Isabel Simón
Socia de La Libre de Barrio y escritora
Si me ciñera a escribir que La Libre de Barrio es una Asociación sin ánimo de lucro, cuyo interés es la difusión de la Cultura, constituida por veintitrés socios fundadores, y apoyada por más de 120 amigos, que sin ayuda de ninguna subvención, con el añadido de sostener una librería y que ya lleva a sus espaldas cientos de actos en los siete años que lleva de andadura, sin duda estaría haciendo honor a la verdad.
Sin embargo, estos datos, aparte de poder aburrirles queridos lectores, no trasmiten ni un solo reflejo de lo que La Libre supone para mucha gente en su día a día, hacer barrio, hacer comunidad, hacernos mejores. Las estadísticas y los datos, no significan nada si no hay una historia detrás.
Yo llevaba viviendo en Leganés (lugar donde se encuentra este espacio) más de doce años. Leganés es una ciudad dormitorio cualquiera del sur de Madrid. Como en otras muchas pequeñas ciudades que orbitan alrededor de una gran capital, vivir en ella resulta más barato. Hay miles de personas como yo en esas circunstancias. Mi rutina era como la de casi todos: levantarme a las seis o antes, coger cercanías y metro, trabajar ocho horas con dureza, regresar con el tiempo justo, ya de noche, para estirar el día y hacer la compra, las tareas domésticas, intentar cenar con tu familia, pagar facturas, volver a madrugar.
Una mañana, tenía que ir al centro a realizar unas gestiones con el médico. Sí ríanse, pero tuve que preguntar varias veces si iba en la dirección correcta, lo cierto es que a pesar de los años que llevaba empadronada en Leganés, apenas conocía la ciudad ni los barrios. Así sucedió lo que tenía que suceder, volví a equivocarme de calle y al intentar reorientarme, ante mí, apareció un cartel algo setentero, pero me llamó la atención, ponía La Libre de Barrio. Me acerqué con curiosidad, era una librería modesta, con aspecto luminoso. Observé tras el cristal de la puerta y me animé a pasar.
El espacio era acogedor, repleto de libros, algunos con títulos muy originales, sobre todo me sorprendió el área infantil, muy cuidada, con innumerables ejemplares.
Pregunté qué era ese espacio, jamás me había percatado de su existencia. Y me explicaron lo que yo les he señalado en el primer párrafo, pero mucho más. Me mostraron que detrás de la librería, había un escenario, otro acogedor espacio, donde se realizaban actividades, gratuitas, que me sintiera como en mi propia casa, que claro que podía volver.
No me lo pensé dos veces y les comenté que yo había escrito un libro de relatos (con mucho esfuerzo, con una edición muy humilde, no nos vamos a engañar), y que si era posible presentarlo ahí. El librero me contestó que por supuesto, que era bienvenida, buscó una fecha.
Yo me he pasado la vida escribiendo, formándome en teatro y literatura, yendo a talleres de escritura conforme podía, arañando tiempo al tiempo, poco a poco, entre trabajo y trabajo precario, formándome en turnos nocturnos; esa es la parte que todavía no les había dicho queridos lectores. Había ido a varias librerías con el ímpetu de que me dejaran un hueco para poder presentar el libro, pero muchas de ellas ni me contestaban, otras, al no ser formato bestseller, no se arriesgaban, La Libre de Barrio, fue la primera que no solo no me cuestionó, sino que me arropó. Después de los días de preparación del acto, de la propia presentación, no sentí más que agradecimiento. Por su calidad humana, por su cariño.
¿Cómo podía devolver yo todo lo que me habían dado sin conocerme? Pues no hacer otra cosa sino seguir la cadena de acciones: me ofrecí a impartir un taller de escritura allí. Lo propuse, lo aprobaron, de eso hace ya cinco años. Cinco años en los cuales, el taller no ha parado de crecer. Por el que han pasado ya multitud de personas (personas desde los dieciocho a ochenta años), que como yo en su día, quieren escribir. Donde compartimos experiencias, aprendizaje, teoría literaria, lectura crítica, donde nos aportamos amistad y una red de apoyo mutuo. Ya van tres libros que se han publicado con los relatos de los compañeros y que La Libre ha cobijado. Y espero que sigan mucho más.
Yo les he narrado una pequeña parte, mi aventura personal. Pero La Libre da espacio a un sinfín de actividades: actos de lectura y cuentacuentos para niños, presentaciones de libros, conciertos, talleres de filosofía, tertulias feministas, microteatro, cuentacuentos para adultos, conferencias de historia, conferencias sobre salud, exposiciones de pintura y fotografía, actos poéticos, flamenco, espacio para debates vecinales, para inquietudes educativas…
La Libre sobrevive con un lema muy sencillo y muy difícil: La Cultura merece la pena. Esa Cultura que no es politizada, que está al servicio de las personas, que no se instrumentaliza en intereses creados. Y La Libre sobrevive porque cree en la gente, en los niños de su barrio. Las personas son creativas, sí tienen ganas de disfrutar de su ciudad de otra forma, ser colaborativos, sí quieren comunicarse con sus vecinos, sí desean mejorar sus vidas, proponer ideas para optimizar lo que tenemos alrededor, de unirse, de arañar tiempo al tiempo para contribuir con sus talentos a mejorar la vida de todos.
La Libre se forma no solo de los socios, los suscriptores o los amigos que aportan un dinero al mes para que siga a flote, los usuarios que compran un libro o vienen a participar en un acto; La Libre puede ser usted, puede ser cualquiera. Todos y cada uno de ustedes tienen mucho que ofrecer.
La pregunta que me hago es (sí, lo sé, algo ¿descabellada?), ¿por qué no llenar de Libres de Barrio muchas otras ciudades? ¿por qué seguir esperando a que alguien o algo nos de las cosas que ya tenemos, que son nuestras, que ya somos?
Se trata solo de hacerlas crecer, cuidarlas, valorarlas. Nosotros ya llevamos siete años volando. ¿Se vienen?
Número 4, 2020