Joan Subirats
Catedrático en Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona
Vivimos con intensidad los problemas derivados de la precariedad laboral, la crisis de legitimidad y de confianza hacia las instituciones democráticas, las tendencias xenófobas que recorren buena parte del mundo, los efectos del cambio tecnológico que pone en entredicho muchos espacios, entidades y trabajos que antes resultaban necesarios y que ya no lo son tanto. Los lenguajes, las gramáticas que servían en el siglo XX para afrontar muchos de esos dilemas, hoy parecen obsoletos e inservibles.
Autonomía personal, igualdad y diversidad son tres parámetros normativos claros sobre los que construir una política pública. Y esos mismos valores nos sirven para referirnos al marco normativo en el que inscribir la renovación del sistema de enseñanza y del mundo educativo en su conjunto si queremos que siga siendo una palanca de equidad y de redistribución de posibilidades vitales.
Por mucho que dos personas salgan con la misma titulación de un centro educativo, lo que al final les acaba diferenciando es la mochila cultural, los recursos informales y creativos que ha ido acumulando en espacios familiares, en actividades del fuera escuela, en actividades de ocio educativo, etc. No podemos desconectar educación de cultura cuando todos sabemos que la dimensión cultural resulta hoy clave para poder afrontar los interrogantes sobre procesos productivos, sobre nuevas ocupaciones laborales, en las que predominan necesidades vinculadas a creatividad, innovación, adaptabilidad, aceptación de la diversidad, emprendeduría, etc. Los perfiles educativos tradicionales van tornándose obsoletos y no acaban de servir ni a efectos de construir la autonomía personal necesaria ni tampoco para enfrentarse a las exigencias de los cambios en el mundo de hoy.
Cada vez resulta más claro que el cambio de época no permite mantener políticas simplemente continuistas ni tampoco rutinas procedimentales que pueden parecer seguras pero que cada vez resultaran más obsoletas. No se trata de modular las respuestas de siempre para adaptarlas a una situación coyuntural de crisis. En muchos casos hay que repensar las preguntas. ¿Sigue teniendo sentido considerar las enseñanzas artísticas como algo periférico al sistema educativo? ¿Qué papel juegan las bibliotecas y otros equipamientos culturales en los procesos formativos de niños, jóvenes y adultos? ¿Es funcional la división entre especialidades y sectores creativos y educativos cuando la innovación tiene bases cada vez más híbridas? ¿Cómo se articula la colaboración institucional, social y comunitaria en ese escenario? Estas y muchas otras preguntas sobre están hoy presentes cualquier política cultural y educativa que pretenda sintonizar con los dilemas que plantea el cambio de época en el que estamos inmersos.
Nuestras comunidades dependen mucho de la intensidad de su vida educativa, cultural y creativa, desde las distintas gramáticas en que ello se expresa, para mantener su capacidad de adaptación y de lugar en el que disponer de condiciones de vida dignas. Y para que ello se dé necesitamos conectar mejor educación en su sentido amplio, enseñanza en su sentido estricto, con todas las expresiones artísticas y culturales, en toda su diversidad, para que de esa conexión salgan iniciativas, espacios de vida y creación individual y comunitaria. En el fondo, de lo que hablamos es de mantener la pulsión democrática que encierra el concepto de equidad.
Número 2, 2019