Retos y oportunidades del voluntariado en un cambio de época
Ana Sofi Telletxea Bustinza. Responsable de análisis y desarrollo en Cáritas Bizkaia
María Silvestre Cabrera. Catedrática de Sociología de la Universidad de Deusto. IP Equipo Deusto Valores Sociales
Análisis de la evolución del voluntariado en España centrado en el cambio de modelo social. Definición de las oportunidades para el voluntariado que surgen de la fragilidad emocional, precariedad, soledad no deseada y falta de sentido de las sociedades actuales y su influencia en el desarrollo de la comunidad.
Introducción
El voluntariado ha adquirido una creciente relevancia en las sociedades contemporáneas. Su institucionalización progresiva, especialmente desde finales del siglo XX, refleja el reconocimiento de su papel estratégico en la promoción del bien común, la cohesión social y la participación ciudadana. A través de marcos normativos, investigaciones especializadas y diversas prácticas sociales, el voluntariado se ha consolidado como un fenómeno complejo y dinámico, que articula dimensiones individuales y colectivas, asistenciales y transformadoras. En este artículo centramos la reflexión en las tensiones y retos que debe afrontar el voluntariado en la modernidad tardía desde una lectura positiva de las virtualidades que el voluntariado puede aportar. Consideramos que existe potencialidad para generar ámbitos de convivencia que favorezcan nuevos marcos relacionales desde los que construir comunidad y visibilizar y actuar ante las situaciones de vulnerabilidad social.
1. Voluntariado, solidaridad y modernidad
Serge Paugam (2012)[i] sostiene que la cohesión social depende de la calidad de los vínculos sociales, estructurados en torno a dos dimensiones esenciales: la protección, entendida como el conjunto de apoyos frente a las adversidades, y el reconocimiento, que valida socialmente al individuo. A través del análisis de distintos tipos de vínculos, el autor destaca que los cambios en las sociedades modernas han transformado las formas de soporte sin eliminar la necesidad de protección y reconocimiento. La pérdida de ambos constituye un factor central en los procesos de exclusión, por lo que resulta clave analizar la diversidad e interdependencia de los vínculos sociales para comprender las dinámicas actuales de integración y exclusión.
Esa cuestión es clave porque nos permite visibilizar que existe la exclusión relacional y definir la escasez de relaciones primarias como un problema social que necesita de respuestas sociales e institucionales. En este sentido, Fantova (2024)[ii] propone el concepto de conexión comunitaria como bien social que podría ser también un bien público, un objeto político o un derecho social que el Estado de bienestar aspirase a proteger, promover y, en definitiva, garantizar a toda la población (Fantonva, 2024), y del que, sin duda, el ejercicio del voluntariado no podría ser ajeno ya que, en tiempos de incertidumbre necesitamos más y mejor conexión comunitaria (Carcavilla, 2025)[iii].
En las sociedades contemporáneas, el voluntariado se presenta como una práctica que articula solidaridad, responsabilidad y acción social en un contexto atravesado por la complejidad, la fragmentación y la redefinición de los vínculos humanos. El voluntariado en sociedades modernas podría ser una reafirmación del lazo social en contextos de individualismo y diferenciación y un mecanismo para reconstruir vínculos cuando la cohesión social se debilita.
El voluntariado puede entenderse como una manifestación de solidaridad orgánica, donde el individuo, lejos de actuar por presión colectiva, asume un rol dentro de una estructura social compleja y funcionalmente diferenciada. Atendiendo al proceso de individualización (Beck y Beck-Gernsheim, 2003)[iv], esa asunción se hace desde la elección personal ya que, en las sociedades modernas, las estructuras tradicionales han perdido su capacidad de guiar la vida de las personas y cada individuo debe tomar decisiones por sí mismo, asumir riesgos y construir su biografía reflexiva. Así, el voluntariado sería una manera que tienen las personas de expresar su ética personal y su sentido de responsabilidad; un proyecto biográfico ético que da sentido a la existencia, en el que la persona se compromete con causas sociales no por imposición externa, sino como parte de su identidad y visión del mundo. La biografía se convierte en una tarea que debe realizar el propio individuo (Beck & Beck-Gernsheim, 2003) y el compromiso voluntario es una forma en que muchos sujetos contemporáneos responden a esta tarea con responsabilidad social. Sin embargo, esta lógica también puede producir tensiones: al depender de la elección individual, el voluntariado corre el riesgo de ser discontinuo, personalista o instrumentalizado, más cercano a un proyecto de vida que a una ética del cuidado sostenido.
El voluntariado actual combina diferentes formas de solidaridad en un tejido social que no es ajeno a la modernidad líquida descrita por Bauman[v] caracterizada por la fragilidad de los vínculos, por el consumo de experiencias rápidas frente a compromisos duraderos y donde todo es más flexible, pero también más inestable. Las relaciones humanas se tornan superficiales y efímeras, las identidades son cambiantes, y la comunidad parece disolverse en un mar de experiencias individuales. En este escenario, el voluntariado puede ser leído de manera ambivalente. Por un lado, representa un esfuerzo por reconstruir comunidad, por establecer relaciones éticas en medio del individualismo reinante. Por otro, corre el riesgo de convertirse en una experiencia líquida más, susceptible de ser consumida por el individuo en busca de realización personal o visibilidad social. Si el voluntariado no se sostiene en una ética profunda, puede reducirse a una práctica efímera, estéticamente valiosa pero socialmente inestable. Sin embargo, incluso en su forma más superficial, el voluntariado pone de manifiesto una necesidad de vinculación y de sentido que persiste en las sociedades líquidas. La búsqueda de comunidad, aunque frágil, sigue siendo un motor fundamental en la acción solidaria.
2. Conceptualización del voluntariado
Desde finales del siglo XX, en Europa se han impulsado marcos de reconocimiento, protección y promoción del voluntariado, avances que han contribuido decisivamente a su institucionalización. La celebración del Año Internacional del Voluntariado en 2001 supuso un hito fundamental, marcando el inicio de una etapa de desarrollo legislativo y estratégico en los niveles estatal, autonómico y local, orientada a reconocer la responsabilidad pública en el fomento del voluntariado como expresión de participación social organizada, vinculada a la cohesión social y al bien común. Posteriormente, el Año Europeo del Voluntariado, celebrado en 2011, subrayó la importancia de la acción voluntaria y visibilizó la heterogeneidad que caracteriza a este fenómeno.
En el ámbito jurídico español, la Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado, define el voluntariado como el conjunto de actividades de interés general desarrolladas por personas físicas que cumplen los siguientes requisitos: a) carácter solidario; b) realización libre, sin obligación personal o deber jurídico, asumida voluntariamente; c) ausencia de contraprestación económica o material, permitiéndose únicamente el reembolso de los gastos ocasionados; d) desarrollo a través de entidades de voluntariado con programas concretos, dentro o fuera del territorio español (Ley 45/2015, art. 3). La misma norma establece que las actividades de interés general comprenden aquellas que contribuyen a mejorar la calidad de vida de las personas y de la sociedad en su conjunto, así como las destinadas a proteger y conservar el entorno.
Más allá de su dimensión normativa, el voluntariado se ha analizado como un mecanismo estructural para la construcción de comunidades cohesionadas. Una investigación realizada por el SIIS (Carcavilla, 2025), basada en la clasificación de Jopling (2020)[vi], identifica los facilitadores estructurales como las acciones orientadas a generar entornos sociales adecuados, donde la promoción del voluntariado y la creación de entornos amigables destacan como elementos esenciales (Carcavilla, 2025; Jopling, 2020). En este marco, el voluntariado se concibe como un instrumento fundamental para la articulación social y la promoción de relaciones significativas.
Desde un enfoque funcional, Carcavilla (2025: 100) define el voluntariado como un trabajo no remunerado, consciente y autoimpuesto en beneficio de otras personas, una sociedad o una organización (Elche y Cervigón, 2022)[vii]. Esta práctica puede adoptar diversas modalidades, entre las que se incluyen iniciativas de apoyo directo entre personas —grupos de autoayuda, intervenciones de pares, tutoría o padrinazgo—, actividades basadas en competencias especializadas o sistemas de intercambio de servicios como los bancos del tiempo (SIIS, 2017)[viii]. Más allá de su impacto comunitario, el voluntariado aporta beneficios individuales, como la prevención de la soledad, al facilitar el mantenimiento de conexiones sociales (Locke y Grotz, 2022)[ix]. Así, se configura como un agente fundamental en la provisión de intervenciones efectivas para la promoción de las relaciones y las conexiones sociales (Carcavilla, 2025: 100).
Los elementos clave que definen el voluntariado son la solidaridad, la libre elección, la ausencia de lucro, el compromiso en contextos organizacionales y el desarrollo de actividades orientadas a la mejora de la calidad de vida y la protección del entorno. Sin embargo, a pesar de esta sintonía en los principios generales, la práctica del voluntariado muestra una diversidad de enfoques que le confieren un carácter plural e incluso contradictorio, generando tensiones internas.
Una primera diferenciación se observa en la orientación de la acción voluntaria: asistencialismo o transformación social. El enfoque asistencialista concibe el voluntariado como una respuesta altruista a necesidades inmediatas, sin cuestionar las causas estructurales que generan dichas situaciones. En cambio, la perspectiva orientada a la transformación social entiende el voluntariado como una forma de participación política activa, capaz de fomentar el diálogo público, fortalecer la democracia y promover el cambio social, contribuyendo a la construcción de sujetos políticos y morales (Etxeberria, Ferrán y Guinot, 2021)[x].
Otra distinción relevante radica en el tipo de vinculación: individualista o comunitaria. El enfoque individualista destaca la función del voluntariado como estrategia de desarrollo personal, donde los individuos buscan satisfacer necesidades propias, como el deseo de ayudar, adquirir nuevas habilidades o mejorar su trayectoria profesional. Esta modalidad suele generar vínculos más volátiles y una menor implicación con estructuras colectivas. Por el contrario, el enfoque comunitario entiende el voluntariado como una práctica colectiva surgida de la participación ciudadana activa, orientada a fortalecer la cohesión social y a crear redes de apoyo y pertenencia. En este modelo, el voluntariado se vincula estrechamente a las comunidades y entidades en las que se desarrolla, promoviendo relaciones estables y un compromiso sostenido más allá de acciones puntuales.
Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran pilares fundamentales de las sociedades democráticas, pues generan capacidad de compromiso individual y colectivo en torno al bien común, y favorecen un estilo de gobernanza más inclusivo, basado en la incidencia ciudadana en los asuntos públicos (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021)[xi].
Desde esta perspectiva comunitaria, el voluntariado y la participación social se consideran importantes fuerzas transformadoras, que ejercen la incidencia social y política para promover mejoras en la sociedad. Alimentan la existencia de una comunidad activa y crítica y promueven la conciencia colectiva. Desde esta perspectiva voluntariado y activismo social están estrechamente relacionados (Consejo Vasco del Voluntariado, 2021).
En España, tanto la legislación como la planificación estratégica reconocen esta dualidad, combinando las perspectivas individualista y comunitaria. La Ley 45/2015[xii] apuesta por un voluntariado abierto, participativo e intergeneracional, que integra las dimensiones de ayuda y participación con una aspiración explícita de transformación social (Preámbulo), contribuyendo así al fortalecimiento de la cohesión social y al bien común.
Desde la perspectiva de la acción social, los mecanismos que producen las situaciones de pobreza, vulnerabilidad y exclusión social trascienden a las personas concretas que las sufren. Además de las circunstancias personales, los contextos comunitarios y culturales y las dinámicas estructurales de la sociedad (modelo económico, política, valores…) generan pobreza, vulnerabilidad y exclusión social a la vez que construyen las oportunidades para superarlas. La exclusión social es un fenómeno dinámico y complejo generado por vulneraciones de derechos en distintos ámbitos de la vida de las personas, combinado con el debilitamiento de los vínculos sociales y relacionales que pueden llegar hasta el aislamiento y el rechazo social (Cáritas Bizkaia, 2022)[xiii].
La acción del voluntariado en este contexto requiere de una visión amplia de esta realidad que, asumiendo su complejidad, se oriente al cambio social. El Tercer Sector de Acción Social, con 1.472.627 personas voluntarias vinculadas a las entidades que conforman el sector, es el principal espacio de participación del voluntariado social. La Ley 43/2015, del Tercer Sector de Acción Social, no define qué es el voluntariado, pero sí define a estas entidades como organizaciones que responden a criterios de solidaridad y de participación social, con fines de interés general y ausencia de ánimo de lucro, que impulsan el reconocimiento y el ejercicio de los derechos civiles, así como de los derechos económicos, sociales o culturales de las personas y grupos que sufren condiciones de vulnerabilidad o que se encuentran en riesgo de exclusión social (Art.2).
En suma, el enfoque del tercer sector de acción social sobre el voluntariado (y el de muchas de sus entidades, por ejemplo, Cáritas) incorpora una visión transformadora y comunitaria, superando los modelos más asistencialistas e individualistas.
3. Diagnóstico de situación y tendencias
Según datos de la Plataforma del Voluntariado en España, el 10,1% de la población, equivalente a más de 4,2 millones de personas, participa en actividades voluntarias. El perfil predominante es el de una mujer de entre 45 y 54 años, con empleo, nivel de renta medio-alto y residente en ciudades de más de 500.000 habitantes. Este perfil lleva más de cinco años colaborando en causas sociales, lo que refleja una tendencia de mayor implicación femenina en el voluntariado, especialmente entre los 30 y 64 años.
La población voluntaria se caracteriza por un alto nivel formativo: el 40% posee estudios universitarios y el 57% estudios secundarios. La actividad laboral no constituye un impedimento, dado que la mitad de las personas voluntarias está empleada. Por otro lado, el voluntariado es más frecuente entre pensionistas (27%) que entre estudiantes (10%). Un 7% de quienes colaboran se encuentra en situación de desempleo, y el 6% se dedica a tareas del hogar.
El ámbito más habitual del voluntariado es el social (46,85%), seguido por el socio-sanitario (17,3%), el cultural (11,9%), el educativo (10,8%) y el comunitario (10,6%). Las áreas como el ocio y tiempo libre, el deporte, el medio ambiente, la cooperación internacional y la protección civil presentan menores niveles de participación.
En cuanto al género, el estudio constata una reproducción de los roles tradicionales. Si bien la participación femenina es mayoritaria, en sectores como el ocio y la cooperación predominan las mujeres, mientras que en el deporte y la protección civil se registra una mayoría masculina.
Finalmente, un 20% de la población no voluntaria participa en actividades de solidaridad informal, lo que representa unos 8 millones de personas. Este tipo de participación es más común en áreas rurales, entre pensionistas (21,7%), personas dedicadas al hogar (19,6%) y en el grupo de edad de 45 a 54 años (21,4%). Estas prácticas, según el Observatorio del Voluntariado (2024)[xiv], fortalecen los vínculos comunitarios y pueden facilitar la transición hacia formas estructuradas de voluntariado.
En el contexto actual, el voluntariado se caracteriza por transformaciones que superan su tradicional análisis cuantitativo, revelando nuevas formas de acción detectadas por las propias organizaciones. Una de las principales tendencias es la instrumentalización del voluntariado como herramienta para la construcción de currículum personal u organizacional, visible en fenómenos como el voluntariado corporativo o las experiencias formativas. Aunque estas prácticas pueden abrir la puerta a un compromiso más profundo, también corren el riesgo de quedarse en niveles asistencialistas y superficiales, dificultando la conexión con un enfoque transformador y comunitario de la acción social.
Asimismo, se constata una vinculación esporádica y puntual de las personas voluntarias con las organizaciones, lo cual limita la posibilidad de generar sentido colectivo y pertenencia. A pesar de un incremento general de la participación voluntaria, algunas áreas muestran una disminución, particularmente entre la juventud.
Paralelamente, emergen nuevas formas de compromiso social impulsadas por jóvenes, basadas en vínculos relacionales, sensibilidad eco-social, centralidad de los cuidados, estilos de vida sostenibles y alternativas al modelo socioeconómico dominante. Estas expresiones, junto con el aumento de la diversidad en el voluntariado, abren nuevas oportunidades para renovar la acción voluntaria bajo el paradigma del cuidado (Aranguren, 2024)[xv]. Esto plantea a las organizaciones el desafío de superar una lógica centrada en la gestión de actividades, hacia modelos más coherentes con su dimensión relacional y transformadora. Sin olvidar la necesidad de reflexionar sobre cuál es el papel y la función del voluntariado en un espacio en el que la acción social se institucionaliza, la prestación de servicios se convierte en publica (o concertada con entidades del tercer sector), se profesionaliza y se regula.
4. Reflexiones finales: retos del voluntariado
El voluntariado debe ser una manera de dar sentido a nuestras acciones sociales y, a la vez, de responder a carencias y vacíos relacionales en nuestros entornos, siendo también fundamental en la toma de conciencia de las situaciones de mayor vulnerabilidad y respondiendo, socialmente, ante ellas. Si queremos que el voluntariado asuma este rol social clave, deberemos ser capaces de afrontar algunos de los desafíos que están limitando su expresión o crecimiento.
Cáritas Bizkaia (2023)[xvi] ha reflexionado sobre los retos a los que se enfrenta la entidad y que puede hacerse extensible a todas aquellas organizaciones que cuentan con una importante y valiosa aportación de personas voluntarias. El documento identifica diversas cuestiones de carácter estructural y adaptativo que requieren atención prioritaria. La progresiva elevación de la media de edad del voluntariado pone de manifiesto la dificultad para convertirse en alternativa de participación para las personas jóvenes, lo que exige repensar las estrategias de atracción y establecer vínculos más sólidos con espacios no tradicionales e intergeneracionales.
Asimismo, la creciente diversidad y la flexibilización en las formas de compromiso voluntario plantean a las organizaciones el desafío de adaptarse a nuevas dinámicas sin renunciar a su identidad fundacional. El voluntariado actual se configura de manera más plural, con motivaciones diversas y una preferencia por formas de participación menos permanentes. En este sentido, resulta imprescindible diseñar propuestas que contemplen distintos niveles de implicación y favorezcan experiencias iniciales de acercamiento, así como gestionar adecuadamente la heterogeneidad de perspectivas, valores y expectativas.
Otro eje fundamental es el relativo al acompañamiento y la formación del voluntariado. Garantizar un itinerario formativo adecuado, que combine competencias técnicas con una profundización en los valores e identidad institucional, es esencial para fortalecer el compromiso y la eficacia de la acción voluntaria. Ello exige también clarificar los límites entre las funciones del voluntariado y las responsabilidades del personal profesional, evitando tanto la confusión de roles como la tendencia hacia una profesionalización impropia del voluntariado. En consecuencia, simplificar procedimientos, clarificar funciones y distinguir adecuadamente entre tareas voluntarias y profesionales se revela como una estrategia clave para revitalizar el compromiso.
Finalmente, el contexto social contemporáneo, marcado por cambios profundos en los vínculos comunitarios y por la multiplicación de iniciativas solidarias de diversa índole, interpela a las organizaciones a redefinir su papel y a promover sinergias con otras entidades del tercer sector, así como con instituciones públicas y privadas. Esta apertura a la colaboración interinstitucional puede convertirse en una vía privilegiada para incrementar el impacto social y favorecer una mayor sostenibilidad de la acción voluntaria.
En definitiva, lejos de ser un fenómeno marginal, el voluntariado se ha convertido en un síntoma y un reflejo de las tensiones de la modernidad: entre comunidad e individualismo, entre responsabilidad y consumo, entre solidaridad profunda y gestos pasajeros. Más que una contradicción, esta ambivalencia puede ser vista como una oportunidad: el voluntariado tiene el potencial de articular nuevas formas de vínculo social, capaces de responder a los desafíos éticos y sociales de nuestro tiempo. Más que un simple acto de ayuda, el voluntariado constituye un espacio de articulación entre el yo y el otro, entre lo individual y lo colectivo, entre la fragilidad y la esperanza. Su ambivalencia no debe ser motivo de desconfianza, sino una invitación a fortalecer su potencial de transformación social. Para ello es clave el papel que puede desempeñar el voluntariado en la construcción de marcos relacionales que favorezcan las dinámicas solidarias y la construcción de comunidad en una modernidad tardía caracterizada por las incertidumbres y por el riesgo de que se imponga el individualismo y el aislamiento social.
Bibliografía
[i] Paugam, S., 2012, “Protección y reconocimiento. Por una sociología de los vínculos sociales”, en Papeles del CEIC, vol. 2012/2, nº 82, CEIC (Centro sobre la Identidad Colectiva), http://www.identidadcolectiva.es/pdf/82.pdf Universidad del País Vasco
[ii] Fantova, Fernando (2024). Las políticas sobre soledad y su relación con el bienestar emocional, la conexión comunitaria y la inclusión social. https://www.fantova.net/2024/02/19/las-politicas-sobre-soledad-y-su-relacion-con-el-bienestar-emocional-la-conexion-comunitaria-y-la-inclusion-social/
[iii] Carcavilla, Ainhoa (2025). Experiencias y buenas prácticas para una sociedad cohesionada, Zerbitzuan 84, pp. 85-103
[iv] Beck, U., & Beck-Gernsheim, E. (2003). La individualización. El individualismo institucionalizado y sus consecuencias sociales y políticas. Paidós.
[v] Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
Bauman, Z. (2003). Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Siglo XXI Editores.
[vi] Jopling, Kate (2020). Promising approaches revisited: effective action on loneliness in later life, s.l., Campaign to End Loneliness. https://www.campaigntoendloneliness.org/wp-content/uploads/Promising_Approaches_Revisited_FULL_REPORT.pdf
[vii] Elche, María Dionisia y Cervigón, Raquel (coord.) (2022): El voluntariado como medio para mejorar la calidad de vida de los mayores. Guía innovadora para formadores, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, https://ruidera.uclm.es/items/cc1bb594-b240-43c5-ae92-d343e9a1c5b7
[viii] SIIS. Centro de Documentación y Estudios (2017). Activación comunitaria y solidaridad vecinal. Tendencias y buenas prácticas. San Sebastián. Diputación Foral de Gipuzkoa. https://www.siis.net/es/investigacion/ver-estudio/532/
[ix] Locke, M. y Grotz, J. (eds) (2022). Volunteering, research and the test of experience: A critical celebration for the 25th anniversary of the Institut for Volunteering Research, s.l., UEA, Publishing Project.
[x] Etxeberria, Bakarne; Ferrán, Ane y Guinot, Cinta (2021). Ciudadanía vasca feliz: bienestar personal y participación ciudadana en la CAE, en: María Silvestre Cabrera (coord..). Valores para una pandemia: la fuerza de los vínculos, Síntesis.
[xi] Consejo Vasco del Voluntariado (2021). Estrategia Vasca de Voluntariado 2021-2024. Gobierno vasco. https://www.euskadi.eus/estrategia-vasca-del-voluntariado-ano-2021-2024/web01-ejeduki/es/
[xii] Ley 45/2015, de 14 de octubre, de Voluntariado.
[xiii] Caritas Bizkaia (2023). Reflexión sobre el papel del voluntariado y del profesional en el Modelo de Acompañamiento Integra (MAI) en Caritas Bizkaia. Coordinación de la intervención. Documento de trabajo.
[xiv] Observatorio del voluntariado. Plataforma del voluntariado en España (2024). Barómetro del voluntariado. La acción voluntaria en España en 2024.
[xv] Aranguren, Luis (2024). La nueva hora del voluntariado, Corintios XIII, 192.
[xvi] Caritas Bizkaia (2023). Definiendo una estrategia de voluntariado para Cáritas Bizkaia, Consejo Diocesano de Cáritas Bizkaia, 2023. Documento de trabajo.