Con voz propia

La Iglesia, comunidad de cuidados. Algunas claves pastorales

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Vicente Martín Muñoz. Delegado Episcopal de Cáritas Española

 

 

Un minúsculo virus se ha colado en nuestras vidas y nos ha hecho parar y vivir de otro modo. El Papa Francisco desea que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros. Necesitamos discernir juntos este momento para poder vivirlo como oportunidad de un cambio social en el que la justicia y el cuidado vayan de la mano.

Vivimos en la sociedad de las tres “D”: descuido, desconexión y desvinculación. En primer lugar, se da una relación de descuido con uno mismo, confundiendo deseos con necesidades, también el descuido de las relaciones interpersonales, fruto del individualismo, que lleva a considerar las relaciones en clave de intercambio e interés y, en tercer lugar, el descuido de la naturaleza, comportándonos en muchas ocasiones como depredadores. A este descuido le acompaña la desconexión de las instituciones, tradiciones y costumbres, en algunos casos como consecuencia de la desconfianza y la distancia, por ejemplo, ante las instancias políticas. Y esta desconexión está motivada por la desvinculación de los afectos, las identidades y la convivencia, que obstaculizan la fraternidad y el encuentro, corriendo el riesgo de sustituir la vinculación por la conexión virtual, el vínculo por el contacto digital. Frente a la ideología de la desvinculación es necesaria la apuesta por la revinculación.

En este contexto cobra especial importancia la cultura del cuidado para erradicar la indiferencia, el rechazo y la confrontación. La encíclica Fratelli tutti indica que hemos crecido en muchos aspectos, pero seguimos siendo analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestra sociedad… síntomas de una sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor. Esta cultura del cuidado parte de un presupuesto antropológico: todo ser humano es vulnerable. Lo que nos define es nuestra necesidad de ser cuidados y nuestra capacidad de cuidar.

Pero ¿dónde están las fuentes del cuidado? En la experiencia del amor, que hace que uno ame y se sienta amado. Somos la suma de los cariños y cuidados que hemos recibido a lo largo de nuestra vida.

Y para los cristianos otra de las fuentes se haya en el Dios de los cuidados.  La Biblia presenta a Dios como el origen de la vocación humana al cuidado encargándole de cuidar y cultivar la obra de la creación, comenzando por el ser humano a quien otorga la máxima dignidad por ser creado a imagen y semejanza suya (cf. Gn 2, 8.15). La vida y el ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la revelación del amor cuidadoso del Padre por la humanidad. Jesús es el Buen Pastor que cuida de las ovejas (cf. Jn 10,11-18), es el Buen Samaritano que se inclina sobre el hombre herido, venda sus heridas y se ocupa de él (cf. Lc 10,30-37).

La Iglesia, continuadora de la misión de Jesús, ha de configurarse como comunidad fraterna y de cuidados. La pandemia nos ha hecho ver que nadie puede pelear esta vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante, una comunidad de pertenencia y solidaridad. Los cuidados han de formar parte de la pastoral eclesial como un eje transversal, cuyas claves son:

  • El cuidado de uno mismo que, lejos de ejercer una suerte de amor propio, es una llamada de amor a uno mismo que no queda clausurado en ese mí mismo, sino permite la adecuada apertura hacia los demás.
  • El cuidado de los otros (vulnerables, extraños, extranjeros). El rostro del otro, especialmente del vulnerable, exige una respuesta. Cuidar es estar ahí, para que el otro perciba que estoy con él y le reconozco como ser singular, en sus debilidades y posibilidades. Compasión, sentir con el otro, reconocerle hermano, son las claves del cuidado.
  • El cuidado del bien común. Una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo. La irrupción del grito de la tierra y de los pobres hacen necesaria una ciudadanía ecosocial que ponga la vida en el centro y sea capaz de armonizar la lucha por la justicia y el cuidado de los más vulnerables.
  • El cuidado de la casa común porque cuidar el mundo que nos rodea y alberga es cuidarnos a nosotros mismos.

Esta pastoral, que ha de contribuir a la cultura y sociedad de los cuidados, se ha de apoyar en una espiritualidad que ahonde en la vocación del cuidado del otro, como participación en el plan creador y cuidador de Dios y que, complementariamente, incluya una espiritualidad de la fragilidad, que reconoce la propia vulnerabilidad y la vive como un don.

Frente a las tres “D” (descuido, desconexión y desvinculación), la propuesta de las tres “C”: cuidados, compasión y comunidad, para ser esa Iglesia que sirve, acompaña la vida, sostiene la esperanza, tiende puentes, rompe muros y siembra reconciliación.

 

Número 9, 2021