Acción social

Nuevas formas de hacer en la acción social, ¿quizá un nuevo paradigma?

Pedro Fuentes Rey

Sociólogo. Equipo de estudios Cáritas Española

 

En el entorno de las organizaciones de acción social están emergiendo desde hace tiempo nuevas formas de hacer que suponen novedad y sobre todo,  parece que cuestionan algunos de los elementos que el modelo mayoritario asume como imprescindibles y consensuados.  Desentrañamos algunas de esas cuestiones, señalando los debates que parece estas experiencias están poniendo encima de la mesa.

 

Resulta exagerado hablar de paradigma al referirnos a la acción social, sin entrar en ese debate, usaremos el término para referirnos a la manera de comprender la realidad,  de fundamentar el Método (así, con mayúsculas) de intervención,  y de definir el papel de los agentes de la acción social.

Una manera de comprender y definir que en este campo, como en cualquier otro, toma forma de “paradigma” cuando es compartida por la totalidad o, al menos, por la inmensa mayoría de quienes reflexionan sobre la materia y, por ende, prescriben los contenidos de la formación de los agentes, sancionan como buenas o no las intervenciones y legitiman el status quo.

A juicio de algunos, los paradigmas evolucionan y, al de otros, revolucionan. No entraremos aquí a mediar en esa disputa, nos basta con quedarnos con la idea compartida por ambas corrientes de que si bien se trata de constructos sólidos y resistentes al cambio, no son inmutables y mutan.

Queremos en este artículo abordar de manera, aún muy tentativa, la pregunta sobre si está emergiendo un nuevo paradigma en la acción social que, por evolución o por revolución, pueda estar poniendo en cuestión las seguridades de actual paradigma.

Otra forma de mirar la realidad

En muchos lugares, centros, recursos y servicios de tipologías diferentes (residenciales, formativos, ocupacionales, de ocio…) llevan tempo experimentado la mixtura. Los requisitos de admisión no tienen que ver con un determinado perfil, sino con la necesidad u oportunidad de su oferta en el proceso de la persona. E incluso en algunos de ellos, enraizados en un territorio y abiertos a la participación de y a la interacción con la población no demandante del recurso.

Una mezcla, hasta no hace mucho denostada como muy peligrosa por la mirada de la hiperespecialización,  que en bastantes de estos lugares está resultando profundamente enriquecedora y favorecedora de los procesos de inserción. Que lejos de provocar “contagios negativos” genera sinergias inesperadas.

Un modelo de gestión de centros, espacios y servicios que está comenzando a mirar la realidad que enfrenta de una manera más holística y más centrada en comprender que trabajamos con personas que, es cierto,  tienen problemas, pero estos no las definen. Y que junto a sus carencias y necesidades, ante todo son personas con potencialidades y capacidades que deben ser descubiertas y explotadas.

Participar y empoderar

Muchas entidades de la acción social están impulsando programas específicos o acciones transversales a los que ya tienen, en los que se busca crecer en cantidad y calidad de la participación de los, hasta ahora, considerados como beneficiarios o destinatarios.

Participación no solo ya en el desarrollo de los proyectos en los que están implicados, sino en eso que vino en llamarse la incidencia política, que ya no pretende ser la voz de los que no la tienen, sino darles la voz directamente, porque sus situaciones y problemáticas no les han vuelto mudos, solamente nos ha hecho sordos a los demás.

Un tipo de empoderamiento que no solo trabaja la protesta y la propuesta, sino que desarrolla experiencias de autogestión o autosolución de problemas mientras esa protesta y propuesta se materializa en leyes y presupuestos, cosa esta de natural lenta. Así, bancos de tiempo, cooperativas de compras, incluso ollas comunes… emergen impulsadas desde la acción social.

Experiencias y realidades que hacen emerger la pregunta por el sujeto de la acción social.  Que pueden estar girando la mirada para empujar a las organizaciones a dar el paso de convertirse en organizaciones “con” en lugar de ser organizaciones “para”. Grupos en las que conviven y trabajan juntas, en igualdad,  gentes solidarias “con” y gentes afectadas “por.” Y que, desde luego, confrontan con un modelo de hiperprofesionalización de la acción social, en el que el sujeto esta nítida y claramente situado a un lado de la mesa, lo que convierte al otro en  el objeto de intervención.

El acompañamiento

Como causa o como consecuencia, probablemente ambas, de todo lo anterior, algunos  agentes de la acción social están experimentando una modificación en su rol tradicional.

En tanto hemos puesto la mirada en la persona, el rol de hiperespecialista en un determinado aspecto de la realidad se modifica, y ya no es el prescriptor de lo que hay que hacer, es más como no existen los “personólogos”, la construcción del conocimiento en el que apoyarse pasa de ser un patrimonio de alguien, a un proceso de construcción colectiva.

La participación activa de las personas que antes eran los beneficiarios de mi acción, resta poder, resitúa las relaciones pues ahora hacemos juntos, relaciones que siguen siendo asimétricas, pero esa asimetría se recoloca en nuevos parámetros.

En general cambios en el rol del agente que se agruparían en una nueva comprensión que parece estamos llamando “acompañamiento”, en la que el agente no es ya prescriptor de la acción con distancia terapéutica, sino el compañero de un camino que desde la empatía y la implicación responsable, lo recorre también, al menos temporalmente.

De la realidad al papel, para volver a la realidad

De manera consciente hemos comenzado a definir los probables elementos de un nuevo paradigma relatando acciones reales, concretas. Que esto está ocurriendo es innegable. La lectura que hacemos aquí  ya no lo es.

La realidad siempre va por delante del pensamiento, y la descrita no es, ni toda ni la mayor parte de ella. Solo la que nos parece más innovadora y con más capacidad de transformación, a mejor, de la acción social.

Pero junto esta tendencias, también hay otras que plantean una vuelta radical a la especialización y la profesionalización, quienes apuestan por la protocolización exhaustiva de la acción…

En cualquier caso, hay una realidad que debería retarnos. Situados en uno u otro punto de este debate, y probablemente en ninguno de los dos, los agentes y las organizaciones de la acción social, hacen, pero no escriben lo que hacen (más allá del proyecto al financiador). Hacen pero no se paran a reflexionar despegándose de lo concreto para preguntarse por los “porqués” y por los “cómos”.

Esa agrafia y ese activismo son dos errores a enmendar. Solo así seremos capaces de que los cambios que se están de hecho incorporando en el proceso de mejora continua, puedan sobrevivir al agente o al grupo que los hace.  Y quizá, a modificar el paradigma, evolucionando o revolucionándolo.

 

Noviembre 2019
Acción social

Calidad, auditoría, plan estratégico y, también, examen de conciencia

Francisco Lorenzo

Sociólogo, Director del área de Acción Social de Cáritas Española

 

Según se recoge en el III Plan Estratégico de la Plataforma del Tercer Sector: el Tercer Sector de Acción Social es el ámbito formado por entidades privadas de carácter voluntario y sin ánimo de lucro que, surgidas de la libre iniciativa ciudadana, funcionan de forma autónoma y solidaria tratando, por medio de acciones de interés general, de impulsar el reconocimiento y el ejercicio de los derechos sociales, de lograr la cohesión y la inclusión social en todas sus dimensiones y de evitar que determinados colectivos sociales queden excluidos de unos niveles suficientes de bienestar.

Más allá de la definición formal, hablar del Tercer Sector, es referirnos a entidades con forma jurídica propia (asociación o fundación, en la mayoría de los casos), sin ánimo de lucro y «fuera del sector público», que desarrollan proyectos (de atención directa, de sensibilización, de incidencia política…) orientados al bienestar y a los derechos de la ciudadanía (la lucha contra la pobreza, la exclusión, la discriminación…).

Cabe destacar también el carácter voluntario de estas entidades, pues la mayoría de ellas cuenta con la participación de un significativo número de personas voluntarias (en torno a 2,5 millones en total). Ahora bien, son muchas las organizaciones que además cuentan con personal remunerado; es más, un proceso significativo que ha tenido lugar a lo largo de las últimas décadas, ha sido la profesionalización de determinados puestos y servicios propios de estas entidades.

Sobre esta cuestión se han generado gran cantidad de debates y reflexiones, por lo que no trataremos con este texto ni de reabrir, ni de cerrar de manera definitiva dicha cuestión. Daremos por hecho que, en la medida en la que esta profesionalización conlleva una mejora de las iniciativas desarrolladas, de los servicios prestados a quienes más los necesitan y de la gestión de (casi siempre escasos) recursos con los que se cuentan para ello, debe considerarse una buena noticia[1].

Este proceso se ha visto reforzado también por cierta tendencia a la sofisticación de las propias entidades. No es extraño, por ello, que algunas organizaciones soliciten apoyo a empresas especializadas para que les ayuden a trabajar sobre certificaciones de calidad, herramientas de gestión, definición de un plan estratégico, medidas para una mayor transparencia económica, estrategias para la sostenibilidad, campañas de comunicación y de captación de fondos, medición del impacto…

Y, en un nuevo acto de confianza, reconocemos que todo ello es imprescindible en la medida en la que no se lleva a cabo como mera cuestión formal o estética, sino que pretende un mejor funcionamiento, una mejor atención a sus destinatarios y una mejor rendición de cuentas.

Ahora bien, insistiendo de nuevo en la necesidad de todo ello (evitemos así caer en la tentación de la demagogia más burda), sugiero un proceso de reflexión y revisión complementaria que nos ayude a mejorar cuestiones también fundamentales para las entidades del Tercer Sector; de cara a no renunciar –por olvido o distracción –al sentido último que tiene la sociedad civil cuando se organiza en favor del bien común.

Dado el carácter de fondo de las cuestiones que se van a plantear, se recomienda llevar a cabo este proceso de reflexión de manera sosegada, íntima y periódica… es decir, como esos exámenes de conciencia de los que hablaban algunas abuelas.

Consideramos que tiene sentido abordar estos dilemas en los distintos espacios en los que se estructura la entidad: tanto en los órganos de máxima decisión, como en el grupo local de voluntariado, ya que, aun con diferente nivel de responsabilidad, el sentido y la estrategia debería construirse desde todos estos lugares.

La propuesta es revisar los siguientes dilemas:

  • Sostenibilidad vs. orientación a destinatarios.
  • Interés propio vs incidencia.
  • Adaptación individual vs. transformación estructural.
  • Receptores vs. participantes.

Sí, efectivamente, reconozcamos la trampa tendida a quien está leyendo este artículo: en los cuatro dilemas propuestos, ambas posiciones pueden ser compatibles e incluso deseables, por lo tanto, obligar a elegir (y a descartar una de las opciones) es tramposo e incluso irresponsable. Por ello, no debemos entenderlos como decisiones excluyentes, sino como tendencias en la que podamos identificar a qué dedicamos más tiempo, recursos, esfuerzo, motivaciones…

Además, cabe señalar que estas cuestiones son menos relevantes en el caso aquellas entidades en las que destinatarios y socios coinciden (las llamadas «asociaciones de usuarios»).

Hechas las aclaraciones, vayamos a ello:

 

Dilema 1

El primer aspecto sobre el que reflexionar responde a una pregunta de sentido: ¿para quién?

Imaginemos una comarca rural en la que hay un único Centro de salud. Imaginemos también que, por diferentes motivos, este dispositivo se cierra. No resulta complicado entender quiénes son los principales perjudicados de esta decisión.

Traslademos ahora esta cuestión al Tercer Sector: ¿Quiénes son las personas más afectadas en caso de que tuviéramos que cerrar nuestra entidad? ¿Serían los destinatarios, las personas contratadas, las voluntarias…?

Sí, es cierto que el médico también se vería perjudicado en la situación hipotética mencionada, pero, resulta evidente que, en términos cuantitativos y cualitativos, las peores consecuencias serían para los vecinos que dejarían de contar con un servicio que les resulta imprescindible.

En el Tercer Sector, periódicamente debemos formularnos esta pregunta y tratar de responderla con honestidad pues, la auto-referencialidad supone un riesgo a tener en cuenta.

Dilema 2

En ocasiones las entidades buscan espacios de relación con la Administración Pública. Entre otras cosas, para recordar que la garantía de derechos es competencia pública pues, de lo contrario, se asume el riesgo de la arbitrariedad.

En ocasiones también, el objetivo de estos espacios de trabajo es solicitar una serie de ventajas para el funcionamiento de la propia entidad.

Como ya se ha mencionado anteriormente, ambos objetivos son legítimos e incluso recomendables en la medida en la que permitan a las entidades dar un mejor servicio a sus destinatarios.

Ahora bien, si los espacios de trabajo están orientados al interés propio en lugar de a la incidencia (cambio de políticas públicas en favor de los destinatarios) aparece de nuevo la tentación de «ser para nosotros mismos».

Dilema 3

Son muchas las personas y entidades implicadas de manera habitual en nuestro ámbito de trabajo y en los procesos en los que nos vemos inmersos; tanto internos, como externos (personas contratadas y voluntarias, personas atendidas, Administración pública, empresas, socios y donantes, medios de comunicación…).

Interactuamos con todas ellas. Ahora bien, no a todas les pedimos, les proponemos o incluso, les exigimos el mismo nivel de cambio en sus conductas cotidianas.

Deberíamos preguntarnos por tanto si estamos orientados a promover la adaptación individual a un modelo que no cuestionamos y, por ende, no queremos transformar.

Dilema 4

Por último, y en parte relacionado con el dilema anterior, una de las asignaturas pendientes (a pesar de los avances producidos en los últimos años) tiene que ver con la participación de los destinatarios en las propias organizaciones.

Las personas contratadas y voluntarias que integran las mismas, tienen capacidad de decidir sobre su funcionamiento y orientación. No solo acuden a ejecutar sino también (en mayor medida) a proponer, evaluar, organizar… los proyectos e incluso cuestiones estratégicas de la propia entidad.

¿Tienen esa posibilidad las personas atendidas o son (les reducimos a) meros receptores de bienes o servicios?

 

En resumen, el Tercer Sector debe velar periódicamente por evitar la tentación de convertirse en una estructura orientada a la gestión de su propia subsistencia. Su dimensión política (el bien común) solo se consolida en la medida en la que se centre en las personas destinatarias, en el reconocimiento de su dignidad y en la garantía de sus derechos. Y para ello, las entidades deben apostar por hacer las cosas cada vez mejor, por tener los recursos adecuados y los marcos legislativos necesarios, pero sin olvidar que estas cuestiones son solo mediaciones y no el objetivo que en el pasado impulsó su creación.

[1] No descartamos eso sí, plantear más adelante, una reflexión sobre si el proceso de institucionalización de la solidaridad dificulta al Tercer Sector ser sociedad civil movilizada.

 

Número 3, 2019