Con voz propia

Primavera con una esquina rota

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Raúl Flores Martos

Coordinador equipo Estudios de Cáritas Española

 

 

Hace algunos días que hemos entrado en el tiempo de la primavera. Por un lado, se ha producido el equinoccio de marzo, es decir la primavera astronómica, lo que significa que el día y la noche tienen la misma duración. Este año ha sido el 20 de marzo en esta parte del mundo (hemisferio norte).

Por otro lado, nuestros árboles se han vestido de flores unos, de hojas otros, y algunos de ambas a un tiempo. La tierra se ha pintado en tantos tonos de verdes, que resulta difícil poder nombrarlos a todos. Y muchas veces va acompañada de amarillos, morados, y algunos rojos que acaban de componer, una de las obras más hermosas que podemos disfrutar con nuestros ojos.

Toda esta primavera me ha conectado con dos preocupaciones que intentaré compartir con los lectores. La primera preocupación tiene que ver con lo diferente que es sentir la primavera en la ciudad o en los pueblos y zonas rurales. Me atrevo a decir, seguramente un poco equivocado, que la primavera de las ciudades no es una verdadera primavera. Por mucho que los urbanitas sufran las alergias relacionadas con plantas y árboles, la explosión de la naturaleza en la ciudad no se produce ni se siente, de manera suficiente, como para acabar siendo lo mismo a lo que nos referimos como primavera fuera de las ciudades, vendría a ser una primavera con una esquina rota, una primavera a la que le falta un trocito.

Esta es una preocupación por la vida en las ciudades, que tan importantes y tan necesarias han sido y en cierta forma siguen siendo para el desarrollo de las sociedades. Sin embargo, en muchas ciudades y cada vez más frecuentemente, las condiciones de vida y de trabajo, se alejan bastante de lo que muchas personas definimos como una buena vida. La concentración de la población, el consumo intenso de recursos, la contaminación en cualquiera de sus tipos y el sentimiento de indiferencia hacia el otro, son algunos de los riesgos que a veces nos hacen sentir que la vida en las ciudades no es la misma vida que fuera de ellas. No pretendo negar las ciudades, ni la posibilidad real de una vida buena en ellas, pero si señalar que necesitamos seguir diseñando y mejorando las ciudades. De un lado, evitando que sigan concentrando tanta población, y para esto es importante hacer sostenible y buena la vida fuera de las ciudades, promoviendo, protegiendo y favoreciendo la vida en los pueblos. De otro lado, aprendiendo que el consumo no puede estar exento de límites, no se trata de limitar el consumo a lo que puedas pagar, sino de aprender a consumir lo que se conecta con la necesidad y no con el deseo, como primer criterio para que todas las personas y todas las generaciones podamos acceder a lo necesario. Pero también practicando la vecindad y el reconocimiento del otro como aliado esencial en la mutua interdependencia. Si no somos capaces de avanzar en estas líneas, estaremos alejándonos de la esperanza de mejorar la vida en las ciudades, se trata de transitar de un invierno urbano a una primavera urbana, aunque sea con una esquina rota.

Cada año, tras el invierno llega la primavera, inexorable, haciendo renacer la vida y transmitiéndonos una clara advertencia de esperanza. Así ha sido siempre a escala humana. Aquí es donde llega la segunda de mis preocupaciones, la que me conecta con la recomendable novela de Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota. En la novela los personajes salen del invierno (la cárcel) y caminan hacia la primavera (vida en sociedad) con la esperanza del renacimiento, pero tomando conciencia de que lo sufrido les ha herido y les ha hecho diferentes.

En la vida real, la humanidad ya ha salido muchas veces de muchos inviernos, y ha sido capaz frecuentemente, de esperanzarse activamente para construir una escena posterior un poquito mejor. En este mundo de hoy salimos de un invierno de guerra en muchos lugares del mundo, algunas el triple de injustas, porque se han convertido en genocidios, me refiero a aquellas en las que se está practicando el exterminio de la población civil indefensa. Salimos de un invierno en el que a pesar de que hay recursos suficientes para alimentar y cuidar todas las vidas, una de cada diez habitantes del mundo vive el hambre todos los días. Salimos de un invierno, por muchas razones, heridos como humanidad, pero todavía con la capacidad de imaginarnos mejores, con la capacidad de renacer y transformarnos, con la capacidad de sentir esperanza en una nueva primavera, aunque esta sea una primavera con una esquina rota.

 

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