Carlos Ballesteros García. Profesor de la Universidad Pontificia Comillas
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La última vez que escribí algo para ser publicado en un medio de comunicación el mundo era muy diferente al que estamos viviendo ahora. Y han pasado apenas 4 años desde aquello, pero por aquel entonces el volcán no habían entrado en erupción; el virus que tanta lata nos está dando no era siquiera conocido y no tenía nombre fuera de los laboratorios; Putin y Zelenski estaban quietecitos mientras Trump hacía de las suyas; el Planeta, aun siguiendo en su lenta pero constante escalada hacia la desertización, no había sufrido los calentones de este último verano (ni a Filomena); los mundiales de futbol, aun siendo el negocio que siempre han sido, se jugaban en verano y en países anfitriones que respetaban los Derechos Humanos. Vivíamos entonces en una Era de la Abundancia que ya nos han dicho, y estamos experimentado en nuestras carnes, que se ha acabado para siempre. Ahora la energía ya no es barata (más cara debería ser, pero eso da para un artículo por sí sólo); los mercados están desabastecidos y la inflación desbocada; los índices de pobreza y exclusión vuelven a ser alarmantes y la vulneración de los derechos de las minorías es mayoritaria. Hemos descuidado los cuidados que tanta falta nos hicieron en los duros momentos de la pandemia y nos hemos olvidado de cómo aplaudíamos a las 8 de la tarde a las profesiones y a los profesionales que arriesgaron vidas y se agotaron hasta la extenuación cuidándonos.
En las dos décadas que llevamos de siglo hemos cambiado las siglas que venían explicando el mundo que surgió después de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York y al que nos habíamos acostumbrado poco a poco. De vivir un entorno considerado VUCA (Volatil, Incierto, Complejo y Ambiguo por sus siglas en inglés) ahora dicen que lo hacemos en un mundo FANI (Fragil o quebradizo, Ansioso, No lineal e Inabarcable o Incomprensible). Si después del 11-S nos sentíamos amenazados, y cambiábamos sin preocupación libertades por (falsas) seguridades aceptando que, en nombre de la sacrosanta defensa del orden capitalista y consumista, todo valía, ahora estamos con la sensación de que todo se puede ir a la mierda en apenas unos segundos. Y eso nos crea ansiedad, miedo y una sensación de estupor permanente que nos lleva a no sorprendernos por nada, a aceptar todo como viene.
Decía Naomi Klein en su libro Doctrina del Shock, escrito en 2007 que, ante la conmoción y la confusión provocadas por catástrofes naturales o grandes descoloques sociales, algunos gobernantes aprovechan para hacer importantes reformas de calado, impopulares, para instaurar doctrinas económicas de corte ultraneoliberal. El huracán Katrina, El tsunami de Indonesia, la guerra de las Malvinas, el golpe de estado contra Allende, etc. son los ejemplos que ella presenta sobre como en tiempos turbulentos el poder económico de los mercados se aprovecha para privatizar y hacer negocio de la desgracia. La conmoción posterior al 11-S (y en nuestro país al 11-M) sirvió para que algunos intentaran, con desigual éxito, seguir esta doctrina e imponer reformas laborales, privatizar servicios esenciales etc. Nos mean encima y nos dicen que llueve, decía una de las pancartas de aquella acampada del 15M.
Yo abogo, sin embargo, por una Revolución de la Serenidad. Los golpes que nos hemos dado en los últimos años como sociedad han sido continuados y graves, sin dejarnos respirar entre uno y otro, sin posibilidad de coger aliento. Esto algunos pueden e intentan aprovecharlo para hacer sus reformas y sus negocios particulares, llevarnos a su terreno. Quiero creer, sin embargo, que en estos últimos años, como consecuencia de duros batacazos bien es cierto, hemos conseguido empoderarnos como sociedad, darnos cuenta de nuestra capacidad de resistencia y resiliencia y de decir ¡Basta!. No estamos adormecidos, no nos conformamos, ya no nos engañan. Estamos tan golpeados, tan doloridos, tan sorprendidos… nos vemos tan frágiles y quebradizos, tan ansiosos por encontrar la salida y nadar en aguas calmadas, por decir ¡se acabó!; estamos tan perplejos ante un mundo inabarcable, con unos problemas que, de tan enormes que son no llegamos a comprender su dimensión ni sus límites, que nos hemos dado cuenta de que la solución solo viene si, entre todos y todas aportamos nuestro granito de arena. Desde la calma y la serenidad que nos da el saber que hemos perdido tanto, que podemos perderlo todo, es desde donde estamos encontrando las soluciones. Hemos dejado de competir para colaborar. Hemos dejado de ver amenazas para ver oportunidades. Hemos visto que el otro, el que era el malo, también tiene su lado amable y bondadoso. Hemos comprobado que si cada quien aporta lo que tiene todo parece más fácil. Las empresas, legitimadas para ganar dinero vendiendo productos y servicios, han visto -no todas- que se puede ganar dinero sin pisar ni atropellar; los gobiernos -algunos- empiezan a confiar en el poder del pueblo y a no tratarnos como ignorantes; las ONG se han dado cuenta de que hay modelos mixtos de colaboración que, bien encauzados y regulados, pueden generar unos impactos insospechados. Estamos dándonos cuenta de que hablar y escucharnos con calma y serenidad, sin crispación, merece la pena y que además es la mejor, por no decir la única, manera de salir de ésta en la que nos encontramos.
Número 13, 2023