El reto de la participación en las organizaciones del tercer sector
Por Paco Aperador
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Palabras clave: empoderamiento, participación, poder, tercer sector
Equipo de Inclusión de Cáritas Española
Las siguientes líneas deben entenderse como el resultado de ordenar una serie de aprendizajes y reflexiones amasadas colectivamente, surgidas a partir de la experiencia de agentes valientes que se deciden a aprender desde la praxis. Por otra parte, esta reflexión se circunscribe a la experiencia vivida dentro de la dinámica institucional de Cáritas. Intentaremos formular las ideas con la intención de que sean lo más extrapolables, útiles, aplicables y compatibles que sea posible, pero siempre con la humildad y realismo de que no son afirmaciones universales ni axiomas indiscutibles.
Además, quien redacta en esta ocasión es apenas un facilitador que no habla en primera persona porque no tiene el pie en la calle; su función precisamente es acompañar experiencias, ponerlas en relación, catalizar procesos de reflexión colectivos induciendo pensamiento desde el trabajo que hacen otros [1].
Habida cuenta que otras compañeras están escribiendo artículos que confluyen en su temática con éste, intentaré centrarme en la idea que expresa el título que me han propuesto; el sentido de reto: ¿qué nos estamos jugando las organizaciones del tercer sector cuando hablamos de participación?, ¿se trata de una moda?, ¿más bien es una estética, unas formas o estilos a incorporar? Hacernos estas preguntas y responderlas con honestidad de manera continuada puede resultar trascendente para nuestros equipos e instituciones. De lo contrario, probablemente nos estemos perdiendo algo que no es nada secundario.
La primera reacción inconsciente ante un reto suele ser intentar evitarlo, disimularlo, obviarlo, ningunearlo o mirar para otro lado. Y esto no expresa necesariamente miedo o inmovilismo; puede ser también pragmatismo, inercia, predominio de lo urgente sobre lo importante.
Pero, en cualquier caso, vale la pena detenernos un poco a describir aquellas trampas que curiosamente nos ponemos nosotros mismos y detienen u obstaculizan nuestros pasos decididos hacia la participación. Son respuestas o excusas fáciles que nos ahorran complicaciones. Estas auto-trampas las podemos reconocer porque empiezan con la frase: Eso de la participación está muy bien, pero…
En un taller, Emilia decía: Cuando me preguntan ¿tú eres participante?, yo respondo: No lo sé. Lo que sé es que ahora estoy participando. Cuando me preguntan en el barrio ¿tú estás en Cáritas? Yo les respondo: No, yo participo en Cáritas.
Es un verbo, no un sustantivo. No es lo mismo hablar de participación, que hablar de yo participo, tú participas, él participa, nosotras estamos participando. En las organizaciones sociales, en ocasiones, tenemos un tic consistente en considerar que el primer paso para cualquier cosa que emprendamos conjuntamente es aclararnos qué entiende cada uno por el tema en cuestión. Nos remitimos inicialmente al concepto, a la construcción abstracta, y si es preciso debatir, invertimos el tiempo que haga falta, porque el para mí, no es exactamente igual que el para ti. Y desde ahí, ya aplicamos y medimos la vida con esa vara que nos aporta criterio y seguridad. Creo que esta secuencia no siempre funciona.
Intentemos en estas líneas adoptar otro método. Tomemos como punto de partida, no el concepto, sino la acción que se da en la realidad. De entrada esto nos lleva a diferenciar dos preguntas o puntos:
Por motivos de extensión y en orden de priorizar contenidos, dejaríamos para otra ocasión el abordaje de esta segunda pregunta.
Para que no nos deslumbre el palabro, el concepto, entremos a la casa dando un rodeo.
Utilicemos indicadores que nos hablen acerca del proceso, de lo que estamos logrando o no.
No encallemos dilucidando si esta práctica o aquella son real y auténticamente participativas, luego de someterlas a un modelo teórico o conceptual.
En las organizaciones de intervención social hacemos muchas cosas, pero si tuviéramos que resumir o concentrar en una frase nuestra misión sería la de acompañar a las personas en situación de pobreza y exclusión en sus procesos de construirse como sujetos para el acceso a derechos que les son vulnerados.
Es cierto que los derechos nos corresponden por el hecho de ser persona. Pero, a la vez, diríamos que ser sujeto de derechos contiene también un sentido procesual. Vamos ejerciendo como sujetos de derechos.
Soy sujeto o, mejor, me voy construyendo como sujeto, contestando preguntas similares a estas:
Y estas preguntas, o similares, aplican no solo en el plano personal, sino también en el social-comunitario y en el vecinal-ciudadano.
Nuestro acompañamiento, con nuestras actuaciones, decisiones, relaciones, tendrá siempre consecuencias que ganen terreno hacia la autonomía o bien, en sentido contrario, hacia la dependencia. La participación es el camino por el que transitamos en una dirección o en otra.
4.1. Hacia unos indicadores de participación
A lo largo de estos años, en diferentes espacios de encuentro, diálogo y reflexión compartida realizados entre personas participantes hemos recogido como resultados de los diálogos, diferentes expresiones de vivencias que constituyen guías, elementos que muestran por dónde. Podríamos señalarlos como indicadores, señales en el camino, aquellas expresiones compartidas, en las que coincidimos, marcan el territorio en donde podemos hablar de participación.
Formulado de otra manera, en nuestra organización de intervención social, podemos saber en qué medida las personas que acompañamos están participando si…
– Nos hace felices. Nos aporta una sensación agradable que podemos nombrar como reconocimiento, valoración, respeto, empoderamiento,…
– Nos hace crecer. Aumenta mi autoestima, mi confianza, el autocontrol y la seguridad en uno mismo.
– Nos situamos de manera diferente. Facilita el “sentirse parte”, el sentido de pertenencia al grupo. También facilita el sentirse uno más en la sociedad.
– Descubrimos que la gente tiene ganas de participar.
– Vemos más clara la diferencia de trabajar “CON” y no “PARA”.
– Hay que crear vínculos. Solo así descubrimos las capacidades y las potencialidades que todos y todas tenemos.
– Hemos redescubierto valores como el respeto, la empatía, la responsabilidad, la dignidad propia y de los demás.
4.2 ¿Cuáles son los nudos, los puntos sensibles que pueden determinar si avanzamos o retrocedemos?
– Ayuda el tener una mente abierta: flexibilidad. No ayuda la resistencia a los cambios.
– Ayuda la convicción, el entusiasmo, la ilusión; el compromiso con pasión: una actitud de pensar en positivo. No ayuda la comodidad o el conformismo.
– Ayuda preguntarnos por nuestros miedos; miedos por sentimiento de fracaso, desconfianza por alguna experiencia pasada, ¿hasta dónde vamos a llegar con esto de la participación?, ¿y si el grupo no responde?
– Ayuda una actitud de soltar el control; ceder poder; ver al otro como un igual. No ayuda una actitud protectora, cargar con las mochilas que no son mías, que son de otros; ese paternalismo, ese asistencialismo.
– Ayuda saber ver las capacidades del otro, conocerlas y reconocerlas, respetar y acercarnos a la diversidad de culturas, costumbres y creencias.
– Ayuda la paciencia, respetar el ritmo de los procesos de los otros. No ayuda el exceso de ganas de hacerlo yo; la costumbre de marcar pautas; las prisas; una acción unidireccional.
– Ayuda una relación bidireccional, la proactividad que genera vínculos, crear puentes, el ejercicio de la escucha, el respeto, la empatía, la humildad.
– Ayuda celebrar juntos, la ayuda mutua, contagiarnos la motivación.
– Ayuda sentirse miembro activo, tener un objetivo común y construir entre todos, con corresponsabilidad.
Una lectura de este punto, desde una actitud dispuesta a remangarse, puede encontrar en los diferentes epígrafes, todo un check-list listo para confrontar con nuestra experiencia o práctica de promover la participación de las personas a las que atendemos.
Pero cabe añadir una reflexión más, partiendo de las aportaciones/conclusiones literales de las personas participantes. Un indicador más a tener en cuenta que nos refiere a una dimensión un poco más globalizadora, integradora de todo lo anterior.
La inseguridad nos lleva a la impotencia, y la impotencia nos impide participar. Pero hemos descubierto que los problemas que surgen los podemos superar, juntos y juntas.
Todos tenemos autoridad, que se reconoce cuando existe confianza, dignidad y respeto.
PARA TRANSFORMAR HAY QUE PARTICIPAR
4.3. Y ¿qué pasa con la apuesta que debe hacer la institución, la estructura, la organización?
Avanzar o retroceder en cuanto a la participación de las personas a las que acompañamos, requiere de apuestas institucionales. Aquí se juega la diferencia entre lograr transformaciones en nuestros modelos de intervención social o simplemente buenas, pero exóticas prácticas que merecerán el aplauso y la admiración, pero que no podrán replicarse.
Para participar es preciso crear espacios y oportunidades para la escucha: somos y nos hemos sentido parte, por eso es importante generar espacios de participación.
Las organizaciones de acción social caeríamos en un grave error si entendiéramos el reto de la participación como algo parecido a alcanzar niveles de excelencia en nuestra intervención. No es algo opcional, un estándar de calidad tan deseable como alejado de la cotidianeidad. Las personas en situación de pobreza y exclusión a las que atendemos, viven y luchan cada día por superar sus situaciones. Nuestro reto consiste en que nuestra interacción con ellas signifique pasos hacia una mayor dependencia o hacia mayor autonomía; carne de exclusión o sujetos de derechos conscientes y protagonistas. No es un reto. Nos lo jugamos todo.
[1] Por cierto, flujo diferente al de trazar líneas de pensamiento para que otros deduzcan y apliquen en su trabajo. La función primigenia de los Servicios Generales de Cáritas Española es la del servicio y, por tanto, aquél flujo inductivo parece ser el más adecuado a su naturaleza.
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