Acción social

Mujeres en situación de sinhogarismo. Resultados del estudio Un trabajo, una habitación y un gato

Equipo de Inclusión de Cáritas Española

 

La preocupación por las mujeres en situación de sin hogar, creciente en el día a día de nuestros programas y recursos, nos ha llevado a poner la mirada en su realidad, no solo por el incremento numérico de mujeres acompañadas, hoy ya suponen el 20% frente al 80% de hombres, sino, fundamentalmente, por la constatación de su especial situación de exclusión. La interacción de múltiples factores supone una clara vulneración de derechos humanos. Además, incorporando la perspectiva de género, nos encontramos con aspectos específicos que agravan su exclusión y vulnerabilidad.

Conocer en profundidad su vida y su situación de sinhogarismo, nos llevó a revisar lo escrito e investigado, y a realizar una encuesta en nuestras Cáritas actualizando nuestros datos, focalizando en ellas y, lo más importante, entendimos que son las propias mujeres quienes nos tienen que hablar de su realidad: esta es la parte fundamental de nuestro estudio que comienza en 2022. Se trataba de conocer mejor la realidad de las mujeres en situación de sin hogar, obtener pistas, adaptar y mejorar nuestra respuesta en la intervención. Entrevistamos a 28 mujeres en profundidad, y organizamos 4 grupos de discusión, escuchando a las propias mujeres poniéndolas en el centro, no solo en su dimensión de sin hogar, sino en la totalidad de sus vivencias. Los resultados de la investigación nos interpelan.

Un trabajo, una habitación y un gato. La situación de las mujeres sin hogar acompañadas por Cáritas, ya está publicado.  El título es una cita literal de las palabras de una mujer entrevistada al preguntarle por sus expectativas de futuro, cómo se veía y como le gustaría verse. El estudio nos demuestra que las ayudas no son suficientes para vivir plena y dignamente, pero, sobre todo, reclaman poder ser las autoras de su propia historia. Para ello, el trabajo es la llave para conseguir unos ingresos que permitan de manera autónoma el segundo elemento: una habitación. Todo lo recogido en el estudio nos recuerda de forma constante y contundente la necesidad de un espacio de seguridad, en primer lugar, pero también de intimidad, de desarrollo, de calma, donde poder vivir y digerir las dificultades de estas vidas (pasadas y presentes). Y, por último, un gato, el tercer elemento, es la necesidad de vinculación, de generar red de apoyo y de compañía.

Las personas en situación de sin hogar no son invisibles, cada día constatamos que la invisibilidad está en la ceguera de quienes no queremos ver, ceguera aun mayor cuando hablamos de mujeres. Ahora toca repensar nuestra intervención, mirar y escuchar, y si caminamos junto a ellas iremos encontrando como mejorar nuestro acompañamiento.

Aportaciones sustanciales del estudio

Las mujeres nos han transmitido su necesidad de un espacio físico y emocional seguro. Sus vivencias de violencias machistas, tanto en la infancia como en la edad adulta, tiene como consecuencia un miedo real que perdura en el tiempo. Las mujeres que están en situación de calle, ven agravada su exposición a la violencia que siguen sintiendo en los recursos para personas sin hogar.

Como consecuencia, ellas retrasan lo más posible su llegada a la calle y a los albergues lo que agrava su deterioro y las hace aún más invisibles. Las mujeres que son madres, viven la maternidad como una herida por la incapacidad para ocuparse de sus hijas e hijos y cargan con una culpabilidad que les provoca un gravísimo dolor emocional. El sinhogarismo es causa y consecuencia de enfermedades mentales en el mismo sentido en que lo son las adicciones, siendo un factor antecedente y/o la rendición ante el dolor y la desesperanza. Las historias de las mujeres a las que hemos escuchado nos hablan de soledad y aislamiento por la desconfianza y nos enfrentan a nuestra mirada prejuiciosa que les devuelven una imagen de sí mismas que mina su autoestima y les hace dudar sobre su propia dignidad.

Las mujeres, para poder sanar sus heridas y reconocerse como personas con plenos derechos, necesitan un espacio físico y emocional donde sentirse a salvo. Un espacio que les permite generar vínculos, construir de nuevo relaciones de confianza y afecto.

Lo importante es repensar

Repensar es preguntarnos y estar en disposición de escuchar la respuesta con la mirada abierta, contrastar, no conformarnos con hacer lo de siempre, e introducir cambios. No por el mero hecho de cambiar, sino con la intención de adaptar y ajustar nuestros programas y recursos a una realidad cambiada y cambiante, porque hemos escuchado y comprendido a las mujeres y no queremos permanecer impasibles. Si, además, la realidad acompañada es de grave vulneración de derechos humanos, sin garantizar una protección social, nos sentimos llamadas a estar al lado de quienes más nos necesitan.

Y la realidad que tenemos es que la mayoría de nuestros programas y recursos están pensados y construidos en un contexto en el que el destinatario principal son hombres. Es necesario parar, ajustar la mirada, incorporar la perspectiva de género y repensar hasta qué punto estos recursos y programas son adecuados a la realidad de las mujeres acompañadas.

Repensar nuestros recursos

Espacio físico 

El estudio revela que las mujeres participantes reclaman espacios físicos propios y diferenciados donde puedan sentirse seguras. Es imprescindible hacer una reflexión sobre la conveniencia, o no, de ampliar recursos específicos y/o valorar en qué medida se garantiza el sentimiento de seguridad en los recursos mixtos.

Los espacios hablan

En los espacios donde se acoge, donde se organizan los talleres, en los dormitorios, el comedor, la sala de estar…, se puede incorporar el enfoque de género con cambios significativos en el diseño del espacio, su personalización, lenguaje de los carteles, contenidos de las propuestas. Pero para la buena acogida y vivencia es necesaria la participación de las propias mujeres, y así contribuir a su protagonismo y la posibilidad de un espacio, en sentido amplio, en el que construir paulatinamente un proyecto de vida y de futuro, desde su dignidad, derechos, necesidades y demandas.

Repensar nuestros programas

Cuando decimos que la persona es el centro de nuestra acción no puede ser un discurso vacío, entender a cada persona como protagonista de su proceso nos tiene que focalizar la mirada. Las mujeres sin hogar nos dicen, cada una y en cada historia, que las escuchemos, que lo hagamos desde la empatía y el reconocimiento de sus derechos. Hacerlo nos tiene que llevar a replantear nuestra acción.

Las mujeres nos han priorizado el foco en la vulneración del derecho a la vivienda, salud y empleo y sus consecuencias. Reclamar el acceso a estos derechos a la Administración pública y acompañar el ejercicio de los mismos nos plantea preguntas que urgen respuestas. Si las hemos escuchado no podemos esquivar la mirada, nos interpela en el acompañamiento a sus demandas concretas: ¿Tenemos en cuenta, más allá del derecho, a la hora de adjudicar una vivienda la ubicación, el tipo de barrio o la cercanía de servicios públicos, transporte, la existencia de una red social…? ¿Cómo incorporamos a las mujeres en los programas de empleo, empresas de inserción? ¿Tenemos protocolos de prevención del acoso sexual y/o sexista en nuestros programas?

Repensar nuestro acompañamiento

Las mujeres que acompañamos tienen una mochila llena de vivencias y eventos traumáticos, muchos de ellos relacionados con violencias machistas. Esto tiene una consecuencia muy relevante en su salud física, mental y emocional y en sus procesos vitales. Nuestro acompañamiento debería tener presente su mochila desde su singularidad, orientado a desvelar y fortalecer sus capacidades y habilidades, sin subrayar constantemente las carencias.

Participación y mirada integral

Pensar desde y para ellas nos cambia los puntos de partida y el cómo acompañar los procesos. No podemos olvidar que la participación es un derecho y una necesidad, y que el protagonismo de cada historia es de la persona acompañada. Son mujeres con trayectorias vitales de exclusión (violencia y trauma) pero con fuerza, esperanza y capacidad para seguir caminando. Nuestro acompañamiento debe potenciar y apoyar el encuentro de cada una con sus fortalezas y animar también al encuentro con otras mujeres en las que apoyarse y con las que participar en sus propios procesos.

Para que esto sea posible y real, requiere salir de nuestras zonas de confort y perder en algunos aspectos el control. Las mujeres nos señalaran que algunas normas y reglas rígidas no contribuyen a que puedan tomar las riendas en su vida y recuperar su dignidad como ciudadanas con derechos.

Salud mental

La salud mental nos preocupa especialmente y nos empuja a buscar una atención integral entre el acompañamiento comunitario, social y psicológico. Para ello, es fundamental reivindicar el acceso a los recursos públicos de salud, y en particular de salud mental, como un derecho al que no podemos renunciar con una atención psicológica pública, gratuita y de calidad.

Igualmente, es necesario dar a conocer y sensibilizar a los profesionales sanitarios, psiquiatras, psicólogos y psicólogas, sobre la situación y sufrimiento de las mujeres con problemas de salud mental y emocional, así como impulsar redes y espacios de coordinación, con especial atención al trauma en mujeres en situación de sin hogar, poniendo el foco en la detección y acompañamiento (con personal propio) o derivación temprana y prioritaria a servicios de atención psicológica y psiquiátrica.

Repensar nuestros equipos

Sabemos que los procesos con las mujeres con sus mochilas llenas de vivencias, son largos, complejos y se tienen que recorrer desde la cercanía.  Es muy importante que los agentes, tanto el voluntariado como las personas contratadas, puedan abordar los procesos de forma integral, desde un equipo dotado con suficientes recursos humanos para poder afrontar cada situación desde la centralidad de la persona, ofreciendo el acompañamiento que construya el camino compartido hacia una vida digna.

Es necesaria, por tanto, la formación en nuestros equipos. La formación específica en mujer y sinhogarismo, debe incorporar la mirada de género. Hace falta educar nuestra percepción para acompañar sus caminos abordando su salud mental y emocional, y para ello necesitamos claves para mejorar nuestra intervención con mujeres víctimas de violencias machistas, víctimas de abuso sexual, mental y físico.

Conclusión

En Cáritas y desde el acompañamiento, apostamos por ponerlas en el centro, no solo en su dimensión de sin hogar, sino como personas dignas con derechos vulnerados, necesidades sin cubrir, desvinculadas de las redes sociales y afectivas, pero también con mucho que ofrecer, capacidades, resiliencia, merecedoras de protagonizar sus propias vidas, con el acompañamiento que cada una de ellas requiere.

La atención a su situación residencial es importante, pero no única. Muchas de las mujeres que acompañamos han vivido situaciones de violencia durante su infancia, en pareja, en la calle, acumulan vivencias que las hacen vivir con un miedo que está justificado desde la experiencia. En este sentido, ofrecer un espacio seguro a estas mujeres valientes y fuertes es imprescindible.  Necesitan un alojamiento, sí, pero también espacios físicos y sociales seguros para poder sanar heridas que arrastran desde la infancia, para poder reconciliarse con sus cuerpos, para poder abordar, en buena parte, una maternidad también herida que no les permite estar con sus hijas e hijos e impide volver a sí mismas, a ser.

Un proceso de sanación como protagonistas y sujetos de derechos, con capacidad de reivindicación y exigencia de los mismos, que les posibilite una mirada relacional y afectiva para reconstruir su autoestima y la confianza en las relaciones con otras personas con las que poder afianzar vínculos positivos y seguros.

 

Número 13, 2023
A fondo

Vidas de mujeres: comprender su exclusión para avanzar hacia un nuevo espacio de inclusión social

Alicia Suso Mendaza

Equipo de coordinación territorial de Cáritas Bizkaia

Ana Sofía Telletxea Bustinza

Licenciada en Sociología. Responsable del departamento de análisis y desarrollo de Cáritas Bizkaia

 

1. Introducción

El conocido y constatado fenómeno de la feminización de la pobreza ha puesto de manifiesto, hace ya algunas décadas, que la exclusión no es neutra, que opera de forma distinta en los procesos vitales de hombres y mujeres.  Así, hoy casi nadie discute que los elementos a partir de los que medimos la pobreza y la exclusión también están atravesados por el sistema sexo-género, generando para las mujeres dificultades específicas que, en interacción con otras, pueden desembocar en situaciones de exclusión social que no se explican sin esa mirada de género.

Dicho de otra forma, la anteriormente citada elocuencia de los datos, debería servirnos para abrir la mirada: no se trataría de constatar que las mujeres son pobres, sino de entender que la pobreza y la exclusión están condicionadas por el género.

Esta afirmación nos lleva a plantear que los mecanismos de inclusión social tampoco son ajenos a la desigualdad de género. Para superar o al menos paliar la llamada feminización de la pobreza, es necesario generar procesos de inclusión que corrijan las desigualdades entre hombres y mujeres, que avancen hacia la equidad. De otra forma, sólo estaremos aplicando respuestas válidas para algunos, y perpetuando las dificultades específicas para la inclusión social de las mujeres, así como la imagen estereotipada de las mujeres pobres.

En resumen, comprender la exclusión a través de la mirada de género nos lleva, necesariamente, a cuestionar y modificar nuestros modelos de inclusión.

2. La contundencia del análisis

Para acercarnos a comprender la realidad de pobreza y exclusión social de las mujeres nos centraremos en indicadores relacionados con el empleo, el riesgo de pobreza y la exclusión tanto desde una perspectiva multidimensional, como reflejando la importancia de algunos indicadores específicos que están operando en esta realidad.

2.1. La cuestión del empleo

El empleo y la protección económica que genera a través del sistema contributivo son considerados factor clave en nuestro actual modelo de inclusión social y protección ante la pobreza. Pero constatamos diferencias significativas de género tanto en el acceso el empleo como al tipo de empleo al que se accede.  Esta desigualdad de género en relación al empleo es uno de los factores que explican la mayor incidencia de la pobreza y la exclusión en las mujeres.

La tasa de paro ha evolucionado de manera muy distinta entre hombres y mujeres. Tradicionalmente el paro es superior en las mujeres que en los hombres. Como efecto de la crisis, la diferencia se redujo considerablemente llegando a porcentajes entre el 25% y 26% de paro en ambos grupos. Sin embargo, cuando se ha reiniciado la recuperación y la tasa de paro ha comenzado a reducirse, la diferencia ha vuelto a aparecer. La mejora en la reducción de la tasa de paro ha impactado principalmente en la población masculina y apenas lo ha hecho en las mujeres.

 

 

La Tasa de inactividad laboral: En 2019 la población inactiva en España fue de más de 16 millones de personas. De ellas el 58% (cerca de 9 millones y medio) fueron mujeres. Esto supone un diferencial de más de 2 millones y medio de mujeres inactivas respecto a hombres. Fijándonos en los motivos principales de esta inactividad laboral también identificamos diferencias considerables. La realización de labores del hogar y percibir una pensión distinta a la jubilación o prejubilación son los motivos de inactividad mayoritarios para las mujeres. Es decir, se trata de motivos desconectados del mundo del empleo. Las mujeres superan en 2,8 millones a los hombres en el caso de la inactividad laboral por dedicarse a las labores del hogar y en 1,3 millones por percibir una pensión no contributiva.

En el caso de la inactividad por incapacidad permanente la diferencia entre hombres y mujeres es de 29.000 mujeres más en esta situación respecto a hombres en todo el Estado. En el caso de los estudios la diferencia es de 96.000 mujeres más respecto a hombres. Y la inactividad por dedicarse a actividades benéficas también se reparte de forma igualitaria entre hombres y mujeres.

La jubilación/prejubilación es el motivo de inactividad principal en el caso de los hombres y es significativamente mayor que en el de las mujeres: más de 1 millón y medio de hombres más que mujeres inactivas por este motivo. En este caso también se observa una gran desigualdad entre ambos grupos.

 

 

 

Jornadas parciales: Las jornadas laborales a tiempo parcial se concentran en mayor medida en las mujeres. El 74% de las jornadas a tiempo parcial las realizan las mujeres. Esto supone más de 2 millones de mujeres trabajando a jornada parcial frente a 748.000 hombres. Analizando los motivos de dichas jornadas parciales también observamos diferencias de género.  En general se trata de jornadas a tiempo parcial no deseadas, fruto de no haber podido lograr un empleo a jornada completa. Esta opción es superior en el caso de los hombres (57%) que en del de las mujeres (50%). También es superior en el caso de los hombres los motivos relacionados con la formación, 14% frente a un 6% en las mujeres. En cambio, una vez más, las cuestiones relacionadas con el cuidado se distribuyen de manera desigual entre hombres y mujeres. El 14% de las mujeres optan por la jornada parcial por dedicar tiempo a los cuidados y otro 8% por dedicar tiempo a otras cuestiones familiares, frente a un 2% de los hombres en ambos casos.

 

 

En definitiva, las situaciones de paro, inactividad y contratación a tiempo parcial impactan más en las mujeres y en éstas están más presentes las cuestiones relacionadas con los cuidados y las tareas domésticas. Estas dificultades son indicadores que nos muestras un mayor alejamiento de las mujeres del modelo de la inclusión por el empleo y los derechos que éste genera.

A todo ello cabe añadir la brecha salarial, que para 2017 se situaba en 5.899€.

 

 

2.2. Riesgo de pobreza

Se constatan mayores niveles de pobreza en las mujeres, especialmente en aquellas situaciones en las que constituyen hogares monoparentales.

Individualmente consideradas, el riesgo de pobreza en las mujeres se sitúa en el 22,2% mientras que en los hombres es del 20,9%. La evolución de este indicador ha sido distinta para unos y otras. En el caso de los hombres, éstos se han visto más afectados por la crisis, partían de un riesgo de pobreza del 18% antes de la crisis, alcanzando un 22,6% en 2016 e iniciando una tendencia descendente desde entonces hasta llegar al 20,9% actual.  En cambio, las tasas de riesgo de pobreza en las mujeres vienen situándose desde el 2008 en torno al 21-22%. Esta tendencia nos lleva a plantear que la pobreza en las mujeres parece estar más vinculada estructuralmente al género  y  en los hombres podría  estar más vinculada a acontecimientos sociales de carácter económico.

 

 

En los últimos años se ha visibilizado de forma clara que el riesgo de pobreza es mayor en los hogares donde hay menores. El riesgo de pobreza afecta al 21,5% del conjunto de la población, pero cuando centramos la mirada en los hogares con hijos/hijas a su cargo, se sitúa en el 23,2% de los hogares con 2 adultos con hijos/hijas a su cargo y se duplica en el caso de los hogares monoparentales (43%). Este dato es muy significativo desde la perspectiva de la pobreza en las mujeres, puesto que el 81% de los hogares monoparentales están encabezados por una mujer.

Si miramos el impacto de la pobreza en las condiciones materiales de vida, descubrimos una vez más, que los hogares donde la sustentadora principal es una mujer sufren en mayor medida este impacto. En todos los indicadores AROPE que miden la carencia material severa, el porcentaje de hogares en los que la sustentadora principal es una mujer es superior al de los hogares encabezados por un hombre. Destacan las situaciones relacionadas con haber tenido que reducir gastos en suministros de la vivienda (agua, calefacción, etc.…) en el que la diferencia entre los hogares encabezados por una mujer se encuentran  9,5 puntos por encima de los hogares encabezados por un hombre, haberse visto en la obligación de reducir gastos en comunicación (internet, TV, telefonía) que afectan en 5 puntos más a los hogares encabezados por una mujer, y haber sufrido retrasos en el pago de recibos en los suministros del hogar (agua, gas..) afecta en 6,4 puntos más a los hogares dependientes de una mujer (FOESSA 2018).

 

 

2.3. La realidad de la exclusión en las mujeres. Una mirada multidimensional

En la intersección producida entre el desempleo o el empleo precario, la monoparentalidad y la pobreza se genera una realidad compleja. Las situaciones de bajos ingresos siendo la única sustentadora económica de la unidad familiar, las dificultades para acceder al mercado de trabajo o a procesos de formación que puedan mejorar las oportunidades de acceso al empleo, las dificultades de conciliación de los cuidados y el empleo (cuando lo hay), interactúan entre sí generando una gran presión e incertidumbre en estas mujeres. En estas situaciones, disponer de una red de apoyo familiar o del entorno resulta clave y no siempre se produce. También resulta difícil acceder a políticas de conciliación adaptadas a las circunstancias de estas mujeres y la contratación de servicios privados de cuidado no es posible (Cáritas Bizkaia, 2017). Son este tipo de realidades complejas y multidimensionales las que generan los procesos de exclusión social.

Si observamos la situación de las mujeres desde la perspectiva multidimensional de la exclusión, descubrimos que esta afecta más a los hogares en los que la persona sustentadora principal es mujer. Un 20% de los hogares cuyo sustentador principal es mujer se encuentra en situación de exclusión social, y en el caso de los hombres la exclusión afecta al 16% de los hogares. También la exclusión severa afecta más a los hogares sustentados principalmente por una mujer (9,4%) que a los sustentados principalmente por un hombre (7,5%) (FOESSA, 2018). Si tenemos en cuenta el tipo de hogar, una vez más los hogares monoparentales aparecen en una posición destacada. No solo la pobreza, también la exclusión afecta con mayor intensidad a los hogares monoparentales: un 29% de los mismos se encuentran en situación de exclusión. Prácticamente un tercio. Hogares monoparentales que en un 86% el progenitor es una mujer (FOESSA 2018).

Si detallamos los indicadores que configuran la exclusión social más allá del empleo o los ingresos, adquieren importancia cuestiones vinculadas al eje de la salud y al relacional.

Teniendo en cuenta el sexo de la persona sustentadora principal del hogar, descubrimos que donde se dan las mayores diferencias entre hombres y mujeres son en este orden, en la existencia de situaciones de dependencia, la ausencia de una red de relaciones de apoyo (aislamiento social) y el haber sufrido situaciones de malos tratos en el hogar.

 

 

En definitiva, la pobreza y la exclusión impactan de manera especialmente significativa en la población de mujeres que son las sustentadoras principales de los hogares especialmente cuando son  las únicas sustentadoras. La cuestión de las necesidades de apoyo para las actividades cotidianas de la vida, la falta de relaciones o de ayuda para situaciones de enfermedad o necesidad y el sufrir malos tratos son los principales indicadores diferenciales de exclusión entres los hogares sustentados principalmente por una mujer o por un hombre, y las labores domésticas y de cuidado son los motivos de inactividad laboral en los que se da la mayor diferencia entre hombres y mujeres. En la descripción que acabamos de realizar subyace una cuestión que atraviesa toda la mirada: el papel de las mujeres en al ámbito de los cuidados y en el espacio doméstico.

Nos encontramos en la necesidad de introducir en nuestros paradigmas de inclusión la perspectiva de los cuidados y la dimensión relacional, superando un modelo de inclusión centrado principalmente en el acceso al empleo y a los ingresos.

3. Claves en la construcción de nuevos modelos de inclusión social

3.1. La importancia del binomio público-privado

Asegurábamos anteriormente que el sistema sexo-género impregna los procesos de exclusión social, reproduciéndose a través de algunos binomios que asignan distinto valor a aquello que ha estado tradicionalmente ligado a las mujeres, y lo que se ha considerado «propio» de los hombres. El binomio espacio público-espacio privado explica, en gran medida, las dificultades de las mujeres para el acceso al empleo y a los derechos sociales que este genera, a los ingresos y al mundo de las relaciones que se producen en ese espacio público.

Abordar los procesos de exclusión e inclusión social de forma neutral, puede constituir un obstáculo para la mejora de la calidad de vida de algunos colectivos. Si no incorporamos una mirada de género al diseño, la puesta en marcha y la evaluación de los procesos y los mecanismos de inclusión, así como a las políticas que los enmarcan, estaremos corriendo el riesgo de perpetuar situaciones de desigualdad entre hombres y mujeres.

Los datos muestran cómo la división público-privado sigue reproduciendo el sistema sexo-género, entendiendo el espacio público (productivo, remunerado, moderno, técnico, político…) como el espacio natural de los hombres y el privado (reproductivo, estático, tradicional, conservador, ligado a los cuidados, no remunerado…) como el propio de las mujeres. Esta dicotomía es una consecuencia de la división sexual del trabajo, que va acompañada de unos determinados roles asignados a cada género.  Sobre lo productivo, además, ha recaído el prestigio, el valor y la toma de decisiones y en cambio, sobre lo reproductivo, se ha configurado una imagen de rutina, de algo poco importante o accesorio. A pesar de que las cosas van cambiando, son especialmente llamativos algunos datos, como por ejemplo el del número de mujeres que se encuentran en situación de inactividad laboral con respecto a los hombres por dedicarse a las labores del hogar. Así, el trabajo reproductivo y de cuidado, como actividades propias del sexo femenino, han sido subvaloradas y subordinadas, al igual que las personas que las han desempeñado (Carrasco; Borderías; Torns, 2011).

Desde la economía convencional, no hay más trabajo que el mercantil, y esta visión invisibiliza a las mujeres y/o a otros colectivos que han quedado fuera de ese tipo de trabajo. De esa forma, observamos como vuelven a ser las mujeres las que más sufren el desempleo, la inactividad, la contratación a tiempo parcial, etc.  Podríamos deducir, de acuerdo con muchas aproximaciones teóricas, que las mujeres se encuentran con obstáculos para acceder al empleo, y a menudo, a través de la intervención social siguen siendo orientadas (de forma más o menos sutil) al espacio privado o, de manera cada vez más acusada, hacia ese ámbito precarizado que se ha venido llamando la mercantilización de los cuidados.

El diseño de los procesos de inclusión, así como su implementación y su evaluación, tendrían que incorporar una mirada que ayude a romper con la dicotomía esfera pública- esfera privada, transformando las lógicas relacionales que operan en cada uno de esas espacios, entendiendo que el trabajo es más que el empleo, dotando de valor a todas esas tareas invisibilizadas y esas relaciones que sostienen la vida y que inspiran la economía social y solidaria. No se trataría simplemente de cambiar las personas que ocupan esos espacios, sino de transformar los mismos, otorgándoles valor. Este valor será el que permita que estos espacios configuren también lo que entendemos por inclusión social y por lo tanto sean objeto de protección, fomento y desarrollo.

3.2. La perspectiva interseccional y su importancia en los procesos de inclusión

El enfoque multidimensional de la exclusión social nos ha permitido descubrir los diferentes factores, elementos y circunstancias que construyen este fenómeno. Esto está suponiendo un avance respecto a una mirada centrada exclusivamente en la cuestión de la pobreza y los ingresos. Resulta sugerente completar este enfoque con la perspectiva interseccional que, colocando a la persona en el centro, permite reconocer la interrelación entre género y otras categorías de diferenciación sobre las que se construyen las discriminaciones (raza, clase social, edad, religión, discapacidad, orientación sexual, origen rural…) Esta mirada contribuye a mejorar los procesos de inclusión, teniendo en cuenta los rostros y poniendo la persona, y no su problemática, en el centro.

Nuestro reto no sólo es descubrir las problemáticas que afectan a hombres y mujeres de manera diferenciada, sino seguir interrogándonos sobre las causas, y avanzar hacia propuestas de solución que corrijan las desigualdades. Para ello, debemos fijarnos no sólo en los problemas que generan la exclusión, sino en los diversos rostros de las personas que la sufren. En este camino, nuestra propuesta es avanzar hacia una noción de inclusión que ponga la vida en el centro.

4. Bibliografía

Carrasco, Cristina; Borderías, Cristina; Torns, Teresa (2011). El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas. Madrid: Catarata.

Mouffe, Chantal (1984): «Por una teoría para fundamentar la acción política de las feministas»: Jornadas de Feminismo Socialista, Madrid: Mariarsa.

Hill Collins, Patricia; Sirma, Bilge (2019) Interseccionalidad. Madrid: Morata

FOESSA (2019) VIII Informe Sobre Exclusión y Desarrollo Social en España. Madrid: Fundación Foessa

Cáritas Bizkaia (2017). Dimensión Relacional en Familias Frágiles. Una mirada desde el acompañamiento realizado por Cáritas. https://www.caritasbi.org/cas/informes/estudios/

 

Número 4, 2020

La exclusión tiene rostro de mujer