Retos y oportunidades del voluntariado en un cambio de época
Por Ana Sofi Telletxea y María Silvestre
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Palabras clave: cambio, comunidad, crisis de sentido, individualidad integrada, soledad no deseada, solidaridad, voluntariado
Ana Sofi Telletxea Bustinza. Responsable de análisis y desarrollo en Cáritas Bizkaia
María Silvestre Cabrera. Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto. IP Equipo Deusto Valores Sociales
Análisis de la evolución del voluntariado en España centrado en el cambio de modelo social. Definición de las oportunidades para el voluntariado que surgen de la fragilidad emocional, precariedad, soledad no deseada y falta de sentido de las sociedades actuales y su influencia en el desarrollo de la comunidad.
El voluntariado ha adquirido una creciente relevancia en las sociedades contemporáneas. Su institucionalización progresiva, especialmente desde finales del siglo XX, refleja el reconocimiento de su papel estratégico en la promoción del bien común, la cohesión social y la participación ciudadana. A través de marcos normativos, investigaciones especializadas y diversas prácticas sociales, el voluntariado se ha consolidado como un fenómeno complejo y dinámico, que articula dimensiones individuales y colectivas, asistenciales y transformadoras. En este artículo centramos la reflexión en las tensiones y retos que debe afrontar el voluntariado en la modernidad tardía desde una lectura positiva de las virtualidades que el voluntariado puede aportar. Consideramos que existe potencialidad para generar ámbitos de convivencia que favorezcan nuevos marcos relacionales desde los que construir comunidad y visibilizar y actuar ante las situaciones de vulnerabilidad social.
Serge Paugam (2012)[i] sostiene que la cohesión social depende de la calidad de los vínculos sociales, estructurados en torno a dos dimensiones esenciales: la protección, entendida como el conjunto de apoyos frente a las adversidades, y el reconocimiento, que valida socialmente al individuo. A través del análisis de distintos tipos de vínculos, el autor destaca que los cambios en las sociedades modernas han transformado las formas de soporte sin eliminar la necesidad de protección y reconocimiento. La pérdida de ambos constituye un factor central en los procesos de exclusión, por lo que resulta clave analizar la diversidad e interdependencia de los vínculos sociales para comprender las dinámicas actuales de integración y exclusión.
Esa cuestión es clave porque nos permite visibilizar que existe la exclusión relacional y definir la escasez de relaciones primarias como un problema social que necesita de respuestas sociales e institucionales. En este sentido, Fantova (2024)[ii] propone el concepto de conexión comunitaria como bien social que podría ser también un bien público, un objeto político o un derecho social que el Estado de bienestar aspirase a proteger, promover y, en definitiva, garantizar a toda la población (Fantonva, 2024), y del que, sin duda, el ejercicio del voluntariado no podría ser ajeno ya que, en tiempos de incertidumbre necesitamos más y mejor conexión comunitaria (Carcavilla, 2025)[iii].
En las sociedades contemporáneas, el voluntariado se presenta como una práctica que articula solidaridad, responsabilidad y acción social en un contexto atravesado por la complejidad, la fragmentación y la redefinición de los vínculos humanos. El voluntariado en sociedades modernas podría ser una reafirmación del lazo social en contextos de individualismo y diferenciación y un mecanismo para reconstruir vínculos cuando la cohesión social se debilita.
El voluntariado puede entenderse como una manifestación de solidaridad orgánica, donde el individuo, lejos de actuar por presión colectiva, asume un rol dentro de una estructura social compleja y funcionalmente diferenciada. Atendiendo al proceso de individualización (Beck y Beck-Gernsheim, 2003)[iv], esa asunción se hace desde la elección personal ya que, en las sociedades modernas, las estructuras tradicionales han perdido su capacidad de guiar la vida de las personas y cada individuo debe tomar decisiones por sí mismo, asumir riesgos y construir su biografía reflexiva. Así, el voluntariado sería una manera que tienen las personas de expresar su ética personal y su sentido de responsabilidad; un proyecto biográfico ético que da sentido a la existencia, en el que la persona se compromete con causas sociales no por imposición externa, sino como parte de su identidad y visión del mundo. La biografía se convierte en una tarea que debe realizar el propio individuo (Beck & Beck-Gernsheim, 2003) y el compromiso voluntario es una forma en que muchos sujetos contemporáneos responden a esta tarea con responsabilidad social. Sin embargo, esta lógica también puede producir tensiones: al depender de la elección individual, el voluntariado corre el riesgo de ser discontinuo, personalista o instrumentalizado, más cercano a un proyecto de vida que a una ética del cuidado sostenido.
El voluntariado actual combina diferentes formas de solidaridad en un tejido social que no es ajeno a la modernidad líquida descrita por Bauman[v] caracterizada por la fragilidad de los vínculos, por el consumo de experiencias rápidas frente a compromisos duraderos y donde todo es más flexible, pero también más inestable. Las relaciones humanas se tornan superficiales y efímeras, las identidades son cambiantes, y la comunidad parece disolverse en un mar de experiencias individuales. En este escenario, el voluntariado puede ser leído de manera ambivalente. Por un lado, representa un esfuerzo por reconstruir comunidad, por establecer relaciones éticas en medio del individualismo reinante. Por otro, corre el riesgo de convertirse en una experiencia líquida más, susceptible de ser consumida por el individuo en busca de realización personal o visibilidad social. Si el voluntariado no se sostiene en una ética profunda, puede reducirse a una práctica efímera, estéticamente valiosa pero socialmente inestable. Sin embargo, incluso en su forma más superficial, el voluntariado pone de manifiesto una necesidad de vinculación y de sentido que persiste en las sociedades líquidas. La búsqueda de comunidad, aunque frágil, sigue siendo un motor fundamental en la acción solidaria.
Desde finales del siglo XX, en Europa se han impulsado marcos de reconocimiento, protección y promoción del voluntariado, avances que han contribuido decisivamente a su institucionalización. La celebración del Año Internacional del Voluntariado en 2001 supuso un hito fundamental, marcando el inicio de una etapa de desarrollo legislativo y estratégico en los niveles estatal, autonómico y local, orientada a reconocer la responsabilidad pública en el fomento del voluntariado como expresión de participación social organizada, vinculada a la cohesión social y al bien común. Posteriormente, el Año Europeo del Voluntariado, celebrado en 2011, subrayó la importancia de la acción voluntaria y visibilizó la heterogeneidad que caracteriza a este fenómeno.
En el ámbito jurídico español, la Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado, define el voluntariado como el conjunto de actividades de interés general desarrolladas por personas físicas que cumplen los siguientes requisitos: a) carácter solidario; b) realización libre, sin obligación personal o deber jurídico, asumida voluntariamente; c) ausencia de contraprestación económica o material, permitiéndose únicamente el reembolso de los gastos ocasionados; d) desarrollo a través de entidades de voluntariado con programas concretos, dentro o fuera del territorio español (Ley 45/2015, art. 3). La misma norma establece que las actividades de interés general comprenden aquellas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas y de la sociedad en su conjunto, así como las destinadas a proteger y conservar el entorno.
Más allá de su dimensión normativa, el voluntariado se ha analizado como un mecanismo estructural para la construcción de comunidades cohesionadas. Una investigación realizada por el SIIS (Carcavilla, 2025), basada en la clasificación de Jopling (2020)[vi], identifica los facilitadores estructurales como las acciones orientadas a generar entornos sociales adecuados, donde la promoción del voluntariado y la creación de entornos amigables destacan como elementos esenciales (Carcavilla, 2025; Jopling, 2020). En este marco, el voluntariado se concibe como un instrumento fundamental para la articulación social y la promoción de relaciones significativas.
Desde un enfoque funcional, Carcavilla (2025: 100) define el voluntariado como un trabajo no remunerado, consciente y autoimpuesto en beneficio de otras personas, una sociedad o una organización (Elche y Cervigón, 2022)[vii]. Esta práctica puede adoptar diversas modalidades, entre las que se incluyen iniciativas de apoyo directo entre personas —grupos de autoayuda, intervenciones de pares, tutoría o padrinazgo—, actividades basadas en competencias especializadas o sistemas de intercambio de servicios como los bancos del tiempo (SIIS, 2017)[viii]. Más allá de su impacto comunitario, el voluntariado aporta beneficios individuales, como la prevención de la soledad, al facilitar el mantenimiento de conexiones sociales (Locke y Grotz, 2022)[ix]. Así, se configura como un agente fundamental en la provisión de intervenciones efectivas para la promoción de las relaciones y las conexiones sociales (Carcavilla, 2025: 100).
Los elementos clave que definen el voluntariado son la solidaridad, la libre elección, la ausencia de lucro, el compromiso en contextos organizacionales y el desarrollo de actividades orientadas a la mejora de la calidad de vida y la protección del entorno. Sin embargo, a pesar de esta sintonía en los principios generales, la práctica del voluntariado muestra una diversidad de enfoques que le confieren un carácter plural e incluso contradictorio, generando tensiones internas.
Una primera diferenciación se observa en la orientación de la acción voluntaria: asistencialismo o transformación social. El enfoque asistencialista concibe el voluntariado como una respuesta altruista a necesidades inmediatas, sin cuestionar las causas estructurales que generan dichas situaciones. En cambio, la perspectiva orientada a la transformación social entiende el voluntariado como una forma de participación política activa, capaz de fomentar el diálogo público, fortalecer la democracia y promover el cambio social, contribuyendo a la construcción de sujetos políticos y morales (Etxeberria, Ferrán y Guinot, 2021)[x].
Otra distinción relevante radica en el tipo de vinculación: individualista o comunitaria. El enfoque individualista destaca la función del voluntariado como estrategia de desarrollo personal, donde los individuos buscan satisfacer necesidades propias, como el deseo de ayudar, adquirir nuevas habilidades o mejorar su trayectoria profesional. Esta modalidad suele generar vínculos más volátiles y una menor implicación con estructuras colectivas. Por el contrario, el enfoque comunitario entiende el voluntariado como una práctica colectiva surgida de la participación ciudadana activa, orientada a fortalecer la cohesión social y a crear redes de apoyo y pertenencia. En este modelo, el voluntariado se vincula estrechamente a las comunidades y entidades en las que se desarrolla, promoviendo relaciones estables y un compromiso sostenido más allá de acciones puntuales.
Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran pilares fundamentales de las sociedades democráticas, pues generan capacidad de compromiso individual y colectivo en torno al bien común, y favorecen un estilo de gobernanza más inclusivo, basado en la incidencia ciudadana en los asuntos públicos (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021)[xi].
Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran importantes fuerzas transformadoras, que ejercen la incidencia social y política para promover mejoras en la sociedad. Alimentan la existencia de una comunidad activa y crítica y promueven la conciencia colectiva. Desde esta perspectiva voluntariado y activismo social están estrechamente relacionados (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021).
En España, tanto la legislación como la planificación estratégica reconocen esta dualidad, combinando las perspectivas individualista y comunitaria. La Ley 45/2015[xii] apuesta por un voluntariado abierto, participativo e intergeneracional, que integra las dimensiones de ayuda y participación con una aspiración explícita de transformación social (Preámbulo), contribuyendo así al fortalecimiento de la cohesión social y al bien común.
Desde la perspectiva de la acción social, los mecanismos que producen las situaciones de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social trascienden a las personas concretas que las sufren. Además de las circunstancias personales, los contextos comunitarios y culturales y las dinámicas estructurales de la sociedad (modelo económico, política, valores…) generan pobreza, vulnerabilidad y exclusión social a la vez que construyen las oportunidades para superarlas. La exclusión social es un fenómeno dinámico y complejo generado por vulneraciones de derechos en distintos ámbitos de la vida de las personas, combinado con el debilitamiento de los vínculos sociales y relacionales que pueden llegar hasta el aislamiento y el rechazo social (Cáritas Bizkaia, 2022)[xiii].
La acción del voluntariado en este contexto requiere de una visión amplia de esta realidad que, asumiendo su complejidad, se oriente al cambio social. El Tercer Sector de Acción Social, con 1.472.627 personas voluntarias vinculadas a las entidades que conforman el sector, es el principal espacio de participación del voluntariado social. La Ley 43/2015, del Tercer Sector de Acción Social, no define qué es el voluntariado, pero sí define a estas entidades como organizaciones que responden a criterios de solidaridad y de participación social, con fines de interés general y ausencia de ánimo de lucro, que impulsan el reconocimiento y el ejercicio de los derechos civiles, así como de los derechos económicos, sociales o culturales de las personas y grupos que sufren condiciones de vulnerabilidad o que se encuentran en riesgo de exclusión social (Art.2).
En suma, el enfoque del tercer sector de acción social sobre el voluntariado (y el de muchas de sus entidades, por ejemplo, Cáritas) incorpora una visión transformadora y comunitaria, superando los modelos más asistencialistas e individualistas.
Según datos de la Plataforma del Voluntariado en España, el 10,1% de la población, equivalente a más de 4,2 millones de personas, participa en actividades voluntarias. El perfil predominante es el de una mujer de entre 45 y 54 años, con empleo, nivel de renta medio-alto y residente en ciudades de más de 500.000 habitantes. Este perfil lleva más de cinco años colaborando en causas sociales, lo que refleja una tendencia de mayor implicación femenina en el voluntariado, especialmente entre los 30 y 64 años.
La población voluntaria se caracteriza por un alto nivel formativo: el 40% posee estudios universitarios y el 57% estudios secundarios. La actividad laboral no constituye un impedimento, dado que la mitad de las personas voluntarias está empleada. Por otro lado, el voluntariado es más frecuente entre pensionistas (27%) que entre estudiantes (10%). Un 7% de quienes colaboran se encuentra en situación de desempleo, y el 6% se dedica a tareas del hogar.
El ámbito más habitual del voluntariado es el social (46,85%), seguido por el socio-sanitario (17,3%), el cultural (11,9%), el educativo (10,8%) y el comunitario (10,6%). Las áreas como el ocio y tiempo libre, el deporte, el medio ambiente, la cooperación internacional y la protección civil presentan menores niveles de participación.
En cuanto al género, el estudio constata una reproducción de los roles tradicionales. Si bien la participación femenina es mayoritaria, en sectores como el ocio y la cooperación predominan las mujeres, mientras que en el deporte y la protección civil se registra una mayoría masculina.
Finalmente, un 20% de la población no voluntaria participa en actividades de solidaridad informal, lo que representa unos 8 millones de personas. Este tipo de participación es más común en áreas rurales, entre pensionistas (21,7%), personas dedicadas al hogar (19,6%) y en el grupo de edad de 45 a 54 años (21,4%). Estas prácticas, según el Observatorio del Voluntariado (2024)[xiv], fortalecen los vínculos comunitarios y pueden facilitar la transición hacia formas estructuradas de voluntariado.
En el contexto actual, el voluntariado se caracteriza por transformaciones que superan su tradicional análisis cuantitativo, revelando nuevas formas de acción detectadas por las propias organizaciones. Una de las principales tendencias es la instrumentalización del voluntariado como herramienta para la construcción de currículum personal u organizacional, visible en fenómenos como el voluntariado corporativo o las experiencias formativas. Aunque estas prácticas pueden abrir la puerta a un compromiso más profundo, también corren el riesgo de quedarse en niveles asistencialistas y superficiales, dificultando la conexión con un enfoque transformador y comunitario de la acción social.
Asimismo, se constata una vinculación esporádica y puntual de las personas voluntarias con las organizaciones, lo cual limita la posibilidad de generar sentido colectivo y pertenencia. A pesar de un incremento general de la participación voluntaria, algunas áreas muestran una disminución, particularmente entre la juventud.
Paralelamente, emergen nuevas formas de compromiso social impulsadas por jóvenes, basadas en vínculos relacionales, sensibilidad eco-social, centralidad de los cuidados, estilos de vida sostenibles y alternativas al modelo socioeconómico dominante. Estas expresiones, junto con el aumento de la diversidad en el voluntariado, abren nuevas oportunidades para renovar la acción voluntaria bajo el paradigma del cuidado (Aranguren, 2024)[xv]. Esto plantea a las organizaciones el desafío de superar una lógica centrada en la gestión de actividades, hacia modelos más coherentes con su dimensión relacional y transformadora. Sin olvidar la necesidad de reflexionar sobre cuál es el papel y la función del voluntariado en un espacio en el que la acción social se institucionaliza, la prestación de servicios se convierte en publica (o concertada con entidades del tercer sector), se profesionaliza y se regula.
El voluntariado debe ser una manera de dar sentido a nuestras acciones sociales y, a la vez, de responder a carencias y vacíos relacionales en nuestros entornos, siendo también fundamental en la toma de conciencia de las situaciones de mayor vulnerabilidad y respondiendo, socialmente, ante ellas. Si queremos que el voluntariado asuma este rol social clave, deberemos ser capaces de afrontar algunos de los desafíos que están limitando su expresión o crecimiento.
Cáritas Bizkaia (2023)[xvi] ha reflexionado sobre los retos a los que se enfrenta la entidad y que puede hacerse extensible a todas aquellas organizaciones que cuentan con una importante y valiosa aportación de personas voluntarias. El documento identifica diversas cuestiones de carácter estructural y adaptativo que requieren atención prioritaria. La progresiva elevación de la media de edad del voluntariado pone de manifiesto la dificultad para convertirse en alternativa de participación para las personas jóvenes, lo que exige repensar las estrategias de atracción y establecer vínculos más sólidos con espacios no tradicionales e intergeneracionales.
Asimismo, la creciente diversidad y la flexibilización en las formas de compromiso voluntario plantean a las organizaciones el desafío de adaptarse a nuevas dinámicas sin renunciar a su identidad fundacional. El voluntariado actual se configura de manera más plural, con motivaciones diversas y una preferencia por formas de participación menos permanentes. En este sentido, resulta imprescindible diseñar propuestas que contemplen distintos niveles de implicación y favorezcan experiencias iniciales de acercamiento, así como gestionar adecuadamente la heterogeneidad de perspectivas, valores y expectativas.
Otro eje fundamental es el relativo al acompañamiento y la formación del voluntariado. Garantizar un itinerario formativo adecuado, que combine competencias técnicas con una profundización en los valores e identidad institucional, es esencial para fortalecer el compromiso y la eficacia de la acción voluntaria. Ello exige también clarificar los límites entre las funciones del voluntariado y las responsabilidades del personal profesional, evitando tanto la confusión de roles como la tendencia hacia una profesionalización impropia del voluntariado. En consecuencia, simplificar procedimientos, clarificar funciones y distinguir adecuadamente entre tareas voluntarias y profesionales se revela como una estrategia clave para revitalizar el compromiso.
Finalmente, el contexto social contemporáneo, marcado por cambios profundos en los vínculos comunitarios y por la multiplicación de iniciativas solidarias de diversa índole, interpela a las organizaciones a redefinir su papel y a promover sinergias con otras entidades del tercer sector, así como con instituciones públicas y privadas. Esta apertura a la colaboración interinstitucional puede convertirse en una vía privilegiada para incrementar el impacto social y favorecer una mayor sostenibilidad de la acción voluntaria.
En definitiva, lejos de ser un fenómeno marginal, el voluntariado se ha convertido en un síntoma y un reflejo de las tensiones de la modernidad: entre comunidad e individualismo, entre responsabilidad y consumo, entre solidaridad profunda y gestos pasajeros. Más que una contradicción, esta ambivalencia puede ser vista como una oportunidad: el voluntariado tiene el potencial de articular nuevas formas de vínculo social, capaces de responder a los desafíos éticos y sociales de nuestro tiempo. Más que un simple acto de ayuda, el voluntariado constituye un espacio de articulación entre el yo y el otro, entre lo individual y lo colectivo, entre la fragilidad y la esperanza. Su ambivalencia no debe ser motivo de desconfianza, sino una invitación a fortalecer su potencial de transformación social. Para ello es clave el papel que puede desempeñar el voluntariado en la construcción de marcos relacionales que favorezcan las dinámicas solidarias y la construcción de comunidad en una modernidad tardía caracterizada por las incertidumbres y por el riesgo de que se imponga el individualismo y el aislamiento social.
[i] Paugam, S., 2012, “Protección y reconocimiento. Por una sociología de los vínculos sociales”, en Papeles del CEIC, vol. 2012/2, nº 82, CEIC (Centro sobre la Identidad Colectiva), http://www.identidadcolectiva.es/pdf/82.pdf Universidad del País Vasco
[ii] Fantova, Fernando (2024). Las políticas sobre soledad y su relación con el bienestar emocional, la conexión comunitaria y la inclusión social. https://www.fantova.net/2024/02/19/las-politicas-sobre-soledad-y-su-relacion-con-el-bienestar-emocional-la-conexion-comunitaria-y-la-inclusion-social/
[iii] Carcavilla, Ainhoa (2025). Experiencias y buenas prácticas para una sociedad cohesionada, Zerbitzuan 84, pp. 85-103
[iv] Beck, U., & Beck-Gernsheim, E. (2003). La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós.
[v] Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
Bauman, Z. (2003). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI Editores.
[vi] Jopling, Kate (2020). Promising approaches revisited: effective action on loneliness in later life, s.l., Campaign to End Loneliness. https://www.campaigntoendloneliness.org/wp-content/uploads/Promising_Approaches_Revisited_FULL_REPORT.pdf
[vii] Elche, María Dionisia y Cervigón, Raquel (coord.) (2022): El voluntariado como medio para mejorar la calidad de vida de los mayores. Guía innovadora para formadores, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, https://ruidera.uclm.es/items/cc1bb594-b240-43c5-ae92-d343e9a1c5b7
[viii] SIIS. Centro de Documentación y Estudios (2017). Activación comunitaria y solidaridad vecinal. Tendencias y buenas prácticas. San Sebastián. Diputación Foral de Gipuzkoa. https://www.siis.net/es/investigacion/ver-estudio/532/
[ix] Locke, M. y Grotz, J. (eds) (2022). Volunteering, research and the test of experience: A critical celebration for the 25th anniversary of the Institut for Volunteering Research, s.l., UEA, Publishing Project.
[x] Etxeberria, Bakarne; Ferrán, Ane y Guinot, Cinta (2021). Ciudadanía vasca feliz: bienestar personal y participación ciudadana en la CAE, en: María Silvestre Cabrera (coord..). Valores para una pandemia: la fuerza de los vínculos, Síntesis.
[xi] Consejo Vasco del Voluntariado (2021). Estrategia Vasca de Voluntariado 2021-2024. Gobierno vasco. https://www.euskadi.eus/estrategia-vasca-del-voluntariado-ano-2021-2024/web01-ejeduki/es/
[xii] Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado.
[xiii] Caritas Bizkaia (2023). Reflexión sobre el papel del voluntariado y del profesional en el Modelo de Acompañamiento Integra (MAI) en Caritas Bizkaia. Coordinación de la intervención. Documento de trabajo.
[xiv] Observatorio del voluntariado. Plataforma del voluntariado en España (2024). Barómetro del voluntariado. La acción voluntaria en España en 2024.
[xv] Aranguren, Luis (2024). La nueva hora del voluntariado, Corintios XIII, 192.
[xvi] Caritas Bizkaia (2023). Definiendo una estrategia de voluntariado para Cáritas Bizkaia, Consejo Diocesano de Cáritas Bizkaia, 2023. Documento de trabajo.
Palabras clave: alianzas, ciudadanía activa, comunidad, cuidados, ecosocial, participación, solidaridad, sostenibilidad, Tercer Sector de Acción Social, voluntariado
Mabel Cenizo. Trabajadora social. Responsable de voluntariado de Caritas Gipuzkoa
Marivi Roldán. Grado en educación. Coordinadora Estatal de Voluntariado y Participación
El artículo propone una lectura crítica y transformadora del voluntariado en el Tercer Sector de Acción Social, en un contexto marcado por crisis múltiples. Desde un enfoque ecosocial, feminista y comunitario, plantea claves estratégicas para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria como práctica política y solidaria.
No resulta fácil caracterizar el actual contexto social en nuestro país. Sin pretensión de exhaustividad ni de orden, podríamos identificar tendencias como el cambio climático, la digitalización de la vida, el envejecimiento de la población, la crisis de los cuidados, la emergencia de la soledad como problema social o el crecimiento de las fuerzas políticas ultraderechistas. Estos fenómenos, sin duda, afectan y representan un desafío para nuestro Tercer Sector de Acción Social (TSAS).
Si bien este sector, en nuestro país se ha posicionado en gran medida como prestador de servicios sociales estandarizados de financiación pública, nunca ha abandonado otras facetas que también le son propias como pueden ser las que tienen que ver con la acción voluntaria, la canalización de iniciativas solidarias, la promoción de la participación ciudadana o el trabajo por la transformación social. Y, seguramente, estas otras facetas se vuelven más necesarias cuanto más arrecian desafíos sociales como los que hemos mencionado.
Por ello, queremos contribuir a la reflexión profunda y al debate abierto que creemos imprescindible para que nuestras entidades y redes del tercer sector tracen las estrategias más adecuadas en este momento histórico, y que puedan contribuir significativamente, junto con otros agentes de la sociedad, a la construcción de un futuro solidario, participativo, sostenible e inclusivo.
El artículo tendrá, por lo tanto, tres partes. En el primer bloque, identificaremos brevemente algunas de las crisis que atravesamos. En el segundo bloque, analizaremos las tensiones que esa nueva solidaridad puede estar demandando al tercer sector. Finalmente, en la tercera parte, abriremos una reflexión sobre claves y horizontes posibles que comienzan a vislumbrarse como necesarias en la reconstrucción de la solidaridad y la acción voluntaria y que puedan contribuir a canalizar la solidaridad que necesitamos ante los riesgos e incertidumbres del tiempo que vivimos.
Se trata de un diálogo que, desde nuestro punto de vista, puede —y debiera— renovar, enriquecer y fortalecer la acción solidaria y voluntaria como práctica socialmente comprometida, arraigada en vínculos comunitarios y orientada a la transformación estructural.
Vivimos una era en crisis múltiples, que avanzan a diferentes ritmos e intensidades y definen nuestro presente. La crisis climática se acelera, mientras que la crisis social crece con el rechazo a la gentrificación y el auge de los movimientos populistas (Turiel, 2024). Así comienza la sinopsis del libro El futuro de Europa, escrito por Turiel —doctor en Física Teórica, licenciado en Matemáticas e investigador en el CSIC—, donde analiza los límites materiales y políticos del modelo social actual y plantea escenarios de transición profunda.
En una línea convergente, Fantova subraya que vivimos una época en la que, en no pocos lugares de nuestro entorno, el deterioro y descrédito de los bienes, espacios, políticas y servicios públicos universales (…) catalizados por el aumento de la desigualdad, segregación y fragmentación social, y potenciados interesadamente por voces poderosas en la conversación pública, alimentan en la población los discursos, sentimientos y comportamientos reaccionarios contra las políticas distributivas y el Estado de bienestar (Fantova, 2022).
Estas crisis no actúan por separado. La degradación ecológica y la erosión de los sistemas públicos de bienestar se retroalimentan, configurando un presente frágil y tensionado. Se trata de un fenómeno sindémico (Tangente, 2022: 4), en el que las crisis ecológica, social y política se agravan mutuamente bajo dinámicas estructurales de desigualdad. Tal como advierte Herrero, no es posible hacer una buena lectura de lo que está pasando en el mundo si no nos damos cuenta de que la crisis económica está en el corazón de la crisis ecológica (Herrero, 2018), una interrelación que impacta de manera directa en las instituciones sociales y políticas.
En este mismo sentido, tanto Pérez Orozco como el papa Francisco coinciden en señalar que no estamos ante una suma de crisis aisladas, sino ante una crisis multidimensional y acumulada, que puede calificarse incluso como crisis civilizatoria, en un contexto de emergencia planetaria (Pérez Orozco, 2012: 32). Una mirada compartida por el papa Francisco cuando afirma que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una única y compleja crisis socioambiental (Francisco, 2015: n.º 139). Comprender esta raíz común es esencial para abordar de manera integral el deterioro ecológico, la injusticia social y el debilitamiento de las instituciones.
Añade Garcés que vivimos en un tiempo histórico dominado por los escenarios de no futuro, donde el presente no se compromete con el futuro y sus posibilidades, sino que anuncia los modos de su final, en un contexto social que fortalece y reproduce su orden desde la lógica de la emergencia y de la excepción (Garcés, 2023: 52).
Estas voces expertas, desde perspectivas diversas pero complementarias, nos sitúan ante un escenario socialmente reconocible: crisis climática, fractura social, deterioro democrático y una emoción colectiva dominada por el miedo. Un miedo que no solo socava la confianza y la cohesión social, sino que también amenaza el funcionamiento de la democracia, cerrando el círculo de regresión y reforzando dinámicas de exclusión, precarización de la vida y desconfianza hacia el futuro. Como advierte Nussbaum, estos procesos tienden a proyectar la incertidumbre y el malestar sobre un “otro” percibido como amenazante —personas inmigrantes, minorías étnicas y religiosas, mujeres o personas LGTBI—, alimentando así discursos de odio y retrocesos en derechos (Nussbaum, 2019: 51–53).
Las crisis actuales —económica, social, ecológica y política— afectan al conjunto de la sociedad y de sus instituciones. También impactan, de forma especialmente significativa, en el Tercer Sector de Acción Social cuya función social está vinculada al impulso de la justicia social, la igualdad, el cuidado del planeta, y que atiende a buena parte de las personas o colectivos más vulnerables ante estas crisis. Crisis que, lejos de remitir, continúan aumentando en intensidad y frecuencia, como venimos observando desde 2008 en nuestro país (FOESSA, 2024).
Por ello, proponemos identificar algunas de las tensiones más relevantes que atraviesan hoy al sector, con el fin de contribuir al diálogo imprescindible en la (re)construcción de una solidaridad organizada, que es —y seguirá siendo— necesaria para afrontar desafíos como el aumento de la desigualdad, la crisis climática, la polarización política, la sensación de falta de futuro y el miedo.
Podemos definir al Tercer Sector como un actor que existe en la proximidad con las personas (Renes, 2024: 48) y cuya existencia depende, en gran medida, de su papel como espacio privilegiado —aunque no exclusivo— de acción voluntaria organizada (Zubero, 1996: 44). Esta identidad relacional y participativa son claves para entender tanto sus potencialidades de futuro como sus limitaciones actuales.
Los riesgos sociales no son abstractos: se hacen visibles en ejemplos concretos y cercanos. Desde la crisis financiera de 2008, pasando por la pandemia de la COVID-19 hasta la reciente catástrofe climática vivida en octubre de 2024 (DANA), se han evidenciado algunas limitaciones estructurales del tercer sector para canalizar de manera sostenida y estructural la solidaridad ciudadana que emerge con fuerza en momentos de crisis.
Durante la crisis financiera, mientras las entidades del Tercer Sector se centraban en sostener servicios básicos en un contexto de recortes, fueron los movimientos sociales —como el 15M— quienes canalizaron las demandas de transformación estructural. De forma similar, durante la pandemia, redes vecinales y plataformas ciudadanas, esta vez en un contexto de expansión del gasto social, reactivaron la acción comunitaria con gran capacidad de improvisación, resiliencia y movilización, superando en muchos casos al tercer sector organizado. Esta respuesta ágil contrastó con la rigidez institucional y desbordó los marcos organizativos tradicionales del TSAS.
Entre los aspectos críticos que parecen afectar de forma significativa destacan, por un lado, el debilitamiento de la capacidad reivindicativa y la defensa de los derechos sociales, lo que implica una pérdida de la dimensión política del TSAS. Por otro, se suma la reducción progresiva de su base social junto con su dificultad para crear tejido social que están erosionando su dimensión comunitaria y relacional (POAS, 2016: 10).
Estas desconexiones han podido dificultar la canalización de formas significativas de participación ciudadana frente a las crisis, y han podido contribuir a que una parte de la ciudadanía no reconozca en las entidades solidarias un espacio apropiado para expresar su compromiso colectivo.
En este contexto, surge una disyuntiva incómoda: ¿está el tercer sector promoviendo una ciudadanía activa y transformadora o, por el contrario, limitándose a gestionar circuitos de implicación simbólica? El gran aporte del tercer sector en relación con la ciudadanía es la participación a través del voluntariado que es el elemento que le da singularidad. (Poyato, 2022: 13). Participar significa estar presente en, ser parte de, ser tomado en cuenta por, para, involucrarse, intervenir. Participar es incidir, influir, responsabilizarse. (Giménez, 2002: 45). Desde esta mirada, el voluntariado no puede limitarse a acciones puntuales o delegadas: debe ser una forma activa de construir comunidad y democracia.
Por eso, cuando el tercer sector promueve una participación simbólica o superficial, no solo debilita su misión, sino que desaprovecha una de sus herramientas más valiosas de transformación social. Como ha afirmado Villarino, directora del CERMI, el voluntariado es lo que realmente define al tercer sector, lo que diferencia al tercer sector. (Villarino en Servimedia, 2025)
No obstante, el sector enfrenta no solo dificultades para captar y retener el talento, la espontaneidad y la gran energía de quienes desean canalizar su activismo (Turienzo, 2022: 176) sino también retos como espacio formativo para la vida democrática. Se cuestiona, también, su capacidad para contribuir a la organización comunitaria y ofrecer respuestas tempranas, ágiles y adaptadas frente a las situaciones de crisis. (Fresno, 2014: 29)
El verdadero reto del TSAS es que su acción no acabe focalizada y reducida a la urgencia de lo inmediato perdiendo su perspectiva política, relacional, comunitaria, en definitiva, transformadora (Renes, 2024:63). Es urgente, por lo tanto, fortalecer los procesos estratégicos y de gestión de la participación y del voluntariado (Poyato, 2022: 13) para evitar que quede atrapado entre la lógica prestacional, la institucionalización y la respuesta asistencial.
El voluntariado puede y debe ser entendido como un movimiento ético y cultural que actúe al tiempo que denuncia, proponga cambios y contribuya a remover las condiciones que sostienen la desigualdad (Fouce, 2009). En esta misma línea, Mounier (1961: 123) nos recuerda que quien no hace política, hace pasivamente la política del poder establecido, lo que interpela directamente al voluntariado como práctica social con vocación de justicia.
Reforzar su dimensión política —no partidista, sino transformadora— es una condición necesaria para que el tercer sector no se limite a gestionar urgencias, sino que contribuya activamente a redefinir lo común. Como se ha ido señalando: lo que está en juego son los procesos que modifican, cambian y transforman las condiciones (estructurales, coyunturales, socio-ambientales, personales …) que pueden hacer posible/ imposible el pleno ejercicio de los derechos sociales como base inalienable de la plena integración social. (Renes, 2024: 63).
En este contexto, el TSAS se juega su propia sostenibilidad social e institucional que no tiene que ver solo con la financiación sino con su propio ser, su sentido y significado, su tarea y su función. (Rodríguez Cabrero, 2016: 92–93)
Como venimos argumentando, la crisis climática ya no puede considerarse un riesgo a futuro, sino una realidad presente. Así lo advirtió Guterres, secretario general de la ONU, en la COP28 de Dubái (2023), subrayando que hemos abierto las puertas del infierno climático. Esta constatación interpela de manera directa al Tercer Sector de Acción Social, que debiera asumir un lugar más proactivo en la construcción de nuevas formas de vida colectiva más sostenibles, cooperativas y equitativas.
Este lugar activo requiere recuperar con decisión la dimensión política y comunitaria de su acción. Significa también reforzar su vinculación directa con la ciudadanía, a través del voluntariado y de otras formas de participación social transformadora.
Una pregunta estratégica de partida podría ser esta: ¿el TSAS se ve —y actúa— como un agente de transformación social o permanece, fundamentalmente, anclado en un modelo de prestación de servicios? Recuperar el voluntariado como expresión de ciudadanía activa, comprometida y corresponsable puede ser una de las claves para renovar el horizonte ético, político y comunitario del Tercer Sector.
Aun así, el voluntariado sigue siendo en la actualidad un espacio social privilegiado para la construcción de alternativas emancipatorias (Zubero, 1996: 39) que requiere de una gran inversión de tiempo y energía. (Correa Casanova, 2011: 51). Esa capacidad transformadora se despliega cuando el voluntariado se entiende como un proceso educativo orientado al cambio personal y social, que complemente —y no se limite a— la visión tradicional e instrumental centrada en la realización de tareas. (Turienzo, 2022: 171)
Proponemos cuatro estrategias para sostener, imaginar y transformar la acción voluntaria, orientadas a fortalecer la capacidad del Tercer Sector ante los riesgos sociales mediante la activación de la participación ciudadana y la recuperación de su dimensión política y relacional: anticipar, crear capacidades, abrir alianzas e imaginar horizontes.
En un futuro próximo, donde lo extraordinario tenderá a convertirse en habitual, resulta imprescindible generar un conocimiento que nos ayude a anticiparnos, con criterios de inclusión y solidaridad, a las nuevas situaciones de excepcionalidad que nos esperan a la vuelta de la esquina (Tangente, 2022).
En palabras de Yayo Herrero, la valentía en tiempos de colapso tiene que ver con mirar la realidad cara a cara y esforzarse para que otras también la miren (Herrero, 2023). Cuando hablamos de eventos climáticos extremos (…), quienes pierden las casas, quienes se quedan fuera del sistema y quienes pierden la vida, son las personas que tienen peores condiciones de vida (Herrero, 2018).
Partiendo de esta premisa, el voluntariado social no puede desconectarse de las condiciones materiales, sociales y vitales que configuran nuestras sociedades: la precariedad de la vida, la fragmentación de los vínculos, la erosión de lo común o la crisis ecológica. Estas realidades no son simples escenarios: son el terreno mismo sobre el que se construye —o se vacía— el sentido de la acción voluntaria.
Según Cortina, el voluntariado tiene que unir dos virtudes fundamentales: la lucidez y la compasión (Cortina, 2020). Solo desde esta doble mirada —crítica y afectiva— es posible construir un voluntariado que no se limite a mitigar los síntomas, sino que se implique en transformar las estructuras que generan exclusión y sufrimiento.
Deberá promover, por lo tanto, una capacidad de innovación orientada a detectar necesidades que aún no han sido formuladas, pero que ya reclaman ser atendidas. Esa labor implica ir por delante: mostrar dónde hay personas desprotegidas o excluidas, y en qué sentido lo están. Se trata, en definitiva, de una acción voluntaria que abre sendas nuevas desde una ética de la anticipación, la escucha y la denuncia. (Cortina, 2020).
Esta agenda de innovación social deberá poder construirse, compartirse y desarrollarse en distintos niveles:
Cambiar el foco de la acción del Tercer Sector de acuerdo con las nuevas tendencias y necesidades sociales supone actuar hoy en un entorno crecientemente conflictivo, desestructurado y desigual. Y hacerlo, además, con la voluntad de anticiparse: salir a los caminos antes de que las crisis se intensifiquen.
Anticiparse e innovar supone construir capacidades colectivas que amplíen las condiciones de justicia social y de cuidados comunitarios en nuestras sociedades. Como subraya Nussbaum (2012), la solidaridad verdadera surge del cultivo de una justicia compasiva, que no solo responde al sufrimiento inmediato, sino que busca promover capacidades humanas a largo plazo. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.
Para que el voluntariado contribuya efectivamente a la construcción de ciudadanía, es necesario favorecer cambios profundos en creencias, valores y actitudes (Turienzo, 2022: 172). Esto requiere activar procesos de aprendizaje reflexivo, que sean transformadores tanto a nivel individual como colectivo. Crear capacidades con y para el voluntariado supone una actualización de las formas de hacer, que promueva mayor apertura, transparencia y democratización de estructuras y procesos. Este es un reto clave si se quiere garantizar que toda persona pueda participar en la construcción de comunidades resilientes (Turienzo, 2022: 169).
Este impulso renovador también exige proyectar modelos de participación social más flexibles, con estructuras ágiles de gestión que permitan tanto cubrir necesidades como acompañar a las personas (Turienzo, 2022: 170). La participación social no surge del vacío: nace de una conciencia de pertenencia comunitaria, del reconocimiento del derecho y la responsabilidad de intervenir en el desarrollo social (Departamento de Igualdad, Justicia y Políticas Sociales del Gobierno Vasco & Consejo Vasco de Voluntariado, 2023, p. 9).
En este sentido, el barrio, el pueblo, la ciudad pueden ser espacios de referencia privilegiado para articular respuestas ciudadanas, satisfacer necesidades de proximidad y cultivar vínculos significativos (Tangente, 2022: 31).
Algunas estructuras de solidaridad han demostrado, durante las crisis, una gran capacidad de organización, resiliencia y creatividad. No se trata solo de responder a la urgencia, sino de inspirar dinámicas alternativas perdurables en el tiempo. Esto implica una politización de la vida cotidiana más anclada en las soluciones concretas, en lo vecinal, físico y cercano. Es en estos espacios donde se hace tangible el deseo de sentirse parte de una comunidad solidaria y política, de formar parte de una red de apoyo que dé respuesta a las necesidades sociales desde la proximidad, la horizontalidad y la corresponsabilidad (Tangente, 2022: 31).
Anticiparse, innovar y crear capacidades es abrirse al diálogo y a las alianzas. En el TSAS, los problemas no pueden resolverse al nivel que vienen planteados (Renes, 2024: 65). En el actual contexto de crisis interconectadas, el tercer sector no puede afrontar en soledad los desafíos que emergen. Desde la sociedad civil organizada, necesitamos abrir espacios de diálogo, escucha activa y co-construcción con movimientos sociales, redes comunitarias y personas expertas que, desde hace años, ensayan formas de vivir, cuidar y resistir de manera sostenible en medio de las crisis.
Incorporar estas prácticas y saberes es fundamental para reorientar la acción voluntaria hacia modelos más resilientes, críticos y transformadores. No se trata solo de reforzar lo que ya existe, sino de dejarse interpelar y aprender de quienes construyen solidaridad cotidiana desde los márgenes como hemos visto en las últimas crisis. Se trata de contemplar una visión menos fragmentada, más integral, más holística que implica ya intuir un nuevo paradigma (Renes, 2024: 66). El reto es alinear las fuerzas del voluntariado como comunidad cuidadora, relacional y política, recuperando la misión central para la que nacieron las entidades solidarias: los derechos y la justicia, los cuidados y la comunidad
(Cenizo, 2022: 96).
Una primera línea de alianza estratégica debe articularse con los movimientos ecologistas, climáticos y de transición ecosocial. Estas voces nos convocan a desarrollar una identidad eco-dependiente, reconociendo que lo que enfrentamos no son crisis separadas, sino una única crisis civilizatoria de raíz ecológica, social y económica.
El hecho de que tengamos que vivir en armonía con los límites del planeta implica una actitud mucho más cuidadosa en cuanto a la relación entre los seres humanos y el resto de los seres vivos (Turiel, 2023). No podemos seguir construyendo estrategias sociales basadas en modelos de crecimiento y consumo ilimitados: necesitamos centrar la acción voluntaria en prácticas de cuidado ecosocial, resiliencia comunitaria y protección de la vida en todas sus formas.
Esta visión más holística implica transitar hacia un nuevo paradigma donde el voluntariado y el tercer sector se conviertan en actores activos de la transición ecosocial, promoviendo la incidencia política necesaria, poniendo en práctica formas de vida más sostenibles y articulando alianzas que integren justicia social, climática y económica como pilares inseparables de su acción transformadora.
El diálogo debe construirse, también, con los feminismos y el mundo de los cuidados, que colocan la sostenibilidad de la vida en el centro. Estas alianzas pueden repolitizar el compromiso del sector en torno a la centralidad de la vida, los cuidados y los entornos comunitarios, ampliando su impacto más allá de una acción asistencial, institucionalizada y cada vez más residual.
Conectarse con quienes defienden los cuidados como una dimensión política permite al tercer sector nutrirse de energías sociales capaces de tejer redes, sostener vínculos y construir comunidad. Este diálogo transforma las formas de intervenir y ensancha los horizontes de sentido de la acción voluntaria.
Será relativamente fácil incorporar al voluntariado en relaciones cercanas y entornos comunitarios donde ya convive, facilitando su reconocimiento como un agente más de apoyo mutuo. Pero ello exige transformar la lógica de ayuda asimétrica por una relación de reciprocidad en el marco del cuidado comunitario, donde las tareas de cuidado —que todas necesitamos— pueden facilitar ese tránsito hacia una solidaridad más circular (Cenizo & Fantova, 2023: 93).
En este marco, el cuidado debe formar parte integral de la experiencia voluntaria. El Barómetro del Tercer Sector 2024 advierte de una paradoja persistente: muchas entidades cuidan hacia fuera, pero descuidan a quienes colaboran dentro, especialmente a voluntariado y juventud (Barómetro TSAS, 2024: 57). Sostener el voluntariado hoy implica asumir los entornos comunitarios y los cuidados como una práctica interna, relacional y política, que se manifiesta cotidianamente en los vínculos, la escucha y la participación que sostienen la vida compartida.
Las redes vecinales y comunitarias, surgidas con fuerza en los momentos más duros de las recientes crisis, han demostrado una alta legitimidad social. Estas experiencias nacen de una gobernanza abierta, con dinámicas bottom-up, una amplia base social y una fuerte dimensión política (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). Según Moulaert et al. (2005, citados en Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021), además, promueven el empoderamiento de las personas afectadas, valoran el apoyo entre pares y tienden a romper el gap entre profesionales y participantes.
Sus cualidades —agilidad, confianza, solidaridad, horizontalidad, apoyo mutuo, espontaneidad, independencia— contrastan con un TSAS que a menudo aparece burocratizado, profesionalizado y dependiente de los programas públicos (Buj y Caso, 2021). Su presencia cotidiana en los territorios, más allá de las emergencias, es clave para configurar vínculos sólidos. La articulación con estas redes requiere un cambio en las formas de gobernanza del TSAS: más abiertas, más distribuidas, más participativas.
Uno de los objetivos fundamentales del TSAS es fomentar la participación de quienes habitualmente quedan excluidos de los espacios sociales, económicos, políticos y culturales, su arraigo territorial y su apertura a nuevas alianzas serán definitivos.
Esto implica repensar las formas de relación con comunidades, personas usuarias, voluntariado, donantes, empresas y administraciones, para construir verdaderas estructuras de solidaridad transformadora. (Mora Rosado & de Lorenzo Gilsanz, 2021). De esta capacidad para abrirse a alianzas estratégicas —desde lo eco a lo comunitario— dependerá también su legitimidad, su impacto y su sostenibilidad futura.
Anticiparse, innovar, crear capacidades y abrirse al diálogo y a las alianzas es imaginar horizontes posibles. Nos preguntamos —con Marina Garcés (2020)— por ese mundo común como invitación a pensar y a imaginar lo que nos vincula: un horizonte compartido que nos interpela, nos compromete y nos permite proyectar colectivamente respuestas transformadoras, sostenibles y justas.
La crisis de las promesas colectivas —el debilitamiento de las expectativas comunes de un futuro mejor— es uno de los desafíos más profundos de nuestro tiempo. Hoy más que nunca necesitamos estimular formas de racionalidad basadas en la cooperación, la reciprocidad y la democracia radical, capaces de generar imágenes motivadoras de un mundo más justo, sostenible y habitable. (Herrero, 2022) Necesitamos un fin, una imagen motivadora de un mundo mejor. (Armstrong et al., 2021)
Más bien, implica anticipar el cumplimiento de ese futuro operando sobre las potencialidades del presente. Como señala Ernst Bloch, la esperanza es un movimiento hacia el bien, no simplemente un deseo de él (Silvestre & Zubero, 2019, p. 399).
Es necesario repensar la solidaridad como un proceso colectivo, organizado y políticamente situado, desde los cuidados, la ayuda mutua, la reciprocidad y la universalidad. Esta perspectiva nos invita a entender la acción voluntaria no como un acto puntual, sino como una forma sostenida de compromiso ético y político con los derechos, las vidas y los futuros que están en juego.
La esperanza no depende de los datos de realidad; es la realidad la que depende de nuestra esperanza. Solo esta esperanza merece ser calificada de «realista» porque solo ella se toma en serio las posibilidades que atraviesan todo lo real (Vitoria, 2024: 25).
Nos sumamos, por tanto, a quienes proponen aportar su granito de arena en el esfuerzo de extraer pautas y patrones organizativos de éxito, identificar prototipos replicables, reconocer obstáculos y fragilidades, definir claves que aumentan la potencialidad de los colectivos y diseñar formas de articulación capaces de acoger a una diversidad de perfiles poblacionales (Tangente, 2022: 7).
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Luis Miguel Rojo Septién, delegado episcopal de Cáritas Española
Son varias las voces que, desde hace tiempo, reclaman la necesidad de un cambio en el modelo de voluntariado actual. Esta exigencia se hace más urgente en un momento histórico que muchos han definido como un verdadero cambio de época.
Uno de los rasgos de este tiempo es la pérdida de sentido del ser humano, adormecido en su capacidad de hacerse preguntas trascendentales. La acción voluntaria debería surgir como respuesta a estas cuestiones esenciales. Otro aspecto determinante del presente es el enorme protagonismo del mercado en la sociedad, que ha dejado escaso espacio para las auténticas relaciones personales. El economista indio Raghuram Rajan aboga por reforzar el pilar de la comunidad para equilibrarlo con el mercado y, en menor medida, con el Estado. El voluntariado debería contribuir activamente a reconstruir ese tejido comunitario debilitado. También destaca hoy la urgente relación con la naturaleza. Ante la crisis ambiental global y los desafíos que plantea, el voluntariado debe posicionarse con claridad, ofreciendo respuestas integrales tanto en lo social como en lo ecológico. Como señala Leonardo Boff: No podemos salvar a la humanidad sin salvar a la Tierra, y no podemos salvar a la Tierra sin un profundo cambio de mentalidad, que incluye la acción solidaria y responsable de cada ciudadano (Boff, 2003, p. 21).
Frente a este cambio de época, el voluntariado tiene el desafío de delinear el sueño del futuro compartido que queremos construir. Esto toca directamente uno de los rasgos fundamentales del ser humano: su capacidad de abrirse al otro. A continuación, ofrecemos algunas pistas que pueden favorecer este nuevo enfoque del voluntariado.
En la base del voluntariado está el encuentro. Esta es la primera pista: potenciar, en cada acción, el encuentro que se da cuando una persona decide salir de sí misma para acercarse como voluntario a una realidad distinta a la suya. Generalmente, se trata de un encuentro interpersonal directo; sin embargo, también puede ser mediado —por ejemplo, al colaborar desde una oficina o limpiando una playa—. Lo importante es llegar a los rostros concretos de quienes están detrás de cada acción: el vecino afectado por la contaminación de su entorno, o la familia beneficiada por una ayuda económica gestionada desde una plataforma contable. Esta dimensión del encuentro es esencial si se quiere ir más allá de la mera ejecución de tareas, y abrirse a un nuevo sentido que ilumine el corazón de la acción voluntaria.
Del encuentro nace la solidaridad verdadera. Con frecuencia, el voluntariado se desarrolla dentro de estructuras rígidas, donde se cumplen instrucciones o se ejecutan programas diseñados previamente. Pero la vida humana está llena de novedad e impredecibles; por eso, es necesario actuar desde dinámicas solidarias que surjan de encuentros reales. El voluntariado debe fomentar esta solidaridad genuina y generar dinámicas propias que broten de la experiencia vivida con otros. Para ello, se necesita una autonomía creativa dentro de sistemas organizados, como subraya Paulo Freire: La solidaridad […] se realiza cuando los sujetos históricos construyen juntos su libertad (Freire, 1970, p. 67).
Asimismo, es fundamental compartir un relato que haga realidad los sueños e ideales de quienes participan. Los ideales que mueven a los voluntarios, así como los deseos de cambio de quienes atraviesan dificultades, tienen el poder de anticipar un futuro deseado. Al articular estos sueños en un relato compartido, se abren múltiples caminos para alcanzarlos. La participación, la incidencia política o la promoción social son formas válidas de construir ese futuro. Así, la acción voluntaria se inscribe dentro de un sistema complejo y contribuye a su transformación.
En resumen, estas pistas quieren invitarnos a reconocer la importancia del encuentro como piedra angular de un nuevo relato del voluntariado. El papa Francisco ha señalado que la fraternidad debe ser entendida no solo como una categoría espiritual, sino también política, con capacidad de transformar realidades. Esta fraternidad se encarna en el voluntario, que se estremece ante el dolor ajeno, se deja afectar por las relaciones de amistad que revelan las capacidades del otro, y hace del diálogo un estilo de acción.
El voluntariado auténtico nace del encuentro con el otro y se convierte en un acto de transformación recíproca. No se trata solo de dar, sino de compartir una parte del propio ser (Bruni, 2015, p. 89).
Compartir el viaje como hermanos: ese es, quizás, el mayor reto del voluntariado en nuestro tiempo.
Responsable de Comunicación de Cáritas Valencia
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El artículo intenta responder, de manera muy personal a la pregunta ¿Qué habéis hecho o estáis haciendo en Cáritas para responder a las personas afectadas por la DANA?, desde el punto de vista de la autora del mismo y su realidad, como miembro del Programa de Comunicación, Marketing y Sensibilización de Cáritas Diocesana de Valencia.
Sabíamos cómo afrontar una emergencia, pero esto ha sido una catástrofe. Esta frase, pronunciada por un bombero anónimo en Valencia, creo responde perfectamente, no solo a cómo se ha gestionado en el ámbito público las consecuencias de las DANA y las posteriores inundaciones que asolaron (¡vaya que sí!) a parte de la provincia el fatídico 29 de octubre de 2024. También a cómo hemos vivido todo el fenómeno en Cáritas Valencia.
No voy a entrar en lo primero. El tiempo y las investigaciones periodísticas y judiciales, intentarán (¡esperemos!) ayudarnos a comprender qué pasó aquel día y los posteriores: qué se pudo evitar y qué no; por qué la respuesta llegó tan tarde a algunos lugares; qué debemos hacer para que no se repita.
De lo segundo puedo hablar con más conocimiento y experiencia. Intentaré responder, por tanto, a la pregunta: ¿Qué habéis hecho o estáis haciendo en Cáritas para responder a las personas afectadas por la DANA?
Nada ni nadie podía imaginar, la tarde del 29 de octubre en Valencia, lo que estaba ocurriendo muy cerca. En Cáritas Diocesana, algunas estábamos reunidas, reflexionando sobre nuestra tarea comunicativa y de marketing: cómo llegar cada vez a más públicos y mejor. Al salir de la oficina, después de las 18 horas, en Valencia seguía sin caer una gota, aunque ya habíamos visto algunos vídeos de lo que estaba pasando con las casas, los coches y los puentes desde por la mañana en las comarcas del interior. La tarde estaba rara, es verdad, y hacía bastante viento. Las primeras noticias nos llegaron a través de los medios de comunicación y por una alarma que sonó demasiado tarde. Quienes vivimos pegadas a la radio esa tarde noche, sabíamos que la cosa no pintaba bien para muchas personas, pero no teníamos capacidad para valorar la catástrofe que se había producido. No todavía.
A la mañana siguiente, nos convocaron a la primera reunión del Comité de emergencias de Cáritas Valencia y en unas horas, emitimos la primera nota de prensa poniendo en marcha una campaña de recogida de fondos, sin saber muy bien aún las consecuencias de lo que había ocurrido. Las comunicaciones por teléfono fallaban bastante y por carretera eran imposibles. Fue complicado contactar con las personas que ya estaban en las zonas afectadas: fundamentalmente, el voluntariado de Cáritas en Catarroja, Aldaia, Paiporta, Benetússer, etc.; incluso, desde el Arzobispado intentaban ponerse en contacto, sin conseguirlo, con algún sacerdote.
Los primeros días, los teléfonos de la sede, y algunos de los móviles de trabajo, no dejaron de sonar. Hubo que habilitar nuevas líneas para atender, sobre todo, a las personas que se ofrecían y ofrecían lo que tenían: dos trailers desde la Línea de la Concepción; un camión que hemos preparado en Galicia; señorita, confírmeme por favor la cuenta para hacer un donativo, hay tanto bulo, ya sabe.
Los días posteriores, empezamos a recibir noticias cada vez más dolorosas: el número de personas fallecidas no dejaba de crecer; las viviendas afectadas eran cada vez más. Muchas personas lo habían perdido todo: sus coches, sus casas, sus negocios, sus tierras, a sus familiares. Y mientras tanto, los teléfonos seguían sonando, aun con voces que ofrecían lo que podían, y muchas veces, más de lo que podían. Y los medios: todas las televisiones, radios y periódicos de la diócesis, del país, incluso, algunos medios extranjeros, querían hablarnos, preguntarnos, saber qué estábamos haciendo y qué íbamos a hacer.
En esas primeras semanas, con muy buena intención, pero con pequeñas herramientas, pudimos hacer bien poco. En cuanto se pudo acceder por carretera a las zonas afectadas, nuestro personal empezó a realizar algunos repartos de alimentos y agua. Después mascarillas, escobas, botas de agua. Más adelante, electrodomésticos, muebles, para reponer los locales destrozados de las propias Cáritas parroquiales y crear espacios acogedores donde poder atender a las personas. Las destinatarias de esos primeros repartos eran algunas Cáritas parroquiales, de las más de 30 en las zonas afectadas, que eran capaces de organizarse y empezar a repartir. El voluntariado de Cáritas, que no tuvo que ir a ninguna parte porque ya estaba allí, se sacudió su propio barro y como pudo, se dispuso a hacer lo que siempre había hecho: ponerse manos a la obra e intentar acompañar a su vecindario, con quien compartía dificultades, lágrimas y lo que había o iba llegando.
Desde los medios de comunicación y desde Cáritas Española empezaron a pedirnos datos. En aquel momento no estábamos capacitadas para dar esas primeras cifras. El voluntariado estaba haciendo todo lo que podía, en sus barrios, en sus propias casas, desde sus parroquias, pero lo hacía sin contar, sin calcular, sin poder responder a cuántas personas estaban ayudando.
En estos momentos, después de tres meses de aquel 29 de octubre previo a un puente de Todos los Santos que no se nos va a olvidar nunca, las cosas ya funcionan de otra forma.
Los teléfonos han dejado de sonar todo el tiempo. Las ayudas, de las Administraciones, de las empresas, han empezado a llegar. Y Cáritas Valencia está haciendo un esfuerzo titánico por estar donde se le necesita. Junto a quien más nos necesita.
Se han reforzado una veintena de puntos de acogida a las personas afectadas. A Todas. No solo a quienes ya acompañábamos antes de la DANA, sino a quienes han sufrido sus consecuencias y lo han perdido todo. Nuestra tarea es ya, y lo será en los dos o tres próximos años, seguir estando ahí, haciendo todo lo posible por aliviar y acompañar, con ayudas directas, para reponer lo material pero también lo inmaterial. Estamos ayudando en cuatro claves: apoyo en las necesidades básicas; en materia de movilidad y transporte; en la reconstrucción y recuperación de viviendas y de medios de vida; en lo emocional.
En el departamento de Administración de Cáritas Valencia han tenido que hacer un Máster en justificación de donaciones, de miles de donaciones que llegaron por vías hasta ahora inauditas para nosotras. No les mareo con los nombres en inglés de las plataformas que hemos usado o aceptado, que hemos abierto o que han abierto desde Países Bajos, EE.UU., Irlanda o quién sabe dónde, otras personas para ayudar a las personas afectadas. En los programas de Comunicación, Marketing y Sensibilización no hemos dejado de atender propuestas de eventos solidarios: conciertos, subastas, campeonatos de golf, espectáculos varios, carreras solidarias, etc., etc., etc. y consultas de medios de comunicación y peticiones de plataformas específicas para donaciones. Los compañeros de relaciones con empresas no se imaginaban que hubiera tantas dispuestas a ayudar. Las responsables de voluntariado aun están dando gracias a todas las personas que se ofrecieron para echar una mano.
El 29 de octubre no sabíamos que esto sería una catástrofe. Pero tampoco podíamos imaginar la gran ola de solidaridad que se produjo y que, todavía, estamos aprendiendo a gestionar.
¡Gracias!
Ante la rápida expansión del virus, durante el mes de marzo se comenzaron a tomar decisiones por parte de diferentes gobiernos autonómicos de los territorios más afectados, y la Comunidad de Madrid anunció el 9 de marzo que se suspendían todas las actividades educativas a partir del 11 de marzo. La pandemia global fue reconocida por la OMS el 11 de marzo de 2020. El 14 de marzo, el Gobierno español decretó la entrada en vigor del estado de alarma en todo el territorio nacional.
Al día siguiente de definir la pandemia de enfermedad por coronavirus nos surgió la pregunta, ante esta realidad ¿qué podemos hacer? La situación de emergencia, de crisis sanitaria, nos tambaleaba nuestros principios y procedimientos, nos dejaba a la intemperie. La situación de confinamiento en nuestros hogares para el conjunto de la población se recomendaba de forma más apremiante, si cabe, para la población de riesgo, entre la que se encontraban muchas personas voluntarias.
¿Cómo conjugar el confinamiento, la restricción de los desplazamientos de las personas, las necesidades que puedan surgir y el deseo de implicación solidaria? creímos que era el momento más oportuno para poner en marcha la Campaña Tu vecino de apoyo, que quiere promover la fraternidad cristiana y la solidaridad vecinal, destacando los siguientes mensajes: ¿Qué puedo hacer por ti? Ante cualquier necesidad que tengas, estoy aquí para ayudarte. ¡Porque la Caridad no cierra! En momentos de crisis como los que estamos pasando, debemos poner en valor nuestra identidad cristiana y el valor humanizador del Evangelio. El viernes, 13 de marzo, difundimos la Campaña ofreciendo un cartel tamaño folio para colocar en el portal de nuestras casas, con una referencia: nombre, puerta, teléfono. Con esta acción sencilla, de andar por casa, queríamos acercarnos, estar atentos a las situaciones y necesidades más próximas. También se trataba de potenciar el trabajo de proximidad en el territorio que es nuestra fortaleza. En rigor, nosotros no somos una organización preparada para la emergencia. Lo que se pueda solventar desde la vecindad evitaría colapsar niveles superiores de respuesta en la organización.
Esta pandemia nos ha colocado en modo catacumba, pero aun así hemos generado personal y comunitariamente respuestas creativas. Estamos en un escenario radicalmente diferente del que teníamos. Las crisis y dificultades provocadas por este virus nos presentarán oportunidades que tendremos que discernir y aprovechar porque las crisis suelen sacar lo mejor de las personas.
Esta crisis nos ha enseñado a responder con flexibilidad y creatividad; a repensar nuestras actuaciones, intervención social, acogida y acompañamiento ¿cómo se orientarán a la integración y realización de las personas?
Desde nuestra fragilidad, buscamos y recreamos instrumentos, procedimientos y orientaciones para nuestro quehacer en un escenario nuevo y representando una obra diferente a la que estábamos acostumbrados. Inventaremos modos nuevos de estar juntos, empezaremos a estar no solo conectados sino, por fin, vinculados. ¿Quién iba a soñar con ese sentido aplauso, desde todas las ventanas y balcones de los vecinos, a las personas que mantienen la atención sanitaria y un conjunto de servicios esenciales? Algunas personas se asomaban de su confinamiento a las 20 horas, saliendo de la soledad, el aislamiento y el individualismo para encontrarse, en algunos casos por primera vez, con sus vecinas y vecinos, todos cuidándonos y apoyándonos unos a otros. Hemos convertido esta cita en un momento deseado del día por lo que tiene de encuentro, comunicación, reconocimiento, ánimo y socialización. Es necesario, también en nuestros proyectos sociales, cuidar el compartir, atender las aportaciones que podamos realizar entre todas las personas que participamos en el proyecto. Nos estamos dando cuenta de que nos necesitamos, que sobran los francotiradores, que es necesario cuidar la escucha y la mirada para cultivar nuestra sensibilidad y corresponsabilidad.
La situación vivida provocará un cambio de paradigma, un cambio en los supuestos básicos de un modelo de referencia. Hasta ahora hemos mantenido un proceder validado ante determinadas circunstancias. Pero hay situaciones, como la provocada por esta pandemia, que podrán provocar cambios en nuestra manera de actuar cuestionando lo establecido. La campaña propuesta Tu vecino de apoyo nos ha ofrecido intuiciones, principios y experiencias que podemos aplicar y considerar en un futuro. Ante una llamada generalizada, nos hemos encontrado respuestas sorprendentes que no podíamos imaginar, tenemos que abrirnos a repuestas inesperadas de solidaridad. Algunos retos que nos planteábamos en el Informe FOESSA y que teníamos bien identificados podrán tener su oportunidad de desarrollo con el cambio de paradigma. Desde luego, las Cáritas parroquiales con más capacidad de respuesta han sido las más creativas, las que han sido capaces de flexibilizar al máximo los procedimientos y responder con agilidad a los desafíos de una situación inédita de emergencia. También las mejor interrelacionadas con otras realidades del barrio, con las instituciones, con otras parroquias… En el fondo, las más porosas al trabajo en equipo y abiertas a hacerlo en red. Eso nos llevaría a medidas que siguieron al vecino de apoyo que no son objeto de esta reflexión pero que fueron surgiendo en cascada: aseguramiento de la presencialidad en servicios centrales zonificados, teléfono de atención 24h todos los días, continua interacción con otras instancias para atender problemas de soledad de los mayores, o de escucha y atención psicológica o espiritual, etc.
Claves de fondo
Esta crisis ha puesto de manifiesto unos elementos que referimos a continuación:
El primer elemento es la paradoja de cosas consolidadas que se van, que desaparecen y otras utópicas que empiezan a tener viabilidad. Lo inédito viable se hace real en momentos de crisis y es cuando surge la creatividad, cuando sale lo mejor de los seres humanos. Cuestiones como la atención integral a personas sin hogar (forzada por la necesidad de asegurar el confinamiento), la implantación de una renta mínima, una regularización de inmigrantes para trabajar en sectores críticos, entre otras, son puestas sobre el tapete. En el fondo, todo bebe de la misma clave que ahora se convierte en piedra angular: solo saldremos adelante si lo hacemos juntos, sin dejar a nadie atrás. Los virus han resultado tener una efectividad impresionante para hacernos caer en esas proclamas tachadas en otros momentos de buenistas.
El segundo elemento es que esta crisis nos introduce ya de lleno en algo que estaba barruntando: la necesidad de un nuevo contrato social. El Informe FOESSA lo venía destacando, pero estaba todavía muy en el aire. Este nuevo pacto social ha hecho evidente varias cosas que de alguna manera venía anticipando la doctrina social de la Iglesia: la necesidad de una nueva articulación de los grandes actores sociales, que superara la dialéctica del siglo XX a la que recientemente se ha referido el papa Francisco: el estadocentrismo y su frecuente deriva totalitaria, y el mercadocentrismo economicista y su propensión liberal-individualista. Sin duda una situación de emergencia sanitaria y social demanda el liderazgo del Estado y su papel de garante de los derechos universales de todas las personas, así como su papel de nivelar las desigualdades y universalizar las oportunidades. Pero frente a la tentación estatalista es preciso comprometer al servicio del bien común y hacer partícipe de la causa de la justicia social al mundo de las empresas, incorporando el papel de la iniciativa privada.
El tercer elemento de este nuevo contrato es el protagonismo de un actor que hasta ahora había quedado diluido en el debate entre estatalismo y liberalismo, o más recientemente, neoliberalismo. Nos referimos al papel fundamental de la solidaridad del balcón, es decir, a la sociedad civil y la importancia que tiene ésta como sujeto creativo, corresponsable, capaz de dar respuesta inmediata y de asumir compromisos duraderos para salir de esta crisis. Ni todo el estado del mundo, ni todo el mercado del mundo nos habrían sacado adelante si la gente no se queda en casa, si no se hace responsable de su vecino, si no asumimos que necesitamos como sociedad y como cultura unos valores compartidos para salir juntos adelante. Ese juntos podemos implica a todos y a cada uno de los ciudadanos sin hacer disquisiciones que han quedado superadas: si una persona es regular o irregular, si es pobre o es rica, si es de derechas o de izquierdas. Esta crisis ha universalizado la precariedad existencial, nos ha hecho de repente conscientes de nuestra contingencia y finitud y nos ha aproximado a empellones a la fraternidad. Nos hemos sentido concernidos todos más allá de las ideologías, o incluso de las creencias religiosas o de las fronteras. A nadie ha importado nada la forma de pensar del vecino de apoyo.
Este pacto social es realmente un contrato que busca una nueva integración del Estado, del mercado y de la sociedad civil en todo su pluralismo. Será la forma de superar los individualismos y los protagonismos. Dentro de esta sociedad civil, ocupa un lugar la Iglesia como referente de sentido, y en esa triada (Estado, mercado y sociedad civil) en la cual tenemos un papel no pequeño nos hemos de ubicar de una manera distinta a como lo ha hecho en épocas anteriores: aunando la humildad de quien solo busca servir a la colectividad, favoreciendo el diálogo social sin crispaciones y ofertando en una sociedad plural las propias convicciones.
Propuestas operativas
En estos momentos de incertidumbre ante un futuro complejo y diferente, ante pequeñas experiencias de sentido, como la campaña tu vecino de apoyo, podemos sugerir, a partir de la experiencia compartida, algunos rasgos que podemos tener en cuenta al repensar y recrear nuestra intervención social. Uno de los grandes retos que tenemos por delante será aprovechar la ocasión para renovar, reforzar y aplicar lo aprendido durante este tiempo.
A continuación, a modo de conclusión, compartimos doce rasgos referidos en nuestra reflexión sobre la Campaña:
Entre estos rasgos encontramos objetivos, criterios y valores que pueden ayudarnos a orientar o renovar algunas actuaciones de futuro. La campaña, Tu vecino de apoyo que ha ocupado nuestra reflexión, es una pequeña pieza de un puzzle más grande que nos ofrece algunos rasgos para nuestra consideración. Lo importante de estas pequeñas experiencias es su posibilidad de generar reflexión personal y comunitaria para situarnos ante una nueva época. ¿Una pequeña semilla germinará?
Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
El Diccionario de la Real Academia Española define la economía como la administración eficaz y razonable de los bienes. También como ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos. Así entendida, como administración razonable y eficaz dirigida a satisfacer necesidades materiales en entornos de escasez, parece evidente que las economías alternativas no pueden pensarse como alternativas… a la economía. Recordemos, en este sentido, que en el libro de 1974 titulado El antieconómico (Labor, 1976) sus autores, Jacques Attali y Marc Guillaume, terminan proponiendo una teoría económica de la utopía basada en la autogestión, al margen tanto del capitalismo monopolista como del socialismo burocrático.
Otra cosa es que la economía necesaria deba ser esta economía: capitalista, neoliberal, de mercado… podemos denominarla de distintas maneras, pero en el marco de esta reflexión yo prefiero hablar de economía desincrustada.
Karl Polanyi describió la gran transformación que significó el surgimiento del capitalismo en el siglo XIX como un proceso mediante el cual el sistema económico se separó institucionalmente del resto de la sociedad. A partir de ese momento, una economía que había funcionado siempre incrustada en la sociedad (sometida a normas comunitarias, políticas o religiosas), pasará a ser concebida como un sistema autorregulador de mercados, regido por sus propias leyes, las así llamadas leyes de la oferta y la demanda, que se basan en dos simples motivos: el temor al hambre y el deseo de ganancia [1]. Desde esta perspectiva Polanyi considera que, más allá del significado formal del término economía (como elección entre distintos usos de unos medios escasos para alcanzar ciertos fines), este posee un significado substantivo que nace de la patente dependencia del hombre de la naturaleza y de sus semejantes para lograr su sustento, porque el hombre sobrevive mediante una interacción institucionalizada entre él mismo y su ambiente natural [2].
A partir de esta aproximación sustantiva a la economía se dibuja un espacio donde pueden enraizar y desarrollarse las llamadas economías alternativas.
En esta reflexión, que quiere ser eminentemente aplicada, vamos a considerar que el campo de las economías alternativas viene configurado por la ubicación de los distintos programas o proyectos en dos ejes: a) el eje mercantilización-desmercantilización y b) el eje externalización-internalización. En relación al primer eje, de lo que se trata es de analizar si estos proyectos se conciben más bien desde una lógica mercantil o desde una lógica de los derechos. En cuanto al segundo eje, lo que tenemos en cuenta es si estos proyectos tienen o no en cuenta nuestra dimensión social y ecológica, y hasta qué punto incorporan (internalización) o no (externalización) los costes derivados de nuestra dependencia de la naturaleza y de otras personas.
Utilizando estas claves como plantilla de análisis, cabe imaginar un esquema en el que no resulta difícil ubicar los proyectos que podemos considerar más antagónicos: la economía neoliberal, caracterizada por su máxima mercantilización y externalización, y su opuesto, la propuesta decrecentista; en los términos de Serge Latouche, el pensamiento creativo contra la economía del absurdo [3].
Lo que no resulta tan fácil es ubicar en este esquema el conjunto de las llamadas economías alternativas, que buscan incorporar en grados muy distintos los costes ecológicos y sociales de la actividad económica, confiando más o menos en la capacidad del mercado para lograr esta internalización.
A modo de ejemplo, si nos fijamos en las propuestas económicas que pretenden resolver los problemas de externalización ecológica provocados por la insostenible economía neoliberal, no son iguales la economía azul (Gunter Pauli) o la economía circular (David Pearce y Kerry Turner), propuestas que confían en la capacidad del mercado y las empresas para afrontar la crisis medioambiental, o la economía ecológica (José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier) y la bioeconomía (René Passet), que se ubican más claramente en el cuadrante internalización/desmercantilización.
Lo mismo cabe decir respecto de las propuestas que se confrontan con los problemas de externalización social (precariedad, exclusión, pobreza, insolidaridad, inequidad): mientras que la economía del bien común (Jean Tirole, Christian Felber) o la economía colaborativa (Ray Algar, Rachel Botsman y Roo Rogers) se sitúan en el espacio pro-mercado, la economía social y solidaria (Jean-Louis Laville, REAS, Willem Hoogendyk) o la economía del procomún (Elinor Ostrom, Yochai Benkler) supeditan la lógica mercantil a lógicas comunitarias o institucionales más amplias. Las mismas diferencias se dan en el campo de las economías feministas, donde podemos encontrar propuestas más (Sheryl Sandberg, Ann Cudd) o menos (Nancy Fraser, Silvia Federici, Amaia Pérez Orozco) compatibles con el capitalismo.
Tal vez con la excepción de la denominada economía participativa o ParEcon de Michel Albert y Robin Hahnel, vinculada a una perspectiva sociopolítica libertaria, pero que hoy por hoy no pasa de ser una sugerente propuesta teórica, el conjunto de las llamadas economías solidarias, al menos aquellas que cuentan con algún desarrollo empírico, no pasan de ser economías complementarias de la economía dominante: no constituyen un proyecto alternativo capaz de competir en una escala apreciable con esta. Incluso los proyectos de Freeconomy, de vida libre de economía, como el popularizado por Mark Boyle en su libro Vivir sin dinero [4], no dejan de ser experiencias limitadas que, además, dependen en gran medida de aprovechar (reutilizar o reciclar) el derroche generado por la economía dominante.
El problema fundamental al que se enfrentan las economías alternativas es el de su escalabilidad o extensión, tanto en el espacio como en los distintos ámbitos del sistema social: la mayoría de las experiencias no superan el espacio local, o se limitan a aplicarse en un ámbito social concreto (consumo, cuidado, uso común, tiempo compartido…).
En la línea de la economía participativa (o libertaria, tal como la formulara en los 90 Abraham Guillén), las cooperativas integrales son la experiencia aplicada que más lejos ha llegado en su vocación de integralidad y alternatividad, como se muestra en esta definición de las mismas: La Cooperativa Integral es un proyecto de autogestión en red que pretende paulatinamente juntar todos los elementos básicos de una economía como son producción, consumo, financiación y moneda propia e integrar todos los sectores de actividad necesarios para vivir al margen del sistema capitalista. Sin embargo, su extensión real, en participantes y en territorios, es reducida.
Sin embargo, el hecho de que, hoy por hoy, la alternatividad (en un sentido pleno) de estas propuestas o estas prácticas sea discutible, no las priva de valor. En su libro Construyendo utopías reales [5], Erik Olin Wright escribe lo siguiente: Lo que necesitamos, por tanto, son relatos de casos empíricos que no sean ingenuos ni cínicos, sino que traten de reconocer por entero la complejidad y los dilemas, así como las posibilidades reales de los esfuerzos prácticos a favor de la habilitación social”. En la versión original Wright habla de social empowerment, de empoderamiento social, reafirmando un concepto demasiado banalizado en su uso común.
Porque de eso es de lo que se trata: de contar con prácticas sociales cercanas y reales, orientadas por fuertes principios normativos, pero que no se queden en la mera afirmación ideológica. Prácticas de colaboración, de cooperación, de comunión, de solidaridad, de simplicidad, de autocontención, que desmientan el discurso hoy hegemónico del amoral y asocial homo economicus. Este es el reto y el valor de las economías alternativas: constituirse en inéditos viables, en soluciones practicables no percibidas [6] que nos permitan visualizar, ya y aquí, ese otro mundo posible que todavía no es.
[1] Polanyi, K. El sustento del hombre. Barcelona: Mondadori, 1994; pág. 121.
[2] Ibid, pág. 92
[3] Latouche, S. Decrecimiento y posdesarrollo. Barcelona: El Viejo Topo, 2009.
[4] Boyle, M. Vivir sin dinero. Barcelona: Capitán Swing, 2016.
[5] Wright, E. O. Construyendo utopías reales. Barcelona: Akal, 2014.
[6] Freire, P. Pedagogía del oprimido. Madrid: Siglo XXI, 1980.
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