Mirar lo que viene y construir futuro desde la acción voluntaria
Clara Sánchez Canas y José Luis Graus Pina. Equipo Desarrollo Organizativo Cáritas Española.
El texto destaca la necesidad de repensar la acción voluntaria en un contexto de cambio e incertidumbre. Aboga por no caer en visiones pesimistas ni aferrarse a viejos esquemas, sino abrirse a nuevos paradigmas que reconozcan la complejidad y la diversidad. Propone cuestionar la práctica voluntaria, adaptándola a nuevas realidades y desafíos, y subraya que el voluntariado debe centrarse en la transformación social. Llama a construir redes solidarias y ciudadanía activa, promoviendo la participación y la cooperación para afrontar los retos actuales.
Estamos en un cambio de época, así de radical se muestra Luis Aranguren en su libro Fraternidades a la intemperie[i]. Esto que, efectivamente, parecen palabras mayores, la realidad se está empeñando en ayudarnos a entenderlo de mil maneras posibles. Muchos son los acontecimientos que nos invitan a movernos de nuestra baldosa, a salir de nuestras zonas de confort, de seguridad y a mirar con atención lo que viene.
La primera tentación es hacer una lectura fatalista o pesimista de lo que ahora nos va aconteciendo. Nos resulta más fácil imaginar el colapso que la utopía. Lo primero lo vemos como inevitable y lo segundo como imposible. Parte de esto tiene que ver con el miedo que nos genera la incertidumbre, y mucho de lo que sucede ahora tiene que ver con la incertidumbre, con el no saber, con no tener toda la información necesaria o tener una información imprecisa para dar el siguiente paso.
La segunda tentación es recurrir a lo que sabemos, a lo que conocemos, a lo que nos da confianza para responder a los retos que este momento histórico nos va presentando. Y, si algo estamos comprobando, es que lo que nos va aconteciendo cada vez entra con más dificultad en los parámetros establecidos que hemos adquirido de momentos históricos anteriores.
Y la tercera tentación es pensar que un único relato, que un único discurso, va a explicar y dar respuesta a la realidad que día a día no deja de sorprendernos. En la actualidad, muchos son los relatos que tratan de explicar la realidad desde diferentes lugares, por lo que quedarnos con una única mirada no nos va a ayudar. En un mundo complejo como el que nos ocupa, debe promoverse una mirada habituada a la complejidad.
Ponernos en cuestión…
Para afrontar este momento sin permitir que las tentaciones citadas nos marquen el camino a seguir es importante que podamos avanzar por procesos y por paradigmas poco transitados hasta ahora y que nos hagamos algunas preguntas, entre otras: ¿Qué papel puede jugar el voluntariado en esta nueva realidad? ¿Están preparadas las entidades del tercer sector para afrontar este nuevo momento? ¿El voluntariado puede aportar valor a una configuración de ciudadanía responsable?
Así, la primera invitación es atrevernos a ponernos en cuestión a nosotras mismas y a las entidades en las que participamos de un modo u otro. En este camino propositivo no se trata de dejarnos permear por los discursos negativos, por ofrecer lo nuestro como lo único válido, cuando no, como lo único bueno. Se trata más bien de mirar al futuro desde una perspectiva esperanzada que puede reconocer lo que emerge, aunque sea pequeño; de dialogar con el diferente, con lo distinto, con la diversidad, en busca de ese camino hacia lo común.
Ponernos en cuestión es aceptar con gratitud lo que nos ha traído hasta aquí: tiempos de compromiso sólido, de militancias a pesar de casi todo, de barricadas, de conquista de la democracia, al tiempo que reconocemos que todo eso ya no nos puede acompañar en el futuro que se va dibujando.
Esto implica poner en cuestión la realidad del voluntariado como la hemos ido conociendo hasta ahora y tratar de aventurar una mirada más allá.
Ponernos en cuestión implica tomar conciencia de que el voluntariado está en lugares en los que quizás no pueda, no quiera o no deba estar. No podemos ignorar que nos encontramos ante un tercer sector cada vez más empresarializado y profesionalizado en el que el voluntariado ocupa un lugar muy determinado, generalmente vinculado al mundo de la tarea y de la práctica concreta.
Ponernos en cuestión implica tener la disposición de ensanchar los horizontes y los límites que nos han traído hasta aquí. La globalización es un fenómeno paradójico: por un lado, nos ha mostrado que hay realidad más allá del alcance de nuestra mirada, pero, por otro, nos ha puesto el mundo demasiado cerca y nos ha hecho pensar que podemos conocerlo todo, que todo está a golpe de clic. Estamos en un mundo inabarcable, inaprensible. Solo podemos acceder a una parte del mismo, aunque es cierto que nuestra conciencia puede ganar cada vez en más globalidad.
Por tanto, a la hora de construir el futuro es necesario que los epicentros cambien. No tanto nuestras convicciones, nuestras reflexiones, cuanto una realidad nueva que está emergiendo y a la que tenemos que prestar mucha atención. Ahí el voluntariado puede tener un juego propicio para imaginar nuevas realidades, nuevos vínculos, nuevos espacios que surjan, pero también propicien el encuentro y una nueva relacionalidad, una nueva ciudadanía basada en la cooperación y la transformación.
Palabras que nos explican
Partimos de la convicción de que el voluntariado es un medio, un instrumento. No es un fin en ningún momento. No podemos olvidar que el fin tiene que ver con la mejora de las situaciones de tantas personas vulneradas que no pueden tener un lugar digno en nuestra sociedad. Por tanto, es necesario acudir a aquello a lo que el voluntariado apunta y desde ahí tratar de releer, de redefinir, de actualizar el nuevo momento que enfrenta este medio.
El voluntariado y su acción tienen como finalidad la transformación de la sociedad y de la realidad en la que se mueven. Esta transformación se produce porque existe una situación deficitaria que influye directamente sobre personas y comunidades. Muchos informes y muchas entidades nos explican la realidad, nos indican lo que no funciona de la misma y, ante eso, se nos reclama la respuesta. Es necesario el cambio, la transformación, para que la realidad de las personas más vulneradas pueda mejorar.
Dicha transformación está sostenida en una corriente de solidaridad que emerge desde diferentes afluentes:
- el antropológico, pues sin duda la solidaridad reside en lo más profundo de las personas. Basta ver la reacción que tenemos personal y colectivamente ante cualquier tragedia, surge de forma cuasi espontanea ponerse en pie y hacer algo.
- Existe también el afluente psicológico. La relación que las personas tenemos con la necesidad y las situaciones que ésta produce encuentran acomodo en nuestra psique. La relación con la necesidad y con las personas que no pueden satisfacerlas de modo natural nos lleva a querer ayudar, a poner algo de nuestra parte para que las cosas puedan cambiar. Podríamos decir que somos personas ayudadoras por naturaleza.
- Existe también el afluente social, relacional, comunitario de la solidaridad. En este, la solidaridad se redimensiona, se reubica desde lo común. Las respuestas ante las situaciones adversas no se dan solo desde el yo, sino que sobre todo se dan desde el nosotros.
- Por último, el afluente de la moral y la ética, del valor y del comportamiento. Tiene la solidaridad una dimensión profunda y otra más práctica y concreta en comportamientos que necesariamente se necesitan e interpelan: la solidaridad no solo radica en convicciones, sino que también lo hace en comportamientos y eso hace que el propio concepto quede enmarcado en un lugar determinado.
Los caminos asistenciales van quedando cada vez más enmarcados en contextos más amplios en los que la participación va dotando de sentido a la acción voluntaria. Estamos transitando, como sociedad en conjunto, desde sus diferentes estamentos, del hacer para al hacer con. Es un tránsito que reclama mucho de las personas, pues el hacer con incide plena y directamente en la transformación a la que antes aludíamos. La pedagogía de la participación aparece cada vez de un modo más esencial en la realidad del voluntariado, pone en crisis modelos de intervención en los que se subestiman el valor y la potencia de todas las personas y pone en crisis un modelo de ayuda pública y privada sustentado en la unidireccionalidad del que da y del que ayuda.
Esta participación sin duda construye ciudadanía y promueve cohesión social. La acción voluntaria como herramienta de transformación no acaba en sí misma, se despliega hacia una realidad mejor. Una ciudadanía más implicada, corresponsable, propositiva es elemento clave para construir nuevas sociedades y realidades políticas en las que la vulneración de derechos no sea un elemento significativo y significante de éstas.
Esto pasa por el compromiso real de personas concretas que de un modo generoso y altruista deciden poner su tiempo, competencias y saberes al servicio de la transformación social.
Estos son los términos que deberían estar presentes en la vertebración de la acción voluntaria y del voluntariado en los años que nos vienen, en el cambio de época en el que nos estamos ubicando cada vez de un modo más claro.
Ahora bien, ¿estos términos van a ser comprendidos y, por tanto, definidos de la misma manera en la que actualmente se comprenden y definen? Cuando hablamos de solidaridad, de compromiso, de ciudadanía, participación… ¿todas estamos hablando de lo mismo?
¿Palabras que nos explicarán?
Hace ya muchos años, Peter Drucker decía en su obra Management: Tasks, Responsibilities, Practices que “lo difícil e importante no es encontrar las respuestas correctas, sino encontrar la pregunta adecuada. Ya que hay pocas cosas tan inútiles, incluso peligrosas, como la respuesta correcta a la pregunta equivocada”.
Estamos viendo que en este mundo que cambia tan rápido los paradigmas que lo explican y lo aprehenden también cambian. Por eso, nuestro reto no es tanto preguntar al futuro, a lo que emerge, desde nuestro presente, sino desde una realidad en tránsito que también va emergiendo y cambiando. Intentaremos pues, hacer las preguntas adecuadas.
La rapidez con la que todo se va moviendo requiere de nosotras, personal y estructuralmente, una agilidad y una flexibilidad para la que no siempre tenemos preparación y herramientas. Las construcciones sólidas que hasta ahora construíamos y nos configuraban nos reclaman un tiempo del que quizás no disponemos.
Durante muchos años, desde el voluntariado y las entidades del tercer sector, hemos tratado de responder al todo de lo que acontece y eso ha reclamado procesos largos de reflexión, de debate. Quizás sin perder la vocación de absoluto, podríamos centrarnos más en trabajar desde la parte. Intentaríamos, desde la parte, acceder a la mayor parte posible del todo.
El riesgo de este planteamiento tiene que ver con la fragmentación. No se trataría tanto de configurar o alimentar la fragmentación, sino de trabajar desde una parte que se sabe, reconoce y siente integrada en un todo.
Evolución, cambio, transformación. Hasta ahora la acción voluntaria ha tenido que ver sobre todo con la transformación social y el cambio personal. En este mundo que evoluciona rápidamente, ¿seguirá siendo así? Parecería que los procesos de aislamiento e individualización que se hacen muy presentes en las sociedades neoliberales pueden condicionar dicha acción reduciéndola al ámbito de la atención y el cuidado de personas vulneradas. Con la globalización y los procesos de carácter macroestructural, da la sensación de que la transformación social queda más alejada del alcance de nuestra acción.
Y aquí es curioso observar la distinción conceptual que comienza a emerger en algunos ámbitos: hablamos de voluntariado cuando lo que parece predominar es la atención a las personas y de activismo cuando se pone el acento en la incidencia política. ¿Es necesario hacer esta distinción?, ¿qué puede haber detrás de ella?
Observamos que entre los movimientos que se reconocen como activistas, el voluntariado aparece como algo blando, muy centrado en la atención a las personas, pero sin poner en cuestión el sistema. ¿Este es el camino en el que se debe circunscribir la acción voluntaria? La regulación establecida por medio de las diferentes leyes de voluntariado, tanto estatales, como autonómicas, parecen apuntar en esa dirección. La legislación, las normas y reglamentos, alimentan, sin duda, el orden, la claridad, la universalidad, pero, al mismo tiempo, también el riesgo de encorsetar, de controlar lo que sucede, es amplio.
Al menos reflexivamente deberíamos atrevernos a pensar y a transitar los límites de la realidad del voluntariado. Siendo necesario el marco legal, este no debería impedir que una realidad viva y dinámica como es la del voluntariado quedara incluida en unas lindes en las que el margen de maniobra y de innovación global quedara reducido a la mínima expresión.
Cuando acontecen fenómenos extraordinarios como los que nos visitan últimamente (covid, volcán de La Palma, Dana en Valencia) podemos constatar algunos elementos que nos interpelan:
- La solidaridad se confirma como una realidad muy presente en nuestra sociedad y las personas que la conforman. Hay una reacción espontánea de querer ayudar, de querer ser útiles en contextos de dificultad.
- Las entidades no estamos preparadas para acoger, ni en fondo ni en forma, estos movimientos con la agilidad que precisan tanto la realidad, como las personas.
Sin entrar a hacer juicios de valor, no es momento de moralizar, constatando meramente los acontecimientos, podríamos intentar hacernos preguntas acertadas y grandes que, en realidad, ya hemos ido lanzando, pero a las que cabría sumar otras:
- ¿Esa capacidad de movilización personal y social solo se produce ante emergencias?
- ¿Podemos trabajar de alguna manera para que esos torrentes de solidaridad puedan expresarse cotidianamente en situaciones tan graves como las producidas por estos fenómenos, pero más silenciosas en su expresión?
- ¿Las entidades necesitamos revisar nuestros sistemas organizativos para ver qué posibilidades y mecanismos de adaptación tenemos?
Pero con esto solo abordamos un aspecto importante de la realidad, aquel que tiene que ver con lo sobrevenido, con lo extraordinario. ¿Qué sucede con la pobreza estructural que se construye en nuestras sociedades? ¿Qué ocurre con los niveles de precariedad crecientes en ámbitos esenciales tales como la vivienda, el empleo, los movimientos migratorios? ¿Qué ocurre con el dolor y el sufrimiento social que cada vez están más presentes?
Necesitamos respuestas emergentes. Necesitamos que el voluntariado pueda acercarse de un modo fresco y nuevo a estos aspectos para poder ser respuesta y propuesta hábil y eficaz.
Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo pequeño. Es una clave que quizá pueda ayudarnos a imaginar cosas distintas. El pensamiento local integrado e integrador debería impulsarnos a construir nuevas realidades. Reducir los espacios, los escalones entre los lugares de toma de decisiones y la realidad. Atrevernos a imaginarnos cosas pequeñas con aspiración de globalidad.
Necesitamos la transformación contagiosa, desde lo relacional. Está claro que todo el tema de lo virtual, internet, redes sociales, tecnología, inteligencia artificial… está poniendo en cuestión nuestros modelos tradicionales de relación. Lo presencial se está viendo cuestionado, estresado, por otros modelos que, en mi opinión, no se contraponen, sino que pueden complementarse con un gran potencial de acción. Desde el voluntariado podemos buscar nuevos sistemas de relaciones que, sin perder la humanidad, puedan establecer nuevas redes, nuevas colaboraciones. El voluntariado puede favorecer la construcción de nuevos tejidos sociales que, estando cerca, muy cerca de la realidad, puedan imaginar futuros posibles y mejores.
Necesitamos la transformación contagiosa, desde la ciudadanía. Un voluntariado desde lo pequeño, con un modelo de relaciones profundo y sano, sin duda puede ser generador de nueva ciudadanía y, por tanto, de políticas posibles, mejores, al servicio de lo común, con ánimo de responder los retos mejor que las que actualmente nos acompañan.
El voluntariado que podemos dibujar no empieza ni acaba en sí mismo. Empieza para los demás y acaba con ellos. Desde ahí se puede dibujar un voluntariado como correa de transmisión (no es la única) que puede movilizar los mecanismos sociales esenciales para provocar una nueva realidad.
Algunas claves para el futuro inmediato…
Corremos el riesgo de que lo dicho hasta ahora se quede en palabras, más o menos bonitas, más o menos acertadas, más o menos inspiradoras, pero palabras, a fin de cuentas. Intentamos ahora desgranar dos claves que puedan ayudarnos a construir el nuevo momento del voluntariado.
La primera es la de cambiar nuestros lugares de pensamiento. No podemos pensar desde los lugares físicos o conceptuales de siempre. Debemos aventurarnos a lugares diferentes. Cambiar nuestras atalayas de observación y análisis por los lugares en los que la realidad sucede. El criterio de discernimiento no somos nosotros, ni tan siquiera lo que hasta ahora nos ha sostenido. Piensa también con los pies, que decía Pedro Casaldáliga.
La segunda clave tiene que ver con los sujetos del pensamiento. En este momento no nos toca pensar solos. Nos toca pensar con otras personas, con otras entidades, con otras realidades. La construcción colectiva, el diálogo compartido, la reflexión común, sin duda podrán ofrecernos perspectivas que por nuestra cuenta no podemos acceder. La conciliación entre identidad y comunidad es fundamental. Para esto puede ayudarnos a contemplar cómo los grandes objetivos son compartidos por muchas personas.
[i] Aranguren Gonzalo, L. (2024). Fraternidades en la intemperie. Vínculos que cuidan. Zaragoza: Khaf (Edelvives).