y el aislamiento social.

 

Bibliografía

[i] Paugam, S., 2012, “Protección y reconocimiento. Por una sociología de los vínculos sociales”, en Papeles del CEIC, vol. 2012/2, nº 82, CEIC (Centro sobre la Identidad Colectiva), http://www.identidadcolectiva.es/pdf/82.pdf Universidad del País Vasco

[ii] Fantova, Fernando (2024). Las políticas sobre soledad y su relación con el bienestar emocional, la conexión comunitaria y la inclusión social. https://www.fantova.net/2024/02/19/las-politicas-sobre-soledad-y-su-relacion-con-el-bienestar-emocional-la-conexion-comunitaria-y-la-inclusion-social/

[iii] Carcavilla, Ainhoa (2025). Experiencias y buenas prácticas para una sociedad cohesionada, Zerbitzuan 84, pp. 85-103

[iv] Beck, U., & Beck-Gernsheim, E. (2003). La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós.

[v] Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

Bauman, Z. (2003). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI Editores.

[vi] Jopling, Kate (2020). Promising approaches revisited: effective action on loneliness in later life, s.l., Campaign to End Loneliness. https://www.campaigntoendloneliness.org/wp-content/uploads/Promising_Approaches_Revisited_FULL_REPORT.pdf

[vii] Elche, María Dionisia y Cervigón, Raquel (coord.) (2022): El voluntariado como medio para mejorar la calidad de vida de los mayores. Guía innovadora para formadores, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, https://ruidera.uclm.es/items/cc1bb594-b240-43c5-ae92-d343e9a1c5b7

[viii] SIIS. Centro de Documentación y Estudios (2017). Activación comunitaria y solidaridad vecinal. Tendencias y buenas prácticas. San Sebastián. Diputación Foral de Gipuzkoa. https://www.siis.net/es/investigacion/ver-estudio/532/

[ix] Locke, M. y Grotz, J. (eds) (2022). Volunteering, research and the test of experience: A critical celebration for the 25th anniversary of the Institut for Volunteering Research, s.l., UEA, Publishing Project.

[x] Etxeberria, Bakarne; Ferrán, Ane y Guinot, Cinta (2021).  Ciudadanía vasca feliz: bienestar personal y participación ciudadana en la CAE, en: María Silvestre Cabrera (coord..). Valores para una pandemia: la fuerza de los vínculos, Síntesis.

[xi] Consejo Vasco del Voluntariado (2021).  Estrategia Vasca de Voluntariado 2021-2024. Gobierno vasco. https://www.euskadi.eus/estrategia-vasca-del-voluntariado-ano-2021-2024/web01-ejeduki/es/

[xii] Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado.

[xiii] Caritas Bizkaia (2023). Reflexión sobre el papel del voluntariado y del profesional en el Modelo de Acompañamiento Integra (MAI) en Caritas Bizkaia. Coordinación de la intervención. Documento de trabajo.

[xiv] Observatorio del voluntariado. Plataforma del voluntariado en España (2024). Barómetro del voluntariado. La acción voluntaria en España en 2024.

[xv] Aranguren, Luis (2024). La nueva hora del voluntariado, Corintios XIII, 192.

[xvi] Caritas Bizkaia (2023). Definiendo una estrategia de voluntariado para Cáritas Bizkaia, Consejo Diocesano de Cáritas Bizkaia, 2023. Documento de trabajo.

 

Número 20, 2025

Voluntariado y cambio social: una llamada a la acción

A fondo

Voluntariado en tiempos de incertidumbre: sostener, imaginar y transformar el Tercer Sector

Mabel Cenizo. Trabajadora social. Responsable de voluntariado de Caritas Gipuzkoa

Marivi Roldán. Grado en educación. Coordinadora Estatal de Voluntariado y Participación

 

El artículo propone una lectura crítica y transformadora del voluntariado en el Tercer Sector de Acción Social, en un contexto marcado por crisis múltiples. Desde un enfoque ecosocial, feminista y comunitario, plantea claves estratégicas para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria como práctica política y solidaria.

 

Introducción

No resulta fácil caracterizar el actual contexto social en nuestro país. Sin pretensión de exhaustividad ni de orden, podríamos identificar tendencias como el cambio climático, la digitalización de la vida, el envejecimiento de la población, la crisis de los cuidados, la emergencia de la soledad como problema social o el crecimiento de las fuerzas políticas ultraderechistas. Estos fenómenos, sin duda, afectan y representan un desafío para nuestro Tercer Sector de Acción Social (TSAS).

Si bien este sector, en nuestro país se ha posicionado en gran medida como prestador de servicios sociales estandarizados de financiación pública, nunca ha abandonado otras facetas que también le son propias como pueden ser las que tienen que ver con la acción voluntaria, la canalización de iniciativas solidarias, la promoción de la participación ciudadana o el trabajo por la transformación social. Y, seguramente, estas otras facetas se vuelven más necesarias cuanto más arrecian desafíos sociales como los que hemos mencionado.

Por ello, queremos contribuir a la reflexión profunda y al debate abierto que creemos imprescindible para que nuestras entidades y redes del tercer sector tracen las estrategias más adecuadas en este momento histórico, y que puedan contribuir significativamente, junto con otros agentes de la sociedad, a la construcción de un futuro solidario, participativo, sostenible e inclusivo.

El artículo tendrá, por lo tanto, tres partes. En el primer bloque, identificaremos brevemente algunas de las crisis que atravesamos. En el segundo bloque, analizaremos las tensiones que esa nueva solidaridad puede estar demandando al tercer sector. Finalmente, en la tercera parte, abriremos una reflexión sobre claves y horizontes posibles que comienzan a vislumbrarse como necesarias en la reconstrucción de la solidaridad y la acción voluntaria y que puedan contribuir a canalizar la solidaridad que necesitamos ante los riesgos e incertidumbres del tiempo que vivimos.

Se trata de un diálogo que, desde nuestro punto de vista, puede —y debiera— renovar, enriquecer y fortalecer la acción solidaria y voluntaria como práctica socialmente comprometida, arraigada en vínculos comunitarios y orientada a la transformación estructural.

 

1. Más de una crisis a la vez y el presente del tercer sector por construir

Vivimos una era en crisis múltiples, que avanzan a diferentes ritmos e intensidades y definen nuestro presente. La crisis climática se acelera, mientras que la crisis social crece con el rechazo a la gentrificación y el auge de los movimientos populistas (Turiel, 2024). Así comienza la sinopsis del libro El futuro de Europa, escrito por Turiel —doctor en Física Teórica, licenciado en Matemáticas e investigador en el CSIC—, donde analiza los límites materiales y políticos del modelo social actual y plantea escenarios de transición profunda.

En una línea convergente, Fantova subraya que vivimos una época en la que, en no pocos lugares de nuestro entorno, el deterioro y descrédito de los bienes, espacios, políticas y servicios públicos universales (…) catalizados por el aumento de la desigualdad, segregación y fragmentación social, y potenciados interesadamente por voces poderosas en la conversación pública, alimentan en la población los discursos, sentimientos y comportamientos reaccionarios contra las políticas distributivas y el Estado de bienestar (Fantova, 2022).

Estas crisis no actúan por separado. La degradación ecológica y la erosión de los sistemas públicos de bienestar se retroalimentan, configurando un presente frágil y tensionado. Se trata de un fenómeno sindémico (Tangente, 2022: 4), en el que las crisis ecológica, social y política se agravan mutuamente bajo dinámicas estructurales de desigualdad. Tal como advierte Herrero, no es posible hacer una buena lectura de lo que está pasando en el mundo si no nos damos cuenta de que la crisis económica está en el corazón de la crisis ecológica (Herrero, 2018), una interrelación que impacta de manera directa en las instituciones sociales y políticas.

En este mismo sentido, tanto Pérez Orozco como el papa Francisco coinciden en señalar que no estamos ante una suma de crisis aisladas, sino ante una crisis multidimensional y acumulada, que puede calificarse incluso como crisis civilizatoria, en un contexto de emergencia planetaria (Pérez Orozco, 2012: 32). Una mirada compartida por el papa Francisco cuando afirma que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental (Francisco, 2015: n.º 139). Comprender esta raíz común es esencial para abordar de manera integral el deterioro ecológico, la injusticia social y el debilitamiento de las instituciones.

Añade Garcés que vivimos en un tiempo histórico dominado por los escenarios de no futuro, donde el presente no se compromete con el futuro y sus posibilidades, sino que anuncia los modos de su final, en un contexto social que fortalece y reproduce su orden desde la lógica de la emergencia y de la excepción (Garcés, 2023: 52).

Estas voces expertas, desde perspectivas diversas pero complementarias, nos sitúan ante un escenario socialmente reconocible: crisis climática, fractura social, deterioro democrático y una emoción colectiva dominada por el miedo. Un miedo que no solo socava la confianza y la cohesión social, sino que también amenaza el funcionamiento de la democracia, cerrando el círculo de regresión y reforzando dinámicas de exclusión, precarización de la vida y desconfianza hacia el futuro. Como advierte Nussbaum, estos procesos tienden a proyectar la incertidumbre y el malestar sobre un “otro” percibido como amenazante —personas inmigrantes, minorías étnicas y religiosas, mujeres o personas LGTBI—, alimentando así discursos de odio y retrocesos en derechos (Nussbaum, 2019: 51–53).

 

2.Tercer Sector en riesgo o el fortalecimiento de la participación ciudadana

Las crisis actuales —económica, social, ecológica y política— afectan al conjunto de la sociedad y de sus instituciones. También impactan, de forma especialmente significativa, en el Tercer Sector de Acción Social cuya función social está vinculada al impulso de la justicia social, la igualdad, el cuidado del planeta, y que atiende a buena parte de las personas o colectivos más vulnerables ante estas crisis. Crisis que, lejos de remitir, continúan aumentando en intensidad y frecuencia, como venimos observando desde 2008 en nuestro país (FOESSA, 2024).

Por ello, proponemos identificar algunas de las tensiones más relevantes que atraviesan hoy al sector, con el fin de contribuir al diálogo imprescindible en la (re)construcción de una solidaridad organizada, que es —y seguirá siendo— necesaria para afrontar desafíos como el aumento de la desigualdad, la crisis climática, la polarización política, la sensación de falta de futuro y el miedo.

Podemos definir al Tercer Sector como un actor que existe en la proximidad con las personas (Renes, 2024: 48) y cuya existencia depende, en gran medida, de su papel como espacio privilegiado —aunque no exclusivo— de acción voluntaria organizada (Zubero, 1996: 44). Esta identidad relacional y participativa son claves para entender tanto sus potencialidades de futuro como sus limitaciones actuales.

Los riesgos sociales no son abstractos: se hacen visibles en ejemplos concretos y cercanos. Desde la crisis financiera de 2008, pasando por la pandemia de la COVID-19 hasta la reciente catástrofe climática vivida en octubre de 2024 (DANA), se han evidenciado algunas limitaciones estructurales del tercer sector para canalizar de manera sostenida y estructural la solidaridad ciudadana que emerge con fuerza en momentos de crisis.

Durante la crisis financiera, mientras las entidades del Tercer Sector se centraban en sostener servicios básicos en un contexto de recortes, fueron los movimientos sociales —como el 15M— quienes canalizaron las demandas de transformación estructural. De forma similar, durante la pandemia, redes vecinales y plataformas ciudadanas, esta vez en un contexto de expansión del gasto social, reactivaron la acción comunitaria con gran capacidad de improvisación, resiliencia y movilización, superando en muchos casos al tercer sector organizado. Esta respuesta ágil contrastó con la rigidez institucional y desbordó los marcos organizativos tradicionales del TSAS.

Entre los aspectos críticos que parecen afectar de forma significativa destacan, por un lado, el debilitamiento de la capacidad reivindicativa y la defensa de los derechos sociales, lo que implica una pérdida de la dimensión política del TSAS. Por otro, se suma la reducción progresiva de su base social junto con su dificultad para crear tejido social que están erosionando su dimensión comunitaria y relacional (POAS, 2016: 10).

Estas desconexiones han podido dificultar la canalización de formas significativas de participación ciudadana frente a las crisis, y han podido contribuir a que una parte de la ciudadanía no reconozca en las entidades solidarias un espacio apropiado para expresar su compromiso colectivo.

En este contexto, surge una disyuntiva incómoda: ¿está el tercer sector promoviendo una ciudadanía activa y transformadora o, por el contrario, limitándose a gestionar circuitos de implicación simbólica? El gran aporte del tercer sector en relación con la ciudadanía es la participación a través del voluntariado que es el elemento que le da singularidad. (Poyato, 2022: 13). Participar significa estar presente en, ser parte de, ser tomado en cuenta por, para, involucrarse, intervenir. Participar es incidir, influir, responsabilizarse. (Giménez, 2002: 45). Desde esta mirada, el voluntariado no puede limitarse a acciones puntuales o delegadas: debe ser una forma activa de construir comunidad y democracia.

Por eso, cuando el tercer sector promueve una participación simbólica o superficial, no solo debilita su misión, sino que desaprovecha una de sus herramientas más valiosas de transformación social. Como ha afirmado Villarino, directora del CERMI, el voluntariado es lo que realmente define al tercer sector, lo que diferencia al tercer sector. (Villarino en Servimedia, 2025)

No obstante, el sector enfrenta no solo dificultades para captar y retener el talento, la espontaneidad y la gran energía de quienes desean canalizar su activismo (Turienzo, 2022: 176) sino también retos como espacio formativo para la vida democrática. Se cuestiona, también, su capacidad para contribuir a la organización comunitaria y ofrecer respuestas tempranas, ágiles y adaptadas frente a las situaciones de crisis. (Fresno, 2014: 29)

El verdadero reto del TSAS es que su acción no acabe focalizada y reducida a la urgencia de lo inmediato perdiendo su perspectiva política, relacional, comunitaria, en definitiva, transformadora (Renes, 2024:63). Es urgente, por lo tanto, fortalecer los procesos estratégicos y de gestión de la participación y del voluntariado (Poyato, 2022: 13) para evitar que quede atrapado entre la lógica prestacional, la institucionalización y la respuesta asistencial.

El voluntariado puede y debe ser entendido como un movimiento ético y cultural que actúe al tiempo que denuncia, proponga cambios y contribuya a remover las condiciones que sostienen la desigualdad (Fouce, 2009). En esta misma línea, Mounier (1961: 123) nos recuerda que quien no hace política, hace pasivamente la política del poder establecido, lo que interpela directamente al voluntariado como práctica social con vocación de justicia.

Reforzar su dimensión política —no partidista, sino transformadora— es una condición necesaria para que el tercer sector no se limite a gestionar urgencias, sino que contribuya activamente a redefinir lo común. Como se ha ido señalando: lo que está en juego son los procesos que modifican, cambian y transforman las condiciones (estructurales, coyunturales, socio-ambientales, personales …) que pueden hacer posible/ imposible el pleno ejercicio de los derechos sociales como base inalienable de la plena integración social. (Renes, 2024: 63).

En este contexto, el TSAS se juega su propia sostenibilidad social e institucional que no tiene que ver solo con la financiación sino con su propio ser, su sentido y significado, su tarea y su función.  (Rodríguez Cabrero, 2016: 92–93)

 

3. Despertar futuros: el valor de imaginar y actuar en comunidad

Como venimos argumentando, la crisis climática ya no puede considerarse un riesgo a futuro, sino una realidad presente. Así lo advirtió Guterres, secretario general de la ONU, en la COP28 de Dubái (2023), subrayando que hemos abierto las puertas del infierno climático. Esta constatación interpela de manera directa al Tercer Sector de Acción Social, que debiera asumir un lugar más proactivo en la construcción de nuevas formas de vida colectiva más sostenibles, cooperativas y equitativas.

Este lugar activo requiere recuperar con decisión la dimensión política y comunitaria de su acción. Significa también reforzar su vinculación directa con la ciudadanía, a través del voluntariado y de otras formas de participación social transformadora.

Una pregunta estratégica de partida podría ser esta: ¿el TSAS se ve —y actúa— como un agente de transformación social o permanece, fundamentalmente, anclado en un modelo de prestación de servicios? Recuperar el voluntariado como expresión de ciudadanía activa, comprometida y corresponsable puede ser una de las claves para renovar el horizonte ético, político y comunitario del Tercer Sector.

Aun así, el voluntariado sigue siendo en la actualidad un espacio social privilegiado para la construcción de alternativas emancipatorias (Zubero, 1996: 39) que requiere de una gran inversión de tiempo y energía. (Correa Casanova, 2011: 51). Esa capacidad transformadora se despliega cuando el voluntariado se entiende como un proceso educativo orientado al cambio personal y social, que complemente —y no se limite a— la visión tradicional e instrumental centrada en la realización de tareas. (Turienzo, 2022: 171)

Proponemos cuatro estrategias para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria, orientadas a fortalecer la capacidad del Tercer Sector ante los riesgos sociales mediante la activación de la participación ciudadana y la recuperación de su dimensión política y relacional: anticipar, crear capacidades, abrir alianzas e imaginar horizontes.

 

3.1. Anticiparse. Salir a los caminos

En un futuro próximo, donde lo extraordinario tenderá a convertirse en habitual, resulta imprescindible generar un conocimiento que nos ayude a anticiparnos, con criterios de inclusión y solidaridad, a las nuevas situaciones de excepcionalidad que nos esperan a la vuelta de la esquina (Tangente, 2022).

En palabras de Yayo Herrero, la valentía en tiempos de colapso tiene que ver con mirar la realidad cara a cara y esforzarse para que otras también la miren (Herrero, 2023). Cuando hablamos de eventos climáticos extremos (…), quienes pierden las casas, quienes se quedan fuera del sistema y quienes pierden la vida, son las personas que tienen peores condiciones de vida (Herrero, 2018).

Partiendo de esta premisa, el voluntariado social no puede desconectarse de las condiciones materiales, sociales y vitales que configuran nuestras sociedades: la precariedad de la vida, la fragmentación de los vínculos, la erosión de lo común o la crisis ecológica. Estas realidades no son simples escenarios: son el terreno mismo sobre el que se construye —o se vacía— el sentido de la acción voluntaria.

Según Cortina, el voluntariado tiene que unir dos virtudes fundamentales: la lucidez y la compasión (Cortina, 2020). Solo desde esta doble mirada —crítica y afectiva— es posible construir un voluntariado que no se limite a mitigar los síntomas, sino que se implique en transformar las estructuras que generan exclusión y sufrimiento.

Deberá promover, por lo tanto, una capacidad de innovación orientada a detectar necesidades que aún no han sido formuladas, pero que ya reclaman ser atendidas. Esa labor implica ir por delante: mostrar dónde hay personas desprotegidas o excluidas, y en qué sentido lo están. Se trata, en definitiva, de una acción voluntaria que abre sendas nuevas desde una ética de la anticipación, la escucha y la denuncia. (Cortina, 2020).

Esta agenda de innovación social deberá poder construirse, compartirse y desarrollarse en distintos niveles:

  • En lo micro, desde la proximidad a las situaciones de exclusión y la resiliencia comunitaria.
  • En lo meso, desde la capacidad organizativa, metodológica y de gestión del voluntariado.
  • En lo macro, desde un discurso con impacto ético y político capaz de influir en las prioridades sociales y en las políticas públicas. (Fantova, 2015: 18)

Cambiar el foco de la acción del Tercer Sector de acuerdo con las nuevas tendencias y necesidades sociales supone actuar hoy en un entorno crecientemente conflictivo, desestructurado y desigual. Y hacerlo, además, con la voluntad de anticiparse: salir a los caminos antes de que las crisis se intensifiquen.

 

3.2 Crear capacidades, comunidad, sociedad

Anticiparse e innovar supone construir capacidades colectivas que amplíen las condiciones de justicia social y de cuidados comunitarios en nuestras sociedades. Como subraya Nussbaum (2012), la solidaridad verdadera surge del cultivo de una justicia compasiva, que no solo responde al sufrimiento inmediato, sino que busca promover capacidades humanas a largo plazo. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.

Para que el voluntariado contribuya efectivamente a la construcción de ciudadanía, es necesario favorecer cambios profundos en creencias, valores y actitudes (Turienzo, 2022: 172). Esto requiere activar procesos de aprendizaje reflexivo, que sean transformadores tanto a nivel individual como colectivo. Crear capacidades con y para el voluntariado supone una actualización de las formas de hacer, que promueva mayor apertura, transparencia y democratización de estructuras y procesos. Este es un reto clave si se quiere garantizar que toda persona pueda participar en la construcción de comunidades resilientes (Turienzo, 2022: 169).

Este impulso renovador también exige proyectar modelos de participación social más flexibles, con estructuras ágiles de gestión que permitan tanto cubrir necesidades como acompañar a las personas (Turienzo, 2022: 170). La participación social no surge del vacío: nace de una conciencia de pertenencia comunitaria, del reconocimiento del derecho y la responsabilidad de intervenir en el desarrollo social (Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco & Consejo Vasco de Voluntariado, 2023, p. 9).

En este sentido, el barrio, el pueblo, la ciudad pueden ser espacios de referencia privilegiado para articular respuestas ciudadanas, satisfacer necesidades de proximidad y cultivar vínculos significativos (Tangente, 2022: 31).

Algunas estructuras de solidaridad han demostrado, durante las crisis, una gran capacidad de organización, resiliencia y creatividad. No se trata solo de responder a la urgencia, sino de inspirar dinámicas alternativas perdurables en el tiempo. Esto implica una politización de la vida cotidiana más anclada en las soluciones concretas, en lo vecinal, físico y cercano. Es en estos espacios donde se hace tangible el deseo de sentirse parte de una comunidad solidaria y política, de formar parte de una red de apoyo que dé respuesta a las necesidades sociales desde la proximidad, la horizontalidad y la corresponsabilidad (Tangente, 2022: 31).

 

3.3. Abrir diálogos y tejer alianzas

Anticiparse, innovar y crear capacidades es abrirse al diálogo y a las alianzas. En el TSAS, los problemas no pueden resolverse al nivel que vienen planteados (Renes, 2024: 65). En el actual contexto de crisis interconectadas, el tercer sector no puede afrontar en soledad los desafíos que emergen. Desde la sociedad civil organizada, necesitamos abrir espacios de diálogo, escucha activa y co-construcción con movimientos sociales, redes comunitarias y personas expertas que, desde hace años, ensayan formas de vivir, cuidar y resistir de manera sostenible en medio de las crisis.

Incorporar estas prácticas y saberes es fundamental para reorientar la acción voluntaria hacia modelos más resilientes, críticos y transformadores. No se trata solo de reforzar lo que ya existe, sino de dejarse interpelar y aprender de quienes construyen solidaridad cotidiana desde los márgenes como hemos visto en las últimas crisis. Se trata de contemplar una visión menos fragmentada, más integral, más holística que implica ya intuir un nuevo paradigma (Renes, 2024: 66). El reto es alinear las fuerzas del voluntariado como comunidad cuidadora, relacional y política, recuperando la misión central para la que nacieron las entidades solidarias: los derechos y la justicia, los cuidados y la comunidad
(Cenizo, 2022: 96).

 

3.3.1. Una alianza ineludible: la transición ecosocial

Una primera línea de alianza estratégica debe articularse con los movimientos ecologistas, climáticos y de transición ecosocial. Estas voces nos convocan a desarrollar una identidad eco-dependiente, reconociendo que lo que enfrentamos no son crisis separadas, sino una única crisis civilizatoria de raíz ecológica, social y económica.

El hecho de que tengamos que vivir en armonía con los límites del planeta implica una actitud mucho más cuidadosa en cuanto a la relación entre los seres humanos y el resto de los seres vivos (Turiel, 2023). No podemos seguir construyendo estrategias sociales basadas en modelos de crecimiento y consumo ilimitados: necesitamos centrar la acción voluntaria en prácticas de cuidado ecosocial, resiliencia comunitaria y protección de la vida en todas sus formas.

Esta visión más holística implica transitar hacia un nuevo paradigma donde el voluntariado y el tercer sector se conviertan en actores activos de la transición ecosocial, promoviendo la incidencia política necesaria, poniendo en práctica formas de vida más sostenibles y articulando alianzas que integren justicia social, climática y económica como pilares inseparables de su acción transformadora.

 

 3.3.2. Repolitizar la sostenibilidad de la vida desde los feminismos y los cuidados

El diálogo debe construirse, también, con los feminismos y el mundo de los cuidados, que colocan la sostenibilidad de la vida en el centro. Estas alianzas pueden repolitizar el compromiso del sector en torno a la centralidad de la vida, los cuidados y los entornos comunitarios, ampliando su impacto más allá de una acción asistencial, institucionalizada y cada vez más residual.

Conectarse con quienes defienden los cuidados como una dimensión política permite al tercer sector nutrirse de energías sociales capaces de tejer redes, sostener vínculos y construir comunidad. Este diálogo transforma las formas de intervenir y ensancha los horizontes de sentido de la acción voluntaria.

Será relativamente fácil incorporar al voluntariado en relaciones cercanas y entornos comunitarios donde ya convive, facilitando su reconocimiento como un agente más de apoyo mutuo. Pero ello exige transformar la lógica de ayuda asimétrica por una relación de reciprocidad en el marco del cuidado comunitario, donde las tareas de cuidado —que todas necesitamos— pueden facilitar ese tránsito hacia una solidaridad más circular (Cenizo & Fantova, 2023: 93).

En este marco, el cuidado debe formar parte integral de la experiencia voluntaria. El Barómetro del Tercer Sector 2024 advierte de una paradoja persistente: muchas entidades cuidan hacia fuera, pero descuidan a quienes colaboran dentro, especialmente a voluntariado y juventud (Barómetro TSAS, 2024: 57). Sostener el voluntariado hoy implica asumir los entornos comunitarios y los cuidados como una práctica interna, relacional y política, que se manifiesta cotidianamente en los vínculos, la escucha y la participación que sostienen la vida compartida.

 

3.3.3. Redes vecinales y gobernanza democrática: hacia una solidaridad transformadora

Las redes vecinales y comunitarias, surgidas con fuerza en los momentos más duros de las recientes crisis, han demostrado una alta legitimidad social. Estas experiencias nacen de una gobernanza abierta, con dinámicas bottom-up, una amplia base social y una fuerte dimensión política (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). Según Moulaert et al. (2005, citados en Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021), además, promueven el empoderamiento de las personas afectadas, valoran el apoyo entre pares y tienden a romper el gap entre profesionales y participantes.

Sus cualidades —agilidad, confianza, solidaridad, horizontalidad, apoyo mutuo, espontaneidad, independencia— contrastan con un TSAS que a menudo aparece burocratizado, profesionalizado y dependiente de los programas públicos (Buj y Caso, 2021). Su presencia cotidiana en los territorios, más allá de las emergencias, es clave para configurar vínculos sólidos. La articulación con estas redes requiere un cambio en las formas de gobernanza del TSAS: más abiertas, más distribuidas, más participativas.

Uno de los objetivos fundamentales del TSAS es fomentar la participación de quienes habitualmente quedan excluidos de los espacios sociales, económicos, políticos y culturales, su arraigo territorial y su apertura a nuevas alianzas serán definitivos.

Esto implica repensar las formas de relación con comunidades, personas usuarias, voluntariado, donantes, empresas y administraciones, para construir verdaderas estructuras de solidaridad transformadora. (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). De esta capacidad para abrirse a alianzas estratégicas —desde lo eco a lo comunitario— dependerá también su legitimidad, su impacto y su sostenibilidad futura.

 

3.4. Imaginar horizontes posibles

Anticiparse, innovar, crear capacidades y abrirse al diálogo y a las alianzas es imaginar horizontes posibles. Nos preguntamos —con Marina Garcés (2020)— por ese mundo común como invitación a pensar y a imaginar lo que nos vincula: un horizonte compartido que nos interpela, nos compromete y nos permite proyectar colectivamente respuestas transformadoras, sostenibles y justas.

La crisis de las promesas colectivas —el debilitamiento de las expectativas comunes de un futuro mejor— es uno de los desafíos más profundos de nuestro tiempo. Hoy más que nunca necesitamos estimular formas de racionalidad basadas en la cooperación, la reciprocidad y la democracia radical, capaces de generar imágenes motivadoras de un mundo más justo, sostenible y habitable. (Herrero, 2022) Necesitamos un fin, una imagen motivadora de un mundo mejor. (Armstrong et al., 2021)

Más bien, implica anticipar el cumplimiento de ese futuro operando sobre las potencialidades del presente. Como señala Ernst Bloch, la esperanza es un movimiento hacia el bien, no simplemente un deseo de él (Silvestre & Zubero, 2019, p. 399).

Es necesario repensar la solidaridad como un proceso colectivo, organizado y políticamente situado, desde los cuidados, la ayuda mutua, la reciprocidad y la universalidad. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.

La esperanza no depende de los datos de realidad; es la realidad la que depende de nuestra esperanza. Solo esta esperanza merece ser calificada de «realista» porque solo ella se toma en serio las posibilidades que atraviesan todo lo real (Vitoria, 2024: 25).

Nos sumamos, por tanto, a quienes proponen aportar su granito de arena en el esfuerzo de extraer pautas y patrones organizativos de éxito, identificar prototipos replicables, reconocer obstáculos y fragilidades, definir claves que aumentan la potencialidad de los colectivos y diseñar formas de articulación capaces de acoger a una diversidad de perfiles poblacionales (Tangente, 2022: 7).

 

Referencias bibliográficas

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Número 20, 2025
A fondo

Mirar lo que viene y construir futuro desde la acción voluntaria

Clara Sánchez Canas y José Luis Graus Pina. Equipo Desarrollo Organizativo Cáritas Española.

 

El texto destaca la necesidad de repensar la acción voluntaria en un contexto de cambio e incertidumbre. Aboga por no caer en visiones pesimistas ni aferrarse a viejos esquemas, sino abrirse a nuevos paradigmas que reconozcan la complejidad y la diversidad. Propone cuestionar la práctica voluntaria, adaptándola a nuevas realidades y desafíos, y subraya que el voluntariado debe centrarse en la transformación social. Llama a construir redes solidarias y ciudadanía activa, promoviendo la participación y la cooperación para afrontar los retos actuales.

 

Estamos en un cambio de época, así de radical se muestra Luis Aranguren en su libro Fraternidades a la intemperie[i]. Esto que, efectivamente, parecen palabras mayores, la realidad se está empeñando en ayudarnos a entenderlo de mil maneras posibles. Muchos son los acontecimientos que nos invitan a movernos de nuestra baldosa, a salir de nuestras zonas de confort, de seguridad y a mirar con atención lo que viene.

La primera tentación es hacer una lectura fatalista o pesimista de lo que ahora nos va aconteciendo. Nos resulta más fácil imaginar el colapso que la utopía. Lo primero lo vemos como inevitable y lo segundo como imposible. Parte de esto tiene que ver con el miedo que nos genera la incertidumbre, y mucho de lo que sucede ahora tiene que ver con la incertidumbre, con el no saber, con no tener toda la información necesaria o tener una información imprecisa para dar el siguiente paso.

La segunda tentación es recurrir a lo que sabemos, a lo que conocemos, a lo que nos da confianza para responder a los retos que este momento histórico nos va presentando. Y, si algo estamos comprobando, es que lo que nos va aconteciendo cada vez entra con más dificultad en los parámetros establecidos que hemos adquirido de momentos históricos anteriores.

Y la tercera tentación es pensar que un único relato, que un único discurso, va a explicar y dar respuesta a la realidad que día a día no deja de sorprendernos. En la actualidad, muchos son los relatos que tratan de explicar la realidad desde diferentes lugares, por lo que quedarnos con una única mirada no nos va a ayudar. En un mundo complejo como el que nos ocupa, debe promoverse una mirada habituada a la complejidad.

 

Ponernos en cuestión…

Para afrontar este momento sin permitir que las tentaciones citadas nos marquen el camino a seguir es importante que podamos avanzar por procesos y por paradigmas poco transitados hasta ahora y que nos hagamos algunas preguntas, entre otras: ¿Qué papel puede jugar el voluntariado en esta nueva realidad? ¿Están preparadas las entidades del tercer sector para afrontar este nuevo momento? ¿El voluntariado puede aportar valor a una configuración de ciudadanía responsable?

Así, la primera invitación es atrevernos a ponernos en cuestión a nosotras mismas y a las entidades en las que participamos de un modo u otro. En este camino propositivo no se trata de dejarnos permear por los discursos negativos, por ofrecer lo nuestro como lo único válido, cuando no, como lo único bueno. Se trata más bien de mirar al futuro desde una perspectiva esperanzada que puede reconocer lo que emerge, aunque sea pequeño; de dialogar con el diferente, con lo distinto, con la diversidad, en busca de ese camino hacia lo común.

Ponernos en cuestión es aceptar con gratitud lo que nos ha traído hasta aquí: tiempos de compromiso sólido, de militancias a pesar de casi todo, de barricadas, de conquista de la democracia, al tiempo que reconocemos que todo eso ya no nos puede acompañar en el futuro que se va dibujando.

Esto implica poner en cuestión la realidad del voluntariado como la hemos ido conociendo hasta ahora y tratar de aventurar una mirada más allá.

Ponernos en cuestión implica tomar conciencia de que el voluntariado está en lugares en los que quizás no pueda, no quiera o no deba estar. No podemos ignorar que nos encontramos ante un tercer sector cada vez más empresarializado y profesionalizado en el que el voluntariado ocupa un lugar muy determinado, generalmente vinculado al mundo de la tarea y de la práctica concreta.

Ponernos en cuestión implica tener la disposición de ensanchar los horizontes y los límites que nos han traído hasta aquí. La globalización es un fenómeno paradójico: por un lado, nos ha mostrado que hay realidad más allá del alcance de nuestra mirada, pero, por otro, nos ha puesto el mundo demasiado cerca y nos ha hecho pensar que podemos conocerlo todo, que todo está a golpe de clic. Estamos en un mundo inabarcable, inaprensible. Solo podemos acceder a una parte del mismo, aunque es cierto que nuestra conciencia puede ganar cada vez en más globalidad.

Por tanto, a la hora de construir el futuro es necesario que los epicentros cambien. No tanto nuestras convicciones, nuestras reflexiones, cuanto una realidad nueva que está emergiendo y a la que tenemos que prestar mucha atención. Ahí el voluntariado puede tener un juego propicio para imaginar nuevas realidades, nuevos vínculos, nuevos espacios que surjan, pero también propicien el encuentro y una nueva relacionalidad, una nueva ciudadanía basada en la cooperación y la transformación.

 

Palabras que nos explican

Partimos de la convicción de que el voluntariado es un medio, un instrumento. No es un fin en ningún momento. No podemos olvidar que el fin tiene que ver con la mejora de las situaciones de tantas personas vulneradas que no pueden tener un lugar digno en nuestra sociedad. Por tanto, es necesario acudir a aquello a lo que el voluntariado apunta y desde ahí tratar de releer, de redefinir, de actualizar el nuevo momento que enfrenta este medio.

El voluntariado y su acción tienen como finalidad la transformación de la sociedad y de la realidad en la que se mueven. Esta transformación se produce porque existe una situación deficitaria que influye directamente sobre personas y comunidades. Muchos informes y muchas entidades nos explican la realidad, nos indican lo que no funciona de la misma y, ante eso, se nos reclama la respuesta. Es necesario el cambio, la transformación, para que la realidad de las personas más vulneradas pueda mejorar.

Dicha transformación está sostenida en una corriente de solidaridad que emerge desde diferentes afluentes:

  • el antropológico, pues sin duda la solidaridad reside en lo más profundo de las personas. Basta ver la reacción que tenemos personal y colectivamente ante cualquier tragedia, surge de forma cuasi espontanea ponerse en pie y hacer algo.
  • Existe también el afluente psicológico. La relación que las personas tenemos con la necesidad y las situaciones que ésta produce encuentran acomodo en nuestra psique. La relación con la necesidad y con las personas que no pueden satisfacerlas de modo natural nos lleva a querer ayudar, a poner algo de nuestra parte para que las cosas puedan cambiar. Podríamos decir que somos personas ayudadoras por naturaleza.
  • Existe también el afluente social, relacional, comunitario de la solidaridad. En este, la solidaridad se redimensiona, se reubica desde lo común. Las respuestas ante las situaciones adversas no se dan solo desde el yo, sino que sobre todo se dan desde el nosotros.
  • Por último, el afluente de la moral y la ética, del valor y del comportamiento. Tiene la solidaridad una dimensión profunda y otra más práctica y concreta en comportamientos que necesariamente se necesitan e interpelan: la solidaridad no solo radica en convicciones, sino que también lo hace en comportamientos y eso hace que el propio concepto quede enmarcado en un lugar determinado.

Los caminos asistenciales van quedando cada vez más enmarcados en contextos más amplios en los que la participación va dotando de sentido a la acción voluntaria. Estamos transitando, como sociedad en conjunto, desde sus diferentes estamentos, del hacer para al hacer con. Es un tránsito que reclama mucho de las personas, pues el hacer con incide plena y directamente en la transformación a la que antes aludíamos. La pedagogía de la participación aparece cada vez de un modo más esencial en la realidad del voluntariado, pone en crisis modelos de intervención en los que se subestiman el valor y la potencia de todas las personas y pone en crisis un modelo de ayuda pública y privada sustentado en la unidireccionalidad del que da y del que ayuda.

Esta participación sin duda construye ciudadanía y promueve cohesión social. La acción voluntaria como herramienta de transformación no acaba en sí misma, se despliega hacia una realidad mejor. Una ciudadanía más implicada, corresponsable, propositiva es elemento clave para construir nuevas sociedades y realidades políticas en las que la vulneración de derechos no sea un elemento significativo y significante de éstas.

Esto pasa por el compromiso real de personas concretas que de un modo generoso y altruista deciden poner su tiempo, competencias y saberes al servicio de la transformación social.

Estos son los términos que deberían estar presentes en la vertebración de la acción voluntaria y del voluntariado en los años que nos vienen, en el cambio de época en el que nos estamos ubicando cada vez de un modo más claro.

Ahora bien, ¿estos términos van a ser comprendidos y, por tanto, definidos de la misma manera en la que actualmente se comprenden y definen? Cuando hablamos de solidaridad, de compromiso, de ciudadanía, participación… ¿todas estamos hablando de lo mismo?

 

¿Palabras que nos explicarán?

Hace ya muchos años, Peter Drucker decía en su obra Management: Tasks, Responsibilities, Practices que “lo difícil e importante no es encontrar las respuestas correctas, sino encontrar la pregunta adecuada. Ya que hay pocas cosas tan inútiles, incluso peligrosas, como la respuesta correcta a la pregunta equivocada”.

Estamos viendo que en este mundo que cambia tan rápido los paradigmas que lo explican y lo aprehenden también cambian. Por eso, nuestro reto no es tanto preguntar al futuro, a lo que emerge, desde nuestro presente, sino desde una realidad en tránsito que también va emergiendo y cambiando. Intentaremos pues, hacer las preguntas adecuadas.

La rapidez con la que todo se va moviendo requiere de nosotras, personal y estructuralmente, una agilidad y una flexibilidad para la que no siempre tenemos preparación y herramientas.  Las construcciones sólidas que hasta ahora construíamos y nos configuraban nos reclaman un tiempo del que quizás no disponemos.

Durante muchos años, desde el voluntariado y las entidades del tercer sector, hemos tratado de responder al todo de lo que acontece y eso ha reclamado procesos largos de reflexión, de debate. Quizás sin perder la vocación de absoluto, podríamos centrarnos más en trabajar desde la parte. Intentaríamos, desde la parte, acceder a la mayor parte posible del todo.

El riesgo de este planteamiento tiene que ver con la fragmentación. No se trataría tanto de configurar o alimentar la fragmentación, sino de trabajar desde una parte que se sabe, reconoce y siente integrada en un todo.

Evolución, cambio, transformación. Hasta ahora la acción voluntaria ha tenido que ver sobre todo con la transformación social y el cambio personal. En este mundo que evoluciona rápidamente, ¿seguirá siendo así? Parecería que los procesos de aislamiento e individualización que se hacen muy presentes en las sociedades neoliberales pueden condicionar dicha acción reduciéndola al ámbito de la atención y el cuidado de personas vulneradas. Con la globalización y los procesos de carácter macroestructural, da la sensación de que la transformación social queda más alejada del alcance de nuestra acción.

Y aquí es curioso observar la distinción conceptual que comienza a emerger en algunos ámbitos: hablamos de voluntariado cuando lo que parece predominar es la atención a las personas y de activismo cuando se pone el acento en la incidencia política. ¿Es necesario hacer esta distinción?, ¿qué puede haber detrás de ella?

Observamos que entre los movimientos que se reconocen como activistas, el voluntariado aparece como algo blando, muy centrado en la atención a las personas, pero sin poner en cuestión el sistema. ¿Este es el camino en el que se debe circunscribir la acción voluntaria? La regulación establecida por medio de las diferentes leyes de voluntariado, tanto estatales, como autonómicas, parecen apuntar en esa dirección. La legislación, las normas y reglamentos, alimentan, sin duda, el orden, la claridad, la universalidad, pero, al mismo tiempo, también el riesgo de encorsetar, de controlar lo que sucede, es amplio.

Al menos reflexivamente deberíamos atrevernos a pensar y a transitar los límites de la realidad del voluntariado. Siendo necesario el marco legal, este no debería impedir que una realidad viva y dinámica como es la del voluntariado quedara incluida en unas lindes en las que el margen de maniobra y de innovación global quedara reducido a la mínima expresión.

Cuando acontecen fenómenos extraordinarios como los que nos visitan últimamente (covid, volcán de La Palma, Dana en Valencia) podemos constatar algunos elementos que nos interpelan:

  • La solidaridad se confirma como una realidad muy presente en nuestra sociedad y las personas que la conforman. Hay una reacción espontánea de querer ayudar, de querer ser útiles en contextos de dificultad.
  • Las entidades no estamos preparadas para acoger, ni en fondo ni en forma, estos movimientos con la agilidad que precisan tanto la realidad, como las personas.

Sin entrar a hacer juicios de valor, no es momento de moralizar, constatando meramente los acontecimientos, podríamos intentar hacernos preguntas acertadas y grandes que, en realidad, ya hemos ido lanzando, pero a las que cabría sumar otras:

  • ¿Esa capacidad de movilización personal y social solo se produce ante emergencias?
  • ¿Podemos trabajar de alguna manera para que esos torrentes de solidaridad puedan expresarse cotidianamente en situaciones tan graves como las producidas por estos fenómenos, pero más silenciosas en su expresión?
  • ¿Las entidades necesitamos revisar nuestros sistemas organizativos para ver qué posibilidades y mecanismos de adaptación tenemos?

Pero con esto solo abordamos un aspecto importante de la realidad, aquel que tiene que ver con lo sobrevenido, con lo extraordinario. ¿Qué sucede con la pobreza estructural que se construye en nuestras sociedades? ¿Qué ocurre con los niveles de precariedad crecientes en ámbitos esenciales tales como la vivienda, el empleo, los movimientos migratorios? ¿Qué ocurre con el dolor y el sufrimiento social que cada vez están más presentes?

Necesitamos respuestas emergentes. Necesitamos que el voluntariado pueda acercarse de un modo fresco y nuevo a estos aspectos para poder ser respuesta y propuesta hábil y eficaz.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo pequeño. Es una clave que quizá pueda ayudarnos a imaginar cosas distintas. El pensamiento local integrado e integrador debería impulsarnos a construir nuevas realidades. Reducir los espacios, los escalones entre los lugares de toma de decisiones y la realidad. Atrevernos a imaginarnos cosas pequeñas con aspiración de globalidad.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo relacional. Está claro que todo el tema de lo virtual, internet, redes sociales, tecnología, inteligencia artificial… está poniendo en cuestión nuestros modelos tradicionales de relación. Lo presencial se está viendo cuestionado, estresado, por otros modelos que, en mi opinión, no se contraponen, sino que pueden complementarse con un gran potencial de acción. Desde el voluntariado podemos buscar nuevos sistemas de relaciones que, sin perder la humanidad, puedan establecer nuevas redes, nuevas colaboraciones. El voluntariado puede favorecer la construcción de nuevos tejidos sociales que, estando cerca, muy cerca de la realidad, puedan imaginar futuros posibles y mejores.

Necesitamos la transformación contagiosa, desde la ciudadanía. Un voluntariado desde lo pequeño, con un modelo de relaciones profundo y sano, sin duda puede ser generador de nueva ciudadanía y, por tanto, de políticas posibles, mejores, al servicio de lo común, con ánimo de responder los retos mejor que las que actualmente nos acompañan.

El voluntariado que podemos dibujar no empieza ni acaba en sí mismo. Empieza para los demás y acaba con ellos. Desde ahí se puede dibujar un voluntariado como correa de transmisión (no es la única) que puede movilizar los mecanismos sociales esenciales para provocar una nueva realidad.

 

Algunas claves para el futuro inmediato…

Corremos el riesgo de que lo dicho hasta ahora se quede en palabras, más o menos bonitas, más o menos acertadas, más o menos inspiradoras, pero palabras, a fin de cuentas. Intentamos ahora desgranar dos claves que puedan ayudarnos a construir el nuevo momento del voluntariado.

La primera es la de cambiar nuestros lugares de pensamiento. No podemos pensar desde los lugares físicos o conceptuales de siempre. Debemos aventurarnos a lugares diferentes. Cambiar nuestras atalayas de observación y análisis por los lugares en los que la realidad sucede. El criterio de discernimiento no somos nosotros, ni tan siquiera lo que hasta ahora nos ha sostenido. Piensa también con los pies, que decía Pedro Casaldáliga.

La segunda clave tiene que ver con los sujetos del pensamiento. En este momento no nos toca pensar solos. Nos toca pensar con otras personas, con otras entidades, con otras realidades. La construcción colectiva, el diálogo compartido, la reflexión común, sin duda podrán ofrecernos perspectivas que por nuestra cuenta no podemos acceder. La conciliación entre identidad y comunidad es fundamental. Para esto puede ayudarnos a contemplar cómo los grandes objetivos son compartidos por muchas personas.

 

[i] Aranguren Gonzalo, L. (2024). Fraternidades en la intemperie. Vínculos que cuidan. Zaragoza: Khaf (Edelvives).

 

Número 20, 2025
Con voz propia

Redescubrir el valor del encuentro: la piedra angular del voluntariado

Voiced by Amazon Polly

Luis Miguel Rojo Septién, delegado episcopal de Cáritas Española

Son varias las voces que, desde hace tiempo, reclaman la necesidad de un cambio en el modelo de voluntariado actual. Esta exigencia se hace más urgente en un momento histórico que muchos han definido como un verdadero cambio de época.

Uno de los rasgos de este tiempo es la pérdida de sentido del ser humano, adormecido en su capacidad de hacerse preguntas trascendentales. La acción voluntaria debería surgir como respuesta a estas cuestiones esenciales. Otro aspecto determinante del presente es el enorme protagonismo del mercado en la sociedad, que ha dejado escaso espacio para las auténticas relaciones personales. El economista indio Raghuram Rajan aboga por reforzar el pilar de la comunidad para equilibrarlo con el mercado y, en menor medida, con el Estado. El voluntariado debería contribuir activamente a reconstruir ese tejido comunitario debilitado. También destaca hoy la urgente relación con la naturaleza. Ante la crisis ambiental global y los desafíos que plantea, el voluntariado debe posicionarse con claridad, ofreciendo respuestas integrales tanto en lo social como en lo ecológico. Como señala Leonardo Boff: No podemos salvar a la humanidad sin salvar a la Tierra, y no podemos salvar a la Tierra sin un profundo cambio de mentalidad, que incluye la acción solidaria y responsable de cada ciudadano (Boff, 2003, p. 21).

Frente a este cambio de época, el voluntariado tiene el desafío de delinear el sueño del futuro compartido que queremos construir. Esto toca directamente uno de los rasgos fundamentales del ser humano: su capacidad de abrirse al otro. A continuación, ofrecemos algunas pistas que pueden favorecer este nuevo enfoque del voluntariado.

En la base del voluntariado está el encuentro. Esta es la primera pista: potenciar, en cada acción, el encuentro que se da cuando una persona decide salir de sí misma para acercarse como voluntario a una realidad distinta a la suya. Generalmente, se trata de un encuentro interpersonal directo; sin embargo, también puede ser mediado —por ejemplo, al colaborar desde una oficina o limpiando una playa—. Lo importante es llegar a los rostros concretos de quienes están detrás de cada acción: el vecino afectado por la contaminación de su entorno, o la familia beneficiada por una ayuda económica gestionada desde una plataforma contable. Esta dimensión del encuentro es esencial si se quiere ir más allá de la mera ejecución de tareas, y abrirse a un nuevo sentido que ilumine el corazón de la acción voluntaria.

Del encuentro nace la solidaridad verdadera. Con frecuencia, el voluntariado se desarrolla dentro de estructuras rígidas, donde se cumplen instrucciones o se ejecutan programas diseñados previamente. Pero la vida humana está llena de novedad e impredecibles; por eso, es necesario actuar desde dinámicas solidarias que surjan de encuentros reales. El voluntariado debe fomentar esta solidaridad genuina y generar dinámicas propias que broten de la experiencia vivida con otros. Para ello, se necesita una autonomía creativa dentro de sistemas organizados, como subraya Paulo Freire: La solidaridad […] se realiza cuando los sujetos históricos construyen juntos su libertad (Freire, 1970, p. 67).

Asimismo, es fundamental compartir un relato que haga realidad los sueños e ideales de quienes participan. Los ideales que mueven a los voluntarios, así como los deseos de cambio de quienes atraviesan dificultades, tienen el poder de anticipar un futuro deseado. Al articular estos sueños en un relato compartido, se abren múltiples caminos para alcanzarlos. La participación, la incidencia política o la promoción social son formas válidas de construir ese futuro. Así, la acción voluntaria se inscribe dentro de un sistema complejo y contribuye a su transformación.

En resumen, estas pistas quieren invitarnos a reconocer la importancia del encuentro como piedra angular de un nuevo relato del voluntariado. El papa Francisco ha señalado que la fraternidad debe ser entendida no solo como una categoría espiritual, sino también política, con capacidad de transformar realidades. Esta fraternidad se encarna en el voluntario, que se estremece ante el dolor ajeno, se deja afectar por las relaciones de amistad que revelan las capacidades del otro, y hace del diálogo un estilo de acción.

El voluntariado auténtico nace del encuentro con el otro y se convierte en un acto de transformación recíproca. No se trata solo de dar, sino de compartir una parte del propio ser (Bruni, 2015, p. 89).

Compartir el viaje como hermanos: ese es, quizás, el mayor reto del voluntariado en nuestro tiempo.

 

Referencias bibliográficas

  • Boff, L. (2003). El cuidado esencial: Ética de lo humano, compasión por la Tierra. Madrid: Editorial Trotta.
  • Bruni, L. (2015). La economía del bien común. Madrid: Ciudad Nueva.
  • Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
  • Rajan, R. (2019). The Third Pillar: How Markets and the State Leave the Community Behind, Londres: Penguin.
  • Francisco, Papa (2020). Fratelli Tutti. Vaticano: Librería Editrice Vaticana.

 

Número 20, 2025
Acción social

La soledad de las personas mayores: retos para la intervención

Mª del Pilar Castro Blanco

Doctora en Psicología. Responsable del Área de Personas Mayores y Envejecimiento de Cáritas Bizkaia. Profesora de la Universidad de Deusto.

Puedes encontrar a Mª Pilar Castro Blanco en Linkedin.

 

La soledad es un fenómeno que genera una preocupación creciente, especialmente en los países más desarrollados. Son abundantes los estudios que nos indican que, a pesar de las facilidades del mundo contemporáneo para la comunicación y la conexión, la soledad es una sensación -y a veces una situación- extraordinariamente frecuente. También son llamativos los datos que nos alertan sobre las consecuencias negativas de la soledad sobre la salud física y mental de la población. Por todo ello, no es extraño que se hable de ella como de un problema de salud pública, o incluso que sea considerada un asunto en el que el estado debe intervenir, lo que está llevando a la creación de observatorios, planes de intervención, e incluso a secretarías de estado y ministerios (como en Gran Bretaña y Japón).

 

La soledad como situación y como sensación

Entre las investigaciones encontramos algunas que hablan de la soledad como situación (escasez o pobreza objetiva de relaciones), mientras que otras se refieren a la soledad como sentimiento o sensación (más relacionada con la insatisfacción con las relaciones). Hay que señalar que no siempre hay correspondencia entre ambas, ya que no toda situación de soledad genera sensación de soledad, ni toda sensación de soledad se explica por las dimensiones de la red social de la que dispone la persona. En otras palabras, la soledad como estado se ve y se puede valorar a través de datos objetivos, como el número de personas que viven solas, el tiempo que una persona pasa sin compañía o sin hablar con otras, etc.; en cambio, la soledad sentida, tiene que ver con la valoración que la propia persona hace de sus relaciones, y depende no solo de su número, sino también -y sobre todo- de aspectos cualitativos percibidos (afinidad, reciprocidad, conflicto…), por lo que es difícil de detectar para el observador externo y requiere que sea la misma persona quien la exprese.

 

El sentimiento de soledad y las personas mayores

Todas las personas, independientemente de los años que tengamos, necesitamos sentirnos vinculadas y disponer de relaciones significativas en las que nos sintamos bien. Y es habitual que a lo largo de nuestra vida pasemos por momentos en los que echemos de menos diferentes apoyos, o vivamos situaciones en las que algunas relaciones no respondan a nuestras expectativas, o no nos sintamos realmente conectados o comprendidos.

Sin embargo, a pesar de que la soledad no tiene edad, tendemos a asociarla con las personas mayores, debido a las pérdidas -de relación, de salud, de roles…- que es más probable que acumulemos a media que avanzamos en la vida. Realmente no está claro que las personas mayores sean el grupo con tasas más altas de sentimiento de soledad, según han atestiguado algunos estudios recientes en torno a la COVID 19 (como el de Losada et al., 2020), pero sí quienes pueden tener mayores limitaciones para luchar contra ella, especialmente cuando se tienen dificultades de movilidad, problemas sensoriales, dependencia, edad muy avanzada, desánimo… Por ello, no es extraño que las personas mayores sean las destinatarias de una parte importante de los programas, cada vez más frecuentes, de prevención y ayuda contra la soledad.

 

El reto de acompañar la soledad de las personas mayores

Sin duda, la sensibilidad y conciencia colectiva acerca de la importancia de actuar contra la soledad de las personas mayores ha crecido en los últimos tiempos, y eso es una buena noticia. Fruto de ello son la gran cantidad y variedad de iniciativas de personas anónimas, organizaciones, asociaciones vecinales, empresas e instituciones, que se orientan a ella: actividades grupales, paseos adaptados, programas intergeneracionales, reflexiones acerca del urbanismo, nuevos servicios profesionales, proyectos de convivencia… También en este momento, desde Cáritas hemos querido compartir nuestra experiencia, basada en el trabajo de numerosos equipos de personas voluntarias que durante muchos años han tratado de estar cerca de la soledad de las personas mayores, y que hemos recogido en un sencillo documento de trabajo recientemente publicado.

En este momento de intensa preocupación y acción contra la soledad de las personas mayores, tenemos al menos dos retos para actuar con acierto: por una parte, entender la profundidad y variabilidad de la soledad y, por otra, evitar la generación de un estigma en torno a las personas que están y/o se sienten solas.

El primero de los retos implica reconocer y tener presente que la soledad es más que tener o no relaciones, es decir, más de lo que ven nuestros ojos. Como ya señalaron Perlman y Peplau (1981), pioneros en la investigación de la soledad, se trata del sentimiento que se produce cuando percibimos que hay una discrepancia, a nivel cuantitativo y/o cualitativo, entre las relaciones que percibimos tener y las que desearíamos. En consecuencia:

  • Debemos atender a la subjetividad, y esto implica poner a cada persona como centro de cada iniciativa, escuchar a la persona y comprender sus necesidades, expectativas y su propia vivencia de las relaciones que tiene, hacer su propio plan desde su historia de vida, sus deseos… Los planes de intervención generales nos dan un marco, pero este debe ser adaptado a lo que para cada persona es satisfactorio. Y esto es acompañar, caminar junto a la persona, sin marcarle el camino ni juzgar su soledad.
  • Es deseable que la intervención contra la soledad atienda tanto a la soledad objetiva como a la sentida. Por ejemplo, tendemos a organizar actividades grupales para favorecer la posibilidad de estar con otras personas y evitar la soledad no deseada (es decir, estar solo/a cuando se quiere estar con otras personas), pero puede que el tipo de relación que se establezca no sea satisfactoria y finalmente se genere un sentimiento de soledad acompañada. Es decir, favorecer el contacto con otras personas es bueno, pero puede no ser suficiente. Hace poco tiempo escuché a una mujer contar que se sentía más sola en la residencia en la que había ingresado que cuando vivía en su domicilio porque no se llevaba bien con su compañera de habitación; decía cuando vivía sola en mi casa la gente entendía mi soledad, pero ahora estoy peor porque todos piensan que ya no estoy sola y que no tengo razón para sentirme así. Sin duda, esta persona mayor también debería ser destinataria de nuestra intervención.
  • No todas las relaciones son iguales ni nos satisfacen en igual medida; algunas incluso nos generan malestar. Baumeister y Leary (1995) identificaron algunos de los rasgos de las relaciones satisfactorias: afecto positivo, cierto grado de confianza para poder revelar emociones, contactos frecuentes, afinidad de intereses, reciprocidad… A ello nos referimos al hablar de la calidad de las relaciones. Además, teniendo en cuenta los modelos y tipos de apoyo social, resulta evidente que las personas necesitamos disponer de relaciones diferentes, pues no hay ninguna –ni siquiera las familiares- que pueda responder a todas nuestras necesidades. Por ello, hablamos también de la importancia de la variedad. En este sentido, y aunque no hay demasiada investigación al respecto, el trabajo con personas voluntarias nos ayuda a ser conscientes de su potencialidad y aportación única, junto con la del vecindario y la ciudadanía en general, a la lucha contra la soledad. Los vínculos establecidos desde la gratuidad favorecen el encuentro desde la libertad y la voluntad por ambas partes, lo que otorga un matiz singular a las relaciones que se establecen. Desde mi punto de vista, las instituciones pueden y deben hacer mucho para evitar la soledad no deseada, pero las relaciones de cercanía y de cuidado mutuo requieren de la participación ciudadana.

El segundo reto es evitar que la soledad de las personas mayores se convierta en un estigma, en algo de lo que avergonzarse. A pesar de que cada vez se usa más el término soledad no deseada, reconociendo que la soledad puede ser también una elección, muchas personas mayores se sienten obligadas a justificar su modo de vida y/o a sus familias (es que tienen que trabajar) y estas se ven con frecuencia negativamente juzgadas (cómo le deja vivir sola a su madre con la edad que tiene). Igualmente, es difícil para una persona mayor expresar que se siente sola, especialmente si sus condiciones de vida objetivas parecen no explicarlo (porque tiene familia, por ejemplo), por el halo de culpabilidad o de rareza que puede asociarse a la soledad aparentemente acompañada (no se esfuerza, algo habrá hecho para que los hijos no vengan, es que tiene mal carácter …). El miedo a ser juzgado/a negativamente dificulta que las personas mayores expresen sus verdaderas necesidades y pidan ayuda contra la soledad. De hecho, los instrumentos más eficaces para evaluar el sentimiento de soledad son aquellos que se refieren a ella indirectamente, sin llegar a nombrarla explícitamente.

Como se apunta desde la estrategia del Reino Unido, Campaign to End Loneliness, tener presente el estigma que genera la soledad nos puede ayudar a entender y llegar mejor a las personas. Por ejemplo, quizás deberíamos evitar las descripciones acerca de las personas mayores que se sienten solas que refuerzan los estereotipos negativos, como ha ocurrido a raíz de algunas campañas bienintencionadas que, queriendo concienciar, ahondan en la rareza de las situaciones. También es importante cómo presentemos nuestras iniciativas, pues pocas personas se sentirán atraídas a participar en un proyecto para personas solas; seguramente nos dará mejor resultado que planteemos nuestras intervenciones en clave de encuentro con otras, respondiendo a la necesidad universal de relación y de vínculo. Asimismo, no debemos olvidar que la reciprocidad en las relaciones es un factor directamente relacionado con su calidad percibida, y que, en general, a las personas nos cuesta menos dar ayuda que aceptarla. Si somos capaces de reforzar nuestras relaciones cercanas y de recuperar los vínculos y el cuidado mutuo comunitario, cada vez será más fácil escuchar frases como esta sin que nos importe que quien lo diga sea una mujer mayor que recibe el apoyo de un proyecto o la voluntaria que acude a su domicilio: Estamos muy a gusto. Compartimos un rato todas las semanas y hasta hemos llegado a sentirnos como amigas.

Comprender la soledad de las personas mayores y actuar contra ella nos ayuda a lograr una sociedad no solo más justa e inclusiva, sino también más vinculada, además de un futuro mejor para todas las personas que la componemos, independientemente de nuestra edad, pues todos necesitamos sentirnos queridos y acompañados, y el deseo de todos nosotros es llegar a envejecer.

 

Bibliografía

Baumeister, R. F., & Leary, M. R. (1995). The need to belong: Desire for interpersonal attachments as a fundamental human motivation. Psychological Bulletin, 117(3), 497-529.  https://www.researchgate.net/publication/15420847_The_Need_to_Belong_Desire_for_Interpersonal_Attachments_as_a_Fundamental_Human_Motivation

Campaign to End Loneliness: https://www.campaigntoendloneliness.org/

Cáritas Española (2021). Prevenir y aliviar la soledad de las personas mayores. El papel único del voluntariado en los procesos de acompañamiento. Documentos de trabajo, 9. https://bit.ly/2ZivRRC

Castro-Blanco, M.P. (2020). La soledad y las personas mayores. Labor Hospitalaria, 326, 67-79.

Losada, A., Márquez, M., Jiménez, L., Pedroso, M. S., Gallego, L. y Fernandes, J. (2020). Diferencias en función de la edad y la autopercepción del envejecimiento en ansiedad, tristeza, soledad y sintomatología comórbida ansioso-depresiva durante el confinamiento por la COVID-19. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 55(5), 272-278. https://doi.org/10.1016/j.regg.2020.05.005Get

Perlman, D., & Peplau, L. A. (1981). Toward a social psychology of loneliness. En S. Duck, & R. Gilmour (Eds.), Personal relationships 3: Personal relationships in disorder (pp. 31-56). Londres, Reino Unido: Academic Press.

Sancho, M.; Barrio, E. del, Diaz-Veiga, P., Marsillas, S., Prieto, D. (2020). Bakardadeak. Explorando soledades entre las personas mayores que envejecen en Gipuzkoa. Instituto Matía

 

Número 8, 2021
En marcha

Campaña “Tu vecino de apoyo”

Cáritas Diocesana de Madrid

 

Una nueva representación con cambio de escenario

Ante la rápida expansión del virus, durante el mes de marzo se comenzaron a tomar decisiones por parte de diferentes gobiernos autonómicos de los territorios más afectados, y la Comunidad de Madrid anunció el 9 de marzo que se suspendían todas las actividades educativas a partir del 11 de marzo. La pandemia global fue reconocida por la OMS el 11 de marzo de 2020. El 14 de marzo, el Gobierno español decretó la entrada en vigor del estado de alarma en todo el territorio nacional.

Campaña Tu vecino de apoyo. Porque la caridad no cierra

Al día siguiente de definir la pandemia de enfermedad por coronavirus nos surgió la pregunta, ante esta realidad ¿qué podemos hacer? La situación de emergencia, de crisis sanitaria, nos tambaleaba nuestros principios y procedimientos, nos dejaba a la intemperie. La situación de confinamiento en nuestros hogares para el conjunto de la población se recomendaba de forma más apremiante, si cabe, para la población de riesgo, entre la que se encontraban muchas personas voluntarias.

¿Cómo conjugar el confinamiento, la restricción de los desplazamientos de las personas, las necesidades que puedan surgir y el deseo de implicación solidaria? creímos que era el momento más oportuno para poner en marcha la Campaña Tu vecino de apoyo, que quiere promover la fraternidad cristiana y la solidaridad vecinal, destacando los siguientes mensajes: ¿Qué puedo hacer por ti? Ante cualquier necesidad que tengas, estoy aquí para ayudarte. ¡Porque la Caridad no cierra! En momentos de crisis como los que estamos pasando, debemos poner en valor nuestra identidad cristiana y el valor humanizador del Evangelio. El viernes, 13 de marzo, difundimos la Campaña ofreciendo un cartel tamaño folio para colocar en el portal de nuestras casas, con una referencia: nombre, puerta, teléfono. Con esta acción sencilla, de andar por casa, queríamos acercarnos, estar atentos a las situaciones y necesidades más próximas. También se trataba de potenciar el trabajo de proximidad en el territorio que es nuestra fortaleza. En rigor, nosotros no somos una organización preparada para la emergencia. Lo que se pueda solventar desde la vecindad evitaría colapsar niveles superiores de respuesta en la organización.

Modo catacumba

Esta pandemia nos ha colocado en modo catacumba, pero aun así hemos generado personal y comunitariamente respuestas creativas. Estamos en un escenario radicalmente diferente del que teníamos. Las crisis y dificultades provocadas por este virus nos presentarán oportunidades que tendremos que discernir y aprovechar porque las crisis suelen sacar lo mejor de las personas.

Esta crisis nos ha enseñado a responder con flexibilidad y creatividad; a repensar nuestras actuaciones, intervención social, acogida y acompañamiento ¿cómo se orientarán a la integración y realización de las personas?

No solo conectados sino vinculados

Desde nuestra fragilidad, buscamos y recreamos instrumentos, procedimientos y orientaciones para nuestro quehacer en un escenario nuevo y representando una obra diferente a la que estábamos acostumbrados. Inventaremos modos nuevos de estar juntos, empezaremos a estar no solo conectados sino, por fin, vinculados. ¿Quién iba a soñar con ese sentido aplauso, desde todas las ventanas y balcones de los vecinos, a las personas que mantienen la atención sanitaria y un conjunto de servicios esenciales? Algunas personas se asomaban de su confinamiento a las 20 horas, saliendo de la soledad, el aislamiento y el individualismo para encontrarse, en algunos casos por primera vez, con sus vecinas y vecinos, todos cuidándonos y apoyándonos unos a otros. Hemos convertido esta cita en un momento deseado del día por lo que tiene de encuentro, comunicación, reconocimiento, ánimo y socialización. Es necesario, también en nuestros proyectos sociales, cuidar el compartir, atender las aportaciones que podamos realizar entre todas las personas que participamos en el proyecto. Nos estamos dando cuenta de que nos necesitamos, que sobran los francotiradores, que es necesario cuidar la escucha y la mirada para cultivar nuestra sensibilidad y corresponsabilidad.

Cambio de paradigma

La situación vivida provocará un cambio de paradigma, un cambio en los supuestos básicos de un modelo de referencia. Hasta ahora hemos mantenido un proceder validado ante determinadas circunstancias. Pero hay situaciones, como la provocada por esta pandemia, que podrán provocar cambios en nuestra manera de actuar cuestionando lo establecido. La campaña propuesta Tu vecino de apoyo nos ha ofrecido intuiciones, principios y experiencias que podemos aplicar y considerar en un futuro. Ante una llamada generalizada, nos hemos encontrado respuestas sorprendentes que no podíamos imaginar, tenemos que abrirnos a repuestas inesperadas de solidaridad. Algunos retos que nos planteábamos en el Informe FOESSA y que teníamos bien identificados podrán tener su oportunidad de desarrollo con el cambio de paradigma. Desde luego, las Cáritas parroquiales con más capacidad de respuesta han sido las más creativas, las que han sido capaces de flexibilizar al máximo los procedimientos y responder con agilidad a los desafíos de una situación inédita de emergencia. También las mejor interrelacionadas con otras realidades del barrio, con las instituciones, con otras parroquias… En el fondo, las más porosas al trabajo en equipo y abiertas a hacerlo en red. Eso nos llevaría a medidas que siguieron al vecino de apoyo que no son objeto de esta reflexión pero que fueron surgiendo en cascada: aseguramiento de la presencialidad en servicios centrales zonificados, teléfono de atención 24h todos los días, continua interacción con otras instancias para atender problemas de soledad de los mayores, o de escucha y atención psicológica o espiritual, etc.

A modo de conclusión

Claves de fondo

Esta crisis ha puesto de manifiesto unos elementos que referimos a continuación:

El primer elemento es la paradoja de cosas consolidadas que se van, que desaparecen y otras utópicas que empiezan a tener viabilidad. Lo inédito viable se hace real en momentos de crisis y es cuando surge la creatividad, cuando sale lo mejor de los seres humanos. Cuestiones como la atención integral a personas sin hogar (forzada por la necesidad de asegurar el confinamiento), la implantación de una renta mínima, una regularización de inmigrantes para trabajar en sectores críticos, entre otras, son puestas sobre el tapete. En el fondo, todo bebe de la misma clave que ahora se convierte en piedra angular: solo saldremos adelante si lo hacemos juntos, sin dejar a nadie atrás. Los virus han resultado tener una efectividad impresionante para hacernos caer en esas proclamas tachadas en otros momentos de buenistas.

El segundo elemento es que esta crisis nos introduce ya de lleno en algo que estaba barruntando: la necesidad de un nuevo contrato social. El Informe FOESSA lo venía destacando, pero estaba todavía muy en el aire. Este nuevo pacto social ha hecho evidente varias cosas que de alguna manera venía anticipando la doctrina social de la Iglesia: la necesidad de una nueva articulación de los grandes actores sociales, que superara la dialéctica del siglo XX a la que recientemente se ha referido el papa Francisco: el estadocentrismo y su frecuente deriva totalitaria, y el mercadocentrismo economicista y su propensión liberal-individualista. Sin duda una situación de emergencia sanitaria y social demanda el liderazgo del Estado y su papel de garante de los derechos universales de todas las personas, así como su papel de nivelar las desigualdades y universalizar las oportunidades. Pero frente a la tentación estatalista es preciso comprometer al servicio del bien común y hacer partícipe de la causa de la justicia social al mundo de las empresas, incorporando el papel de la iniciativa privada.

El tercer elemento de este nuevo contrato es el protagonismo de un actor que hasta ahora había quedado diluido en el debate entre estatalismo y liberalismo, o más recientemente, neoliberalismo. Nos referimos al papel fundamental de la solidaridad del balcón, es decir, a la sociedad civil y la importancia que tiene ésta como sujeto creativo, corresponsable, capaz de dar respuesta inmediata y de asumir compromisos duraderos para salir de esta crisis. Ni todo el estado del mundo, ni todo el mercado del mundo nos habrían sacado adelante si la gente no se queda en casa, si no se hace responsable de su vecino, si no asumimos que necesitamos como sociedad y como cultura unos valores compartidos para salir juntos adelante. Ese juntos podemos implica a todos y a cada uno de los ciudadanos sin hacer disquisiciones que han quedado superadas: si una persona es regular o irregular, si es pobre o es rica, si es de derechas o de izquierdas. Esta crisis ha universalizado la precariedad existencial, nos ha hecho de repente conscientes de nuestra contingencia y finitud y nos ha aproximado a empellones a la fraternidad. Nos hemos sentido concernidos todos más allá de las ideologías, o incluso de las creencias religiosas o de las fronteras. A nadie ha importado nada la forma de pensar del vecino de apoyo.

Este pacto social es realmente un contrato que busca una nueva integración del Estado, del mercado y de la sociedad civil en todo su pluralismo. Será la forma de superar los individualismos y los protagonismos. Dentro de esta sociedad civil, ocupa un lugar la Iglesia como referente de sentido, y en esa triada (Estado, mercado y sociedad civil) en la cual tenemos un papel no pequeño nos hemos de ubicar de una manera distinta a como lo ha hecho en épocas anteriores: aunando la humildad de quien solo busca servir a la colectividad, favoreciendo el diálogo social sin crispaciones y ofertando en una sociedad plural las propias convicciones.

Propuestas operativas

En estos momentos de incertidumbre ante un futuro complejo y diferente, ante pequeñas experiencias de sentido, como la campaña tu vecino de apoyo, podemos sugerir, a partir de la experiencia compartida, algunos rasgos que podemos tener en cuenta al repensar y recrear nuestra intervención social. Uno de los grandes retos que tenemos por delante será aprovechar la ocasión para renovar, reforzar y aplicar lo aprendido durante este tiempo.

A continuación, a modo de conclusión, compartimos doce rasgos referidos en nuestra reflexión sobre la Campaña:

  1. Promover la fraternidad y la solidaridad.
  2. Atención a situaciones y necesidades próximas.
  3. Generar nuevas oportunidades.
  4. Flexibilidad y creatividad ante una realidad nueva.
  5. Nuevas formas de presencia y de compromiso.
  6. Capacidad de adaptación.
  7. Distinción entre lo esencial y accidental.
  8. Nos necesitamos, todas las personas aportamos valor.
  9. Cuidar la escucha y la mirada para leer y comprender la realidad.
  10. Cultivar nuestra sensibilidad y corresponsabilidad.
  11. Respuestas nuevas ante un cambio en los supuestos.
  12. Austeridad para revitalizar el trabajo en común.

Entre estos rasgos encontramos objetivos, criterios y valores que pueden ayudarnos a orientar o renovar algunas actuaciones de futuro. La campaña, Tu vecino de apoyo que ha ocupado nuestra reflexión, es una pequeña pieza de un puzzle más grande que nos ofrece algunos rasgos para nuestra consideración. Lo importante de estas pequeñas experiencias es su posibilidad de generar reflexión personal y comunitaria para situarnos ante una nueva época. ¿Una pequeña semilla germinará?

 

Número 5, 2020