Acción social

La atención a la subjetividad en un nuevo modelo de trabajo social

Eduardo Bericat, Catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla

 

En este artículo se sugiere que la atención a la subjetividad de los destinatarios de los servicios sociales debe ser un rasgo básico en cualquier nuevo modelo de trabajo social.

Los individuos de las sociedades desarrolladas otorgamos una importancia creciente a nuestras vivencias y mundos de vida, a todos aquellos elementos que pueblan la interioridad de los seres humanos. Las emociones y estados de ánimo que sentimos, nuestras ideas y creencias acerca del mundo, los valores e ideologías con los que juzgamos a personas y cosas, las opiniones y las expectativas, o los sueños y los deseos, no solamente constituyen ámbitos esenciales de nuestro modo de vida, sino que determinan cada vez con mayor fuerza nuestro bienestar. Actualmente, la realidad del mundo subjetivo parece imponerse a la realidad del mundo objetivo. De ahí que hablemos del retorno a la subjetividad, de una reciente macrotendencia social que impulsa en muchos ámbitos el predominio de lo subjetivo sobre lo objetivo.

Desde esta perspectiva, cabe preguntarse: ¿a qué deberían los trabajadores sociales prestar una atención preferente, a las condiciones de vida (objetivas) o a las vivencias y experiencias (subjetivas) de las personas necesitadas de apoyo? ¿están los actuales servicios sociales más orientados hacia el tratamiento de los hechos objetivos o de los subjetivos? ¿debería hacerse un mayor esfuerzo por incorporar la subjetividad a la asistencia social? ¿Qué beneficios se derivarían de un reequilibrio del eje objetivo-subjetivo en las estrategias de asistencia, apoyo y cuidado?

El desacoplamiento objetivo-subjetivo y el retorno de la subjetividad

Tras dos siglos de modernización persiguiendo el progreso material y la mejora de las condiciones económicas de la población, nos hemos despertado comprobando que todo este desarrollo no ha servido para alcanzar la mayor felicidad para el mayor número, según expresión del utilitarista Jeremy Bentham. El fabuloso crecimiento de la riqueza no ha evitado la expansión del sufrimiento y la infelicidad. Pandemias emocionales como la soledad, la depresión, el estrés, la ansiedad, el sinsentido, el aburrimiento, la falta de respeto, o el miedo, afectan cada día a una mayor parte de la población.

El hecho determinante es que hoy el bienestar material y el bienestar emocional no caminan en paralelo, es decir, que el logro de uno no conduce directa y necesariamente al otro. Y dado que las condiciones de vida (objetivas) y las vivencias (subjetivas) están desacopladas, nos vemos obligados a perseguir simultáneamente ambos tipos de bienestar. Así, Gallup nos advierte del crecimiento global de la infelicidad en el mundo, mostrando que el Índice de Sentimientos Negativos ha aumentado un 38% de 2006 a 2021, pasando de 24 a 33 puntos en una escala de 0 a 100[1].

En su columna periodística, Manuel Vicent escribe una historia que ilustra[2], desde una perspectiva micro, el desacoplamiento entre lo subjetivo y lo objetivo[3]. Cuenta que a su amigo no le van mal las cosas: tiene buena salud, su mujer le quiere, sus hijos le respetan, un buen pasar económico, suficientes amigos, ilusión por viajar, y afición a la música, la pintura, la lectura y la buena mesa. Pero cuando le preguntó: ‘Y ¿qué tal estás?’ Su respuesta fue: ‘Muy jodido, la verdad’. Vicent concluye señalando que vivir bien y sentirse mal es algo cada vez más común.

Los múltiples desacoplamientos objetivo-subjetivos, entre ellos el del bienestar material y emocional, son la condición necesaria del actual retorno a la subjetividad, caracterizado por el hecho de que las realidades del mundo interior de los individuos (sus vivencias, emociones, percepciones, pensamientos, expectativas, etc.) predominan sobre las realidades del mundo exterior. El universo interior del yo, el sí-mismo, no solamente adquiere cada vez más fuerza y relevancia, sino también, paradójicamente, una incuestionable sensación de realidad.

Tanto el llamado giro emocional de las ciencias sociales, como la profunda preocupación de las personas por su bienestar emocional, forman parte de este retorno a la subjetividad. Con Aristóteles, hemos vuelto a creer que la felicidad es el bien supremo al que todos los seres humanos aspiran. Por ello, cuando las sociedades se muestran incapaces de garantizar el bienestar subjetivo de la población, los sujetos encuentran muchos motivos para lanzarse a una desenfrenada búsqueda individualista de la felicidad. Esto explica que las psicologías positivas, las psicoterapias individualistas, y la industria de la felicidad personal, hayan experimentado durante los últimos tiempos un crecimiento exponencial.

La felicidad como output social

En las actuales circunstancias, el logro del bienestar emocional constituye una meta social irrenunciable, por lo que su análisis resulta absolutamente necesario. La felicidad es la emoción autorreflexiva por excelencia, pues nos induce a valorar, tanto individual como colectivamente, si la vida real que llevamos concuerda con nuestras verdaderas potencialidades.

Muchos estudios, entre ellos todos los Informes Mundiales de la Felicidad editados por J. Helliwell, R. Layard, y J. Sachs[4], muestran que el bienestar emocional de las personas depende en gran medida de sus circunstancias sociales, esto es, que constituye un output de la propia sociedad. Sin embargo, vemos que, obviando toda evidencia científica, la mayoría de los modelos de búsqueda de la felicidad instituidos en el discurso social tienen un carácter puramente individualista. Estos discursos responsabilizan en exclusiva al individuo de su propio sufrimiento e infelicidad y, por este motivo, son injustos y alienantes. En este caso, la culpa solo añade un fardo más a la carga emocional que las personas ya soportan sobre sus espaldas.

La crisis del covid-19 ha servido como banco de pruebas para demostrar que las estructuras y procesos sociales tienen un gran impacto sobre el bienestar emocional. Esta crisis sanitaria, social, económica, política, y personal, hizo que muchos españoles sintieran5:  miedo a enfermar (58%) y a morir (58%); tristeza (69%), soledad (34%), depresión (39%) e inquietud por la suspensión de contactos sociales (39%); enfado (57%), peor opinión sobre el gobierno (60%), o pesimismo respecto al futuro de sus hijos (54%) y al de España (54%). En el plano personal, aunque el nivel de orgullo se mantuvo relativamente alto (89%), los españoles se mostraron tensos (76%), preocupados por la situación general (91%), y por la salud y el bienestar emocional de las personas (49%).

Todo este malestar emocional menoscabó la felicidad de los españoles. Ahora bien, ni esas emociones negativas afectaron uniformemente a todos los grupos de población, ni tampoco redujeron en la misma medida sus niveles de felicidad. El análisis sociológico de la distribución de los sentimientos muestra cómo las lógicas sociales de esta crisis generaron una gran desigualdad socioemocional. Por ejemplo, las personas mayores tuvieron más miedo a morir que los jóvenes (70% vs. 40%). Pero los jóvenes estuvieron más preocupados por la pérdida del empleo que los mayores (48% vs. 29%).

El temor a enfermar también se extendió más entre la clase baja que entre la alta (56% vs. 50%). Pero aquí, como en otros casos, la verdadera desigualdad emocional se manifiesta en el grado que un determinado sentimiento reduce nuestro nivel de felicidad. Mientras que el miedo a enfermar reduce un 7% la felicidad de las personas de clase baja, apenas tiene ningún efecto en la felicidad de las clases altas. El diferente impacto que un sentimiento tiene sobre la felicidad nos informa de su relevancia vital. Como prueban los datos, las consecuencias vitales de caer enfermo son mucho más graves para las personas de clase baja que para las de clase alta.

En suma, las desigualdades sociales, como demostramos en el libro Excluidos de la felicidad6, no afectan solamente a las tradicionales variables mediante las que solemos definir una situación social (ingresos, nivel educativo, situación laboral, estado civil, lugar de residencia, etc., etc.), sino fundamentalmente, y en último término, a nuestros sentimientos y bienestar emocional. La subjetividad de los individuos opera como un sumidero al que van a parar todos los vertidos de la sociedad. De ahí que en las vivencias de los individuos queden registradas, como en el papel de un delicado sismógrafo, las improntas de todos los procesos y lógicas sociales.

Emociones, experiencias y trabajo social

A nadie se le escapa que vivir con buen estado de ánimo, esperanzado, comprometido, contento, querido, feliz, respetado, orgulloso, seguro y satisfecho, constituye para todas las personas un valor en sí mismo. A la inversa, los sentimientos de tristeza, desesperación, tedio, indiferencia, soledad, incertidumbre, insatisfacción, depresión, vergüenza, estrés, o humillación, son otras tantas caras con las que se le presentan al ser humano el sufrimiento, el malestar emocional y la infelicidad.

Cada sentimiento cumple una función de señal, pues es reflejo fiel de alguna dimensión de la experiencia que está viviendo la persona vulnerable necesitada de apoyo, de cuidado, o de atención social. Ahora bien, según nos advierte John Dewey, cometemos un error al creer que las emociones son cosas tan simples y compactas como las palabras que solemos usar para designarlas. Muy al contrario, para el filósofo pragmatista las emociones son cualidades de una experiencia compleja y cambiante7, y sólo en el marco de esa experiencia concreta adquieren un significado nítido y un sentido pleno.

La atención a la subjetividad que propugnamos para un nuevo modelo de trabajo social no se agota en el mero registro y consideración del mundo interior de los sujetos, como si tal subjetividad nada tuviera que ver con su contexto de vida y situación social. Proponemos que la experiencia humana de las personas vulnerables sea la categoría analítica que oriente y vertebre las acciones sociales de asistencia, apoyo y cuidado. Experiencias que constituyen procesos de vida concretos, con principio y final, que les suceden a personas determinadas, de carne y hueso, con nombre y apellidos. Experiencias compuestas tanto de hechos subjetivos (vivencias, emociones, etc.), como objetivos (cosas que les pasan en función del contexto o de la situación), y que conforman para el sí mismo una unidad vital. Experiencias que emergen de la interacción que los individuos mantienen con su mundo (natural, social, personal), y que se desenvuelven entre las afectaciones que el mundo les causa como sujetos pacientes (padeceres), y las acciones con que ellos, sujetos agentes, tratan de modificar el mundo (haceres).

La atención a la subjetividad de las personas nos lleva al análisis de la experiencia singular y concreta que subyace a la necesidad de asistencia, apoyo o cuidado. Desde nuestra perspectiva, el conocimiento de los factores y parámetros objetivos causantes de la vulnerabilidad social, aunque inexcusable, no es suficiente para comprender integralmente esa experiencia vital, ni tampoco para definir las estrategias de apoyo y salida más eficientes. Sin tomar en consideración los sentimientos, los valores, las actitudes, los recursos, las preferencias o las expectativas de los propios interesados, difícilmente podremos activar los resortes necesarios para que las personas puedan hacer frente a su propia situación. Ni entenderemos sus auténticas necesidades, ni podremos contar con el concurso de su voluntad.

Sin duda, la incorporación de la subjetividad a un nuevo modelo de trabajo social aportaría muchos beneficios. Para terminar, aquí mencionaremos solamente tres: a) acercaría los servicios sociales a los sujetos destinatarios, fomentando una verdadera atención personal y personalizada; b) la integración de los factores sociales objetivos, causantes de la vulnerabilidad, en la experiencia particular de los sujetos destinatarios, posibilitaría una mejor definición e implementación de las estrategias de asistencia; y c) el reconocimiento de que, más allá del bienestar material, la felicidad y el bienestar emocional tienen una importancia vital clave, ubicaría la actuación de los trabajadores sociales en el marco de una auténtica empatía.

Bibliografía

[1]Clifton, J. Blind Spot. The Global Rise of Unhappiness and How Leaders Missed It. Gallup Press, 2022.

[2] Manuel Vicent, Tedio Vital. El País, 30-01-2022.

[3] Bericat, E. “Emociones y desigualdad socioemocional en tiempos de crisis: la COVID-19 en España”, en J. F. Tezanos (Ed.) Cambios sociales en tiempos de pandemia. Madrid: CIS, 2022. Los datos proceden del Estudio CIS, 3298. Efectos y consecuencias del coronavirus (I), octubre-2020.

[4] Bericat, E. Excluidos de la felicidad. La estratificación social del bienestar emocional en España. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 2018.

 

Número 12, 2022