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Reflexiones sobre la evaluación de las políticas públicas: de la epistemología a la estrategia

Fernando Fantova Azcoaga. Titular de Besaldi-Órgano de evaluación de las políticas de empleo e inclusión del Gobierno Vasco

Puedes encontrar a Fernando en X, Facebook y LinkedIn.

 

Desde la experiencia de construcción de Besaldi-Órgano de evaluación de las políticas de empleo e inclusión del Gobierno Vasco, se elabora una reflexión de carácter fundamentalmente epistemológico sobre la complejidad de saberes relacionados con la evaluación de políticas públicas, con consecuencias estratégicas para su institucionalización.

 

Nos propone la querida revista Documentación Social compartir algunas reflexiones sobre la evaluación de las políticas públicas, a partir de la experiencia práctica de estar cocreando Besaldi, el Órgano de evaluación de las políticas de empleo e inclusión del Gobierno Vasco[i]. Después de darle algunas vueltas, hemos decidido proponer a quienes lean este artículo recorrer un edificio imaginario, una fábrica de varias plantas en la que vamos a intentar representar realidades y conocimientos relacionados con la evaluación de políticas públicas. Creemos que la metáfora de la fábrica y la reflexión sobre sus contenidos nos va a permitir expresar y compartir algunas consideraciones que pueden resultar de interés sobre el tema que se nos propone.

Comenzamos la visita accediendo al primer piso del edificio y allá se nos (re)presentan las situaciones o fenómenos de los que se ocupan las diferentes políticas públicas. En el caso de Besaldi, se trata de la inclusión social y del empleo, pero en otros casos pueden ser, por citar tres ejemplos más, la movilidad urbana, la seguridad ciudadana o la calidad del aire. Estos fenómenos o realidades pueden ser vistas, al menos, como necesidades a satisfacer, como bienes a proteger, como capacidades a fortalecer o como derechos a garantizar por parte de las políticas públicas. Por cierto, aunque parece existir la tendencia a nombrar las políticas públicas haciendo referencia al bien protegible del que se ocupan, también pueden, en otros casos, tomar la denominación del mal o del problema que pretenden evitar, paliar o superar. Por eso, entre los fenómenos que podemos encontrar representados en este primer piso de nuestra fábrica también están, por citar algunos, el calentamiento global, la pobreza o la violencia de género. Notemos que la denominación, delimitación, calificación, caracterización o definición de los fenómenos, bienes, males o problemas como tales es todo menos natural y evidente para las políticas públicas. Por ejemplo, ¿da lo mismo hablar de rearme militar que de autonomía estratégica?

En cualquier caso, a la hora de saber sobre estas realidades o situaciones de las que venimos hablando, preferimos contar con esos dispositivos o conjuntos de conocimientos que llamamos ciencias: la geografía, la criminología, la química y así sucesivamente. A veces a estas ciencias que se ocupan de parcelas o aspectos importantes de la realidad se las llama básicas (en contraposición a las llamadas ciencias aplicadas). Ese saber científico incluye el conocimiento del llamado método científico y, dentro de éste, de la investigación científica. Por cierto, hemos de advertir que el análisis de las necesidades a las que da respuesta una determinada política pública (o sea, el estudio de estos fenómenos representados en la planta primera de nuestra fábrica) puede ser realizado por una ciencia básica o pura o por varias de ellas en modo multidisciplinar, interdisciplinar o transdisciplinar. Incluso se puede llegar a dar una intersección, integración o hibridación entre ciencias o, en general, áreas de conocimiento[ii]. El reparto del trabajo entre unas y otras ciencias o disciplinas no siempre es incruento.

La segunda planta de nuestra imaginaria fábrica es la destinada a las actividades (normalmente profesionales) que permiten lograr esos fines o bienes que hemos visto representados en el primer piso. Frecuentemente, las políticas públicas tienen una o unas pocas actividades profesionales que son las esenciales o principales, como podría ser el caso de la medicina dentro de la política pública de salud o de la arquitectura en la política de vivienda. Podemos denominar operativas a estas actividades que vertebran la cadena de valor de su correspondiente política pública y que acostumbran a desembocar directamente en las destinatarias de la política, satisfaciendo la necesidad correspondiente. Lógicamente, además de estas actividades profesionales emblemáticas de cada política pública, hay muchas otras representadas en esta segunda planta de la fábrica.

Para la realización de estas actividades que se nos presentan en el segundo piso, también apreciamos el saber científico, aunque en una imprescindible combinación con otros, como el saber técnico y el saber práctico. Se suele subrayar el carácter aplicado y fuertemente tecnológico o metodológico de estas actividades, en las que frecuentemente coincide la denominación de la actividad profesional o de la propia profesión con la de la formación, cualificación o titulación que habilita a las personas para ejercer esa profesión o realizar esa actividad. Ciertamente, estas actividades, intrínsecamente, contienen algo de evaluación: es decir, no se puede hacer bien un trabajo de psicólogo o de ingeniera sin evaluar. Así pues, los procesos de trabajo recogidos en este segundo piso de la fábrica, necesariamente, tienen subprocesos de diseño o planificación, subprocesos de ejecución o implementación de lo que se ha decidido realizar y subprocesos de evaluación (con ese nombre o con otros como, por ejemplo, diagnóstico)[iii].

Al subir a la tercera planta vemos un letrero con la pregunta sobre si es conveniente ser cocinero antes que fraile. Esa pregunta, con independencia de la respuesta que le demos, nos recuerda la diferencia entre la naturaleza de las actividades operativas, de fuerte contenido técnico específico de cada ámbito de actividad o política pública y otras, que solemos llamar administrativas, de gestión o de gobierno, que van emergiendo en la medida en que las actividades que hemos visto en la planta segunda se vayan iterando y estructurando en (o como) organizaciones cada vez más grandes y complejas. Cualquiera que haya ascendido en una jerarquía ha experimentado la necesidad de incorporar nuevas herramientas cognoscitivas (nuevos saberes) a medida que iba asumiendo responsabilidades sobre un proceso o estructura de más envergadura y alcance. Así como las actividades operativas son muy diferentes entre organizaciones de ámbitos de actividad diferentes (como una clínica odontológica, una destilería de whisky y una compañía de teatro), los procesos administrativos, de gestión y de gobierno pueden parecerse bastante. Ciertamente, los procesos administrativos, de gestión organizacional o de gobierno estratégico también tendrán subprocesos de planificación y evaluación. Por otro lado, en estas organizaciones, además de la línea jerárquica, aparece también la autoridad funcional y figuras con funciones como el control económico o la gestión de la calidad, por citar dos que pueden ser entendidas y ejercidas (en menor o mayor medida) en clave de evaluación.

¿Qué áreas de conocimiento corresponden a estas funciones administrativas, de gestión y gobierno? Por ejemplo: la dirección de empresas (management), frecuentemente de matriz económica; el estudio de las organizaciones, posiblemente de corte sociológico; o, por poner otro ejemplo, la logística. De nuevo nos encontramos con combinaciones entre tipos de saber (ético, científico, técnico y práctico, cabe decir) y entre conocimientos vinculados a la rama de actividad (zapatero a tus zapatos) y otros que permiten funcionar en diferentes ámbitos sectoriales (como hace la Chief Executive Officer de una multinacional del automóvil fichada por otra dedicada a las telecomunicaciones)[iv].

En la cuarta planta volvemos a encontrarnos con organizaciones dedicadas a realización a cierta escala de las actividades vistas en el piso segundo para perseguir las finalidades que nos han mostrado en el primero, con la diferencia de que ahora son organizaciones, administraciones o instituciones públicas: agentes con competencia legal para decidir sobre una determinada materia en un ámbito territorial determinado y dentro de un marco normativo establecido. A los conjuntos articulados de actuaciones o cursos de acción decididos y sostenidos por esos agentes mediante los cuales se responsabilizan de la protección y promoción de un determinado bien (sobre los que se nos ilustró en la primera planta) los llamamos políticas públicas. En cualquier caso, cabe suponer que, si en este cuarto piso están representadas las políticas públicas, estará todo su ciclo de vida, incluyendo la planificación y presupuestación, su implementación o ejecución y su seguimiento y evaluación. Por otra parte, tal como sucedía en el caso de las organizaciones privadas, en las administraciones públicas aparecen puestos dotados de autoridad funcional en el amplio terreno del control (tanto interno como externo) y la correspondiente fiscalización de la acción pública. Terreno en el que encontramos, por ejemplo, las auditorías operativas o de gestión, que pueden considerarse evaluaciones[v].

Conocimientos de tipo jurídico y politológico, por ejemplo, parecen muy pertinentes en esta cuarta planta. Desde el conocimiento jurídico se podrá hacer, entre otras muchas cosas, un análisis del impacto normativo de una nueva Ley, mientras que la politología nos permitirá, por poner un solo ejemplo, hacer un análisis comparativo de los sistemas de Seguridad Social de dos países. Desde luego, en las personas que realizan funciones de presupuestación, control interno o externo, fiscalización o auditoría suele estar muy presente la formación económica. Vemos que hay conocimientos que son de utilidad tanto en las organizaciones privadas como en las públicas mientras que otros son específicos de cada tipo de organización. En cualquier caso, parece claro que saber de política pública educativa (cuarta planta) es diferente de saber sobre el aprendizaje (primer piso), la enseñanza (segunda planta) o la dirección de centros escolares (tercer piso).

La quinta planta de la fábrica está dedicada a la evaluación, entendida como un proceso sistemático de aplicación de métodos y técnicas de investigación científica (de las ciencias sociales, en particular) en orden a la descripción, análisis y valoración de una actuación o intervención o de alguna de sus dimensiones, partes, elementos o factores. En la definición, hay dos aspectos clave: el rigor en el proceso y el propósito de llegar a emitir algún juicio de valor sobre el objeto de la evaluación. En los pisos anteriores de la fábrica nos hemos encontrado varias veces con la evaluación (así llamada o no) como tarea dentro de una actividad, como dimensión de una acción, como subproceso dentro de un proceso, como fase de un ciclo, como parte dentro de un todo. En la quinta planta, en cambio, es representada como una actividad en sí misma, como una función con entidad propia y, en algunos casos, como una profesión, aunque va de suyo que la evaluación, por definición, además de producir evidencia y, por tanto, conocimiento útil al respecto de la actuación en cuestión (y permitir la rendición de cuentas), lo hace dentro de un continuo cíclico de intervención de cara a volver a iniciarlo en mejores condiciones, con mayores posibilidades de éxito (por el aprendizaje obtenido). La evaluación de la que hablamos sería la evaluación de programas, evaluación de proyectos, evaluación de servicios o evaluación de centros[vi].

En este quinto piso escucharemos hablar del saber necesario para evaluar como un campo o área del conocimiento (como una disciplina, quizá). Ciertamente, si escuchamos conversaciones entre profesionales de la evaluación o leemos los libros sobre evaluación más consultados descubrimos un lenguaje común (con términos como encargo, eficiencia, teoría del cambio, estándares, contrafáctico, monitorización, evidencia o impacto) y un corpus metodológico característico, de igual modo que veremos unas referencias y tradiciones en las que las evaluadoras y evaluadores se reconocen. No parece haber una ciencia base predominante sino más bien una clara vocación interdisciplinar y aplicada, muy centrada en lo metodológico, con amplio pluralismo al respecto[vii].

La sexta planta de la fábrica está dedicada a la evaluación de políticas públicas[viii]. Según quién hubiera diseñado esta fábrica, posiblemente, la evaluación de políticas públicas no tendría una planta propia sino quizá una sección en la quinta. Sin embargo, sin negar la continuidad existente entre la evaluación de programas (por escoger un nombre de los cuatro mencionados antes) y la evaluación de políticas públicas, cabe percibir una diferencia cualitativa entre una y otra. No sólo porque los cuatro objetos citados pueden ser o no públicos sino, sobre todo, porque hablar de la política pública sería hablar de lo más global, estratégico, estructural, impactante o perdurable (por oposición a lo más bien técnico, operativo, coyuntural, parcial o táctico) y, por lo tanto, la evaluación representada en la sexta planta de la fábrica presenta diferencias en propósito, complejidad y contexto respecto del quinto piso. Con todo, también hay diferencias entre evaluar una política pública sectorial instalada permanentemente en la estructura del sector público (como la de turismo), una transversal también estructural en la Administración (como la de igualdad) y una transversal sin incardinación institucional estable propia (como la de transformación del modelo de cuidados). Por último, evaluar una política pública no es siempre y cada vez evaluarla toda entera[ix].

En lo relativo al conocimiento que habilita para la evaluación de políticas públicas, lógicamente, encontramos continuidades y discontinuidades entre la planta quinta y la sexta de la fábrica (como las había entre los saberes mencionados en el piso tercero y el cuarto). En todo caso, aunque, lógicamente, la comunidad de conocimiento representada en la planta sexta ha de ser menor que la de la quinta, quizá esté, proporcionalmente, más fragmentada en función de opciones metodológicas y disciplinas de referencia, con enfoques o subrayados más o menos descriptivos, experimentales, cualitativos, normativos, ideológicos, participativos, teóricos, cuantitativos, pragmáticos o críticos (en pinceladas sin pretensión clasificatoria). Por cierto que, en este momento, una atmósfera mediática y digital alienante, individualista, polarizadora, negacionista y reaccionaria desafía a observatorios, consultoras, cátedras, think tanks u otros dispositivos a potenciar el conocimiento ético, científico, técnico y práctico para la evaluación de políticas públicas con vectores narrativos e inspiradores de sentido, legitimación y movilización como los que tienen que ver con conceptos como participación, sostenibilidad, proximidad, datos abiertos, comunidad, transparencia, productividad, agilización, conectividad, prosperidad, colaboración, esperanza y otros[x]. Para no ser un conocimiento estéril.

La séptima planta de la fábrica está dedicada a la institucionalización de la evaluación de políticas públicas. Y tiene sentido este séptimo piso porque una cosa es la evaluación de políticas públicas (sin más) y otra cosa es la evaluación de políticas públicas institucionalizada. Institucionalizar la evaluación de políticas públicas supone optar por una determinada fórmula jurídica de incardinación en el sector público de un nuevo agente específicamente dedicado a ella, coherente con un determinado posicionamiento estratégico en el seno del entramado de agentes interesados e implicados y ante en su entorno, partiendo de una determinada comprensión (modelo, si se quiere) de la evaluación de políticas públicas[xi].

¿Y qué conocimientos o saberes se necesitarán para la institucionalización de la evaluación de políticas públicas? Pues diríamos que, a quienes quieran acometer o sostener un proceso de institucionalización de la evaluación de políticas públicas, no les vendrá mal llevar en la mochila, al menos: un buen conocimiento del corpus metodológico propio de la evaluación, saberes jurídicos sobre la configuración y funcionamiento del sector público y un buen bagaje en el campo de la dirección estratégica. Por lo demás, en un mundo en policrisis y aparente aceleración de la frecuencia de disrupciones sistémicas, en el que las ventanas de oportunidad política se pueden abrir y cerrar en un parpadeo, lo más prudente es suponer que no sabemos lo que tenemos que saber y, por lo tanto, dedicar siempre tiempo a la actualización, sistematización, formación, investigación, desarrollo e innovación[xii].

Además, nuestra visita a la fábrica no ha terminado. Advertimos que desde la séptima planta se accede al ático donde se realiza (se representa) la acción de gobierno, pero el acceso no parece directo y fácil. Además, a ese ático se accede también desde un terrado en el que se produce (en nuestra metafórica fábrica) la conversación, la disputa y la regulación públicas democráticas. ¿Cómo se gobierna atendiendo a los resultados y recomendaciones que vienen de la séptima planta (evaluación de políticas públicas institucionalizada) y, a la vez, a las propuestas, reivindicaciones o presiones que llegan desde el terrado (conversación, disputa y regulación públicas)?[xiii] ¿Cómo se construyen participativamente políticas públicas basadas en la evidencia? ¿Cuánta seguridad tenemos sobre la recomendación que hacemos desde el séptimo piso a la persona que toma las decisiones en comparación con las que le plantean desde el terrado o, simplemente, frente al dejar hacer, dejar pasar?

Por otra parte, no olvidemos que en la planta baja hay una serie de conocimientos, capacidades o competencias básicas, esenciales o clave de carácter matemático, lingüístico, lógico, estadístico, digital y así sucesivamente[xiv]. Se trata de saberes que, frecuentemente, se dan por supuestos en los siete pisos que hemos visitado: aprendizajes por los que hay que pasar antes de subir a cualquiera de las plantas de nuestra fábrica. Aparte, nos faltaba referirnos a:

  • Una escalera exterior por la que se puede subir y desde la que se puede acceder al ático que es la de la filosofía, la ética y la ideología. También, ciertamente, es una escalera comunicada en ambos sentidos con cada uno de los pisos de la fábrica (los saberes representados en esta escalera y los presentes en cada una de las plantas dialogan entre sí).
  • Ascensores dentro del edificio que representan otras vías diferentes a la evaluación de políticas públicas para lograr una acción de gobierno basada en el conocimiento, como, por ejemplo, el asesoramiento experto, el asesoramiento científico o la incidencia política.
  • Un ascensor exterior que representa la ciencia de datos y la inteligencia artificial[xv], capaces de alterar las cadenas de valor o procesos de trabajo, modificando, acelerando, fusionando, abaratando o eliminando disruptivamente eslabones o pasos.

Después de recorrer toda la fábrica podemos volver a la séptima planta y reflexionar estratégicamente sobre la institucionalización de la evaluación de las políticas públicas. Comenzamos por alegrarnos de que el desafío que tenemos delante nos está obligando a discurrir, a aprender y a experimentar. A leer, escuchar y conversar. A no dar cosas por supuestas ni quedarnos con la primera respuesta que se nos ocurra. La visita al edificio nos ha hablado, sobre todo, de complejidad, de la necesidad de pertrecharnos, al menos, en unos cuantos de los sitios que hemos visitado dentro de la fábrica. Hemos de visualizar y sopesar pros y contras de diferentes constelaciones y secuencias de decisiones estratégicas que hemos de tomar sobre aspectos clave.

Si la evaluación se institucionaliza se hace, ella misma, política pública que ha de ser capaz de someterse a evaluación en tanto que actividad y en tanto que política pública. No debe haber contradicción entre su praxis y su discurso y debe ser la primera en reconocer sus debilidades y limitaciones, fruto de su momento histórico, como herramienta cognoscitiva. Debe saberse (y saberse gestionar como) bien de mercado, activo público y recurso compartido por comunidades de práctica y conocimiento. Debe enriquecerse y potenciarse en las relaciones entre agentes de las políticas (incluyendo destinatarias), academia, profesionales, Administración y ciudadanía [xvi]. Sin embargo, evidentemente, hay que arriesgar y, por supuesto, una verdad que no cambia: trabajar, trabajar y trabajar. Nunca es suficiente, pero desde luego, es imprescindible.

 

[i] euskadi.eus/besaldi

[ii] GÓMEZ, F.J. ¿El mito de la ciencia interdisciplinar? Obstáculos y propuestas de cooperación entre disciplinas. Madrid: Los libros de la catarata, 2016.

[iii] FANTOVA, F. Diseño de políticas sociales. Fundamentos, estructura y propuestas. Madrid: CCS, 2014.

[iv] INNERARITY, D. Una teoría crítica de la inteligencia artificial. Barcelona: Galaxia Gutenberg. 2025.

[v] GARDE, J.A. y LÓPEZ, A.M. “Institucionalización de la evaluación y auditoría operativa: ¿Rivalidad o complementariedad?”. Revista Española de Control Externo. 68, 2021, p. 48-65.

[vi] LIGERO, J.A. et al. Rayuela. Un ejercicio de reflexión y comprobación para hacer una evaluación consciente. Madrid: Means, 2019.

[vii] BRANCHINI, B. La Teoría del Cambio: una herramienta clave para la evaluación y la planificación de programas sociales. fresnoconsulting.es, 2024.

[viii] OCDE. Recomendación del Consejo sobre la evaluación de las políticas públicas. 2022.

[ix] CASADO, J.M. y DEL PINO, E. “Evolución, situación actual y retos de la evaluación de políticas públicas en las Administraciones españolas”. Cuadernos Económicos de Información Comercial Española. 102, 2021, p. 13-38.

[x] PATTON, M.Q. “Public policy evaluation: origins and evolution”. VARONE, F. et al. Handbook of public policy evaluation. Cheltelham, Elgar, 2023, p. 16-30.

[xi] PANIAGUA, M. “El uso de registros administrativos tributarios y de Seguridad Social para el diseño y la evaluación de políticas públicas: la creación del Ingreso Mínimo Vital”. Centro Interamericano de Administraciones Tributarias. 2025.

[xii] SCHÖN, D. El profesional reflexivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan. Barcelona, Paidós. 1998.

[xiii] AEVAL. Fundamentos de evaluación de políticas públicas. 2010.

[xiv] SPIEGELHALTER, D. El arte de la estadística. Cómo aprender de los datos. Madrid, Capitan Swing. 2023.

[xv] NIELSEN, S.B. et al. “Evaluation in the era of artificial intelligence”. NIELSEN, S.B. et al. Artificial intelligence and evaluation. Emerging technologies and their implications for evaluation. New York: Routledge, 2025, p. 1-12.

[xvi] EUROPEAN COMMISSION. Evaluation handbook. European Union. 2024.

 

Número 21, 2025
A fondo

Evaluar procesos de acción comunitaria

Óscar Rebollo y Ernesto Morales. Investigadores del Instituto de Gobierno y Política Pública. Universidad autónoma de Barcelona (IGOP-UAB)

Puedes encontrar al Instituto de Gobierno y Política Pública en Bluesky, LinkedIn y Youtube.

 

El texto reflexiona sobre el sentido de la evaluación y el sentido de la acción comunitaria, presenta un prototipo para construir modelos de evaluación adaptados a distintos proyectos, y ofrece unas reflexiones finales sobre la mirada evaluativa en distintos escenarios de intervención.

 

El presente artículo reflexiona sobre el sentido de la evaluación y el sentido de la acción comunitaria. Parte de la idea de que, tanto impulsar proyectos comunitarios, como evaluarlos, deben ser ambas actividades dotadas de intencionalidad, de sentido. Presenta acto seguido un prototipo de evaluación desde el que construir modelos ad hoc, adaptados a los distintos proyectos. Finalmente ofrece unas breves reflexiones, o apuntes, sobre la mirada evaluativa en distintos escenarios de intervención.

 

1. El sentido de la evaluación

No existe una única propuesta metodológica para evaluar los procesos comunitarios. Una única manera que sea la correcta y todas las demás no. La información disponible, las herramientas a nuestro alcance, el tiempo y los recursos, nos permitirán trazar unas u otras estrategias de evaluación. Pero el sentido de la evaluación no proviene tanto de las metodologías que utilicemos como de las preguntas que nos hagamos y, muy especialmente, de la finalidad que perseguimos evaluando. Partimos de la base de que nadie evalúa por evaluar. Que se evalúa por algo y para algo, y ahí radica el sentido de la evaluación.

Muchas veces no le dedicamos tiempo a evaluar, nos da pereza, lo encontramos fastidioso o nos resistimos a hacerlo porque no le vemos el sentido o porque lo interpretamos como un ejercicio fiscalizador hacia unos equipos profesionales maltratados e incomprendidos; cuando no una absoluta pérdida de tiempo: ¿Servirá para algo? ¿Qué uso se hará y cómo nos afectará? Definir y explicitar el sentido de la evaluación y sus usos es de lo primero que deberíamos hacer para obtener unos resultados confiables.

Ciertamente, falta bagaje y cultura de la evaluación en nuestras organizaciones y proyectos. Sin esconder, en el caso de los procesos comunitarios, un descreimiento hacia la evaluación en sí misma, basado en la creencia de que nos dedicamos a aspectos intangibles que nadie ve ni reconoce, y trabajamos procesos que son lentos y a largo plazo, en los que cuesta ver impactos y rendimientos captables en evaluaciones que nunca son a tan largo plazo. Una posición muchas veces defensiva frente a toda la presión que reciben los procesos comunitarios para que justifiquen su financiación demostrando lo que valen y para qué sirven.

¿Qué le podemos pedir y qué no a la evaluación de un proceso comunitario? Seguramente no le podemos pedir que muestre todo el conjunto de beneficios que sabemos que aporta el hecho de formar parte de acciones colectivas, disponer de una rica vida relacional, y de un amplio y diverso capital social. Demostrar todo eso en cada proyecto exigiría más esfuerzo y recursos destinados a la evaluación que al propio proyecto. Existe suficiente evidencia en la literatura académica como para tener que andar cuestionando continuamente el sentido de la acción comunitaria (Twelvetress, 2008);[i] gracias a ello sabemos que la acción comunitaria puede tener impactos positivos en la salud comunitaria y en la reducción de las desigualdades entre barrios (Palència et al, 2018)[ii], que la confianza y la reciprocidad juegan un papel clave en la creación de capital social (Putnam, 2000)[iii], o que las infraestructuras comunitarias y los lazos vecinales contribuyen a la resiliencia y la supervivencia ante desastres naturales (Klinenberg, 2002)[iv].

Lo que debemos evaluar en un proyecto comunitario es si es capaz o no de cumplir su propia promesa: las maneras de hacer y relacionarse, y los objetivos que propone; que deben ser explicitados.

Con todo, para evaluar procesos comunitarios, lo primero es comprender la naturaleza de dichos procesos. Sino difícilmente nos podremos hacer preguntas relevantes y significativas.

 

2. El sentido de la acción comunitaria

No contamos con una definición universalmente aceptada de qué cosa sea la Acción Comunitaria. Hablamos de acción comunitaria para referirnos a una perspectiva de intervención en lo social, y/o desde lo social, que admite infinidad de formatos (planes y proyectos, agendas culturales y calendarios festivos, asociacionismo y movilización social, gestión de equipamientos y servicios públicos, autogestión, etc.), que puede ser puesta en práctica por una gran diversidad de actores (ciudadanía organizada, asociaciones, ONG, tercer sector, cooperativas, servicios y equipamientos públicos, etc.), y que puede obedecer a intencionalidades no solo diversas, sino incluso contrapuestas: según se traten la desigualdad, la diversidad o los derechos humanos en dichas acciones, por ejemplo.

Lo único que puede llegar a tener en común este universo de prácticas recién apuntado, es que se trata siempre de personas organizadas para cooperar de algún modo. Tres conceptos dibujan así el campo social que nos interesa: acción, organización y cooperación.

La participación comunitaria a diferencia de la participación ciudadana es una participación del hacer, y no solo del opinar, proponer o presionar (Pindado, 2008, 2015)[v], por eso ponemos la acción en el centro (Morales y Rebollo, 2025)[vi]: hacemos cocinas comunitarias, huertos urbanos, redes de apoyo mutuo o fiestas populares, no solamente las opinamos. Al hacer colectivamente, entramos en un tipo específico de relación con los demás que nos permite experimentar la organización y la cooperación. Esto es, tener experiencias vitales significativas desde el punto de vista comunitario

Pero organizarnos y cooperar… ¿Quiénes y cómo? y, sobre todo, ¿para qué? Dar respuesta a estas preguntas define una intencionalidad, y es lo que acaba dando un sentido específico a las distintas acciones comunitarias. Es frecuente preguntarse hasta qué punto son comunitarias determinadas acciones, buscando la respuesta en pretendidos aspectos de una supuesta idoneidad metodológica, cuando, la mayoría de las veces, la diferencia que nos interesa subrayar tiene más que ver con la intencionalidad que se persigue que con el método utilizado. Si hay gente organizada para cooperar, es comunitario. No le demos más vueltas. Pero ¿cómo y con qué intencionalidad cooperan? (Rebollo, 2012)[vii]

Cooperar es una forma de relacionarse que exige cierta organización. Por eso decimos que la intervención comunitaria es de naturaleza relacional y organizativa. Así que deberemos prestar atención a (evaluar) cómo nos relacionamos y cómo nos organizamos.

Como ponemos en el centro lo relacional, acostumbramos a hablar de procesos, poniendo énfasis en la dimensión relacional. Pero no olvidemos que no se trata de relacionarse por relacionarse, de dinamizar relaciones sin que importe la intencionalidad. La idea de trabajar procesos se asocia frecuentemente a trabajar a largo plazo, a cambios lentos, y otras expresiones similares que no deberían convertirse en justificaciones de un ir haciendo cotidiano basado en recrear un ámbito relacional en el que nos sentimos cómodas. Por muy a largo plazo que sean nuestros objetivos más generales, si queremos evaluar lo que hacemos debemos plantearnos objetivos intermedios que sean evaluables.

 

3. En el punto de partida de la tarea evaluadora

Los proyectos se expresan a través de conceptos que no siempre tienen un significado evidente, claro y compartido. Acción comunitaria, transformación social, empoderamiento, inclusión, etc., ni está claro qué significan, ni significan lo mismo para todo el mundo, admitiendo múltiples interpretaciones. Por ello, es crucial que los proyectos de intervención social dispongan de marcos conceptuales que otorguen un sentido lo más preciso y operativo posible a los términos utilizados. Esto permitirá establecer objetivos y estrategias de trabajo claros, así como evaluarlos eficazmente. ¿Cómo podemos ejecutar y evaluar acciones cuando su significado es indeterminado o varía entre los distintos actores involucrados?

También es clave para la evaluación (y para la planificación) disponer en el punto de partida de una teoría del cambio explícita. No hacemos las cosas porque sí, ni lo primero que se nos ocurre. La teoría del cambio refleja la forma de pensar y de actuar de las organizaciones y equipos promotores; y ha de ser objeto/objetivo prioritario de evaluación. Es el relato que explica por qué y cómo, a través de las actividades propuestas, se espera alcanzar los objetivos.

Junto al marco conceptual y a la teoría del cambio, debemos pensar los modelos de evaluación a la par que se piensan los de intervención. Es muy importante que la evaluación no sea algo sobrevenido, o dejado para el final y ya veremos cómo lo resolvemos cuando toque. Evaluar exige algunas reflexiones, y cierta planificación desde el primer momento. Así sabremos, por ejemplo, qué información necesitaremos ir recogiendo en todo momento, o a qué personas nos puede interesar entrevistar en el futuro y, por lo tanto, no perderles la pista y, por encima de todo, qué preguntas deberemos hacernos en cada fase o ámbito de implementación.

Finalmente, el proceso o proyecto comunitario deberá tener un propósito claro y unos objetivos evaluables. Los objetivos muy generales, que parecen más una declaración de voluntad que una meta razonablemente asumible, son imposibles de evaluar. La experiencia nos muestra que tres años es un periodo relevante para evaluar resultados significativos en procesos comunitarios: ciertos logros en cuanto a empoderamiento y organización comunitaria, por ejemplo, cuesta pensar que se obtendrán en menos tiempo, pero si en tres años no somos capaces de mostrar ningún logro significativo algo deberemos replantearnos.

 

4. Qué evaluar

El Cuadro1. propone un prototipo para construir modelos ad hoc de evaluación de acciones comunitarias. Hablamos de prototipo para trasmitir la idea de que cada equipo, en cada proyecto, según sus objetivos y necesidades, pueda construir su propio modelo adaptando y modificando este prototipo tanto como considere.

Cuadro 1. Prototipo para la evaluación de acciones comunitarias

 

4.1 Las dimensiones a evaluar

Este prototipo responde a la pregunta sobre Qué evaluar en la primera columna: identificando tres bloques, con tres dimensiones en cada bloque.

El primer bloque tiene que ver con los impactos de las acciones comunitarias, entendiendo dichos impactos desde la intencionalidad comunitaria que proponemos: (1) el empoderamiento individual y colectivo, (2) la mejora producida en las condiciones de vida, y (3) lo inclusivos que llegan a ser nuestros procesos comunitarios (Morales y Rebollo, 2014)[viii].

El segundo bloque de dimensiones o aspectos a evaluar se centra más en lo metodológico: en los procesos relacionales y de trabajo comunitario, pues toda metodología comunitaria puede entenderse como una estrategia relacional. (1) Qué tipo de relaciones promovemos; (2) el funcionamiento de las actividades; y (3) el del propio equipo impulsor del proyecto, conforman las tres dimensiones de este bloque. Son tres dimensiones que, insistimos, tiene que ver siempre con nuestras formas de hacer y relacionarnos.

Finalmente, el tercer bloque apunta directamente a nuestras hipótesis y teorías del cambio. Debemos ver las teorías del cambio como herramientas para el cambio. Unas herramientas que construimos mediante la sistematización y el intercambio de aprendizajes. Por eso queremos evaluar qué vamos aprendiendo a lo largo del proceso, cómo traducimos esos aprendizajes en cambios [¿o es que aprendemos, pero no cambiamos?], y si/como trasladamos o transferimos esos aprendizajes a otros espacios, equipos, lugares o proyectos. Esto último lo queremos evaluar porque pensamos que el intercambio y la transferencia de conocimiento es importante.

4.2 La situación inicial

Una vez tenemos definidas las dimensiones que queremos evaluar, y antes de pasar a ver los impactos que podamos haber conseguido, hagamos un diagnóstico de la situación de partida. Aunque se trate de un diagnóstico intuitivo, basado en pocos datos, en impresiones, o en un conocimiento que sale de nuestras propias vivencias en el entorno en el que nos disponemos a trabajar, fijar mínimamente la situación inicial, no solo nos ha de ayudar a valorar mejor el alcance real de los logros conseguidos, también nos ayudara a plantearnos unos objetivos razonables y realistas.

4.3 Los objetivos a tres años

Nuestro prototipo parte de una hipótesis basada en nuestra propia experiencia de trabajo sobre el terreno. Buscamos conseguir impactos significativos. Sabemos que cuesta mantener procesos comunitarios cuando los objetivos que se persiguen se viven como insignificantes por parte de la población que participa, pero también cuesta movilizar para unos objetivos inalcanzables (Simone, 2022)[ix]. Así que nos propondremos unos objetivos que no sean ni insignificantes ni inalcanzables, a los que llamamos significativos. También sabemos que es importante celebrar victorias, conseguir cosas, que los proceso den resultados; y la experiencia nos dice que eso no se consigue en muy poco tiempo. Como nos dice que a largo plazo todos calvos. En cambio, sí podemos plantearnos ciertos resultados en los plazos medios. Por último, consideramos también en los procesos que trabajamos los ciclos temporales, tanto vitales como institucionales, que acaban marcando tiempos, hitos, y expectativas. Todo lo anterior nos hace proponer una hipótesis temporal para conseguir impactos significativos: plantearse objetivos a tres años vista.

4.4 Las preguntas

Evaluar es hacerse preguntas, y la buena evaluación parte siempre de hacerse buenas preguntas: pertinentes y esclarecedoras con relación a nuestros objetivos y procesos de trabajo. Las preguntas son clave. Nos dicen qué debemos miran, en qué debemos fijarnos, qué es lo realmente importante. Cuántas veces hemos oído que nos cuesta hacernos preguntas más allá de la acostumbrada ¿Cuántos son?

Pues bien, podemos preguntarnos también ¿Quiénes faltan? ¿Quiénes no han venido? ¿Cuánto se parecen los que han venido a los que viven por aquí cerca? ¿Quiénes toman la palabra? Si quienes dan, aportan, hablan … son siempre los mismo: ¡Porque los que más integra es poder aportar!

A los equipos les podemos preguntar cuánto tiempo pasan en relación directa con la gente y cuánto haciendo gestiones individuales, reuniones profesionales y gestiones burocráticas. O a cuánta gente conocen por su nombre y cuánta gente los conoce por su nombre también.

¿Nos preguntamos alguna vez por qué todas aquellas cosas que queremos cambiar y que podríamos cambiar, no cambian?

4.5 Los indicadores

Un indicador es un resumen informativo que nos permite contestar las preguntas que nos acabamos de hacer. No nos los dice todo, nos dice algo importante. Hay muchos tipos de indicadores y algunos tienen una gran capacidad indirecta de respondernos preguntas. Es más fácil conseguir indicadores a partir de un buen trabajo de preguntas, por eso en nuestro prototipo están situados en columnas colindantes.

 

5. Apuntes sobre escenarios de evaluación

Decíamos al principio de este texto que la acción comunitaria admite infinidad de formatos y contextos, y puede ser puesta en práctica por una gran diversidad de actores. Dedicamos este último aparatado a dibujar los escenarios de trabajo comunitario más frecuentes: allí dónde acostumbran a impulsarse procesos comunitarios. La idea aquí es aportar algunas consideraciones específicas de cada escenario que permitan afinar un poco más la mirada evaluativa. Enseguida se verá que se trata de apuntes muy parciales, sin más afán.

Escenario 1. Un proyecto comunitario sectorial

Nos referimos aquí a aquellos proyectos específicos de un determinado ámbito de intervención, como puedan ser la salud, la educación, los jóvenes, las personas migrantes, etc. Aquí los proyectos comunitarios suelen aspirar a reunir a un número significativo de personas del sector para realizar actividades con dichas personas que, según la teoría del cambio que se aplique, permita alcanzar los objetivos buscados. Muchos de estos proyectos corren el riesgo de cerrarse al grupo original, anclándose en determinadas formas de funcionar poco permeables al cambio y a nuevas incorporaciones. Por eso la evaluación debería estar atenta a esos cierres, si es que se producen, y a sus causas. Seguramente no podemos pedir a estos proyectos que tengan la capacidad de estar incorporando nuevos actores y ciudadanía constantemente. No es fácil llegar a más gente y estar permanentemente abriendo el proceso, pero sí que es fácil cerrarlo y caer en dinámicas de autocomplacencia que justifiquen ese cerramiento.

Escenario 2. Un proyecto comunitario de base territorial

Los planes o proyectos de mejora de barrios o territorios concretos acostumbran a incorporar en alguna medida una perspectiva comunitaria, no siempre fácil de operativizar. Esa dificultad puede llevar a equiparar acción comunitaria con soporte al mundo asociativo, o confundirla con la constitución de mesas de trabajo o espacios similares, de seguimiento y/o coordinación, a las que suelen acudir mayoritariamente profesionales, también del sector asociativo. En este escenario, afinar la mirada evaluativa nos exigirá un esfuerzo conceptual: ¿Qué entendemos concretamente por proyecto comunitario de barrio? y, sobre todo, ¿qué le pedimos? Si dijésemos, por ejemplo, que lo que pretendemos es el fortalecimiento comunitario del barrio, ¿qué significa eso, en qué consiste?

Escenario 3. Impulsar acciones comunitarias desde los servicios

La distinción entre proyecto y mirada es muy útil para trabajar con los servicios y evaluar su desempeño comunitario (Ajuntament Bcn, 2018)[x]. Un proyecto comunitario es algo reconocible y nombrable. Está mínimamente organizado, consume recursos y suele estar documentado. Sin embargo, los servicios que no impulsan proyectos comunitarios pueden trabajar con mirada comunitaria si toman conciencia de las especificidades del barrio en el que operan, adaptando de algún modo sus respuestas a las condiciones sociales del entorno, o si no individualizan las respuestas que brindan a las personas atendidas. La prescripción social desde un centro de salud (enviar a la gente al centro cívico o la biblioteca y no solo a la farmacia) sería un ejemplo de mirada comunitaria. Es esencial evaluar la mirada comunitaria en los servicios y no únicamente los proyectos que estos desarrollan.

Escenario 4. Acción comunitaria desde los equipamientos

El concepto de Infraestructura social, que aparece recogido en la literatura más reciente (Klinenberg, 2021)[xi], resulta de gran relevancia para la acción comunitaria. Las infraestructuras sociales son espacios físicos en los que se dan relaciones recurrentes entre personas diversas. Desde una mirada amplia estaríamos hablando de equipamientos cívicos, parques, huertos urbanos, o comercios de proximidad como ciertos bares o peluquerías, por ejemplo. Espacios donde la gente se relaciona con asiduidad, se acaba conociendo y establece vínculos que no por débiles dejan de ser altamente significativos (Granovetter, 2000)[xii]. Son las fábricas dónde se produce el capital social, nos dice Klinenberg. Si nos centramos en centros cívicos, casas de cultura, bibliotecas, casas de jóvenes, de mujeres, o tantos otros equipamientos que tienen la voluntad de ser motores de proyectos comunitarios, la mirada evaluativa nos debería resaltar el funcionamiento de dichos espacios como Infraestructuras sociales: ¿Facilitan el encuentro y la relación entre personas diversas? ¿Se trata de espacios acogedores? ¿Quién entra y quién no, de los que viven cerca?

Escenario 5. Los proyectos asociativos

Independientemente de impactos y recorridos, muchos proyectos asociativos son comunitarios por el hecho de ser asociativos; pues el asociacionismo nos habla de gente que se junta para hacer cosas y perseguir finalidades compartidas. Así que, en puridad, el asociacionismo deviene una representación formal de lo comunitario. Esto no quiere decir que todos los proyectos asociativos, aun siendo de alguna manera comunitarios, tenga el mismo interés o valor social. Ni quiere decir tampoco que todas las asociaciones formalmente constituidas dispongan de vida asociativa en su interior. La mirada evaluativa hacia los proyectos asociativos se debería fijar en ambos aspectos: la calidad del proyecto y la calidad (¿democrática?) de la vida asociativa.

 

[i]Twelvetress, A. (2008). Community work. United Kingdom: Palgrave Macmillan.

[ii] Palència, L., Rodríguez-Sanz, M., López, M. J., Calzada, N., Gallego, R., Morales, E., Barbieri, N., Blancafort, X., Bartroli, M., & Pasarín, M. I. (2018). “Community action for health in socioeconomically deprived neighbourhoods in Barcelona: Evaluating its effects on health and social class health inequalities”. Health Policy, 122(12),2018; 1384–1391. https://doi.org/10.1016/j.healthpol.2018.10.007

[iii] Putnam, R. D. Bowling Alone: The Collapse and Revival of American Community. Simon and schuter, 2000.

[iv] Klinenberg, Eric. Heat wave: A social autopsy of disaster in Chicago. University of Chicago press, 2015.

[v] Pindado, F. La participación ciudadana es la vida de las ciudades. Barcelona: Ediciones del Serbal, 2008.

Pindado, F., Rebollo, O. El debate público: Barcelona, Edición propia IGOP, 2015. https://igop.uab.cat/wp-content/uploads/2015/04/DEBATE_PUBLICO_2015_A4-IGOP.pdf

[vi] Morales, E. y Rebollo, O. Acción Comunitaria: guía metodológica. Diputación foral de Gipuzkoa: 2025

[vii] Rebollo, O., “La transformación social urbana: la acción comunitaria en la ciudad globalizada”. Gestión y Política Pública. Ciudad de México, 2012

[viii] Morales, E. y Rebollo O. «Potencialidades y límites de la acción comunitaria como estrategia empoderadora en el contexto de crisis actual.» Revista de Treball Social 203 (2014); 9-22.

[ix] Simone, B. Cómo resolver problemas públicos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2022, p. 100

[x] Ajuntament de Barcelona. Àrea de Drets Socials Marc d’intervenció comunitaria als serveis socials de Barcelona. Barcelona: 2018. Np

[xi] Klinenberg, E. Palacios del Pueblo. Madrid: Capitán Swing, 2021

[xii] Granovetter, M. “La fuerza de los vínculos débiles”. Política y Sociedad: Madrid, 33. 2000; p. 41-56

 

Número 21, 2025
A fondo

¿Evaluar la vida?

Amaia González Llama e Imanol Zubero. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea

 

¿Se puede evaluar una vida? AURKIGUNE, proyecto de inclusión en Bilbao impulsado por Bizitegi y Zubietxe, acompaña a personas en exclusión severa desde una mirada comunitaria. Más allá de cifras, apuesta por vínculos, afectos y pertenencia. Con 40 participantes y más de 500 actividades, ha tejido redes humanas y sentido de comunidad en dos barrios. Frente a métodos cuantitativos poco útiles para medir transformaciones vitales, ha usado historias de vida, sociogramas y diarios de campo. Así, visibiliza avances reales: alguien que ahora es saludado, otra que ha encontrado un grupo, o quien por primera vez se siente persona. AURKIGUNE no ha cambiado el mundo, pero sí los mundos de quienes lo habitan. Su mayor logro: la confianza recuperada, la voz que resurge, ese yo existo que nace cuando alguien, simplemente, saluda.

 

1. Presentación

AURKIGUNE [https://aurkigune.org/es/inicio/] es un proyecto de inclusión social impulsado por las entidades Bizitegi y Zubietxe, orientado a personas en situación de exclusión severa. Su objetivo principal es crear centros comunitarios que fomenten la participación social de colectivos vulnerables, fortaleciendo sus vínculos con el entorno y su sentido de pertenencia. Basado en la Pedagogía Social Comunitaria y el acompañamiento en medio abierto, el modelo prioriza la cercanía, la flexibilidad y la atención personalizada, evitando itinerarios rígidos y favoreciendo relaciones de confianza que conectan a las personas con recursos sociales, sanitarios y comunitarios.

La iniciativa entiende la activación sociocomunitaria como una herramienta transformadora que supera la lógica del empleo, promoviendo vínculos, redes y una ciudadanía activa. Se enmarca en un enfoque relacional que responde a los desafíos sociales surgidos tras la crisis de 2008 y la pandemia, reivindicando el papel de la comunidad como sostén del bienestar colectivo frente al individualismo.

AURKIGUNE ha sido financiado por el Departamento de Trabajo y Empleo del Gobierno Vasco como proyecto experimental dentro del V Plan Vasco de Inclusión, desarrollándose entre junio de 2023 y diciembre de 2024. Se ha implementado en los barrios bilbaínos de Abusu-La Peña y Errekaldeberri, permitiendo contrastar su aplicación en contextos distintos. En Abusu tuvo mayor visibilidad gracias a un espacio físico propio (La Casa Amarilla), mientras que en Errekaldeberri se integró en redes e iniciativas barriales ya existentes.

En el proyecto han participado 40 personas seleccionadas por criterios de vulnerabilidad (como recibir la RGI, tener discapacidad reconocida, estar en desempleo de larga duración, entre otros). El perfil mayoritario ha sido masculino (63%), extranjero (57%) y de entre 45 y 64 años. Durante el desarrollo del proyecto se han llevado a cabo unas 500 actividades divididas en formativas (95), lúdicas (176) y comunitarias (229), en colaboración con 80 entidades locales.

 

 2. Evaluación

Desde el inicio, el proyecto AURKIGUNE identificó el reto de evaluar el progreso de personas en exclusión severa, cuya evolución no sigue patrones previsibles ni se adapta bien a herramientas cuantitativas tradicionales. En la propuesta original se partía de herramientas de evaluación fundamentalmente cuantitativas: registros de actividades y asistencias, encuestas de satisfacción o puntuaciones en un Plan Individual General. Estas herramientas se han mantenido, adaptadas al desarrollo del proyecto.

También se contemplaba el uso de otras mediciones tales como la Escala Básica de Empleo e Inclusión (EBEI) o la Escala GENCAT de Calidad de Vida. Desde el principio se comprobó que estas herramientas no eran adecuadas para un proyecto tan orgánico y abierto como AURKIGUNE y para unas personas participantes en condiciones de alta exclusión como las destinatarias del proyecto. A mediados de 2024 se realizó un ensayo de aplicación de la escala GENCAT, pero la mayoría de las cuestiones contenidas en la misma (bienestar emocional, relaciones interpersonales, bienestar material, desarrollo personal, bienestar físico, autodeterminación, inclusión social, derechos) suponían para ellas un punto de partida tan precario que no fue posible detectar cambios significativos en tan corto periodo de tiempo.

Vinculado a la vida cotidiana de cada barrio, el proyecto posee una característica de organicidad que desborda las mediciones numéricas. La experiencia nos indica que las realidades de exclusión social severa son especialmente refractarias a mediciones y análisis cuantitativos o estadísticos. Por ello, se optó por una evaluación combinada (triangulación metodológica) que ha incorporado herramientas cuantitativas y cualitativas:

  • Evaluación cuantitativa: Se midió la participación, asistencia a las actividades, encuestas de satisfacción (100% positivas), y datos de impacto (139 personas participantes, 80 entidades colaboradoras, 300 interacciones en redes).
  • Evaluación cualitativa: Se aplicaron entrevistas en profundidad (historias de vida), sociogramas para mapear redes de apoyo y diarios de campo elaborados por el equipo para registrar procesos individuales y colectivos.

Estas herramientas permitieron captar aspectos invisibles para las métricas convencionales, como vínculos, emociones, ritmos personales y relaciones comunitarias. Además, se reconocieron limitaciones como la dificultad de medir impactos a largo plazo, la falta de registros previos y la naturaleza cambiante de las trayectorias vitales. En suma, el enfoque evaluativo del proyecto se adaptó a su complejidad, priorizando la comprensión relacional y contextual de los procesos de inclusión, más allá de los indicadores numéricos.

En referencia a las herramientas cualitativas, las personas responsables del proyecto en cada barrio han elaborado diarios de campo en los que se ha recogido sintéticamente la actividad diaria de cada persona participante: actividades realizadas, actitud observada, incidencias, valoración por parte de la persona responsable. Estos diarios han permitido hacer un seguimiento de las personas participantes, de forma natural, no intrusiva, como un ejercicio de observación participante que da cuenta del proceso personal de cada persona, respetando sus ritmos y necesidades.

Con el fin de complementar el seguimiento y la observación externa por parte de las personas responsables del proyecto en cada barrio, también se han elaborado breves historias de vida para cada una de las personas participantes. Mediante entrevistas en profundidad, se ha intentado que fueran ellas mismas las que construyan un relato de su experiencia en el proyecto.

Teniendo en cuenta que el proyecto AURKIGUNE aspira a testar estrategias y herramientas que favorezcan la inclusión socio-comunitaria, se ha recurrido a adaptar la herramienta del sociograma para observar y visualizar las interacciones y relaciones que las personas participantes han ido desarrollando y el papel que en la construcción de las mismas ha jugado el proyecto. El objetivo ha sido elaborar un sociograma para cada una de las personas participantes en el proyecto, como una representación del mapa de relaciones de cada cual. La fuente para la elaboración de los sociogramas han sido las historias de vida y los diarios de campo elaborados por las personas responsables del proyecto en cada barrio.

Como trasfondo teórico, nos hemos inspirado en la conocida reflexión de Mark S. Granovetter sobre la fuerza de los vínculos débiles. Su tesis central es que estos vínculos, aunque suelen considerarse superficiales o marginales, desempeñan un papel crucial en la cohesión social y la difusión de información. Los vínculos fuertes, propios de grupos pequeños y cercanos, como la familia o las amistades íntimas, se caracterizan por una mayor frecuencia de interacción, confianza emocional e intercambio mutuo. Por su parte, los vínculos débiles se basan en interacciones menos frecuentes y menor confianza emocional, pero conectan a individuos de diferentes grupos o ámbitos sociales. Por ello, los vínculos débiles sirven como puentes entre diferentes redes sociales y a través de ellos las personas pueden acceder a recursos e información que no estarían disponibles en sus círculos cercanos. En términos comunitarios, la cohesión social efectiva depende de la existencia de múltiples vínculos débiles que conecten subgrupos, permitiendo la organización para objetivos comunes, y son esenciales para conectar los niveles micro (interacciones personales) con los macro (estructuras sociales amplias).

En conjunto, como ya hemos indicado, han sido 40 las personas que han participado y con las que hemos elaborado sus historias de vida y sociogramas: 15 en Abusu-La Peña y 25 en Errekaldeberri.

Nos parece importante señalar los perfiles tan diferentes entre las personas participantes, tanto por su características sociodemográficas como por sus trayectorias vitales. Varias personas mantenían vínculos estrechos con sus familias (aunque estén a distancia), mientras que otras estaban completamente desconectadas de sus entornos familiares. Muchas historias incluyen episodios de adversidad significativa, como migración forzada, violencia, problemas de salud mental o rupturas familiares. Hay orígenes diversos, incluyendo África, América Latina y Europa, lo que genera una rica mezcla cultural en los grupos. Esta diversidad también planteaba desafíos, como el aprendizaje del castellano y la integración cultural. A pesar de las diferencias individuales, las biografías comparten una narrativa de superación y construcción de comunidad, donde la participación en asociaciones y actividades grupales han jugado un papel crucial en la integración y el desarrollo personal. AURKIGUNE ha sido, en este sentido, una referencia fundamental para todas ellas.

La mayoría han participado activamente en casi todas las actividades y algunas han limitado su implicación debido a diversas situaciones personales. Las mujeres han tendido a participar más en actividades grupales y feministas, generando redes de apoyo específicas, mientras que algunos hombres se han involucrado en mayor medida en actividades manuales o artísticas individuales. Hay un interés recurrente en el acceso a la educación, tanto formal (como cursos de Educación de Personas Adultas o formación técnica) como no formal (talleres de costura, tecnología y manualidades). Muchas de las personas participantes buscaban mejorar habilidades básicas como lectura, escritura o manejo de tecnología, a menudo como parte de su proceso de construcción de autonomía. Tanto los talleres creativos como las actividades de barrio (teatro comunitario, eventos culturales) han sido fundamentales para establecer lazos con el vecindario. Este aspecto es particularmente relevante en contextos de vulnerabilidad social, donde las redes comunitarias se convierten en pilares fundamentales para el bienestar emocional, la integración social y el acceso a oportunidades.

La participación en el proyecto ha permitido generar relaciones significativas con el entorno vecinal a través de las diversas actividades realizadas. La participación en talleres, grupos de mujeres, actividades artísticas, fiestas populares o juegos de mesa fomenta un entorno colaborativo y accesible para personas con trayectorias dispares. En varios casos, los grupos de mujeres destacan como plataformas críticas para construir redes solidarias, especialmente en contextos de migración y aislamiento social. Por otro lado, la convivencia de personas de orígenes distintos en espacios compartidos ha fomentado relaciones interculturales basadas en el respeto y el aprendizaje mutuo. Estos espacios ayudan a desdibujar fronteras culturales y refuerzan un sentido de pertenencia local.

El impacto de estas redes en situaciones de tanta vulnerabilidad es muy evidente. Muchas personas han encontrado en ellas un espacio seguro para expresar sus emociones, como se observa en los talleres de psicología que proporcionan un entorno de confianza y respeto mutuo. La posibilidad de participar en actividades autogestionadas, como las organizadas por los grupos de mujeres, fortalece la autoestima y su capacidad de tomar decisiones. En cuanto a las relaciones establecidas en actividades vecinales y proyectos comunitarios generan un sentido de pertenencia y contribuyen a la cohesión social.

Yo conozco ahora mucha gente, mejor que antes. Antes yo no conocía a nadie, gente, poca gente, pero ahora yo conozco mucha gente, comenta F.A. Vale más la gente que se tira conmigo cinco minutos hablando y me pregunta sobre mí a que me dé un euro, nos dice J.M.L. Originario de Senegal, M.S. valora así su experiencia en AURKIGUNE: Las personas me saludan a mí porque me conocen del barrio, de las actividades que hacemos y nos conocimos, me saludan y muy contento con ellos también​. Una experiencia que también comparte S.M.: Me he sentido que tengo a alguien cerca de mí, que me puede valorizar un poco​.

Como estas, son muchas las experiencias que sienten y transmiten que sus vidas se han ampliado, que sus relacionas han crecido y se han ramificado: Es una forma también de relacionarnos entre el mismo grupo con el resto de personas que puedan venir del barrio. Quiero decir, ampliar un poco más el círculo, dice A.D.G. O lo que nos comparte M.M.G.M.: Yo llevo pocos años viviendo aquí, entonces sí que conozco gente, pero no como para meterme en el barrio, en alguna asociación. Está bien conocer a las personas primero y con la ayuda de Aurkigune eso se está consiguiendo y se puede conseguir. O, por terminar con una experiencia más, la que transmite A.T.:

Es una forma de salida para que te conozca la gente, que no te juzgue. Si así, de ejemplo en el barrio de Rekalde si, como ha salido de fiesta y hay más cosas de hacer poco a poco ya te conoce, y la gente comunica. Mira, este chico estaba ahí, jugando con los niños y eso, ha participado de fiesta, de marmitako y así… Yo no lo veo mala persona entonces te conoce la gente. Ya te considera como persona, como persona. No, como te ve retirado y no te conoce y claro, te ve durmiendo en la calle y tiene miedo o te juzga mal sin saber que está pasando contigo. Pero así, conociéndote, claro. Es diferente. Ya empieza a saludarte. Ya no tiene ni miedo, porque está siempre por ahí…

El fortalecimiento de redes sociales en estos contextos no solo es una estrategia contra la exclusión, sino también un medio para construir comunidades más integradoras y solidarias. Estas redes son particularmente valiosas para personas en situaciones de vulnerabilidad, proporcionando tanto apoyo práctico como emocional, y creando oportunidades de integración y crecimiento personal. Es evidente la riqueza que adoptan sus vidas tras su contacto con el proyecto. Reflejadas en los sociogramas, son vidas que experimentan, literalmente, un auténtico florecimiento. A modo de ejemplo presentamos cuatro de estos sociogramas.

Sociograma 1. A.A.G. es una mujer portuguesa de 62 años que vive en Bilbao, en un piso gestionado por Zubietxe que comparte con dos hombres. Tiene dos hijos: uno vive en Burdeos, con quien mantiene una relación cercana y a quien visita varias veces al año; el otro, con quien la relación es difícil, reside en un centro en Muskiz y ha limitado el contacto con ella. En su día a día acude cada mañana a la EPA, donde aprende matemáticas -que se le dan especialmente bien- aunque le cuesta seguir las conversaciones del grupo debido a dificultades con la lectura y escritura. Los fines de semana se relaciona con un grupo de amigas con las que sale, aunque últimamente empieza a priorizar su descanso y bienestar sobre el ocio nocturno. Destaca su actitud respetuosa hacia una compañera transexual, a pesar del rechazo de otras del grupo.

A nivel comunitario, participa activamente en AURKIGUNE, siendo una de las personas más constantes. Ha establecido vínculos significativos con vecinas del barrio, como A. y R., y ha generado una conexión especialmente valiosa con R., una mujer ghanesa con la que ha compartido aprendizajes en el grupo de costura de La Casa Amarilla, superando la barrera del idioma. Además, participa semanalmente en el grupo de mujeres de Zubietxe, donde ha desarrollado lazos de confianza con otras participantes. Su implicación se ha extendido a actividades organizadas en el barrio por Abusu Sarean, SIAL y la asamblea feminista, especialmente con motivo del 8M. Aunque a veces necesita apoyo para involucrarse, su motivación por formar parte de la vida comunitaria es muy alta y constante.

Sociograma 2. A.F.M., mujer de 25 años nacida en Vigo, vive actualmente en un piso compartido en el barrio de La Peña gestionado por Zubietxe, donde recibe acompañamiento educativo puntual. Comparte el piso con tres compañeros, con quienes mantiene una buena convivencia. Tras una infancia marcada por la pérdida de su abuela -su principal figura de cuidado-, pasó por centros de protección y distintas modalidades de vivienda, hasta estabilizarse en su actual situación. Su red social es amplia y diversa. Mantiene una relación muy cercana con una amiga íntima, A., con quien realiza planes de ocio propios de su edad. Además, tiene un grupo numeroso de amistades en Santutxu con quienes se relaciona de forma habitual. Ha estado implicada en una relación afectiva desigual con un hombre mayor, con el que aún mantiene cierto contacto, aunque actualmente no están juntos.

Una actividad especialmente significativa para ella es su terapia con caballos en la Asociación Anothe, que le proporciona bienestar emocional y un entorno seguro, gracias al vínculo con el grupo y la educadora responsable. Participa también en varias actividades de Zubietxe, como el grupo de mujeres y el centro de día, donde mantiene una relación cercana con otras jóvenes. Aunque su asistencia no siempre es constante, valora mucho estos espacios de relación y apoyo. En La Casa Amarilla participa en charlas formativas de psicología, feminismo y diversidad sexual, y especialmente disfruta del taller de juegos, donde ha establecido nuevos vínculos con personas del centro y del barrio. Destaca la conexión positiva con vecinas como M. y su hija N., con quienes ha compartido momentos cotidianos significativos fuera del espacio del proyecto.

Sociograma 3. S.M. es un hombre rumano de 40 años que comenzó a participar en AURKIGUNE desde el centro de día Onartu de Bizitegi en septiembre de 2023. Pese a una trayectoria marcada por la inestabilidad (estancias en calle, ingresos y expulsiones de recursos de alojamiento temporal), ha mantenido una implicación activa en diversas actividades comunitarias del barrio. Convive con una enfermedad mental y consumo de alcohol, lo que ha afectado su continuidad en algunos espacios. A pesar de tener un hermano en Bilbao, su red de apoyo es limitada. Es una persona inteligente y con habilidades musicales, especialmente con la guitarra, lo que le ha permitido integrarse en múltiples iniciativas como el grupo de teatro, presentaciones en centros educativos y actividades culturales junto a colectivos locales (gaiteros, trikitilaris, etc.).

Su implicación ha generado vínculos con numerosos grupos del barrio, destacando por su colaboración en actividades como talleres, preparación de eventos y apoyo logístico en fiestas populares, aunque le cuesta participar en eventos masivos por incomodidad personal, aunque realiza esfuerzos por involucrarse. También ha tenido momentos de ruptura con el equipo por conflictos de confianza, tras los que ha retomado el contacto de forma progresiva. Su evolución personal se refleja en pequeños gestos de apertura y compromiso, como su participación espontánea en acciones comunitarias fuera del horario habitual del centro o su disposición creciente a vincularse sin necesidad de recordatorios. Aunque su constancia es inestable, sigue siendo una figura reconocida y valorada por la comunidad, lo que refuerza su integración progresiva.

Sociograma 4. M.K. es un joven marroquí de 28 años en situación de calle. Aunque su nivel de castellano es limitado, muestra una actitud muy activa y participativa desde su llegada a AURKIGUNE, implicándose en múltiples propuestas como teatro, poesía, deporte o voluntariado. Sin embargo, su participación se ve afectada recurrentemente por su situación de extrema vulnerabilidad, marcada por desalojos constantes y la falta de estabilidad habitacional.

A pesar de no residir en Rekalde, empieza a generar vínculos con personas y colectivos del barrio, como Vaso Poético, el Homeless Film Festival o Korrikazaleak. Su motivación inicial es alta: escribe poesía, quiere recitar en árabe con traducción al castellano, propone grabar un cortometraje con contenido social, participa como voluntario en la San Silvestre y busca integrarse en el grupo de corredores. Sin embargo, cada vez que su participación está a punto de consolidarse, eventos externos como desplazamientos forzados, desalojos o la imposibilidad de pagar gastos mínimos (aunque estos se reducen con apoyo del equipo) lo alejan del proceso. Muestra un fuerte compromiso con la comunidad cuando su situación lo permite, pero reconoce que en su realidad actual, su energía está centrada en sobrevivir. A pesar de ello, su implicación inicial deja huella en el entorno, donde es recordado y valorado por las personas con las que interactua.

3. Resultados y aprendizajes clave

La evaluación del proyecto AURKIGUNE resalta la eficacia de un enfoque flexible e integral para medir el impacto social, combinando herramientas cuantitativas con metodologías cualitativas que captan transformaciones profundas en personas y comunidades. El proyecto, desarrollado en los barrios bilbaínos de Errekaldeberri y Abusu-La Peña, ha generado espacios inclusivos donde vecinas y vecinos, tanto destinatarios directos como participantes comunitarios, han encontrado un lugar de reconocimiento y participación.

Uno de los pilares ha sido la colaboración entre las entidades sociales Zubietxe y Bizitegi, junto con diversas asociaciones barriales, tejiendo redes de apoyo mutuo y revitalizando la vida comunitaria. Esta cooperación ha fortalecido el tejido social y promovido nuevas iniciativas adaptadas a las realidades locales.

AURKIGUNE ha sabido ajustarse a contextos muy diferentes: en Errekaldeberri se integró en una red asociativa ya consolidada, mientras que en Abusu-La Peña, con un entorno menos dinámico, se optó por una presencia más visible a través de La Casa Amarilla. En ambos casos, se construyeron relaciones de confianza esenciales para el éxito del modelo.

El proyecto ha sido coordinado por un equipo comprometido, apoyado por un grupo motor interinstitucional que garantizó su seguimiento y evaluación. Este proceso reveló que los métodos cualitativos eran más adecuados para capturar los efectos reales del proyecto, como el aumento de la autoestima, la participación activa y el sentido de pertenencia de las personas involucradas.

AURKIGUNE se presenta como un modelo de activación sociocomunitaria transformador, capaz de generar cohesión social, inclusión y vínculos duraderos, con potencial para ser replicado en otros contextos. Al tratarse de un proyecto tan orgánico, al ser la propia vida de las comunidades de barrio, con todo su azaroso dinamismo, el contexto donde experimentar los procesos de inclusión, AURKIGUNE ha exigido una permanente actitud de escucha con el fin de identificar oportunidades para la interacción positiva entre el barrio y las personas en exclusión. La construcción de relaciones de confianza ha sido trabajosa, pero ha funcionado. Por ello, contemplamos con mucha preocupación la posibilidad de que el proyecto no tenga continuidad, ya que estas relaciones de confianza se verían afectadas.

 

Número 21, 2025