Puede parecer mentira, pero las personas somos arrastradas por ciertas emociones que nos hacen percibir la realidad de una manera concreta y, generalmente, esa realidad percibida no se ajusta a la realidad. En el caso de las migraciones, esta regla se aplica con mayor frecuencia porque entramos en el ámbito de la diferencia, de lo no conocido, de lo que genera miedo.
En la actualidad, las disciplinas que se dedican al estudio del ser humano indican que nuestras emociones se clasifican en primarias y secundarias, las primeras suelen ser las emociones más instintivas y aquellas que compartimos con los animales como, por ejemplo, el miedo o la ira; las segundas tienen una implicación cognitiva que las hace más complejas, como pueden ser la culpa o la envidia.
El miedo es una de esas emociones primarias y necesaria para la supervivencia, el miedo nos alerta de un peligro que puede ser imaginario o real. El miedo es una clave fundamental cuando hablamos del encuentro con lo diferente. En relación con este tema, Adela Cortina explica de manera sencilla cómo en el origen de las relaciones sociales, cuando vivíamos juntos formando pequeños grupos, lo hacían a partir de un modelo homogéneo, es decir, todos compartían la misma etnia y las mismas costumbres. Esta forma de constitución de grupo fue creando en el cerebro ciertos códigos principalmente emocionales que se hicieron necesarios para la supervivencia de aquellos primeros humanos, reforzando la ayuda mutua, la cohesión, y el recelo ante quienes no pertenecían al grupo, es decir, frente a los extraños.
Esos códigos primitivos los hemos adquirido a lo largo de la evolución y afectan de manera directa a nuestro comportamiento emocional, por eso suele afectarnos más lo que le sucede a una persona cercana, que a una desconocida. En ese sentido, se entiende erróneamente que los extraños representen un peligro. Ese rechazo está arraigado biológicamente.
Sin embargo, existe una buena noticia: nuestro cerebro no es inamovible, por el contrario, el cerebro está dotado de plasticidad, esto significa que aprende, que se deja moldear, que se deja influir por lo social. Su construcción es biosocial. Aquí la educación juega un rol fundamental. Podemos ir más allá de los códigos biológicos, trascender en busca de la dignidad, de la compasión, de la fraternidad, que rompen barreras y tienden puentes.
En nuestro país, las emociones que se avivan sobre la inmigración tiran por el suelo la objetividad de la realidad. Así, se alimenta un miedo visceral hacía las personas inmigrantes que no tiene justificación en aspectos racionales. Esta desconfianza que se ha generado está influenciada por la incertidumbre actual que vivimos, con una mezcla de desinformación, y de manipulación de ciertos discursos políticos y mediáticos. Esta situación lleva a la ciudadanía a ver la inmigración de una forma problematizada, cuando la realidad, y los datos muestran que la experiencia está resultando tremendamente beneficiosa en términos sociales y económicos.
De esta forma, no podemos entender el desarrollo y crecimiento económico español de los últimos diez años, sin vincularlo de forma directa a la presencia de las personas migrantes en nuestra sociedad. Digamos con fuerza que la población migrante nos enriquece, fortalece, aporta, y es beneficiosa.
Urge decodificar nuestro cerebro y abrir nuestro corazón a los datos reales, para que no nos dejemos influenciar por mensajes interesados que sólo buscan despertar rechazo y odio hacia la población migrante. Reconocer que el miedo o la incertidumbre nos juegan malas pasadas distorsionando nuestra percepción ayuda a ser más racionales en nuestras opiniones y decisiones. Por ello, es necesario fomentar proyectos e iniciativas de contacto directo. La convivencia y el diálogo con las personas migrantes son herramientas eficaces para desmontar estereotipos y prejuicios, generando una empatía basada en la realidad, en lugar de narrativas simplificadas o alarmistas que despiertan recelos y desconfianzas.
Es fundamental que los poderes públicos se comprometan con la información veraz y con la libertad de prensa y no fomenten la divulgación de noticias engañosas e interesadas y que la ciudadanía conozca cada vez más sobre los peligros que está produciendo esta desinformación y el miedo infundado, y cómo a través de ella se generan actitudes de rechazo y discriminación.
En este contexto, todos debemos redoblar los esfuerzos porque se escuche la verdad de los datos, que toquen el corazón. Traslademos mensajes positivos, esperanzadores, y combatamos el miedo con información veraz, y posibilitemos experiencias de convivencia intercultural. Impliquémonos cada uno desde nuestras posibilidades. Que el miedo no nos paralice, y que la indiferencia no nos gane. Demos al amor una oportunidad y veremos cómo crece la esperanza.
Cada encuentro con una persona migrante es una posibilidad de aprender, de compartir, de hacer del mundo un lugar mejor. La inmigración es una realidad humana que nos interpela a todos. Sigamos promoviendo la verdad, el encuentro y la convivencia, construyamos puentes en lugar de muros. Solo así podremos avanzar hacia una sociedad más justa, plena y solidaria, en la que cada persona, sin importar su origen, pueda vivir con dignidad y esperanza.
Número 19, 2025