Entre lo nuevo y lo viejo
Profesor asociado de Ética. Universidad Complutense de Madrid
Tras la experiencia de una pandemia que paralizó a la humanidad y quebró las seguridades con las que el mundo occidental había construido su mundo de certezas y de éxitos, es usual escuchar que vivimos en medio de dos mundos que chocan entre sí: uno que acaba y otro que emerge. Habitamos en ese espacio incómodo que tiene que ver con lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer.
Quizá una de los interrogantes que nos dejó la pandemia ante aquella pregunta de si salimos mejores o peores de ella es constatar en qué medida somos conscientes de que habitamos en este espacio intermedio a todas luces perturbador e indomable.
Por una parte, somos consciente de ser testigos de una época donde el capitalismo, en todas sus manifestaciones, ya no da más de sí, ha tocado el techo de los recursos finitos en un planeta finito. Pero morirá matando. Asistimos, no tanto al fin del capitalismo sino al final de una época, de una civilización que llega a su fin porque no es capaz de resolver los problemas que ella misma genera. Cuando esto sucede, un paradigma alternativo al que fenece debe hacerse cargo de la nueva realidad que no se detiene.
No vivimos en un universo donde se suceden etapas que hay que superar, en una especie de carrera de fondo, sino que transitamos entre dos épocas que reflejan paradigmas alternativos y que se detiene ante el acontecimiento como categoría central que dinamiza nuestro diario vivir.
La pandemia ha echado por tierra nuestras categorías de enfrentamiento a la realidad: el pensamiento lineal, el razonamiento causa-efecto, el peso de la razón instrumental, la visión fragmentaria y sectorial y, en definitiva, el modelo de organización mecanicista. Ello da paso a nuevas maneras de enfrentarnos a lo real desde la complejidad, el pensamiento sistémico y la visión global de conjunto donde todo está relacionado. Se ha acabado el mundo de las certezas, el sentimiento de que somos seres invulnerables y la convicción de que podemos guiarnos por nuestro sentido de autosuficiencia.
Para Bauman la pregunta no es tanto ¿qué hacer?, sino ¿quién lo hará?, en tanto que nos hallamos ante el final de ciertas medaciones culturales, religiosas, económicas y políticas obsoletas. Nuestras instituciones no saben responder a la complejidad, volatilidad e incertidumbre de nuestro presente. Es el final del pensamiento anclado en la repetición de respuestas que vienen del pasado. Estamos atascados y presos del lugar interior desde el que operamos y que sentimos ya no más de sí. Para el creador de la teoría U, Otto Sharmer, vivimos una época de fracasos institucionales masivos.
Ahora bien, entre lo viejo que muere y lo nuevo que nace acontece el interregno, término que puso en marcha Antonio Gramsci en medio de otro interregno fundamental: el de entre guerras del pasado siglo XX. En 1930 Gramsci, encarcelado por el fascismo italiano, escribía en sus Cuadernos de la cárcel una de sus frases más conocidas: La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados. De esta frase existe una versión popular: El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos.
Habitamos en ese claroscuro. Interregno no es un paréntesis coyuntural, sino una fase histórica que hemos de transitar. Es el caldo de cultivo de un escepticismo difuso, de creación de miedos, fobias y monstruos de todo tipo. Es el auge de autoritarismos negacionistas y de ecofascismos inteligentes que se introducen en sectores de la ciudadanía tan impensables como los grupos más vulnerados y la gente joven; es decir, aquella parte de la población que se ve sin futuro y que no tiene donde agarrarse.
Otro de los peligros del interregno en el marco de las organizaciones sociales es vivirse en una suerte de presente continuo donde se verifique la parálisis por el análisis, abocándose a un tiempo de indefinición excesiva. La contemporaneidad hoy es mucho más que adaptarse a los cambios; es, sencillamente, cambiar, atreverse a cambiar. Poner en marcha aquellas palancas estructurales y procesuales que activen inéditos viables en consonancia con el paradigma que emerge.
Emerge el paradigma del cuidado, pues cuidamos o pereceremos como especie. Y este advenimiento necesita de parteras y parteros para que pueda ser. Para ello será necesario dotarnos de enormes dosis de modestia para valorar los prototipos pequeños, prudencia a través de la deliberación colectiva y capacidad de riesgo para inventar futuros posibles, porque ya no cabe la repetición. Son tres actitudes que hay que echarlas hacia adelante en equilibrio armónico.
Si hay algo esperanzador en este interregno es que atisbamos la inteligencia colaborativa como uno de los instrumentos que alumbran este tiempo nuevo. La relación y el vínculo serán la esencia del cuidado.