Medir el impacto para impulsar la transformación social

Editorial

Medir para mejorar: una mirada honesta al impacto

En una comida familiar, entre bromas y sobremesa, volvió a surgir una pregunta que ya había escuchado otras veces, pero que siempre me obliga a detenerme: Y todo lo que hacéis en las ONG´s… ¿de verdad cambia algo? La sinceridad de la cuestión no admitía rodeos y, al mismo tiempo, expresaba una duda que seguramente muchas personas comparten. No basta con enumerar actividades o contar vivencias para responderla. La única forma honesta de afrontarla es acudir a una idea que en los últimos años hemos asumido con más fuerza: la necesidad de evaluar el impacto de nuestra labor. Porque medir el impacto no es sumar atenciones o registrar actividades, sino comprender si lo que hacemos genera transformaciones reales en la vida de quienes acompañamos.

 

Medición del impacto: una herramienta para ser coherentes con nuestra misión

En el ámbito de la acción social —desde el Tercer Sector y los proyectos comunitarios hasta la universidad y las administraciones públicas—convivimos a diario con realidades de exclusión, pobreza y fragilidad extrema. Aspiramos a algo más que mitigar la urgencia: queremos que las personas recuperen autonomía, reconstruyan sus proyectos vitales y vivan con dignidad. Pero para saber si avanzamos en ese camino necesitamos evidencias y no intuiciones.

La evaluación del impacto no es una moda técnica ni una obligación impuesta. Es, ante todo, un ejercicio de honestidad con las personas que confían en nosotros. Quienes acuden en busca de ayuda lo hacen esperando encontrar un apoyo que les ayude a transformar su situación. Por eso, conocer con rigor qué cambios se generan y cuáles no es una responsabilidad ética de primer orden, algo a lo que no deberíamos renunciar.

Medir nos permite detectar qué intervenciones son efectivas, cuáles habría que revisar y en qué ámbitos necesitamos replantear la estrategia. También nos ayuda a aceptar que no todo funciona como imaginamos, que a veces nuestros esfuerzos no producen el efecto deseado. Esta transparencia interna es clave para mantener la coherencia y la integridad de nuestra misión.

 

Cambios internos: hacia una cultura organizativa basada en la evidencia

Sé bien que incorporar la medición del impacto en una organización no es sencillo. Implica modificar dinámicas consolidadas, revisar prioridades y asumir evaluaciones que, en ocasiones, pueden resultar incómodas. Medir el impacto es también mirarse en un espejo que no siempre devuelve la imagen que esperamos.

Sin embargo, este proceso es imprescindible. No solo impulsa la mejora continua, sino que nos permite orientar nuestros recursos hacia aquello que realmente transforma la vida de las personas. Es un acto de responsabilidad y también de humildad: reconocer límites, aprender de los errores y fortalecer lo que sí funciona.

La construcción de una verdadera cultura de impacto no se reduce a ajustar indicadores o actualizar metodologías. Supone asumir de forma colectiva que nuestro propósito —acompañar procesos de cambio profundo— requiere medir, comprender y aprender. Y que la verdadera transformación se refleja en historias de vida que avanzan, no únicamente en cifras o memorias de actividad.

 

Una demanda creciente desde el exterior

Aunque la motivación fundamental para medir debería nacer de dentro, es innegable que el entorno también nos empuja. Tanto financiadores públicos como donantes privados demandan cada vez más evidencias sólidas sobre el impacto de los proyectos antes de comprometer recursos.

En un contexto de necesidades crecientes y recursos limitados, muchas entidades buscan diferenciarse aportando resultados verificables. En este escenario, ser capaces de demostrar cambios concretos y medibles se convertirá en un elemento clave de sostenibilidad para muchas iniciativas.

Los donantes ya no se conforman con apoyar causas que consideran valiosas; quieren cerciorarse de que su aportación genera mejoras reales. Por eso necesitamos mostrar que nuestra misión se traduce en cambios verificables en la vida de cientos —o miles— de personas.

Esta exigencia externa, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en un estímulo positivo. Nos anima a fortalecer nuestros sistemas de evaluación, a incorporar nuevas herramientas y tecnologías, y a formar al equipo para que medir no sea una tarea extraordinaria, sino parte natural del trabajo cotidiano. Porque, en última instancia, lo que buscamos no es cumplir expectativas ajenas, sino tener la certeza de que nuestra labor está produciendo un impacto profundo y duradero.

Medir el impacto no se reduce a cumplir un requisito ni a utilizar un instrumento técnico; es el modo de confirmar que nuestras acciones tienen un sentido real. La evaluación del impacto nos permite afirmar sin dudas: sí, la acción social contribuye a transformar vidas.

 

Número 21, 2025