Con voz propia

La construcción de sentido

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Joan Subirats

Catedrático Ciencia Política UAB

 

 

La gran sacudida generada por la pandemia global ha acelerado procesos de cambio que ya se habían iniciado, alterando ritmos de adaptación y transición. En algunos casos, ha sido muy visible (teletrabajo, compra on line, cierre de comercios en decadencia…). En otros, la restructuración en marcha se ha consolidado e incrementado (precariedad y alto ritmo de sustitución laboral, automatización de procesos, uso generalizado del big data…). Pierde peso el factor humano al devaluarse su contribución a los procesos productivos.

En los próximos años, uno de los elementos clave en ese proceso de transformación será la capacidad de los sistemas políticos de mantener la significación de la contribución humana en las dinámicas de inteligencia artificial, machine learning y automatización generalizada en las que estamos ya entrando de manera acelerada. Si solo hablamos de innovación y no de progreso, de desarrollo humano, de mejora del bienestar colectivo, estamos dejando de lado el factor humano, la construcción de sentido que toda innovación debería contener para no ser solo algo que mejore cuota de mercado o rentabilidad de un fondo de inversión.

La capacidad sustitutoria de la Inteligencia Artificial aplicada a procesos de todo tipo parece no tener límites. Más allá de los trabajos de bajo valor añadido, de carácter mecánico o repetitivo, lo significativo es su impacto en procesos de notable complejidad como, por ejemplo, los diagnósticos médicos, los procesos de asesoría legal o labores que requieren grados de sofisticación que parecían muy alejados de lógicas maquinales, como los cuidados a personas mayores o enfermos. La cuestión no está tanto en qué trabajos están a salvo de las dinámicas de sustitución puestas en marcha, sino más bien de cuál es la especificidad de la aportación humana en este nuevo escenario. Las máquinas tomarán decisiones basadas en experiencias anteriores, en su capacidad de procesar de manera mucho más rápida que cualquier cerebro humano las alternativas posibles de solución y en su capacidad de aprendizaje y de contraste con lo que vaya aconteciendo, variando así sus puntos de partida. Pero, muchos de estos procesos concluyen en decisiones a tomar que deberían formar parte de lo que se entienda como correcto, como formando parte del sentido comúnmente aceptado en una comunidad concreta y en un momento dado.

Lo que, por tanto, resulta clave es entender si la dinámica de relación persona-máquina es complementaria o existe una lógica de subordinación. La complementariedad puede enriquecer las tareas a realizar y, al mismo tiempo, puede hacer más difícil deslocalizar la creatividad e innovación a otro lugar. Hemos de ser conscientes que estamos asistiendo en vivo y en directo a un cambio de estatuto de las tecnologías digitales. Los avances en inteligencia artificial demuestran la creciente capacidad de afrontar situaciones y problemas que van más allá de nuestra tradicional relación con las máquinas. Estamos entrando en situaciones en las que los sistemas computacionales más avanzados son capaces de decirnos qué es lo correcto, cuál es la verdad. Y ello no es casual, sino que parte de los criterios de construcción del nuevo conglomerado maquinal: que se parezca a los humanos en su razonar, analizando alternativas, contrastando hipótesis, estableciendo diagnósticos, escogiendo la mejor opción a partir de los criterios de valor previamente elegidos. Y, a partir de todo lo cual, su enorme capacidad de cálculo y su capacidad de aprendizaje le permitirán ir más allá de lo que sus creadores habían previsto, sin que ni ellos mismos sean capaces de explicar ni la razón ni el itinerario por el cual se ha llegado a una decisión final.

Las potentes facultades de las máquinas les permiten desde sugerir conductas, hasta decidir entre alternativas u obligar a que la conducta de las personas se adapte a lo que se entiende como correcto (como ya sucede en ciertos sectores donde los gestos concretos a hacer vienen predeterminados y son controlados de manera precisa). Ese establecimiento de las conductas correctas tienen además el añadido de obedecer a criterios básicamente utilitaristas, destinados a conseguir mayor eficiencia en los procesos específicos.

La dinámica de aceleración constante que tiene la vida contemporánea viene determinada por esa lógica de progreso indefinido, de destrucción creativa, que es más que nunca la lógica del capitalismo de la innovación tecnológica, conservando la dinámica hype (dirigida a alimentar un consumo contante basado en expectativas renovadas) y manteniendo las desigualdades sociales que se vayan generando fuera del campo de visión y de interés de la innovación. En esa lógica, la dinámica impuesta por la tecnología de la inteligencia artificial reduce al mínimo el tiempo humano de la comprensión y de la reflexión, del aprendizaje individual y colectivo, poniendo en duda, en definitiva, la capacidad de decidir libremente.

Lo que necesitamos reivindicar de la inteligencia humana colectiva no es únicamente la posibilidad de llegar al máximo de capacidad de raciocinio a partir de unos parámetros predeterminados y de un constante desafío consigo mismo. Lo que resulta insustituible es precisamente la pluralidad de subjetividades, la contradicción entre distintas perspectivas, distintos sistemas de valores, distintas inteligencias. Es en ese quehacer colectivo y plural desde dónde surge la capacidad de superar algo tan humano como la incertidumbre y la búsqueda de soluciones comúnmente aceptadas. Dando un sentido a lo que se decide y se hace. Es pues en la construcción de sentido dónde tenemos gran parte de los dilemas políticos y democráticos de esta nueva época.

 

Número 8, 2021