En marcha

Empoderarnos y alzar la voz

Mª Eugenia Rodríguez Fernández

Trabajadora Social del Centro La Anjana. Cáritas Diocesana de Santander

 

La participación de las personas con las que trabajamos es una preocupación y una apuesta que desde Cáritas Diocesana de Santander mantenemos con fuerza. En ese contexto recibimos una propuesta de la Universidad de Cantabria para poner en marcha, de manera conjunta, una experiencia piloto. Se trata de un grupo de reflexión en el que los participantes abordan aspectos de su vida, entendiendo por tal no solo su situación de dificultad, sino, sobre todo, su condición de ciudadanos y ciudadanas.

El Taller de Personas sin Hogar, el Hogar Belén y el Centro de la Mujer La Anjana  son los  elegidos para iniciar el trabajo. Son proyectos de Cáritas Diocesana de Santander en los que las personas participantes son estables en el tiempo y tienen un alto grado de compromiso con el proyecto. Esto hace posible realizar un trabajo de largo recorrido con compromiso de permanencia.  

Se incorporan al proyecto dos profesionales de Cáritas Diocesana de Santander y catorce participantes de los tres proyectos. Y el grupo es también acompañado por dos docentes de la Universidad de Cantabria.

1. A partir de la realidad

Comenzamos hace un año. El primer reto era hacer grupo, para ello resultó fundamental el generar un espacio acogedor y bonito donde conocernos, compartir nuestras historias, preguntas, preocupaciones. Muy importante la creación de  un clima agradable, café y dulces como elemento de acogida y disfrutando del tiempo, sin prisas.

Lo primero que nos plantemos conocer fue cuál era nuestra preocupación común, sobre la que queremos empezar a hablar y para ello recurrimos a unas sencillas preguntas absolutamente abiertas: ¿cómo veo mi futuro?, ¿qué deseo que me suceda?, ¿qué me preocupa?, ¿qué me cabrea?

En esta primera fase de consulta y deliberación democrática no se impuso ningún tema, es en el dialogo con el grupo donde se definieron los dos temas elegidos y comenzamos a indagar, trabajando juntos, compartiendo ideas y habilidades. Nos reuníamos quincenalmente.

Utilizamos papel continuo y lluvia de ideas para reflejar todas las propuestas e ir consensuando y simplificando. Haciendo mini resúmenes de lo hablado y debatido. Nadie decide por nadie, cada opinión tiene la misma validez y es el grupo el que decide si la propuesta queda o se descarta. Al final, de los 22 temas que surgieron, dos asuntos quedaron como consenso: la vivienda y el empleo.

Y sobre ellos nos pusimos a trabajar para saber más. Compartimos nuestras vivencias, leímos y escuchamos, pero no queríamos quedarnos en algo solo para el propio grupo. Nos surgió la necesidad de contárselo a otros, de  denunciar, visibilizar, y de poner nuestro granito de arena para cambiar las cosas.

Para todo esto hemos realizado alrededor de 20 sesiones incluso al final intensificamos la frecuencia pasando a encuentros semanales y ahora estamos en el momento de ejecución del proceso creativo.

Estamos realizando una obra con materiales reciclados para mostrar en una exposición que se celebrará la segunda semana de noviembre de 2019, en la que presentaremos el fruto del trabajo realizado. Actualmente estamos en fase de creación, plasmando en los objetos seleccionados las ideas que queremos trasmitir. Nos queda la última fase de evaluar la experiencia y difundirla. Queremos que nuestras voces e ideas se escuchen.

2. Trabajando con personas no con problemas

Pero más allá de la experiencia concreta que, como todas, tiene sus luces y sus sombras, este artículo quiere profundizar en las razones de fondo de esta experiencia. Desde nuestro modelo de acción social, la participación es un elemento transversal. Consideramos que la participación de las personas en situación de exclusión es una referencia necesaria en todos los niveles de nuestra acción. Participar es colaborar para sentirse protagonista y sentir que lo que piensas, haces y dices es importante para la sociedad.

Porque las personas con las que trabajamos son, ante todo, personas y no son lo que les pasa. Que no necesitan que nadie hable por ellas, porque siguen teniendo voz. Que su situación, por complicada que sea, no les ha arrebatado su condición de sujetos, responsables y activos en la sociedad.

El hacer realidad las teorías nos ayudan a comprenderlas mejor, nos abren oportunidades de investigación práctica y aplicada para continuar profundizando en ellas, contando además con la participación de los, en principio “objetos” de la misma, lo que la dota de una cualidad especial, bastante poco común. Porque el conocimiento no es patrimonio de nadie, sino un tesoro para la  humanidad, al que todos podemos contribuir.

En definitiva, estamos desarrollando un experimento de construcción colectiva. Con este proceso queremos  demostrar que las ideas pueden convertirse en  objetos tangibles y mostrar a la sociedad por medio de esa obra, que otra mirada desde y para la incorporación social es posible cuando las personas nos implicamos en el proceso y nos lo creemos.  Estamos usando una herramienta de esas que no se gastan con el uso, sino más bien al contrario, más crece cuanto más se usa: la creatividad. Que, de nuevo no es patrimonio solo de genios, pues consiste en construir con aquello de lo que dispones.

3. En aprendizaje permanente

Como dijimos, se trata de un proceso en marcha, aún no hemos acometido la fase de difusión, y por consiguiente tampoco hemos realizado una evaluación del conjunto de la experiencia. Queremos, al final, elaborar una guía y recoger los resultados del experimento. Es un camino en construcción y negociación constante por lo que cuando finalice el proceso podremos plasmar en un documento más completo todo el aprendizaje por si a alguien más le sirviera.

No obstante, como esto de evaluar y aprender no es algo que se haga de golpe al final, algunas cosas sí que vamos viendo muy claras.

El espacio en el que estamos se convierte en clave, fundamentalmente si logramos que este sea bonito y cómodo. Que resulte acogedor y que cuidarlo sea una responsabilidad compartida. Vamos a intentar sentirnos como en “nuestra propia casa” con “nuestra familia”. Elemento que resulta especialmente significativo para personas para las que esta experiencia no pertenece a su cotidianeidad, personas sin hogar, lo que es mucho más amplio y sobre todo más hondo que sin techo.

El VIII Informe FOESSA nos enfrenta al proceso de construcción de una sociedad desvinculada, cada vez más individualista, por el contrario, en nuestra experiencia ha resultado clave  la capacidad de generar vínculos emocionales entre los participantes del proceso. Gentes que no se conocían pero hemos ido desarrollando lazos afectivos y una relación de confianza, en el sentido de que nos “fiamos con” los otros de un proyecto que compartimos. Las personas en situación de exclusión social también sufren, y probablemente en mayor medida, las consecuencias de un modelo social que nos aísla y deja las soluciones al arbitrio de la iniciativa individual, del sálvese quien pueda.

Esta confianza ha permitido que todos los participantes nos sintamos escuchados, que nuestras ideas se debatan al mismo nivel, ninguna persona sabe más que otra, ninguna opinión cuenta más que la de otro. Todos decimos tonterías y todos damos en el clavo, no tenemos miedo a compartir lo que pensamos, nadie lo juzga, y sobre todo nadie te juzga solo se escucha y se debate. Y hasta a veces se consensúa, de manera que lo que termina saliendo no es ni lo tuyo ni lo mío, sino lo nuestro. Experiencia esta muy nueva para personas que, de habitual no solo no son escuchadas, sino que ni quiera son vistas, que están, socialmente invisibilizadas.

Y por último, el tiempo. No hay prisa, los procesos duran lo que tengan que durar, los plazos son los que hayan de ser porque los ritmos son diferentes pero terminan acompasándose. Los que corren se esperan y los lentos se apresuran. El tiempo es nuestro aliado no nuestro enemigo. Hemos roto la lógica de los plazos, de los tiempos que de habitual, damos a los demás para que hagan lo que les decimos que tienen que hacer.

Probablemente, al finalizar podremos decir muchas más cosas, de eso se trata. De empoderarnos para alzar la voz.

 

Número 3, 2019
En marcha

La construcción de un modelo, la construcción de una realidad mejor

José Luis Graus Pina

Socio trabajador en Redes Sociedad Cooperativa

 

1. ¿Quiénes somos?

Unas palabras para presentar la entidad de la que formo parte y sobre la que vamos a hablar. Redes Sociedad Cooperativa Madrileña[1] es una entidad de iniciativa social sin ánimo de lucro que lleva trabajando más de 20 años, sobre todo en el distrito madrileño de Carabanchel, con personas en situación de vulnerabilidad y con riesgo de exclusión social.

Lo primero que quiero reseñar es que hablamos de un proyecto cooperativo. Este proyecto es impulsado por cinco mujeres que llevaban tiempo trabajando en proyectos sociales en el barrio de Pan Bendito ubicado en el distrito anteriormente citado. Estas mujeres decidieron que la fórmula que mejor recogía lo que querían para sí y para la zona en la que trabajaban, era la propuesta cooperativa. En Madrid el tercer sector está conformado sobre todo por asociaciones y fundaciones. Somos pocas, las cooperativas.

Otro elemento importante es que nuestro proyecto se conforma en el marco de la economía social y solidaria, inquieta y preocupada por el bien común. Somos un proyecto laboral y empresarial que, reconociendo la importancia de la economía, la ubica en un orden inferior a la persona. La economía se encuentra al servicio de la persona y del bien común.

Y por último quiero reseñar que nuestro proyecto cooperativo se ha centrado en el trabajo con personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, de desventaja, de riesgo de exclusión social. Pensamos que la transformación social que buscamos tiene como lugar prioritario aquellas personas que por un motivo u otro tienen menos oportunidades que el resto.

2. Construir un modelo nuevo (proceso de gestación)

Desde el año 2010 veníamos funcionando con un “modelo de intervención” explícito, que reconociendo la centralidad de la persona estaba basado, sobre todo, en la acción profesional interdisciplinar y multidisciplinar[2]. Este modelo estaba muy centrado en lo que nosotras sabíamos hacer y en los requerimientos de aquellas entidades (públicas o privadas) que financiaban los proyectos que realizábamos.

Los largos y duros años de la crisis nos fueron haciendo ver que, en muchas ocasiones lo que hacíamos siendo necesario, no era suficiente. El paso del tiempo nos puede llevar a hacer las cosas porque “siempre lo hemos hecho así”, o bien porque otros, (quien financia, generalmente) nos pide que lo hagamos así.

Por este motivo en noviembre de 2016 iniciamos un proceso que tenía como meta generar un nuevo modelo que respondiera mejor a las personas que cada día acudían a ella. Enseguida nos dimos cuenta que esta empresa no podíamos realizarla solas, que íbamos a necesitar contar con el apoyo, el contraste, la orientación de diferentes personas. Centramos nuestra atención en dos perfiles de personas; por un lado, quienes supieran más que nosotras y tuvimos la fortuna de contar con la ayuda de Kiko Lorenzo de Cáritas Española y de Santa Lázaro y Eva Rubio de la Universidad Pontificia de Comillas. Ellas, en diferentes momentos modos y en diferentes tiempos, nos ayudaron a comprender la realidad de forma global, nos ayudaron a pensar y nos contrastaron.

Pero intuíamos que esa no era la única voz necesaria en este proceso y desde el primer momento tratamos de incluir la voz y la realidad de las personas que participan en las diferentes actividades de Redes, para lo que tuvimos dos grandes momentos de encuentro con ellas; uno de las diferentes coordinadoras de programas y diferentes personas que participaban en los servicios de la entidad y que versó sobre las necesidades que teníamos que satisfacer para poder vivir a gusto y bien. En este espacio pudimos constatar que todas las personas podemos encontrarnos en el lenguaje de la necesidad y qué era importante el modo de tratar de resolverlas. El otro momento fue la generación de diferentes grupos de personas que participan en las actividades de Redes, de todas las edades y de todos los servicios, en el que pudieran hablar de su percepción de lo que funciona, de lo que debería cambiar, de lo que se debería implementar.

3. Concretando la propuesta

Nos parece importante poder ubicar en el centro el objetivo que todas queremos conseguir y alrededor del mismo los ejes implicados en su consecución.

En primer lugar, el contexto social, ya que no podemos plantearnos ningún trabajo que tenga en cuenta el contexto en el que viven las personas que participan de las actividades y servicios de nuestra entidad. El contexto tiene que cambiar algunas cuestiones para poder acoger la realidad de estas personas y por otro lado el contexto es elemento agente que facilita y promueve algunos cambios. Por ejemplo, cuando una de las necesidades de las personas es obtener un empleo, si ese empleo no garantiza los ingresos mínimos para vivir y lo hace en condiciones de dignidad y justicia, no parece una buena alternativa. Habrá que trabajar en el contexto para que pueda generar propuestas de empleo que promuevan la mejora de la situación de las personas.

Hablar de contexto, también, es hablar de entorno, de territorio, de comunidad que vela por el bienestar de sus miembros, de sus vecinos, de sus ciudadanos. El contexto tiene que verse interpelado y urgido por nuestra propuesta de trabajo.

El segundo eje, son las personas que participan en las actividades y servicios de Redes. Ellas también tienen que poder evaluar su situación, reconocer sus fortalezas y debilidades, imaginar un itinerario y un proceso posible que poco a poco vaya provocando la mejora de la situación. Provocando esta mejora también contribuye a la mejora del contexto.

Por último, el tercer eje, la acción profesional, de quienes estamos acompañando la situación. De algún modo también tenemos que vernos interpeladas en la búsqueda común de este objetivo. Nuestra acción está al servicio de las personas. Esta acción tiene que ser coherente con la forma de ser y de hacer, tanto de nuestra entidad, como de nosotras mismas.

Como resultado de esta primera fase de trabajo sobre los tres ejes: se identificaron una serie de áreas clave o ámbitos que sintetizan los aspectos más relevantes. Hacen referencia a situaciones o factores que han de tenerse en cuenta en nuestra acción como profesionales. En el gráfico que aparece a continuación se presenta el conjunto de categorías y su correspondencia con los tres ejes tal como resultó del primer trabajo de análisis.

A partir de esta información nos dimos cuenta de que existían elementos comunes, categorías que hacían referencia a las mismas o a muy similares realidades y conceptos. Consideramos este hecho como un indicio de su relevancia para definir el modelo de acción.

Por ello, en una segunda fase de trabajo procedimos a realizar un análisis más profundo de estos elementos comunes, tratando de identificar nexos de unión entre lo social, lo personal/relacional y lo profesional, buscando nuevos significados unificadores y procediendo finalmente a un trabajo de ordenamiento, depuración y delimitación que nos llevó a identificar cinco ámbitos o áreas esenciales que consideramos necesario que se contemplen en nuestro trabajo en REDES, que identificamos con las siguientes palabras clave: Vínculo, Salud, Estabilidad, Identidad y Competencias.

Por tanto, la acción profesional, de forma global y transversal a servicios y proyectos, trabajará desde una siguiente perspectiva que necesariamente habrá de considerar los siguientes objetivos:

  • Promover el establecimiento de VÍ
  • Trabajar desde una perspectiva de promoción de la SALUD INTEGRAL.
  • Desarrollar acciones que promuevan la percepción de ESTABILIDAD.
  • Contribuir al fortalecimiento y el desarrollo de la IDENTIDAD.
  • Proporcionar herramientas para el desarrollo de COMPETENCIAS.

Algunas implicaciones

Hacer esta apuesta ha tenido una serie de implicaciones en nuestra entidad. Hemos tenido que modificar nuestra forma de organización. Veníamos haciéndolo en programas disciplinares (Atención Terapéutica, Trabajo Social, Educación…), para pasar a organizarnos en función de las personas con las que trabajamos (Personas Mayores, Infancia y Familia, Trabajo Comunitario…) con todo el cambio cultural que supone para la organización.

Implica una revisión profunda de las herramientas y procedimientos que venimos operativizando, para garantizar la consecución del objetivo.

Nos permite seguir desarrollando con mayor precisión una atención centrada en la persona y no tanto una atención centrada en el servicio o en el proyecto. Desde esta óptica los recursos, los servicios se transversalizan en función de las situaciones personales.

Y algunos retos

Tenemos por delante varios retos a la hora de implementar el nuevo modelo:

  • Buscar en todo momento la participación y el concurso de los tres ejes implicados en el proceso de construcción colectiva.
  • Identificar los medios adecuados para implementar el modelo, sin generar más trabajo del necesario.
  • Lograr que todos los miembros de la entidad estén alineados desde este nuevo modelo.
  • Repensar permanentemente nuestra práctica y garantizar que está respondiendo al objetivo que nos hemos propuesto.
  • Demostrar su idoneidad. Proponer un plan de evaluación desde el primer momento que nos ayude a ver la validez de este nuevo modelo.

Estamos muy ilusionadas con esta propuesta de trabajo que nos ocupa y esperamos que pueda ser una buena alternativa tanto para las personas como para la realidad y la entidad.

 

[1] Para más información www.redescooperatica.com https://www.facebook.com/redescooperativa/ @RedesCoop

[2] La cooperativa cuenta con diferentes perfiles profesionales para llevar a cabo su trabajo; educadoras sociales, psicólogas, trabajadoras sociales, pedagogas…

 

Número 2, 2019

 

A fondo

El reto de la participación en las organizaciones del tercer sector

Paco Aperador

Equipo de Inclusión de Cáritas Española

 

1. Consideraciones previas

Las siguientes líneas deben entenderse como el resultado de ordenar una serie de aprendizajes y reflexiones amasadas colectivamente, surgidas a partir de la experiencia de agentes valientes que se deciden a aprender desde la praxis. Por otra parte, esta reflexión se circunscribe a la experiencia vivida dentro de la dinámica institucional de Cáritas. Intentaremos formular las ideas con la intención de que sean lo más extrapolables, útiles, aplicables y compatibles que sea posible, pero siempre con la humildad y realismo de que no son afirmaciones universales ni axiomas indiscutibles.

Además, quien redacta en esta ocasión es apenas un facilitador que no habla en primera persona porque no tiene el pie en la calle; su función precisamente es acompañar experiencias, ponerlas en relación, catalizar procesos de reflexión colectivos induciendo pensamiento desde el trabajo que hacen otros [1].

Habida cuenta que otras compañeras están escribiendo artículos que confluyen en su temática con éste, intentaré centrarme en la idea que expresa el título que me han propuesto; el sentido de reto: ¿qué nos estamos jugando las organizaciones del tercer sector cuando hablamos de participación?, ¿se trata de una moda?, ¿más bien es una estética, unas formas o estilos a incorporar? Hacernos estas preguntas y responderlas con honestidad de manera continuada puede resultar trascendente para nuestros equipos e instituciones. De lo contrario, probablemente nos estemos perdiendo algo que no es nada secundario.

2. No hemos terminado con los previos: a veces nos ponemos trampas

La primera reacción inconsciente ante un reto suele ser intentar evitarlo, disimularlo, obviarlo, ningunearlo o mirar para otro lado. Y esto no expresa necesariamente miedo o inmovilismo; puede ser también pragmatismo, inercia, predominio de lo urgente sobre lo importante.

Pero, en cualquier caso, vale la pena detenernos un poco a describir aquellas trampas que curiosamente nos ponemos nosotros mismos y detienen u obstaculizan nuestros pasos decididos hacia la participación. Son respuestas o excusas fáciles que nos ahorran complicaciones. Estas auto-trampas las podemos reconocer porque empiezan con la frase: Eso de la participación está muy bien, pero

  • No tenemos tiempo; Bastante tengo con lo que tengo como para meterme en… Axioma difícilmente contestable con argumentos porque tiene una naturaleza fundamentalmente emocional. En algún momento, nuestra actividad requiere preguntarnos hacia dónde vamos. Es el momento. Y si no lo hay, está ocurriendo algo en nuestra organización que merecería otro artículo diferente a éste.
  • Sería un caos, un desorden, todo el mundo dando su opinión,…poco eficiente. ¿Nos hemos preguntado por ese otro tipo de desorden que produce trabajar con personas de las que no recibimos eco, contestación, implicación en unas acciones que son marcadas por mí, pero de las que ellas forman parte? Hay orden en un primer momento, porque hay instrucciones claras, pero… ¿seguro que caminamos todos decididamente en la misma dirección?
  • No somos un movimiento asambleario, en el que se haga todo por votación. Desde luego que no. Al igual que no todas las decisiones en una organización son de igual naturaleza, ni todas las personas tenemos las mismas responsabilidades y roles. Tampoco la asamblea es el único espacio donde desembocan los procesos de participación. Pero todo ello no resta un ápice de urgencia en la necesidad de abordar una apuesta institucional que avance en la dirección de mayor protagonismo de las personas.

3. No es lo mismo participación que participando

En un taller, Emilia decía: Cuando me preguntan ¿tú eres participante?, yo respondo: No lo sé. Lo que sé es que ahora estoy participando. Cuando me preguntan en el barrio ¿tú estás en Cáritas? Yo les respondo: No, yo participo en Cáritas.

Es un verbo, no un sustantivo. No es lo mismo hablar de participación, que hablar de yo participo, tú participas, él participa, nosotras estamos participando. En las organizaciones sociales, en ocasiones, tenemos un tic consistente en considerar que el primer paso para cualquier cosa que emprendamos conjuntamente es aclararnos qué entiende cada uno por el tema en cuestión. Nos remitimos inicialmente al concepto, a la construcción abstracta, y si es preciso debatir, invertimos el tiempo que haga falta, porque el para mí, no es exactamente igual que el para ti. Y desde ahí, ya aplicamos y medimos la vida con esa vara que nos aporta criterio y seguridad. Creo que esta secuencia no siempre funciona.

Intentemos en estas líneas adoptar otro método. Tomemos como punto de partida, no el concepto, sino la acción que se da en la realidad. De entrada esto nos lleva a diferenciar dos preguntas o puntos:

  • ¿Cómo están participando las personas con las que trabajamos, a las que acompañamos, a las que atendemos?
  • ¿Cómo estamos participando los diferentes agentes que conformamos las organizaciones al interno de ellas?

Por motivos de extensión y en orden de priorizar contenidos, dejaríamos para otra ocasión el abordaje de esta segunda pregunta.

4. ¿Cómo están participando las personas con las que trabajamos?

Para que no nos deslumbre el palabro, el concepto, entremos a la casa dando un rodeo.

Utilicemos indicadores que nos hablen acerca del proceso, de lo que estamos logrando o no.

No encallemos dilucidando si esta práctica o aquella son real y auténticamente participativas, luego de someterlas a un modelo teórico o conceptual.

En las organizaciones de intervención social hacemos muchas cosas, pero si tuviéramos que resumir o concentrar en una frase nuestra misión sería la de acompañar a las personas en situación de pobreza y exclusión en sus procesos de construirse como sujetos para el acceso a derechos que les son vulnerados.

Es cierto que los derechos nos corresponden por el hecho de ser persona. Pero, a la vez, diríamos que ser sujeto de derechos contiene también un sentido procesual. Vamos ejerciendo como sujetos de derechos.

Soy sujeto o, mejor, me voy construyendo como sujeto, contestando preguntas similares a estas:

  • ¿En qué medida tengo conocimiento, dispongo de la información necesaria?
  • ¿En qué medida puedo discernir entre diferentes opciones?
  • ¿En qué medida puedo tomar decisiones respecto de mi vida o aportar en la toma de decisiones colectivas?
  • ¿En qué medida puedo actuar de acuerdo a las decisiones que he tomado o hemos tomado?
  • ¿En qué medida puedo comprometerme, implicarme en relación con las decisiones adoptadas?

Y estas preguntas, o similares, aplican no solo en el plano personal, sino también en el social-comunitario y en el vecinal-ciudadano.

Nuestro acompañamiento, con nuestras actuaciones, decisiones, relaciones, tendrá siempre consecuencias que ganen terreno hacia la autonomía o bien, en sentido contrario, hacia la dependencia. La participación es el camino por el que transitamos en una dirección o en otra.

4.1. Hacia unos indicadores de participación

A lo largo de estos años, en diferentes espacios de encuentro, diálogo y reflexión compartida realizados entre personas participantes hemos recogido como resultados de los diálogos, diferentes expresiones de vivencias que constituyen guías, elementos que muestran por dónde. Podríamos señalarlos como indicadores, señales en el camino, aquellas expresiones compartidas, en las que coincidimos, marcan el territorio en donde podemos hablar de participación.

Formulado de otra manera, en nuestra organización de intervención social, podemos saber en qué medida las personas que acompañamos están participando si…

  • En lo personal:

– Nos hace felices. Nos aporta una sensación agradable que podemos nombrar como reconocimiento, valoración, respeto, empoderamiento,…

– Nos hace crecer. Aumenta mi autoestima, mi confianza, el autocontrol y la seguridad en uno mismo.

Nos situamos de manera diferente. Facilita el “sentirse parte”, el sentido de pertenencia al grupo. También facilita el sentirse uno más en la sociedad.

  • En nuestras acciones:

Descubrimos que la gente tiene ganas de participar.

Vemos más clara la diferencia de trabajar “CON” y no “PARA”.

Hay que crear vínculos. Solo así descubrimos las capacidades y las potencialidades que todos y todas tenemos.

Hemos redescubierto valores como el respeto, la empatía, la responsabilidad, la dignidad propia y de los demás.

4.2 ¿Cuáles son los nudos, los puntos sensibles que pueden determinar si avanzamos o retrocedemos?

  • En nuestra predisposición. Conviene abordar previamente y preguntarnos cosas:

– Ayuda el tener una mente abierta: flexibilidad. No ayuda la resistencia a los cambios.

– Ayuda la convicción, el entusiasmo, la ilusión; el compromiso con pasión: una actitud de pensar en positivo. No ayuda la comodidad o el conformismo.

– Ayuda preguntarnos por nuestros miedos; miedos por sentimiento de fracaso, desconfianza por alguna experiencia pasada, ¿hasta dónde vamos a llegar con esto de la participación?, ¿y si el grupo no responde?

  • En las actitudes personales que configuran la manera de situarnos ante los demás:

– Ayuda una actitud de soltar el control; ceder poder; ver al otro como un igual. No ayuda una actitud protectora, cargar con las mochilas que no son mías, que son de otros; ese paternalismo, ese asistencialismo.

– Ayuda saber ver las capacidades del otro, conocerlas y reconocerlas, respetar y acercarnos a la diversidad de culturas, costumbres y creencias.

– Ayuda la paciencia, respetar el ritmo de los procesos de los otros. No ayuda el exceso de ganas de hacerlo yo; la costumbre de marcar pautas; las prisas; una acción unidireccional.

  • En el tipo de relaciones que vamos tejiendo

– Ayuda una relación bidireccional, la proactividad que genera vínculos, crear puentes, el ejercicio de la escucha, el respeto, la empatía, la humildad.

– Ayuda celebrar juntos, la ayuda mutua, contagiarnos la motivación.

– Ayuda sentirse miembro activo, tener un objetivo común y construir entre todos, con corresponsabilidad.

Una lectura de este punto, desde una actitud dispuesta a remangarse, puede encontrar en los diferentes epígrafes, todo un check-list listo para confrontar con nuestra experiencia o práctica de promover la participación de las personas a las que atendemos.

Pero cabe añadir una reflexión más, partiendo de las aportaciones/conclusiones literales de las personas participantes. Un indicador más a tener en cuenta que nos refiere a una dimensión un poco más globalizadora, integradora de todo lo anterior.

La inseguridad nos lleva a la impotencia, y la impotencia nos impide participar. Pero hemos descubierto que los problemas que surgen los podemos superar, juntos y juntas.

Todos tenemos autoridad, que se reconoce cuando existe confianza, dignidad y respeto.

  • Es la pregunta por la CONFIANZA: ¿Sabemos dar confianza? Para dar confianza, ¿nos sentimos con confianza en nosotros mismos? No siempre esto es compatible con depositar la confianza en una metodología, en un marco teórico, en una programación, etc.

PARA TRANSFORMAR HAY QUE PARTICIPAR

4.3. Y ¿qué pasa con la apuesta que debe hacer la institución, la estructura, la organización?

Avanzar o retroceder en cuanto a la participación de las personas a las que acompañamos, requiere de apuestas institucionales. Aquí se juega la diferencia entre lograr transformaciones en nuestros modelos de intervención social o simplemente buenas, pero exóticas prácticas que merecerán el aplauso y la admiración, pero que no podrán replicarse.

Para participar es preciso crear espacios y oportunidades para la escucha: somos y nos hemos sentido parte, por eso es importante generar espacios de participación.

  • No ayuda el lastre con el que partimos de inicio que es nuestra falta de cultura de participación. En ocasiones, prima la burocracia, en vez de lo humano. Nos cerramos en nuestra entidad, en nosotros mismos. A veces, los órganos de decisión tienen inseguridades y desconfianza hacia nuevas iniciativas. Tampoco ayudan la abundancia de tareas administrativas, a veces extraordinarias.
  • Ayuda romper con la dependencia y la costumbre, la comunicación entre programas, facilitar espacios físicos, recursos, técnicos, líderes que apuesten por un nuevo método, la formación.

Las organizaciones de acción social caeríamos en un grave error si entendiéramos el reto de la participación como algo parecido a alcanzar niveles de excelencia en nuestra intervención. No es algo opcional, un estándar de calidad tan deseable como alejado de la cotidianeidad. Las personas en situación de pobreza y exclusión a las que atendemos, viven y luchan cada día por superar sus situaciones. Nuestro reto consiste en que nuestra interacción con ellas signifique pasos hacia una mayor dependencia o hacia mayor autonomía; carne de exclusión o sujetos de derechos conscientes y protagonistas. No es un reto. Nos lo jugamos todo.

[1] Por cierto, flujo diferente al de trazar líneas de pensamiento para que otros deduzcan y apliquen en su trabajo. La función primigenia de los Servicios Generales de Cáritas Española es la del servicio y, por tanto, aquél flujo inductivo parece ser el más adecuado a su naturaleza.

A fondo

La participación en clave de derecho humano

Paloma García Varela

Activista en Derechos Humanos y consultora de ISI Argonauta

 

La participación es un derecho reconocido en los principales instrumentos del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y un principio básico y requisito imprescindible para el logro de todos los demás derechos humanos.

El derecho a la participación en los asuntos públicos se encuentra reconocido en el artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el artículo 25 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y ampliado en la Observación nº 25 sobre Participación en los Asuntos Públicos y Derecho al Voto del Comité de Derechos Humanos. También está recogido como derecho fundamental en la Constitución española en su artículo 23.

En ellos se establece que todas las personas, sin discriminación alguna, tienen derecho a participar en la dirección de los asuntos públicos, votar y ser elegidos en elecciones periódicas, justas y auténticas y tener acceso a la función pública, en el marco de procesos democráticos basados en el consentimiento del pueblo que garanticen su goce efectivo junto a la libertad de expresión, reunión pacífica y asociación, cualquiera que sea la forma de constitución o gobierno que adopte un Estado.

Como derecho humano obliga a los Estados a respetar, proteger y garantizar que todas las personas puedan participar en los asuntos públicos y establece un deber en la ciudadanía en cuanto que forma parte del propio ejercicio de los derechos.

La participación ciudadana en los asuntos públicos está en el centro de la sociedad y es el eje central de la gobernabilidad democrática, al establecer las relaciones entre una ciudadanía y los poderes públicos. Por un lado, la ciudadanía ejerce sus derechos y demanda, a su vez, a los poderes públicos que cumplan con sus obligaciones, y por otro, unos poderes públicos que deben adoptar las medidas necesarias para que todas las personas puedan gozar de sus derechos.

Para comprender la implicación del pleno ejercicio del derecho a la participación debemos profundidar sobre algunas cuestiones que vamos a desarrollar a lo largo del artículo como por ejemplo: ¿sobre qué asuntos públicos se puede participar?; ¿quién puede participar en estos asuntos?; ¿para qué participa?; ¿qué condiciones se tiene que dar para poder participar?; ¿cómo podemos participar?

1. ¿Cuáles son los asuntos públicos de interés de la ciudadanía?

Los asuntos públicos son el conjunto de demandas de la población que reflejan sus preocupaciones y necesidades y que exigen de un proceso de toma de decisiones en las diferentes instancias gubernamentales para generar soluciones basadas en el bien común. Desde esta perceptiva, la agenda sobre los asuntos públicos y la priorización de los mismos la define la ciudadanía, no los representantes políticos.

¿Cuáles son entonces esos asuntos públicos de interés para la ciudadanía? En un mundo interconectado y global, como en el que vivimos hoy en día, no podemos limitar el ámbito de los asuntos públicos a lo estrictamente local o a las fronteras de los Estados.

Nos enfrentamos a retos globales como las desigualdades dentro de los países y entre ellos, a la construcción de sociedades pacíficas, justas e inclusivas, a la protección de los derechos humanos o la protección duradera del planeta y sus recursos naturales. Retos que influyen en nuestro día a día y que pocas veces pensamos en ellos.

Desde el ámbito local, nuestras preocupaciones más cercanas y que forman parte de los asuntos públicos son aquellas que están relacionadas con las acciones que realizamos de forma cotidiana y que afectan a nuestras condiciones de vida. El precio o el alquiler de una vivienda, el coste y el acceso al agua, la luz, la electricidad, la educación de los niños y niñas, el transporte público, la recogida de basuras, los sistemas de producción y de consumo, la existencia de parques y zonas verdes y/o los transportes públicos. Todas estas y muchas más son preocupaciones o demandas que traslada la ciudadanía a los poderes públicos y a los gobernantes elegidos.

Pero también las políticas comerciales internacionales o la política exterior forman parte de los asuntos públicos que nos interpelan como ciudadanía en tanto en cuanto, hemos elegido a unos representantes políticos cuyas decisiones influyen en los derechos humanos de miles de personas en otros países.

De esta forma, la agenda de los asuntos públicos incluirá demandas sobre el crecimiento económico sostenible, el acceso a la justicia, la erradicación de la pobreza, el cambio climático, la explotación de los recursos naturales, las políticas comerciales, el acceso al agua y la energía, el fin de la discriminación y/o a apertura de las fronteras a la movilidad humana.

Por este motivo, todas las personas tienen derecho a participar en todas estas decisiones que organizan la vida social, económica y política de la sociedad en su conjunto y que influyen en lo local y en lo global, transcendiendo las fronteras de los Estados. Tienen, por tanto, derecho a participar en los asuntos públicos en su sentido más amplio que incluye el ejercicio de los poderes legislativo, ejecutivo y administrativo y abarca todos los aspectos de la administración pública y la formulación y aplicación de políticas internacionales, nacionales, regionales y locales [1].

2. ¿Quién puede participar?

Todas las personas sin discriminación alguna tienen derecho a participar en los asuntos públicos. Sin embargo, en la práctica esta participación se ve limitada por la propia definición tradicional de ciudadanía y los mecanismos establecidos para la participación.

Respecto al concepto de ciudadanía ha ido cambiando según el contexto histórico y se ha ido afianzando con el fortalecimiento de la democracia y del Estado de Derecho. Son muchas las definiciones que podemos encontrar de este concepto desde una visión política, social, sociológica, filosófica, e incluso teológica.

Pero todas ellas parten de la idea de que la ciudadanía es una forma de interpretar y entender las relaciones sociales basadas en derechos y deberes. A través de la ciudadanía se establecen unas relaciones sociales que asignan obligaciones y responsabilidades a los distintos actores sociales.

Tradicionalmente, la ciudadanía es una cualidad de las personas adquirida por el hecho de convivir con otras personas en un lugar determinado, una comunidad, un pueblo, una ciudad o un Estado. Esta cualidad confiere derechos a los ciudadanos para gestionar ese lugar, lo que implica que los derechos adquiridos y su ejercicio se limitan a ese espacio determinado, tradicionalmente el Estado. Además, la ciudadanía no es pasiva, sino que se ejerce y viene acompañada de una serie de responsabilidades.

Desde esta perspectiva, el Estado es el que determina quién es ciudadano y ciudadana y cuáles son sus derechos. En la práctica, no todas las personas que conviven en un mismo país son consideradas ciudadanos/as con los mismos derechos. Por ejemplo, grupos étnicos, indígenas, inmigrantes, incluso las mujeres, en muchos países no son considerados parte de la ciudadanía y no tienen los mismos derechos.

En este sentido, la interpretación tradicional de ciudadano o ciudadana según la cual el Estado define y delimita quién tiene derechos restringe en gran medida la participación y el ejercicio de los derechos humanos.

Por todo lo anterior, se hace necesaria una interpretación más amplia donde la ciudadanía transciende los límites impuestos por los poderes públicos e incorpora plenamente el derecho a la igualdad y no discriminación. Una ciudadanía en la cual se establecen los derechos y deberes en función del sentimiento de pertenencia individual de la persona a una sociedad y el reconocimiento de esta sociedad como parte de la misma.

Sólo desde esta perspectiva se incorpora plenamente el principio de igualdad y no discriminación de forma que todas las personas forman parte de esa sociedad de la que deben participar en los asuntos públicos como uno de sus derechos y deberes.

3. ¿Para qué participa la ciudadanía?

Desde el propio concepto de participación ciudadana, el fin último que se pretende es influir en los procesos de toma de decisiones de los poderes públicos haciendo llegar sus demandas y propuestas, vigilando que los poderes públicos cumplan con sus obligaciones y estableciendo un diálogo constructivo para la construcción de una sociedad donde todas las personas puedan gozar de sus derechos.

Por otro lado, la participación es un principio fundamental y básico de los derechos humanos ya que es un medio necesario para conseguir su pleno ejercicio.

Los derechos humanos son un conjunto de valores, principios y normas universales, propios de la dignidad de la persona humana y se refieren a la vida, libertad, igualdad, seguridad, participación política, bienestar social y cualquier otro aspecto ligado al desarrollo integral de la persona, que permiten orientar el comportamiento de la persona en sociedad.

Los principios son los atributos o características propias de los derechos humanos. En este sentido los principios de los derechos humanos como la igualdad y no discriminación, la interdependencia, la indivisibilidad, la universalidad, la solidaridad y la participación, son la vía para su realización. Todos estos principios son comunes y están presentes en todos los derechos humanos. En este sentido, la participación en los asuntos públicos se convierte en un mecanismo imprescindible para lograr el ejercicio de todos los derechos humanos. La participación es imprescindible para lograr la igualdad, luchar contra la discriminación, superar los diferentes obstáculos que bloquean el ejercicio de nuestros derechos.

Desde esta perspectiva, el derecho a la participación permite ejercer a la ciudadanía su poder político para influir en los asuntos públicos, para:

  • Garantizar y dar legitimidad a las decisiones sobre los asuntos públicos, teniendo en cuenta que las políticas públicas, las leyes y las decisiones judiciales deben responder a las demandas de la sociedad en su conjunto.
  • Hacer llegar sus demandas y preocupaciones para que se formulen políticas públicas y leyes que den respuestas a estas demandas.
  • Vigilar el cumplimiento de las decisiones adoptadas.
  • Denunciar el incumplimiento de las obligaciones por parte de los poderes públicos de las decisiones adoptadas a través del diálogo y los mecanismos de partición establecidos.
  • Denunciar situaciones injustas y vulneraciones de derechos.

Además, la participación conlleva en sí misma unos principios básicos para su ejercicio. Todas las personas deben estar informadas de cómo y por qué se toman las decisiones antes y después; debe escucharse e incorporar las ideas, sugerencias y propuestas de las organizaciones que participan; debe incorporarse la diversidad como un valor añadido a la participación; debe respetarse la diferencia ya que toda persona está en su derecho de disentir de las decisiones tomadas; todas las personas deben ser integradas en los procesos de participación en igualdad de condiciones.

De esta forma, cuando la participación en los asuntos públicos tiene estas características se convierte en un potente mecanismo de transformación social hacia el logro del pleno ejercicio de todos los derechos humanos.

4. ¿Cuáles son las obligaciones de los poderes públicos?

Los Estados tienen la obligación de crear las condiciones necesarias para que todas las personas puedan ejercer el derecho a la participación en los asuntos públicos, específicamente tienen tres obligaciones fundamentales: respetar el derecho a la participación de forma que se abstenga de adoptar medidas que restrinjan la participación ciudadana, proteger el derecho a la participación para asegurar que terceros no vulneran este derecho y garantizar el derecho a la participación adoptando todas las medidas necesarias para que todas las personas puedan ejercerlo.

Para cumplir con estas obligaciones y poder ejercer plenamente el derecho a la participación en los asuntos públicos, el sistema de gobernabilidad debe establecer y respetar los principios democráticos de un Estado de derecho:

  • El poder público debe estar subordinado a la soberanía popular.
  • El poder ejecutivo, legislativo y judicial deben estar separados y ser independientes.
  • Los representantes de los órganos ejecutivos y legislativos deben ser elegidos libremente de forma periódica, por sufragio universal, directo y secreto.
  • La rendición de cuentas debe ser obligatoria para asegurar la transparencia en la gestión pública y luchar contra la corrupción y la impunidad.

Además, los Estados deben establecer los espacios y los mecanismos de participación necesarios para que la participación funcione de forma democrática y la ciudadanía pueda concurrir libremente, sin discriminación alguna. Debe facilitarse la información necesaria para que las decisiones se tomen de manera informada y disponer de espacios de debate, diálogo, denuncia y examen para las quejas y denuncias de la ciudadanía.

El pleno ejercicio del derecho a la participación está ligado a la garantía por parte de los Estados de tres derechos:

  • El derecho a la igualdad y no discriminación de forma que no se permite hacer distinción alguna entre los ciudadanos en lo concerniente al goce de esos derechos por motivos de raza, color, sexo, idioma, religión, opiniones políticas o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social.
  • El derecho a la libertad de asociación, en particular el derecho a fundar organizaciones y asociaciones interesadas en cuestiones políticas y públicas y a adherirse a ellas es un complemento esencial del pleno ejercicio del derecho a la participación.
  • La libertad de expresión, de reunión y de asociación son condiciones esenciales para el ejercicio efectivo el derecho a la participación.

De esta forma, los poderes públicos de los Estados tienen la obligación de adoptar todas las medidas necesarias que permitan a toda la ciudadanía participar en los asuntos públicos a través de consultas, referéndum, procesos electorales, espacios de debate y mecanismos de control de los poderes públicos por parte de la ciudadanía.

El derecho a la participación exige a los Estados de unas instituciones trasparentes, conscientes de sus obligaciones y respetuosas con los derechos humanos, las cuales desarrollen la legislación necesaria para proteger y garantizar los derechos de la ciudadanía y establecer políticas públicas inclusivas, participativas y no corruptas que hagan efectiva la legislación.

5. ¿Cuáles son los deberes de la ciudadanía?

El derecho a la participación en los asuntos públicos es a su vez un deber de la ciudadanía que no puede ni debe eludirse, al formar parte del propio ejercicio de los derechos humanos.

De forma general, se tiende a pensar que ejercer nuestros derechos consiste en que el Estado como benefactor nos provea de unos servicios que cubran nuestras necesidades de educación, salud, trabajo, etc. Nos han transmitido que el derecho a participar en la vida pública se limita a votar cada cuatro años a las personas que queremos que nos representen. Que ejercer nuestros derechos es una acción pasiva en la que la ciudadanía es mera receptora de servicios que nos facilitan los gobernantes elegidos. Sin embargo, esto no es así.

Ejercer nuestros derechos es un acto de responsabilidad individual y colectiva. Ejercer nuestros derechos supone defender nuestros derechos y los derechos de todas las demás personas, denunciando cualquier vulneración de los mismos y exigiendo a los poderes públicos su garantía. Supone respetar los derechos de todas las personas, siendo consciente de la necesidad de aprender del otro, del enriquecimiento mutuo como camino para lograr un mundo donde todas las personas puedan ejercer sus derechos. Supone promover los derechos desde nuestro círculo más cercano a cualquier otro lugar. Supone participar en la vida pública pensando en el bien común y no en los intereses individuales.

Desde esta perspectiva, la participación forma parte del ejercicio de nuestros derechos en cuanto a ciudadanos y ciudadanas con capacidad de transformación social, con capacidad de influir en la toma de decisiones de los asuntos públicos. Pero la participación no podemos ejercerla en solitario. La participación es una acción colectiva donde el bien común está por encima de intereses individuales, asociativos o partidistas. Donde la escucha, la generosidad y la solidaridad son la base para el diálogo y la construcción conjunta.

Esta base nos permitirá ejercer nuestro poder como ciudadanía para, a través de la movilización social, las diferentes entidades de la sociedad civil, los movimientos sociales, las redes de personas o las plataformas de organizaciones, puedan denunciar, exigir, hacer llegar propuestas, demandar y vigilar el cumplimiento de sus obligaciones a los poderes públicos.

Para esto necesitamos la construcción de una ciudadanía activa, participativa y consciente de sus derechos. Personas con los conocimientos, aptitudes, valores y actitudes que son necesarios para ejercer la ciudadanía global “para llevar vidas productivas, tomar decisiones fundamentadas y asumir papeles activos en los planos local y mundial para hacer frente a los desafíos mundiales y resolverlos” [2].

6. ¿Cómo podemos participar?

Cuando se recogen 500.000 firmas acreditadas de personas y se registra una iniciativa popular en el Congreso de los Diputados estamos ejerciendo nuestro derecho a la participación proponiendo que una ley sea tramitada en el Parlamento español. Cuando miles de personas se manifiestan ante el Ministerio de Justicia contra una sentencia de los tribunales españoles, estamos participando en los asuntos públicos denunciando el incumplimiento, por parte del poder judicial, de sus funciones más básicas. Cuando nos organizamos y creamos redes que dialogan directamente con los poderes públicos para trasladar las demandas sociales e incidir en la toma de decisiones, estamos participando en los asuntos públicos construyendo conjuntamente con los representantes políticos.

En la actualidad existen múltiples formas y manifestaciones de participación ciudadana en diferentes niveles que van más allá de la participación en los procesos electorales.

Encontramos asociaciones de barrio, organizaciones no gubernamentales de desarrollo o de acción social, plataformas de sociedad civil o movimientos sociales formados por personas que les mueve un mismo interés, redes de entidades, personas que se juntan y hacen vida pública, debaten sobre las problemáticas que les preocupan y hacen propuestas para hacer llegar a los gobernantes.

También, son muy diversas las formas de hacer llegar sus demandas desde las manifestaciones y concentraciones, huelgas, foros de diálogo, espacio de trabajo conjunto, elaboración de informes y propuestas, campañas mediáticas, teatro y otras muchas formas de expresión para incidir en la toma de decisiones.

A pesar de todos estos espacios, son muchas las ocasiones en que el desánimo, la falta de confianza en las instituciones públicas, la falta de confianza en que nuestra voz va a ser escuchada, que nuestras propuestas son válidas y van a ser incluidas, nos paraliza y bloquea la participación.

Sin embargo, sólo si nos unimos, si generamos una confianza colectiva, si nos hacemos fuertes, si tomamos una acción decidida por cambiar podremos transformar el mundo. En definitiva, sólo si ejercemos nuestro derecho a participar en los asuntos públicos poniendo por encima el bien común y la defensa y promoción de los derechos humanos de todas las personas sin discriminación alguna, sólo así, lograremos un mundo más justo, libre y democrático donde todas las personas gocen plenamente de sus derechos.

[1] Comité de Derechos Humanos. Observación general nº 25, 1996.

[2] Declaración de Incheon para la educación 2030 y Marco de acción para la realización del ODS 4.

Ciencia social

Economías alternativas

Imanol Zubero

Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

 

1. Economías alternativas… ¿a qué?

El Diccionario de la Real Academia Española define la economía como la administración eficaz y razonable de los bienes. También como ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos. Así entendida, como administración razonable y eficaz dirigida a satisfacer necesidades materiales en entornos de escasez, parece evidente que las economías alternativas no pueden pensarse como alternativas… a la economía. Recordemos, en este sentido, que en el libro de 1974 titulado El antieconómico (Labor, 1976) sus autores, Jacques Attali y Marc Guillaume, terminan proponiendo una teoría económica de la utopía basada en la autogestión, al margen tanto del capitalismo monopolista como del socialismo burocrático.

Otra cosa es que la economía necesaria deba ser esta economía: capitalista, neoliberal, de mercado… podemos denominarla de distintas maneras, pero en el marco de esta reflexión yo prefiero hablar de economía desincrustada.

Karl Polanyi describió la gran transformación que significó el surgimiento del capitalismo en el siglo XIX como un proceso mediante el cual el sistema económico se separó institucionalmente del resto de la sociedad. A partir de ese momento, una economía que había funcionado siempre incrustada en la sociedad (sometida a normas comunitarias, políticas o religiosas), pasará a ser concebida como un sistema autorregulador de mercados, regido por sus propias leyes, las así llamadas leyes de la oferta y la demanda, que se basan en dos simples motivos: el temor al hambre y el deseo de ganancia [1]. Desde esta perspectiva Polanyi considera que, más allá del significado formal del término economía (como elección entre distintos usos de unos medios escasos para alcanzar ciertos fines), este posee un significado substantivo que nace de la patente dependencia del hombre de la naturaleza y de sus semejantes para lograr su sustento, porque el hombre sobrevive mediante una interacción institucionalizada entre él mismo y su ambiente natural [2].

A partir de esta aproximación sustantiva a la economía se dibuja un espacio donde pueden enraizar y desarrollarse las llamadas economías alternativas.

2. Economías alternativas… ¿pero cuánto?

En esta reflexión, que quiere ser eminentemente aplicada, vamos a considerar que el campo de las economías alternativas viene configurado por la ubicación de los distintos programas o proyectos en dos ejes: a) el eje mercantilización-desmercantilización y b) el eje externalización-internalización. En relación al primer eje, de lo que se trata es de analizar si estos proyectos se conciben más bien desde una lógica mercantil o desde una lógica de los derechos. En cuanto al segundo eje, lo que tenemos en cuenta es si estos proyectos tienen o no en cuenta nuestra dimensión social y ecológica, y hasta qué punto incorporan (internalización) o no (externalización) los costes derivados de nuestra dependencia de la naturaleza y de otras personas.

Utilizando estas claves como plantilla de análisis, cabe imaginar un esquema en el que no resulta difícil ubicar los proyectos que podemos considerar más antagónicos: la economía neoliberal, caracterizada por su máxima mercantilización y externalización, y su opuesto, la propuesta decrecentista; en los términos de Serge Latouche, el pensamiento creativo contra la economía del absurdo [3].

Lo que no resulta tan fácil es ubicar en este esquema el conjunto de las llamadas economías alternativas, que buscan incorporar en grados muy distintos los costes ecológicos y sociales de la actividad económica, confiando más o menos en la capacidad del mercado para lograr esta internalización.

A modo de ejemplo, si nos fijamos en las propuestas económicas que pretenden resolver los problemas de externalización ecológica provocados por la insostenible economía neoliberal, no son iguales la economía azul (Gunter Pauli) o la economía circular (David Pearce y Kerry Turner), propuestas que confían en la capacidad del mercado y las empresas para afrontar la crisis medioambiental, o la economía ecológica (José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier) y la bioeconomía (René Passet), que se ubican más claramente en el cuadrante internalización/desmercantilización.

Lo mismo cabe decir respecto de las propuestas que se confrontan con los problemas de externalización social (precariedad, exclusión, pobreza, insolidaridad, inequidad): mientras que la economía del bien común (Jean Tirole, Christian Felber) o la economía colaborativa (Ray Algar, Rachel Botsman y Roo Rogers) se sitúan en el espacio pro-mercado, la economía social y solidaria (Jean-Louis Laville, REAS, Willem Hoogendyk) o la economía del procomún (Elinor Ostrom, Yochai Benkler) supeditan la lógica mercantil a lógicas comunitarias o institucionales más amplias. Las mismas diferencias se dan en el campo de las economías feministas, donde podemos encontrar propuestas más (Sheryl Sandberg, Ann Cudd) o menos (Nancy Fraser, Silvia Federici, Amaia Pérez Orozco) compatibles con el capitalismo.

3. Economías alternativas e inéditos viables

Tal vez con la excepción de la denominada economía participativa o ParEcon de Michel Albert y Robin Hahnel, vinculada a una perspectiva sociopolítica libertaria, pero que hoy por hoy no pasa de ser una sugerente propuesta teórica, el conjunto de las llamadas economías solidarias, al menos aquellas que cuentan con algún desarrollo empírico, no pasan de ser economías complementarias de la economía dominante: no constituyen un proyecto alternativo capaz de competir en una escala apreciable con esta. Incluso los proyectos de Freeconomy, de vida libre de economía, como el popularizado por Mark Boyle en su libro Vivir sin dinero [4], no dejan de ser experiencias limitadas que, además, dependen en gran medida de aprovechar (reutilizar o reciclar) el derroche generado por la economía dominante.

El problema fundamental al que se enfrentan las economías alternativas es el de su escalabilidad o extensión, tanto en el espacio como en los distintos ámbitos del sistema social: la mayoría de las experiencias no superan el espacio local, o se limitan a aplicarse en un ámbito social concreto (consumo, cuidado, uso común, tiempo compartido…).

En la línea de la economía participativa (o libertaria, tal como la formulara en los 90 Abraham Guillén), las cooperativas integrales son la experiencia aplicada que más lejos ha llegado en su vocación de integralidad y alternatividad, como se muestra en esta definición de las mismas: La Cooperativa Integral es un proyecto de autogestión en red que pretende paulatinamente juntar todos los elementos básicos de una economía como son producción, consumo, financiación y moneda propia e integrar todos los sectores de actividad necesarios para vivir al margen del sistema capitalista. Sin embargo, su extensión real, en participantes y en territorios, es reducida.

Sin embargo, el hecho de que, hoy por hoy, la alternatividad (en un sentido pleno) de estas propuestas o estas prácticas sea discutible, no las priva de valor. En su libro Construyendo utopías reales [5], Erik Olin Wright escribe lo siguiente: Lo que necesitamos, por tanto, son relatos de casos empíricos que no sean ingenuos ni cínicos, sino que traten de reconocer por entero la complejidad y los dilemas, así como las posibilidades reales de los esfuerzos prácticos a favor de la habilitación social”. En la versión original Wright habla de social empowerment, de empoderamiento social, reafirmando un concepto demasiado banalizado en su uso común.

Porque de eso es de lo que se trata: de contar con prácticas sociales cercanas y reales, orientadas por fuertes principios normativos, pero que no se queden en la mera afirmación ideológica. Prácticas de colaboración, de cooperación, de comunión, de solidaridad, de simplicidad, de autocontención, que desmientan el discurso hoy hegemónico del amoral y asocial homo economicus. Este es el reto y el valor de las economías alternativas: constituirse en inéditos viables, en soluciones practicables no percibidas [6] que nos permitan visualizar, ya y aquí, ese otro mundo posible que todavía no es.

[1] Polanyi, K. El sustento del hombre. Barcelona: Mondadori, 1994; pág. 121.

[2] Ibid, pág. 92

[3] Latouche, S. Decrecimiento y posdesarrollo. Barcelona: El Viejo Topo, 2009.

[4] Boyle, M. Vivir sin dinero. Barcelona: Capitán Swing, 2016.

[5] Wright, E. O. Construyendo utopías reales. Barcelona: Akal, 2014.

[6] Freire, P. Pedagogía del oprimido. Madrid: Siglo XXI, 1980.

A fondo

El reto de la participación en los procesos de inclusión social

Minerva Saura Fausto

Coordinadora del Área de Inclusión de Cáritas Diocesana de Segorbe-Castellón

 

El Diccionario de la Real Academia respecto al verbo participar dice que es tomar parte en algo, tener parte en una sociedad, o recibir una parte de algo. En la definición se conjugan tres verbos en infinitivo: tomar, tener y recibir.

  • Tomar parte tiene que ver con la intensidad y con el compromiso hacia la parte que tomas.
  • Tener parte, tiene que ver con asumir un rol determinado en el escenario de la participación.
  • Recibir una parte, hay una parte que es para ti, estás invitada a participar… tiene que ver con las oportunidades/elementos facilitadores para la participación.

Pero el modo verbal debería ser el gerundio, que es la forma no personal del verbo que expresa la duración de la acción verbal. Participar no tiene sentido si no lo entendemos como participando, es decir como un proceso continuado de participación para la construcción social.

En los procesos de inclusión social acompañar la participación deviene como una premisa imprescindible. Dos conceptos que van unidos, que están íntimamente vinculados: Acompañamiento y participación. No podemos hablar de acompañar procesos de desarrollo sin tener en cuenta la participación. Si revisamos los procesos de exclusión social las rupturas de redes familiares, del enraizamiento comunitario, es decir, la no participación familiar, social, comunitaria aleja a las personas de la inclusión social. En ese sentido, la exclusión es un concepto multidimensional que hace referencia a un proceso de pérdida de integración o participación del individuo en la sociedad. Empoderar a las personas para que sean las protagonistas de su vida y tomen las decisiones que les atañen en lo más estrictamente personal es una de las claves del trabajo de las organizaciones sociales con las personas en situación de exclusión social, y darles también el protagonismo y las herramientas para que puedan participar de la construcción social es reconocerles como ciudadanos sujetos de derechos.

La participación se explica desde la asunción de unos supuestos previos que son necesarios para poder comprender el fenómeno en su complejidad.

1. Participar es inevitable

Uno de los principios de la participación es entender que ésta es inevitable, que no es posible no participar. Tenemos muchas experiencias como usuarios (nótese que no digo participantes) de diferentes tipos de organizaciones en las que nos quejamos de que no se permite la participación, y al mismo tiempo somos capaces de boicotear los resultados que se persiguen con nuestros comentarios, actitudes, acciones a favor o en contra. Es lo que se ha venido denominando comunidades de práctica. Etienne Wenger ha estudiado las Comunidades de práctica y las ha definido como grupo de personas que comparten un interés, un conjunto de problemas, o una pasión sobre un tema, y quienes profundizan su conocimiento y experiencia en el área a través de una interacción continua que fortalece sus relaciones. El ejemplo más evidente de estas comunidades de práctica lo encontramos en el sistema penitenciario. Aun siendo la cárcel un sistema totalitario donde todo está regulado y normativizado, metafóricamente podemos encontrar lugares liberados donde entran en juego determinado códigos y prácticas en las que se produce la participación de los internos, con toda probabilidad en el sentido contrario a los objetivos de la institución: consumo de sustancias, grupos de presión, ajustes de cuentas, boicot de actividades… La participación es inevitable y se abre paso como la vida misma, pero con matices: puede ser positiva si coincide con los objetivos de la institución/organización o negativa si no coincide con ellos. Si en una institución como la penitenciaria podemos encontrar la participación de los internos (seguramente en sentido contrario a los intereses de la misma) razón de más para encontrarla discurriendo por los cauces no formales en otro tipo de organizaciones. En las organizaciones sociales, en los espacios donde acompañamos a personas, difícilmente nos encontremos sin la participación de las mismas en la organización de la vida diaria y en la gestión de los elementos cotidianos. Posiblemente esta participación no se dé de una manera formal en los espacios que tenemos habilitados para la pseudoparticipación (asambleas, reuniones, comisiones…) pero seguramente se dará en los espacios informales de relación: en la terraza de fumar, en la puerta del centro o recurso, en cualquier espacio donde haya comunicación entre participantes. Canalizar esta participación de forma positiva es sin duda uno de los retos con los que nos encontramos quienes acompañamos estos procesos. Es importante no auto-confundirnos y asumir que la participación implica la posibilidad real de participar del proceso de toma de decisiones.

2. Vacunas contra la participación

Una exposición a experiencias de participación frustradas puede acabar siendo una vacuna contra la participación y generar la idea de que realmente la participación no es posible. Algunos ejemplos de este tipo de prácticas en nuestros espacios de intervención social:

  • Asambleas de grupo que no son más que espacios para la comunicación de normas, informaciones varias.
  • Buzones de sugerencias donde la sugerencia queda a la deriva.
  • Tablones de propuestas que nunca terminan de formalizarse.
  • Encuestas con respuestas cerradas.
  • Invitaciones a participantes a actividades de la organización. En este caso estamos confundiendo algo tan prosaico como la asistencia de cuerpo presente con la participación. Es valioso que las actividades de las organizaciones se abran a todos los miembros de las mismas, pero sin caer en el auto-engaño de que hacerlo fomenta la participación.

3. Claves para la participación

Este último aspecto está relacionado con otros elementos importantes para comprender y definir la participación, como el conocimiento y el compromiso. Si invitamos a los participantes de nuestros recursos a una conferencia sobre la filosofía escolástica de Santo Tomás de Aquino, posiblemente no se sientan nada vinculados con la actividad porque no tienen ni conocimientos filosóficos para entender el contenido de la conferencia, ni son miembros de la Asociación para la Veneración de Santo Tomás, con lo que el compromiso con este tema es ninguno. Por tanto, su participación quedará reducida a la presencia física y la experiencia que acumularán las personas que asistan a esta actividad será seguramente negativa y poco satisfactoria. La comunicación es también un elemento clave para facilitar la participación, entendida como la herramienta que posibilita que todos los participantes puedan dialogar desde un conocimiento compartido y lleguen a un acuerdo basado en requisitos de validez. En referencia a la sinergia que somos capaces de crear en el proceso comunicativo mediante el diálogo, Jorge Luis Borges, en 1985, pensaba de esta manera: Yo he tratado de pensar, al conversar, que es indiferente que yo tenga razón o que tenga razón usted; lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llega eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos.

4. La escalera de la participación

Otro elemento importante para explicar la participación es visualizarla como una gradación, como una escalera donde los escalones van desde la información, pasan por la consulta y finalmente pueden llegar (o no) a la participación real. Solo podemos hablar de participación cuando se está en igualdad de condiciones para tomar una decisión. A participar se aprende participando (recordemos: gerundio), es un proceso continuo y la verdadera participación está en el último escalón, aquel que me permite formar parte del proceso de toma de decisiones.

Informar a las personas de un recurso que el horario de invierno empieza el 1 de octubre y que por tanto la hora máxima de entrada por la noche son las 21:00 h no es participación. Consultar a las personas de un recurso sobre si prefieren llegar en horario de invierno a las 20:30h o a las 21:00h, no es participación. Es participación el proceso de decidir entre todas las partes implicadas cual es la hora apropiada de entrada en invierno para facilitar el funcionamiento del recurso y atender las diferentes necesidades personales. Estamos hablando de consenso, esto quiere decir que hay que ir con cuidado con no polarizar los planteamientos: aceptar como válidas las propuestas del otro por el simple hecho de atribuirle que tiene razón por que es más débil (romanticismo) y no aceptarlas por el hecho de que el otro no tiene capacidades para hacerlo y decido yo (paternalismo) negándoles el poder para cambiar la realidad. Trabajar con las personas desde el enfoque de participación ralentiza el proceso, la toma de decisiones, hay que explicar, negociar, argumentar, en definitiva, buscar consensos. Sin duda es mucho más complicada de gestionar para los agentes de la organización, pero facilita que las personas que acompañamos formen parte activa de los espacios, centros y recursos que transitan. Y les empodera para ejercer el derecho a la participación en otros espacios de participación social: el bloque de vecinos, la asociación, el barrio… La Participación es mucho más que votar una película, una excursión, un horario… es tomar una decisión a partir del conocimiento de determinados elementos que entran a formar parte del proceso de decisión y comprometerse en su puesta en práctica para transformar esa realidad.

5. Elementos que bloquean la participación

En el sentido contrario a la búsqueda de la participación, encontramos elementos que la dificultan o que directamente la bloquean. En los procesos de toma de decisiones la participación en los mismos implica una manera de comprender el poder. Si el poder lo tomamos de la misma manera que un juego de suma cero, es decir un juego en el que la ganancia o pérdida de un participante se equilibra con exactitud con las pérdidas o ganancias de los otros participantes, se necesita un ganador y un perdedor. Es decir, para conseguir más poder tengo que quitárselo a otros. Y el que tiene más poder sin duda es el que toma las decisiones bloqueando toda posibilidad de participación del resto del grupo. Al final todos perdemos porque no conseguimos aumentar nuestro potencial de acción como grupo. Los procesos de participación deben explicarse desde el concepto de potencia, que es la cualidad que permite que el trabajo colectivo fructifique incrementando sus posibilidades y superando el juego de suma cero, donde no se aumentan las ganancias solo se acumula el poder hacia un lado. Este concepto de potencia está relacionado con el de sinergia, cuando juntamos nuestras capacidades tenemos algo más que un sumatorio de cosas que sabemos hacer, el resultado es algo nuevo y diferente pero que contiene a la vez la esencia de cada uno de los participantes.

Si apostamos por los procesos de participación en nuestros centros y recursos tenemos que estar dispuestos a renunciar a una manera de entender el poder, por otra que tiene que ver con poner en común lo que tenemos, lo que somos, lo que sabemos y lo que valemos al servicio de la construcción conjunta. Para esto será necesario que revisemos también nuestra relación con la idea de autoridad, para desterrar de nuestro imaginario que la autoridad se consigue a base de acumular poder. De esta manera no conseguimos autoridad, la estamos imponiendo y todos sabemos dónde nos pueden llevar las cosas impuestas, posiblemente donde no queríamos llegar. La autoridad te la conceden las personas a través de la relación y del vínculo que entablas con ellas, cuando queda demostrado que existe la confianza, entendida como fiarnos juntos (con -fiare) de un proyecto común. Parece por todo lo que vamos desgranando respecto a la participación que la única fuerza (poder) que debe prevalecer en un proceso realmente participado de construcción es la del mejor argumento.

6. Retos que nos plantean la participación en nuestra intervención con las personas

Si la participación es inevitable, incorporemos lo cotidiano como instrumento de trabajo. Salgamos de los despachos y acompañemos la vida y la participación que transcurre en los espacios informales delante nuestra. No esperemos resultados espectaculares, conformémonos con pequeños avances, es lo que tiene apostar por la forma verbal del gerundio «vamos participando…» Abrámonos al diálogo auténtico con las personas, la participación requiere de sujetos que dialogan y tienen capacidad para tomar decisiones consensuadas. Para ello:

  • Transformemos la distancia terapéutica en implicación responsable, seguramente es el camino para que nos reconozcan la autoridad que brota de un proceso basado en la con-fianza.
  • Repensemos el correlato norma/sanción. Necesitamos normativas de mínimos en nuestros espacios para la intervención social, normativas de sentido común que simplemente faciliten la convivencia y que sean construidas desde la participación conjunta con las personas.
  • Descubramos la delicada línea entre la propuesta y el chantaje. En nuestras intervenciones con personas en situación de exclusión hemos de revisar con autenticidad el tema del poder y la manera de ponerlo en práctica. Si no lo acumulamos todo del mismo lado ganaremos en potencia participativa.
  • Todo esto no será posible si no hay un reconocimiento mutuo de las capacidades de todos los participantes para poder concluir que JUNTOS PODEMOS.

7. Bibliografía

Cáritas Española. Marco de Intervención con personas en grave situación de exclusión social. Madrid, 2009

Cáritas Española. Modelo de Acción Social de Cáritas. Madrid, 2009.

Elizalde, A. Reflexiones acerca de la sinergia social: Aproximación a una utopía de la abundancia. Debate para un proyecto de integración sudamericano, 1994.

Habermas, J. Teoría y práctica; Teoría y praxis. Estudios de filosofía social. Barcelona: Tecnos, 1987.

Wenger, E. Comunidades de práctica. Aprendizaje, significado e identidad. Buenos Aires: Paidós, 2001.