Con voz propia

Nacer con un pan debajo del brazo o con una condena

Voiced by Amazon Polly

Patxi Velasco Fano, Dibujante y Director CEIP María de la O

 

La expresión nacer con un pan debajo del brazo ha sido utilizada muchas veces para referirse a aquellos niños que, al llegar al mundo, parecen traer consigo una fortuna o una oportunidad una cualidad, una esperanza. Pero no todos reciben ese pan tierno y lleno de nutrientes que le ayudara a crecer, muchos al nacer reciben una condena, un estigma de exclusión y pobreza que atrofia el crecimiento y limita su desarrollo. ¿Ese pan bueno no debería estar presente en todo ser humano por el hecho de nacer? de hecho todo nacimiento debe ser entendido como una esperanza y una oportunidad, todo niño o niña al nacer es un regalo para su sociedad, un pan bueno… entonces pensemos: ¿Hay un momento, una estructura, un sistema que descarta y condena a la infancia desde el mismo momento de nacer? ¿Por qué todos nacemos desnudos, pero la cuna en la que te colocan determina tanto? Recientemente se leía en un artículo los demoledores datos de pobreza infantil y el periodista afirmaba que más del 80% sería siempre pobre. ¿Cómo saca esta desesperanzadora conclusión? ¿Qué oportunidades tiene quien nace en la pobreza y la exclusión? ¿Es una condición permanente o podemos cambiar las cosas? 

Ruiz Román, C. et al. (2023) Voces que no(s) cuentan. Análisis de la exclusión social desde las metáforas y propuestas para hacer pedagogía social. Colección Estudios de FOESSA 52.

El determinismo 

El determinismo es la idea de que nuestras acciones y destinos están determinados por factores externos, como el lugar y las circunstancias en las que nacemos. En el contexto de la pobreza, esta idea adquiere una relevancia perturbadora. Nacer en un barrio marginal, donde la violencia, la precariedad y la falta de oportunidades son la norma, parece marcar profundamente el futuro de muchos niños y niñas. Las estadísticas son claras: aquellos que nacen en contextos de pobreza extrema tienen más probabilidades de abandonar la escuela, caer en el desempleo o, en el peor de los casos, terminar en la cárcel. 

Un estudio de 2018 de la Universidad de Harvard encontró que los niños nacidos en barrios desfavorecidos de Estados Unidos tienen una probabilidad significativamente mayor de acabar en prisión en comparación con aquellos nacidos en barrios de clase media o alta. Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. En América Latina, la pobreza y la marginación tienen un impacto devastador sobre las oportunidades de vida, perpetuando un ciclo intergeneracional de exclusión. El barrio en el que naces se convierte en una especie de sello de destino, donde las barreras para escapar parecen insuperables. 

 

Expectativas y prejuicios: un peso que aplasta 

Además del entorno material, las expectativas sociales también juegan un papel crucial. Aquellos que nacen en la pobreza a menudo cargan con un estigma que va más allá de su situación económica. La sociedad suele verlos como personas sin futuro, sin ambiciones o, peor aún, como potenciales delincuentes. Esta forma de pensar, estos prejuicios, refuerza un círculo vicioso: las bajas expectativas que la sociedad tiene sobre los pobres contribuyen a limitar las oportunidades que estos tienen para prosperar. 

Un niño que crece escuchando que de ese barrio no sale nada bueno puede llegar a interiorizar esta narrativa y, sin las herramientas necesarias, aceptar que su destino es inmutable. Esta autoimagen reducida, alimentada por el prejuicio externo, puede ser tan peligrosa como la pobreza material misma. La presión social para cumplir con estas expectativas negativas lleva a muchos jóvenes a resignarse a un futuro predeterminado por su entorno. 

 

El poder de la educación: la llave de la transformación 

A pesar de lo sombrío de este panorama, la historia ha demostrado una y otra vez que el destino no está completamente sellado. Si bien el entorno en el que nacemos influye fuertemente en nuestras vidas, la educación tiene un poder transformador capaz de romper este ciclo. La educación no es solo un derecho, sino una herramienta vital para construir un camino fuera de la pobreza. 

Sin embargo, la educación no es solo un derecho de aquellos pocos afortunados que logran escapar. Es responsabilidad de la sociedad asegurar que todos, sin importar su origen, tengan acceso a una educación de calidad. Esto no se limita a simplemente construir escuelas en los barrios pobres, sino a ofrecer programas educativos que aborden las necesidades particulares de los niños y jóvenes en contextos vulnerables. Es necesario combatir la deserción escolar, ofrecer apoyo psicológico y emocional, y proporcionar modelos de rol que demuestren que otro futuro es posible. 

 

La esperanza: la chispa que enciende el cambio 

Si bien la educación es una herramienta fundamental, hay algo que va más allá de las oportunidades y los recursos: la esperanza. Es la creencia en un futuro mejor lo que permite a las personas salir de los entornos más adversos. Esta esperanza, que puede ser sembrada a través del amor, el apoyo comunitario o incluso la religión, es lo que permite a los individuos ver más allá de su situación actual y luchar por algo mejor. 

Los barrios marginales están llenos de potenciales luces esperando ser encendidas. El cambio no puede venir solo de políticas públicas o programas educativos, aunque estos sean esenciales. El verdadero cambio ocurre cuando las personas creen en su propia capacidad para transformar su destino. Un maestro que inspire a un estudiante, un líder comunitario que organice actividades deportivas, o una madre que sacrifique todo para que sus hijos asistan a la escuela: estos son ejemplos de cómo la esperanza puede abrir las puertas que el determinismo nos puede cerrar. La clave está en personas que acompañan a otras personas en sus procesos.  

Propongamos quitar el peso de los que nacen con la carga de la exclusión y la pobreza y seamos sociedad que acompaña y sea pan bueno aunque no les haya venido por nacimiento debajo del brazo. 

 

Número 18, 2024
Editorial

La infancia como protagonista para la prevención de la pobreza e igualdad de oportunidades

Los niños y las niñas son sujetos de Derechos Humanos. La Declaración Universal, y con posterioridad la Convención de Derechos de la Infancia de Naciones Unidas nos lo recuerda. Sin embargo, desde la infancia estamos generando una brecha, o brechas, que de no corregirse solo puede devenir en una sociedad y en un mundo todavía más desigual e injusto.

Una situación que nos habla de la falta de garantía de derechos humanos y de la insuficiente dedicación de las políticas sociales dirigidas a la infancia en particular y, a la familia en general, visualizando un proceso de transmisión de las dificultades socio-económicas de una generación a otra. En donde el mayor riesgo que tienen las personas que han vivido su primera etapa vital dentro de un hogar en pobreza, de sufrir problemas económicos y situaciones de pobreza en su vida adulta, es lo que denominamos transmisión intergeneracional de la pobreza.

Riesgo al que se le suma la sensación de falta de seguridad que muchos niños o niñas viven y que no les permite vivir sin miedos. Si no nos sentimos con seguridad, no es posible sentirnos con autonomía y libertad para tomar decisiones, por ejemplo. Algo que, si bien es importante en cualquier etapa o momento vital, en la infancia y, especialmente en momentos de transición a la vida adulta es esencial.

Dejar atrás los miedos y mirar hacia la auto confianza y seguridad de todos los niños, niñas y adolescentes es fundamental para caminar en romper la herencia de la pobreza. Entendiendo que, la pobreza en general, y de manera específica en la infancia y en las familias con hijos e hijas depende de decisiones políticas, en donde, España y sus sucesivos gobiernos, han destacado por su escasa capacidad de reducirla.

No obstante, cualquier sociedad que aspire a la justicia y a una igualdad de oportunidades real no debería considerar la inversión en la infancia como una responsabilidad exclusiva de los progenitores, sino como una tarea de toda la sociedad orientada al bien común. Es, por tanto, necesario y urgente diseñar una política pública específicamente dirigida a luchar contra la transmisión intergeneracional de la pobreza y la exclusión social a partir de una atención integral y coordinada desde las políticas públicas y las entidades de la acción social. Y, para ello, la visión integral de la infancia como punto de partida desde un enfoque de derechos humanos y el conocimiento de la realidad de los niños y niñas y del territorio constituye el criterio clave desde el que programar las políticas sociales.

Todo esto nos lleva a lo realmente importante: a los niños y a las niñas. El coste de desatender a la infancia es enorme. Hay que situar a la infancia como protagonistas dentro de un mundo de personas adultas. Solo una sociedad que prefiera la equidad y la cohesión social a la desigualdad y la precariedad, empezando por la infancia, estará dispuesta a realizar el esfuerzo de compartir los recursos y fortalecer los mecanismos colectivos de redistribución y protección.

De ahí la importancia de artículos como los que aparecen en el presente número de Documentación Social en donde se ponga de manifiesto que la infancia sí importa, en donde no son sólo un asunto de sus familias (que, sin duda lo son) sino de toda la sociedad en su conjunto. El presente de muchas personas, y especialmente el futuro de nuestra sociedad, depende de cómo protejamos las familias y especialmente a la infancia. Nuestra sociedad no puede permitirse embargar el bienestar futuro por no querer afrontar el presente de los niños y niñas.

 

Número 16, 2024

La infancia como protagonista en un mundo de adultos

Conversamos

Un ascensor social donde caben cada vez menos personas

Puedes escuchar la conversación con Montse Santolino en Youtube, iVoox y Spotify.

 

Número 13, 2023